Paulina
Wal impone. Pero es galería. Es realmente divertido. Le gusta bailar y no canta mal, en el colegio tocaba la guitarra, dónde estará, por cierto, seguramente en Hamptons, como todo, en fin. Mi hermano ( suspira y sonríe, colocándose mejor la melena castaña oscura lisa, del mismo tono que su hermano, y dejando a la vista unos delicados pendientes con un solo brillante engarzado, busca su discurso paseando su mirada azul por el techo, carraspea), de niños le encantaba hacerme rabiar, Elliot y él me hacían la vida imposible, y me la siguen haciendo, no me toman en serio (se ríe), yo lloraba y lloraba, el único que me comprendía era padre que les ponía en su sitio con un par de gritos marciales, madre pasaba de mí, aún sigue pasando hoy (se ríe). Es muy guapo, con esos ojos de color gris oscuro, aunque en el pasaporte dice azul, yo los tengo claramente azules, los de él son gris oscuro, en fin, no es que sea su hermana….es guapo, siempre hizo mucho deporte, tiene don de gentes, no como yo, que tiendo a ser una jirafa torpe. Y además es un coco, porque se tiende a pensar que la gente guapa es tonta, pero no, Wal tiene mucha cabeza, nunca le hicieron pruebas, pero yo estoy convencida de que tiene un coeficiente más alto que el resto de los mortales, que usa a su antojo. Él ve las cosas antes. No sé. Por eso es quien es, no sé cómo decirte. El punto de inflexión lo tuvimos con Prudence, y digo “tuvimos” porque nos afectó a mucha gente de una manera brutal. Prudence (Suspira. Expulsa el aire. Se coloca un mechón invisible). Bueno, pues allá voy. Wal y Prudence se conocieron en el colegio al que íbamos, y comenzaron a salir..bueno, salir como salían los adolescentes entonces, todo muy naif, cine, pizza, paseos, nuestros padres eran amigos, así que ella pasaba mucho tiempo en mi casa y nosotros en la suya. Wal vivía sólo para ella y ella para él, la típica pareja ideal, porque Prudence era muy mona, alegre, estudiosa como él, bromista, no me hacía rabiar, a mí, sólo por eso, me caía bien. En fin. Estuvieron juntos todo el colegio, y llegó el último curso antes de ir a la universidad. Prudence cumplía dieciocho años justo cuando se acababa el curso, y sus padres montaron una fiesta bombástica en el Plaza, imagínate. Era hija única, petróleo y transportes…bueno ya conoces el círculo en el que nos movemos. Fue una fiesta como no ha habido otra, hasta vino a cantar un ídolo juvenil de aquel año…no me preguntes el nombre, seguramente un “onehitwonder” o algo así, globos por todas partes, cientos de personas, bombas de pétalos de rosa….yo he olvidado muchas cosas, pero en el Plaza no he vuelto a poner pie, ni yo ni ninguno de nosotros, me parecería fantástico si lo cubrieran con una lona de esas de Christo y lo hicieran desaparecer(suspira, mira al techo). En fin, terminó la fiesta, yo volví con mis padres a casa, soy dos años más joven, así que gracias que pude quedarme hasta tan tarde, y Wal se fue con Elliot y otros dos a terminar la noche. A la mañana siguiente la policía invadió la casa de mis padres, que son ocho plantas, así que imagínate el contingente, venía con ellos el padre de Prudence, acusando a Wal de haber hecho desaparecer a su hija. En mi recuerdo es como una pesadilla. Peor, una película de horror. Se llevaron esposado a Wal, que hasta aquel momento dormía plácidamente la juerga, mi padre llamó a su ejército de abogados, conociéndole fue capaz de hasta llamar al mismo presidente, madre se quedó como catatónica, y yo, bueno, yo no podía parar de llorar. Le acusaban de haber sido la última persona en ser vista con Prudence, y que ésta había desaparecido, por ende, Wal la había matado y escondido el cadáver. Le mantuvieron cinco días detenido, sin fianza ni nada, mi padre casi pierde la razón, a mi madre su médico le inyectó un calmante, yo me refugié en Camille, que era mi nanny, sí, yo seguía teniendo nanny (levanta las cejas). Al quinto día, le dejaron libre, sin más. Y entonces nos vino la ola por el otro lado, qué le había hecho Wal, para que ella hubiera hecho semejante cosa. Acoso y derribo. El ejército de abogados consiguió que los padres de Prudence publicasen una nota informativa en todos los medios del país, anunciando la decisión de su hija, para así, limpiar el nombre de Wal y de nuestra familia. Además les puso una demanda millonaria por el daño sufrido esos días. Y ganó. Como siempre. Donó el dinero a una asociación de ayuda a jóvenes reinsertados, y de ahí surgió la Fundación Thumberland que ayuda jurídicamente a menores y jóvenes adultos sin medios, y fomenta su reinserción. Ahí entró Hunter en nuestras vidas, y pasamos de ser dos a ser tres hermanos, porque Hunter es nuestro hermano, también legalmente (se emociona, carraspea). Si no llega a ser por él, Wal no sobrevive esos cinco días y lo que vino después…él también estaba detenido, por entrar en una casa abandonada a pasar la noche, y los metieron juntos. Wal, Elliot y Hunter, WEH, te suena? (sonríe, levantando las cejas, ironizando a cerca del nombre del Fondo de Inversión ) y con Hunter también vinieron Washington, Rigoberto y McMillan, quien hoy es mi marido…se llama Lawrence, pero siempre le han llamado McMillan ( sonríe y juega con su anillo, pierde la mirada en algún lugar, aún sonriendo, regresa todavía ensoñada)y que es el amor de mi vida, y yo de la suya, desde que nos vimos por primera vez…pero esa es otra historia. Mi hermano. Después de eso se fue a Yale con Elliot, Hunter fue un poco más tarde. No sé si Wal sigue yendo a terapia, pero la necesitó. Yo odié a Prudence mucho tiempo. Porque si Prudence se hubiera muerto, por ejemplo, en un accidente o de enfermedad, pues bueno, la entierras, la lloras y sigues con tu vida. Pero lo que hizo no tiene nombre. Su madre murió de un infarto poco después, y su padre padeció una demencia galopante que también le llevó a la tumba, además su mejor amiga se mató en un accidente de coche, yo estoy convencida de que buscó acabar con su vida. No sé si ella es consciente de todo eso. Pero si lo es, y vive tranquila, maldita sea. Tal como te lo digo.
Hunter Smith
Odio Los Angeles. Esa sensación de que, pase lo que pase, cuando te despiertes brillará el sol puede conmigo. Yo soy nacido y criado en Nueva York, me trasplantas y muero (se ríe, y se pasa las manos por el cabello, castaño oscuro y algo largo, nos mira sin perder la sonrisa, tiene un rostro que no delata la edad que tiene, licencia que no tienen sus ojos). Pero vivo aquí por mi hijo, y por él vivo en dónde sea. Por dónde queréis que empiece?. Por dónde quiera, pues sí que me lo ponéis complicado (vuelve a reír, mira hacia algún lugar, y vuelve a nosotros). Voy a empezar por la noche de marras, porque si no no terminamos hoy.
Washington, Rigoberto y yo, siempre nos dicen que tenemos nombre de grupo alternativo, pero no es mérito nuestro al fin y al cabo (suelta una carcajada), en fin, los otros dos y yo tuvimos la brillante idea de entrar en una casa que sabíamos abandonada a pasar la noche, se nos había hecho muy tarde, y volver caminando de noche atravesando según qué zonas no nos apetecía, así que entramos por la puerta del sótano, que estaba abierta, no tuvimos ni que forzarla, y ese es un dato importante a recordar (nos avisa levantando su dedo índice, y mirándonos imitando a cómo lo haría un maestro de primaria) y subimos al primer piso. Rigoberto encendió la televisión, alguien debía pagar todavía el cable, la luz y el agua, porque en la nevera había sodas frías, y nos sentamos a ver un partido de baloncesto en los sofás que había. Un vecino vio el resplandor de la tele y sombras moviéndose, y llamó a la policía. Nos dieron un susto tremendo al entrar, a gritos y apuntándonos con pistolas. Nos sacaron de allí como si hubiéramos cometido una masacre o algo así. Yo lo primero que pensé es que ya teníamos dieciocho, y nos iban a meter con los tipos malos de verdad, por así decirlo, y me entró un poco de miedo…porque en juveniles ya habíamos estado, siempre por escaparnos de los hogares de acogida o cosas así. Pero por alguna razón, tuvimos suerte y nos llevaron otra vez a juveniles. Pijama lila y adentro. Nos separaron, y a mí me dieron un cubículo doble para mí solo. Recuerdo que pensé que era porque me iban a trasladar, mi único miedo era cruzar la línea a la cárcel de adultos, para mí era lo más parecido a ir al infierno, y lo sigue siendo, por eso me dedico a lo que me dedico. Con todo el traqueteo, estaba agotado, así que me acosté en una de las literas y me olvidé de todo. Normalmente, a primera hora de la mañana, solía aparecer alguien de menores a informarse de qué coño haces allí, o los del hogar de acogida de turno aparecían y te montaban un cristo. Pero no. Quien apareció fue un chico al que traían entre dos, esposado de pies y manos, y al que dejaron sentado en la litera inferior. Así se quedó. Como si se hubiera vuelto de piedra. Yo esperé que se levantase, y se presentase o me mandara a la mierda, o me pegase, o cualquier reacción típica. Pero no. Así que como prevenir es mejor que curar, me levanté yo. Y allí estaba. Los pijamas que dan son tipo, es decir, por talla, pero no los hacen a medida, pues bien, aquel chico parecía salido de un anuncio de pijamas (se ríe, extendiendo teatralmente sus manos hacia los lados). Lo primero que pensé es que era una cámara oculta. Después le pregunté su nombre, y lo entendí mal. Entendí Walter, y recuerdo que se me dio por reír, porque no le pegaba nada. Era Walker. Y no era su apellido. Todo muy raro para mí. Él seguía sin moverse, ni se atrevía a mirarme, y hablaba tan bajito que ni le podía oír. Me senté a su lado. Y le dije, mira Walker, no te preocupes, seguro que ahora mismo viene alguien a por ti, siempre viene alguien, esa puerta no va a estar cerrada eternamente. Él me miró y supe que la razón de su inmovilidad era el pánico. Estaba tieso de miedo. No se atrevía ni a mirarme. Entonces di en pensar que seguramente había matado a alguien o algo así. Aunque no me podía imaginar cómo. Y le pregunté. Porque allí dentro no es un tabú. Si acabas allí, es que algo has hecho, o no, pero la sospecha existe. Consiguió encontrar su voz, y me dijo que Prudence había desaparecido, yo le pregunté si era su abuela o algo, por el nombre, y me dijo que era su novia. Le dije que con ese nombre no me extrañaba en absoluto que hubiera desaparecido, que yo de ella hubiera elegido la opción muchísimo antes. Y nos reímos. Fue como si se rompiese un bloque de hielo. No podíamos parar de reírnos. Me contó lo que había pasado. Entonces yo comencé a arrojarle causas posibles: Otro tío. No. La dejaste embarazada. No. Está embarazada y no es tuyo. No. Quiso matarse. No. Quiso matarte. No. Papá se la llevó. No. Mamá se la llevó. No. El tío John se la llevó. No. Otra tipa se la llevó. Me miró como si no supiera de qué estaba hablando. En su mundo, entonces, todo eso no existía. Me quedé sin ideas. En mi mundo esas eran todas las posibilidades, muchas veces relacionadas entre si. Le dije que no se preocupase, que seguro que había una explicación. Ya, pero cuál. Me dijo. Y era verdad. Una persona no desaparece así como así. Aunque se llame Prudence. Y nos volvimos a reír. Nos abrieron la puerta y pudimos ir a desayunar. Allí encontramos a Washington y Rigoberto, se los presenté y les puse al tanto. Me di cuenta de que Walker iba a durar allí lo mismo que un pastel a la puerta de un colegio si le dejábamos a su suerte, así que me convertí en su escudo humano con la ayuda de los otros dos. En cinco días se lo llevaron para interrogarle varias veces, incluso sin abogado, y cada vez volvía peor, él juraba y perjuraba que la había dejado bailando en un mar de globos en El Plaza. Una imagen mental ideal. Como todo en su mundo hasta ese momento. Se corrió la voz de que un “niño bonito” se había perdido por allí, y los otros dos y yo les explicamos al resto lo que pasaba para evitar bullas incontrolables, y muchos se acercaron a él a contarle qué les había llevado allí, para bien o para mal, algunos, como él, injustamente, otros aceptando su error, Walker les escuchaba y eso parecía darle la fuerza necesaria para no hundirse. Le enseñamos a jugar de veras al baloncesto, a hacerse pasar por manco, a mentir de verdad, un curso intensivo de la vida a pie de calle, le explicamos cosas de tipas, de tipos, de tipas con tipas y tipos con tipos, y a veces cruzados. Las horas dentro pasan muy lento. Y cualquier cosa es buena para no pensar en el motivo por el que estás allí.
Cuando vinieron a buscarle, pensamos que era porque se lo querían llevar al otro lado, y casi se arma una bulla grande, porque Walker, ahora, era uno de nosotros. Pero alguien explicó que todo se había aclarado y que se iba a casa, y nos alegramos todos, y entonces él hizo algo que en aquel momento nos dejó en el sitio, con la calma que le caracteriza dijo que él no se iba sin nosotros tres. Se hizo un silencio como nunca lo he vivido después. Los tipos que se lo tenían que llevar le dijeron que vale, pero otro día. Pero él no se movió un ápice. Entonces alguien fue a hablar con otro alguien, que a su vez, ahora sé, habló con William Thumberland, que era el padre de Walker y efectivamente, regresó con la orden de nuestra inmediata puesta en libertad (Carraspea. Mira hacia alguna parte).
Desde entonces tengo el honor de ser su hermano, también legalmente, y los Thumberland -Lacombe mi familia. Mi hijo se llama William por algún motivo. Soy abogado y me ocupo de la Fundación Thumberland en su filial de Los Angeles, para menores y jóvenes sin recursos dentro y fuera del sistema penitenciario.
Prudence (mira al techo, enarca la cejas). Lo que hizo fue como lanzar una bomba, que, al estallar, causa una onda expansiva. No la conozco personalmente, y prefiero que eso se mantenga así.
Walker
Dicen que nunca me rio. Yo no estoy de acuerdo. Considero que un día sin risa, es un día perdido, como dijo Charles Chaplin, y las cosas y las personas me preocupan. Da igual qué cosas y qué personas. Lo que pasa es que nunca puedes actuar a gusto de todos, y en lo que me dedico, menos. Me considero amigo de mis amigos y todos formamos una familia (me mira sin saber si lo estoy entendiendo, tiene una mirada muy peculiar, a veces gris oscuro, a veces azul, dependiendo de cómo le de la luz), creo que ya has conocido a un par de miembros (sonríe, y se sienta mejor). Si he aceptado a venir aquí es porque me lo pidió mi mujer, y creo que es lo correcto. Hay páginas que hay que pasar, como dice ella, y esta es una de ellas. Y si lo he conseguido es en gran parte gracias a ella, así que aquí estoy. Prudence. La primera en la frente (lo dice en español. Se mesa el cabello con las manos, y respira hondo). Prudence Potter-Doyle fue una persona con la que yo mantuve una relación amistosa sentimental cuando ambos éramos adolescentes. Esto no lo he pensado yo, es lo que llevo diciendo desde entonces al respecto según el consejo de mis abogados. Y es la verdad. Mi vida en aquel momento era la vida típica de un adolescente en el círculo en el que mi familia se movía. Mi hermana y yo tuvimos la enorme suerte de crecer entre algodones y comer de cuchara de oro, como suele decirse. La realidad estaba en otra parte. Y no importaba en absoluto, porque no nos atañía. Una de las cosas que dominaron mi infancia y juventud fue hacer la vida imposible a mi hermana (sonríe casi canalla), y se la sigo haciendo, es algo que no va a cambiar, me es imposible tomarla en serio. Madre tampoco la toma en serio. Así que no estoy solo en la labor. Pero si algo tiene mi hermana es un gran corazón y mucho sentido del humor, así que no le importa. La otra cosa que marcó mi juventud es haber conocido a Prudence. Mi vida transcurría según libreto hasta la noche de la fiesta de su dieciocho cumpleaños. La celebró en el Plaza, lugar que evito desde entonces, para desesperación de mi chofer porque no soporto ni pasar por delante. En fin. Invitó a media ciudad, y la otra mitad se apostó delante para vernos entrar. Me hicieron repetir tantas veces, minuto a minuto, el desarrollo de la fiesta y quién hacía qué cuando y porqué, que ahora sólo les diré que fue una fiesta casi atómica. Con muchos globos, y pétalos de rosa, y purpurina, y un cantante que hizo gritar a las chicas como si fueran los Beatles, y comida, y bebida, sin alcohol, por supuesto, y gente, mucha gente. Y Prudence. En un vestido de alta costura hecho a medida para la ocasión, y que hoy recuerdo como un soufflé azul (casi sonríe, y niega con la cabeza). En fin. Después de medianoche, cuando la gente ya se iba, la busqué y la encontré bailando consigo misma, en el medio de un mar de globos de colores mientras aún caía purpurina desde algún lugar. Seguramente para ustedes ahora mismo una postal mental. Hasta hace poco he tenido todavía pesadillas con eso (carraspea, mira hacia algún sitio, se calma). Lo siento. Le pregunté si venía con Elliot y otros dos a dar una vuelta por ahí, antes de volver a casa. Prudence me contestó que estaba muy cansada y que se iba a ir a casa, que estaba esperando a su chofer, le dije que entonces esperaría con ella a que él llegase, pero me dijo que no, a todo esto, sin dejar de bailar una especie de vals consigo misma, que me fuese con mis amigos, que su chofer llegaría enseguida, y que nos veríamos al día siguiente en la cena que había organizado mi madre. No lo encontré raro. Entonces. Y me fui con Elliot y otros dos a dar una vuelta. Elliot se acuerda mejor que yo, pero al parecer fuimos a un local cercano todavía abierto a comer algo, y después cada uno a su casa. Yo llegué a la mía a las dos, y lo sé porque el reloj de péndulo que había en el rellano del tercer piso dio la hora justo cuando pasé por delante y me asustó.
A las siete de la mañana mi casa parecía el asedio de Troya. Con el padre de Prudence como lugarteniente. A las nueve estaba sentado en la litera inferior de un habitáculo de un correccional de menores. Acusado de haber hecho desaparecer a Prudence. Y allí entró Hunter en mi vida, para salvármela. Hunter, Washington y Rigoberto. Los tres. Si no hubiese sido por ellos, yo no hubiera sobrevivido los cinco días, con sus noches, que pasé allí dentro. Esos cinco días dieron un vuelco a mi existencia. Y a la de ellos también. Cuando la autoridad pertinente vino a decirme que me podía ir, no puse un pie fuera sin esos tres. McMillan se unió después. Y eso no ha cambiado hasta hoy. Somos familia.
Pasar página sí, pero perdonar no. No sé por qué Prudence hizo lo que hizo. Ni lo quiero saber. Es ella la que tiene que vivir con ello, no yo. Ya no.
Margaret
Yo siempre creí. Quiero decir, siempre he sido una persona de iglesia, de vivir la iglesia. Solía ir todos los días a misa, ayudaba en la catequesis, asistía en la parroquia, ayudar al prójimo para ayudarme a mí misma y así honrar al Señor, era mi lema. Así que nadie se extrañó cuando anuncié que quería meterme monja, mis padres quizás, me pidieron que me lo pensara un poco, pero después entendieron que era lo que quería hacer, y respetaron mi decisión. Elegí una congregación de vida contemplativa, sin contacto con el exterior, pero que ayudaba a la comunidad, sobre todo con encargos gastronómicos, como bizcochos y tartas para celebracionesy labores de bordado o costura. Esto último era a lo que me dedicaba yo. Siempre me gustó bordar y coser, así que para mi no significaba trabajo, lo hacía con gusto y así también me sentía cerca del Señor. Durante un tiempo atendí el teléfono y el portón de guardia. Porque que llevásemos una vida contemplativa, no significa que no hablásemos por teléfono o no supiésemos qué era un Email (se ríe con tal dulzura, que nos hace reír a nosotros también) y por supuesto también recibíamos correo y paquetes con cosas que llegaba al portón, y entonces el cartero o el mensajero tocaba el timbre y ponía su carga dentro de un torno, y yo lo recogía (levanta una mano antes de que me de tiempo a preguntárselo, y sonríe apenas), sé lo que me va a preguntar, sí, ha habido ocasiones en que en lugar de una carta o un paquete, lo que encontrábamos era una criatura, eso es algo que siempre ha pasado en los conventos, afortunadamente no fueron muchos, en esas ocasiones llamábamos a la oficina del sheriff, y venían de inmediato a recogerles con los servicios sociales (se observa un instante las manos, y luego vuelve a nosotros, parpadeando lento), no era fácil decirles adiós. También había ocasiones, en que la que venía era una joven embarazada buscando ayuda, antes de tener que, más tarde, entregarlo en el torno, y en esos casos también teníamos teléfonos a los que llamar, siempre según el deseo de la madre (levanta un dedo, y frunce el ceño, para intentar dar más autoridad a sus palabras), porque era algo que para la superiora era muy importante…más tarde supe por qué, pero eso ahora no importa, el caso es que siempre les preguntábamos qué es lo que querían hacer con la criatura una vez llegase al mundo, porque la mayoría nos llegaban a punto de dar a luz, y para cada decisión, pues había un número de teléfono, no?, como en todo en esta vida (sonríe encogiéndose de hombros). En una de esas ocasiones en la que tenía guardia, muy avanzada la noche, sonó el timbre, y yo pensé que sería algo de lo que les he contado antes, pero al darle la vuelta al torno, no encontré nada, así que abrí la trampillita de la puerta, para ver quién podía ser. Era una chica muy joven, con un vestido de tul azul muy ostentoso bajo un abrigo corto gris, que me sonrió al darle las Buenas Noches y el AveMaríaPurísima. Esa era Prudence (de su rostro se aleja todo rastro de sonrisa, casi se endurece). La dejé pasar, y le hice la pregunta de rigor, a lo que me contestó que ella no estaba embarazada, que lo que quería era entrar de monja en el convento. Yo me quedé un poco perpleja, la verdad, las chicas que habían venido, siempre venían acompañadas de su familia, o venían solas, pero por el día, no en medio de la noche y con vestido de fiesta. Me dijo que había meditado mucho la decisión, y me rogó que no se lo comunicase a nadie, que nadie debía saber que estaba allí, que era su decisión y que nadie debía entrometerse, sólo el Señor (Carraspea, mira hacia algún sitio en la lejanía, su expresión es aún dura). Y yo la creí. Porque no tenía motivos para no creerla. Yo todavía creía en la buena voluntad de las personas. Resumiendo un poco, le di ropa de cama para que se cambiase el atuendo y a Prima, avisé a la superiora, en nuestra congregación no observábamos maitines ni laudes, nos reuníamos para Prima. La superiora no tuvo nada en contra, y así se quedó Prudence entre nosotras (se muerde los labios, y se observa las manos, luego respira hondo y vuelve a nosotros). Así como teníamos teléfono y un ordenador, también teníamos televisión. Pero no en un salón, como en las casas de familia. Teníamos una pequeña, en el obrador, junto a la radio. A algunas les gustaba escuchar la radio mientras hacían los encargos, otras en cambio preferían la televisión, pero siempre nos poníamos de acuerdo. Una familia nos había encargado pastitas de almendra para un bautizo, y esa es mi especialidad, así que el jueves siguiente…sé que era jueves porque vendrían a recogerlas el viernes por la mañana, y mi receta necesita tiempos de reposo entre medias, así que siempre las hago con tiempo suficiente, me puse a hacerlas. En fin. Yo pertenezco al equipo televisión, así que la encendí según entré en el obrador, porque iba a estar sola, las otras tenían otras ocupaciones. Estaba buscando los ingredientes, y tarareando kiries, cuando lo escuché “sigue la búsqueda desesperada de la joven socialité Prudence Potter-Doyle, la policía ha detenido a su novio Walker Thumberland-Lacombe, heredero de las dos dinastías con mayor peso económico y político del país, como presunto culpable de su desaparición durante la noche del sábado al domingo….” A mi se me cayeron todas las almendras al suelo. Y debió de subirme la tensión de repente, porque se me puso todo negro delante de los ojos y casi me caigo redonda. Como pude fui en busca de la superiora, y le dije lo que había pasado. Fue ella quien llamó por teléfono a la oficina del sheriff, y les dijo que Prudence se encontraba a salvo en nuestra Casa. Lo que pasó después fue muy perturbador para la paz a la que estábamos acostumbradas. Vinieron sus padres, a los que ella no quiso ver, la prensa se apostó delante de nuestra puerta, demasiada atención. Pero a Prudence no parecía importarle nada. Ella siguió haciendo la vida que le habíamos indicado que debía hacer, como si todo aquello no tuviese nada que ver con su persona (Se mira las manos , luego se muerde los labios, mira hacia algún lugar y vuelve a nosotros). Sólo en una ocasión, cuando estábamos a solas en el refectorio, preparando la mesa, me dijo que no entendía por qué habíamos llamado a la policía para aclarar que estaba con nosotras, que me había dicho explícitamente que no quería que lo supiese nadie, yo le contesté que en las noticias habían dicho que la policía la estaba buscando y que habían detenido a un chico inocente acusándole de su desaparición, que por supuesto había sido necesario avisar de su presencia, a lo que ella me respondió dando una airada media vuelta y abandonando el refectorio furiosa. Yo no supe qué hacer. Eso era nuevo para mi. No era algo que me hubiera pasado nunca con alguien. Se lo confié a la superiora, y me recomendó leer el libro de Hob (Nos mira y alza las cejas, luego observa sus manos, frunce el ceño, suspira y regresa a nosotros). Fue poco después cuando la familia Sullivan me rogó si podía bordar el velo de novia de su hija, y eso me llenó de ilusión, porque bordar es algo que da alegría a mi corazón, no sé cómo explicarlo. Era un velo antiguo, que pertenecía a la familia Sullivan desde hacía generaciones, la novia deseaba un bordado de hojas por el borde, y buscamos juntas motivos que pudieran pasar con el tejido y que se acomodase a su gusto. Encontró lo que buscaba en un catálogo antiguo de bordado, unas hojas de hiedra entrelazadas entre si. Una auténtica delicadeza. Dediqué los siguientes cuatro meses, dedicándome a esa labor, incluso adaptaron para mi un lugar con un lámpara especial y una mesa de bordado. Cuando estuvo listo, colgamos el velo de un soporte especial que había traído la familia Sullivan, y nos reunimos todas a admirarlo, incluso el diácono vino a verlo, y me felicitó, no me gusta ser vanidosa, pero realmente era una obra de arte. (Se mira las manos, se muerde los labios, arquea una ceja, vuelve a nosotros). Entonces apareció Prudence, portando la jarra con el chocolate que habían preparado para la merienda con el diácono y la familia Sullivan, que estaba a llegar. Se acercó a donde estaba el velo, hizo como que tropezaba y derramó la jarra sobre él (Mira hacia el techo, respira hondo). Yo me olvidé de mi, y me fui a por ella, la agarré de la toca, se la arraqué, le atenacé el pelo con las dos manos, y tiré, tiré y tiré, le di bofetadas, y más bofetadas, y golpes, y puñadas, y puntapiés, y la arrojé al suelo, y yo gritaba mientras, fuera de mi, varias hermanas trataron de hacerme parar, el diácono, el Señor Sullivan y su hijo, pero yo me había convertido en una furia desalmada, que sólo quería acabar con Prudence costase lo que costase. Cuando consiguieron apartarme entre seis, ella me miró y, aún con la cara ensangrentada, comenzó a reírse a carcajadas. Yo me desmallé.
La familia Sullivan consiguió lavar el velo, y que no quedase rastro de chocolate, la novia lució espléndida. Lo sé porque acudí a la boda, pero no como monja, si no como una mujer como las demás. Dejé los hábitos, porque fui incapaz de perdonar a Prudence. Volvería a hacerlo ahora mismo. La madre superiora pasó dos meses en un retiro espiritual en Luisiana, el diácono se fue a hacer una peregrinación a España, y a Prudence la relegaron a cuidar de las hermanas mayores. Según supe, el resto de las hermanas evitaba su presencia. Yo volví a casa de mis padres, y gracias a la familia Sullivan abrí una mercería donde además enseño a bordar y hacer patchwork (Nos mira sonriente y orgullosa, haciendo como que cose). Allí conocí a Leander, que es viajante de hilos y también le encanta bordar, y tenemos dos hijas (Nos mira y sonríe con ternura).
Años después de aquello me decidí a ir a visitar a la familia Thumberland- Lacombe, sentía la necesidad de explicarles lo que había pasado. La Señora Thumberland-Lacombe, CarolAnn, que no Caroline, que la gente se confunde (se rie), nos recibió con mucho gusto, lamentablemente su marido para entonces ya había fallecido, y cuando le conté todo, me confió que exactamente eso es lo que ella llevaba años queriendo hacer con Prudence, y que nunca se había atrevido a confesárselo a nadie. Esa imperiosa necesidad de dar tirones de pelo. No sé. Nos entendimos a la perfección. Y mantenemos un trato cercano y de amistad. Esas cosas unen (Sonríe y entrelaza los dedos con fuerza, como para dar ejemplo de sus palabras). Ahora estoy trabajando en un edredón de cuna para su próximo nieto.
Según he sabido, la diócesis decidió que el edificio del convento necesitaba una reforma integral, así que las hermanas que todavía continuaban allí, fueron trasladadas a Canadá a otro convento, más moderno. Parece que Prudence no estuvo de acuerdo, y dejó la congregación. Al parecer ha recuperado para si el fondo que sus padres una vez habían planeado para ella, y que engordaba en algún banco, y hace su vida como si nada, no en Nueva York, no me han sabido decir dónde. Pero yo no quiero saberlo. Prefiero pensar que Prudence no existe. Me da paz mental.