Nils necesita ayuda. Y me llama a mí. Porque yo conozco a mucha gente. Se ha decidido a buscar a una persona que les haga las cosas en casa. Si sé de alguien. Conozco a una persona que estaría dispuesta. La mujer de Nils está loca. No es una cuestión de carácter. Es una cuestión psiquiátrica. A veces está fuera temporadas. Ahora está aquí. Llamo a Esmeralda. Es peruana. La conocí en el autobús. Es bajita y lleva siempre el pelo en una trenza. Nils habla alemán, inglés y francés. Yo hablo los mismos idiomas. Y también español. Me ofrezco de intérprete. Nils nos recibe un martes por la tarde, nieva ya todo el día y le encontramos sacando nieve a paladas de delante de su puerta. -15.

Esmeralda lleva un plumas azul hasta los tobillos y un gorro de lana de colores con pompones rojos. Yo llevo el pasamontañas de forro polar que se le olvidó a mi suegro. Dejamos las botas bajo el tejadillo.Dentro de la casa hace mucho calor. Nos sacamos los gorros. Y los guantes. Nils aparta un carrito de bebé de juguete, tres osos polares de peluche tamaño gigante, una brazada de bastones de Nordic Walking, dos cajas con botellas de leche vacías, una bolsa de deporte y dos cantimploras, para poder pasar hacia la cocina.

La cocina es amplia y todas las superficies posibles están cubiertas de cosas. No necesariamente propias de una cocina. El suelo está tamizado de bolitas de poliestireno blancas. Nils explica que por la mañana se había roto un saco de la risa. Esmeralda no se inmuta. Yo tampoco. Aparta un encerado con patas y dos unicornios alados. Accedemos al salón. Abierto a una galería, está inundado de la luz blanca que regala la nieve. Montañas informes de ropa ocupan los dos sofás y el sillón. Libros, revistas, un tren eléctrico, uno de madera, la casa de Barbie, incontables Barbies, dos Ken, dos balones de baloncesto, platos sucios, cubiertos, yogures empezados y sin empezar, cds, dvds, vinilos, palmeras en tiestos, mantas, una bicicleta, una tabla de plancha, tres planchas, libros de texto de segundo de básica, libros, dos gatos nos observan desde lo alto de un aparador a rebosar de porcelana, una televisión de plasma en la que una mano infantil ha dejado su huella con algún tipo de salsa y todo cubierto por un manto multicolor de confeti. Nils se pasa la mano por el pelo y sonríe. Lo único bonito en ese escenario. Yo también sonrío. Esmeralda ladea la cabeza. No sé si sonríe. Nos explica que con la cátedra, los doctorandos,las tres niñas y los dos gatos, no tiene tiempo para poner las cosas en su sitio. Le traduzco a Esmeralda. Asiente. Nils cree que son necesarias seis horas a la semana. Repartidas. Se entiende. Todos asentimos. Le da libertad para hacer lo que crea conveniente. Le traduzco. Esmeralda me mira incrédula. Yo carraspeo. Un gato salta del aparador. Nils recoge una tostada con mermelada de encima del tocadiscos.

Una voz dulce. Como de cuento. Nos saca de nuestras cavilaciones. Lea entra en el salón. Lleva un vaporoso vestido-túnica de flores, el pelo rubio largo recogido en dos hebillas en forma de mariposa, los pies descalzos, una tetera en la mano, su mirada azul nos acaricia. Sonríe. Parece recortada de una lámina de “La Primavera”. Nils se aprieta el puente de la nariz. Carraspea. Le presenta a Esmeralda. Esmeralda asiente con la cabeza. Hola. Le explica. Lea parece recordar algo. Sonríe. Nos deja. Esmeralda dice que seis horas llegan. Se lo digo a Nils. De repente parece muy cansado. Acuerdan días y horas. Nos acompaña a la puerta. Gorros y guantes. En algún lugar de la casa se rompe algo de cristal. Nils cierra los ojos. Susurra algo que no entiendo. Nos vamos.

Esmeralda me dice que a su hija también le gustan los unicornios.