Cuando se despertó Ella ya no estaba. No se sorprendió, ya se había acostumbrado a eso. Pero Él ya no se encontró en la cama en la que se había acostado la noche anterior, ahora era un colchón colocado sobre cuatro palets de madera y la habitación era más pequeña y oscura. Se levantó con la esperanza de darse una ducha, pero sólo había un lavabo miserable y un cubo con agua fría. Mejor que nada. Y sin pensarlo dos veces se lo echó por encima sin poder reprimir un grito. Ella llegó cuando él trataba de encender la cocina con trocitos de madera. Nunca antes habían tenido una así, desde hornillos de gas a vitrocerámicas de última generación. Pero nunca cocinas de leña. Ella ahora era rubia, y tenía los ojos verdes. Llevaba el pelo en rastas, recogidas con una pañoleta, vestía una especie de mono vaquero sin camiseta debajo e iba descalza. Se enervó porque Él no era capaz de encender el fuego, y acabaron teniendo una bronca monumental, después de la cual Él se fue dando un portazo. Ahora no tenía coche, tenía una bicicleta holandesa. Estaba nevando y la carretera discurría entre campos labrados. Se alegró de llevar abrigo y botas, en otras ocasiones había hecho el mismo trayecto, bajo las mismas circunstancias atmosféricas, sólo ataviado con bermudas y chanclas. Cuando ya estaba alcanzando las primeras casas de lo que parecía un pueblo, una camioneta tipo pick-up le adelantó y aparcó en el arcén. Ella salió del vehículo, seguía con las rastas, pero ahora llevaba un vestido corto de lentejuelas de colores, sandalias y un abrigo de bisón. Él metió la bicicleta en la parte de atrás de la camioneta y se subió como copiloto. Ella condujo hasta una propiedad a la que se accedía por un enorme portalón de hierro forjado. Era la entrada a una casa señorial tipo manor inglesa. Una vez en ella, sin darse apenas tregua, buscaron una habitación y se entregaron al sexo sin ningún tipo de cortapisas. Cuando Ella salió de la ducha, Él había desaparecido, cuando se acercó a la ventana le descubrió alejándose al galope a lomos de un pura sangre negro. Ella se colocó las rastas de nuevo en la pañoleta y se vistió con un jersey largo de lana que colgaba en el armario, además de unas botas tipo Ugg forradas de borreguillo. En el salón de cuatro ambientes se encontró con su madre. Hacía tanto tiempo que no la veía, que casi no la reconoció. Ahora era morena, fumaba y parecía que se había dado a la bebida, ya que la topó recostada en un sofá sosteniendo un vaso a rebosar de whisky. Su padre apareció después, y no les dirigió la palabra, fiel a su costumbre. Se limitó a sentarse a leer el periódico en una butaca. Ella decidió irse. A algún lugar. Él dejó el caballo atado en un establo, y se subió a un Porsche Carrera gris metálico. Condujo sin encontrar apenas tráfico hasta la zona noble de una ciudad y aparcó delante de un edificio elegante. Una doncella le abrió la puerta de la casa, y le dijo que su baño ya estaba preparado. Cuando se estaba vistiendo con un traje oscuro hecho a medida, la doncella le anunció que tenía visita. Su padre. Esta vez se alegró de verle. También venía de traje. Al parecer irían juntos a una recepción importante. Otras veces lo primero que había hecho su padre al verle había sido arrearle un bofetón. O echarle en cara cosas del pasado. Porque su padre y él tenían un trauma común en el pasado. Pero siempre variaba el tipo. Ahora parecían no tener ninguno. En la recepción se encontró con Ella. Ya no tenía rastas, ahora tenía el pelo rubio en una larga melena y vestía un traje rojo de seda tipo sirena. En algún momento se fueron a la casa de Él y se entregaron al sexo de nuevo. Al despertar, Él pensó que no la encontraría. Pero Ella aún seguía allí. Y todavía era rubia. Cuando llamaron a la puerta, ninguna doncella acudió a abrir, así que Él lo hizo. Una mujer embarazada con dos niños de la mano estaba en el umbral, hecha un mar de lágrimas. Su hermana. No sabía que tuviera una hermana. Hasta ahora había sido hijo único. La hizo pasar. Ella apareció en albornoz y se encargó de la situación, mientras Él preparaba café. Cuando llegó a la sala, se las encontró charlando y a los niños jugando sobre la alfombra. Les entregó a cada una su café, y Él se sentó en una butaca mientras soltaba un profundo suspiro, mirando hacia la ventana observó que había comenzado a llover torrencialmente….

Roberta Montagut cerró su ordenador y dio una palmada. Por fin había escrito el guion-guía de su próxima novela y podría entregárselo a su editor, que ya estaba ansioso por leerla. Como el resto de los millones de lectores en todo el mundo. Supondría la sexta entrega. Todavía tenía que limar matices. Pensó que lo mejor que podía hacer ahora era sacar a Groucho, su perro, de paseo por el bosque. Así él podría correr un poco y ella tomaría un poco de aire fresco antes de regresar para hacer las maletas.

P.S.

Ella le encontró apoyado en la barandilla del estanque del parque, echándole pan a los patos, se acercó y le rodeó el talle con el brazo, Él hizo lo mismo con ella y sonrió.

– Unas merecidas vacaciones- Dijo ella apoyando la cabeza en el brazo de Él, que se la besó.

– Duren lo que duren, hay que disfrutarlas- Y la cogió de la mano.

– He decidido llamarme Candice, ella nunca va a ponérselo a nadie…y tú?

– Yo Lincoln, siempre me pone el mismo, pero este me gusta, tiene cuerpo…no sé

– Lincoln?

– Si, Candice

– Cuando lleguemos a casa no nos acostamos, verdad?

– Ni lo sueñes, estamos de vacaciones mi amor…- Candice le mira con una sonrisa que ilumina su rostro.

– Lincoln..no puedo imaginar mis páginas sin ti.