El color del agua cambia según el día. Se lo había dicho con tanta ilusión, que ella no se había atrevido a decirle que en realidad eso ocurría con todas las masas de agua expuestas al aire libre. Además le enseñó fotos en el móvil, de aquel lugar paradisíaco, con la mezcla perfecta de eterno verano, agua y calor, y ella había aceptado su propuesta de ir allí en el bloque de vacaciones pendientes que la empresa de él le había instado a coger antes de que acabase el año. Además es temporada baja, vamos a estar prácticamente solos, le dijo. Prácticamente solos. En aquel momento, esa definición se quedó revoloteando unos instantes en su cabeza, como algo que no tuviera sentido o escapase a su entendimiento, pero se fue como vino, sin más. Dejar por unos días las tormentas de nieve, el ruido de la gran ciudad y la rutina extenuante del trabajo no le pareció, al fin y al cabo, tan mala idea.

El vuelo les salió muy bien de precio, y no tuvieron problema a la hora de reservar habitaciones de hotel. Se decidieron por la opción que ofertaba la posibilidad de hacer una ruta de hotelitos situados en la zona que iban a visitar, siempre muy cerca de la laguna, de la que no encontraron el nombre, ya que siempre había sido llamada así por los lugareños.

Al poner el primer pie fuera del avión, su país de destino les recibió con un abrazo de calor húmedo, intenso y absorbente, del que no fueron capaces de desembarazarse y que desde el primer momento les provocó una insaciable sed. Para tener libertad de movimientos, alquilaron un coche tipo utilitario, ni grande ni pequeño, con el que llegaron sin problemas a la zona en la que tenían puestas todas las esperanzas de unos días de desconexión, relax y almacenaje natural de vitamina D.

El primer hotelito, una construcción de dos plantas rodeando un patio alicatado de baldosas y con una fuente de piedra azul, les recibió casi dormido en un mediodía aplastado por el sol. Su habitación daba a uno de los laterales, en aquel momento en sombra, cosa que agradecieron, y estaba provista de justo lo necesario para su bienestar, una cama amplia y limpia, una mesa, dos sillas, y un baño completo con ducha, también limpio, y con toallas metidas en una bolsa sellada al vacío. Después de darse un ducha fría, decidieron salir a dar un paseo y quizás comer algo. Dos CocaColas y dos raciones de una especialidad de la zona con pollo y patatas asadas con una salsa densa, les costó lo equivalente a un billete de autobús en su ciudad, y les dio la risa. Después se acercaron hasta la laguna, ese día el agua era azul turquesa. Sumergirse en sus aguas, frías y transparentes, les regaló energía y consiguió desterrar el cansancio del viaje. Volvieron caminando despacio al hotel, de la mano, sin prisa, hablando de cualquier cosa. La noche cayó de repente, y ellos con ella, bajo la mosquitera y con el rurún del ventilador del techo.

Con las primeras luces del día, se buscaron y follaron con calma, como hacia tiempo que no hacían, y darse cuenta les animó a más. Café y pan recién hecho de desayuno, frutas frescas, jugo de naranja, agua helada. Después dieron un paseo por el pueblo, ella se compró un collar de piedritas azules, él una pulsera de cuero. Se bañaron de nuevo en la laguna, esta vez el agua era verde aguamarina.

El segundo hotelito estaba a veinte minutos en coche del primero, y era muy parecido, solo que no tenía fuente en el patio interior y su habitación daba al frente. Agua helada con limón y menta, cabrito asado con guarnición, un grupo de música tocó en directo, canciones locales con guitarras y percusión. El agua de la laguna era azul cielo, buceando encontraron piedritas azules. Cenaron en un restaurante pescado a la brasa, con ensalada y otras especialidades de la zona, y lo bañaron todo con cerveza helada. Hicieron de follar con calma su deporte vacacional.

Cuando fueron a pagar a la hora de abandonar este segundo hotel, el recepcionista, un hombre sumamente amable con sonrisa perenne, se interesó por su próximo destino, al conocerlo, asintió con la cabeza, y sin perder la sonrisa les advirtió que ese pueblo estaba a más de una hora y que tendrían que atravesar zonas de cultivos desiertas, y carreteras secundarias. No es una ruta fácil, les advirtió, mi sobrino les puede acompañar si lo desean, estaría incluido en el precio, faltaría más, pero ellos declinaron el ofrecimiento, si bien ella, insegura, le preguntó porqué no era fácil, el hombre alzó las cejas y su sonrisa desapareció por un instante fugaz, para luego brillar de nuevo, nada en especial, anotó, sólo les diría que no parasen hasta llegar a destino, ni tampoco ayudasen a nadie por el camino, ni abandonasen el vehículo, de una vez hasta el otro pueblo y nada más, ellos se lo agradecieron y sin más abandonaron el hotel.

Es pleno día, el sol brilla y tenemos GPS en el coche y en los móviles, qué nos puede pasar?. Y mientras lo decía, se reía, ella le miró, y sonrió, el sol de aquellos días le había tostado la piel, y la tranquilidad relajado su gesto, reía y los ojos le brillaban, sus dedos tamborileaban el volante, y ella le dio la razón, qué podía pasar.

Los campos de labor no delataban sus frutos, eran vastos y verdes, se alternaban con zonas de selva tupida. La carretera serpenteaba, y tenía zonas asfaltadas y zonas de tierra pisada. Ningún otro coche además del suyo. Me estoy meando. La frase la sacó de los pensamientos deshilados mientras contemplaba el paisaje, y la hizo sentarse mejor. Llevamos media hora, nos queda otra media aproximadamente, no puedes esperar?. No, si no meo exploto, qué tontería, debí de ir en el hotel. Selva densa, campos baldíos. Él pone el intermitente, pero qué haces, paro un momento y ya está, aquí no hay ni un alma, pues date prisa, tú quédate dentro y pon el seguro, pero vamos mear y volver. Sale del coche y avanza unos metros hasta un árbol. A ella le llega un mensaje al móvil, el primero en días, extrañada lo saca del bolso, desliza el dedo, sonríe, es un whatsapp de su compañera de oficina, la que salía de cuentas, Uma ya está aquí, hermosura de criatura, ahora se explica el barrigón, le envía un emoji de un corazón, Bienvenida Uma. Mira hacia donde él había ido, no le ve. Pasan cinco minutos. Sigue sin verle. Opta por apretar el claxon. Tres veces. Tres minutos. Baja la ventanilla. Le llama, estás bien?. Le llama más alto. Silencio y viento. De repente se pone muy nerviosa. Qué exagerada eres, estará haciendo una foto. Se fija en que el móvil de él está sobre el salpicadero. Respira hondo. Se pasa al asiento del conductor, pase lo que pase no paren, ni abandonen el vehículo, no abandonen el vehículo, lo dice en alto, no sabe porqué, hace mucho que no conduce, para qué si su vida funciona con el metro, le tiemblan las manos, arranca el coche y se le cala, apoya la frente en el volante, está sudando y deja una marca húmeda, vuelve a intentarlo, ahora sí que funciona, avanza sin marcha los pocos metros hasta el árbol donde supuestamente él iba a orinar. Pero no está. No abandonen el vehículo. Le llama otra vez, esta vez a gritos. Silencio, viento y dos pájaros que, asustados salen volando desde algún arbusto. Se asusta. Tiene ganas de llorar. No seas histérica, a lo mejor tenía que hacer popó. Hacer popó. Por Dios. Cálmate. No, no salgas del coche, ya te lo dijo el señor, a ver por qué coño no fue en el hotel. Tanto no bebió. Sólo un vaso de agua. O fueron dos. Respira hondo. Vuelve a pulsar el claxon. Lo mejor es que vuelvas y des parte. Pero y si está ahí? Si le ha dado algo?. Pues ya le encontrarán. Solo puede respirar entrecortadamente, pero al menos respiras, y poco a poco comienza a maniobrar para girar el coche al sentido contrario. Se le cala dos veces, pero lo consigue. Antes de emprender la marcha, vuelve a gritar el nombre de él y esta vez pulsa el claxon muchas veces. Silencio y viento. Y abandona el lugar.

Patrullas de búsqueda. Peinados de la zona, ella insiste en que él se bajó a orinar, llega a dudar del punto exacto, la selva es toda igual llegado un momento. El consulado envía una persona, que la ayuda con la burocracia, lo mejor es que regrese y espere noticias. Silencio, viento, calor y sol. Pero ni un rastro.

Observar el caer de la nieve la calma. Eso y hacer collares de abalorios de colores. Los guarda en cajas especiales de almacenaje en el sótano. No los vende, ni los regala, los confecciona con paciencia y entrega, para después guardarlos cuidadosamente en su departamento dentro de la caja. La nieve cae despacio. La noticia del día era que en las profundidades de una laguna, en el corazón de un país de sol y color, se habían encontrado las ruinas de una civilización extinta. Dio en preguntarse qué color tendría la laguna esos días. Mamá sabes dónde están mis guantes? Los dejé aquí, pero al parecer mi hermana me los robó, no es verdad, yo no robo guantes, tu tienes memoria de pájaro, ese es tu problema, memoria de pájaro de dónde sacas esas cosas, mamá, mamá. El agua no tiene color.