Cada uno es cada uno. Y lucha sus batallas a su manera. No iba a ser él el primero en decir algo en contra. Aferrado a su móvil, Aquilino Montes observaba la escena tratando de permanecer impasible, de no moverse, de ser invisible, de pensar en blanco. Ritmo tenía, y gusto en sus movimientos, piernas y brazos se movían en perfecta coreografía, girando, a veces saltando, deslizándose en el silencio pedernal que les rodeaba, con los ojos cerrados, imitando a veces a los patinadores sobre hielo en sus figuras, recorriendo el espacio casi etéreo, ajeno a tiempos y límites. Aquilino se atrevió a tragar saliva. Aquello sólo podía acabar para él de dos maneras. O bien salía por la Puerta Grande a hombros, o al día siguiente a primera hora se tendría que presentar en una de las filiales de McDonalds a buscar su suerte. Visto así, sería como cerrar un círculo, acabar dónde todo había empezado. No te pongas muy poético, Lino, que si te da por llorar entonces no paras, y ahora no es el momento. Tú como los japoneses. Ya tendrás tiempo después. Después. Pues tú sigue estoico. Piensa en blanco. Ritmo tiene. Eso es incontestable. Ya va parando.
La muda coreografía cesó en un último gesto. El de aquel que intentase alcanzar sin éxito las estrellas. Sólo entonces miró a Aquilino con una expresión de exultante felicidad y se dirigió despacio hacia él, al tiempo que extraía los earpods de los oídos. Aqulino no se atrevió a tragar saliva. En realidad, no sabía que tenía que hacer.
- Tiene usted que patentar esta idea, Montes…
- Por supuesto, Sr. Atkinson..
- Tome sus earpods, mil gracias, lo primero es reservar esta sala para el resto del año, ponga sólo mi nombre, eso bastará..
- Así haré, Sr. Atkinson..
- Ahora a por ellos, que supongo que ya estarán esperando…
- Aún faltan diez minutos, Sr. Atkinson..
- Perfecto, Montes…
- Gracias, Sr. Atkinson…
- Gracias a usted, Montes, tiene usted algo que hacer a la hora de la comida?
Abandonaron entonces la inmensa y vacía sala de reuniones, cerrando la puerta tras si.