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Alquimista de Historias

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AGUA

12 miércoles Sep 2018

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Finn me despierta. Ya está despierto. Mamá no está. Hoy no vamos a la guardería. Finn llama a mamá. Mamá. Mamá está arriba con Jaime. Jaime tiene que ir al cole. Hoy no vamos a la guardería. Jaime no quiere ir al cole. Nosotros también vamos a ir al cole. Pero no hoy. Hoy no. Hoy no hay guardería. Cacao. Quiero cacao. Finn no quiere cacao. Ketchup. Finn quiere ketchup. Jaime. Jaime no me deja sitio en el sofá. Mamá. Jaime tiene que ir al cole. Hoy no tenemos guardería. Cacao. Finn quiere cacao. Jaime me empuja. Mancha. Mamá. Finn quiere ver los caracoles. Jaime no tiene sandalia. Mamá busca la sandalia. Finn quiere ver los caracoles. Jaime se va al cole. Nosotros también vamos a ir al cole. Pero hoy no. Hoy no. Hoy vamos a jugar al agua. Finn quiere ir a la piscina. Hoy no. Hoy está cerrada. Finn quiere ir a la piscina. Hoy está cerrada. La piscina está cerrada. Yo sé lo que es cerrada. No está abierta. Está cerrada. La habitación de papá estaba cerrada. Quiero pan. Mamá me da pan con mantequilla. Azúcar. Quiero azúcar. Los caracoles se paran. Finn quiere ver los caracoles. Pan con mantequilla y azúcar. Mamá toma café. Finn quiere café. Café en el plato. Hoy vamos al agua. Vamos en el bus. Mamá no tiene coche. Laurenz tiene coche. Timo tiene coche. La mamá de Sara tiene dos coches. El papá de Hassan tiene una moto. Mamá no tiene coche. Finn quiere ir en coche. Vamos a ir en bus. Finn quiere ir en coche. Caca. Mamá. No quiero el pantalón de flores. Quiero el pantalón azul. Finn quiere el pantalón de flores. Mi camiseta es roja. No tiene muñecos. La camiseta de Finn tiene coches. Muchos coches. Vamos a ir en bus. Finn no está. Mamá corre. Mamá. De la mano. Finn quiere correr. Vamos en el bus rojo. Quiero ir en la ventanilla. Finn quiere ir en la ventanilla. Quiero ir en la ventanilla. Mamá dice que el cristal es grande. El cristal es grande. Finn dibuja en el cristal con la lengua. Mamá dice que no. No. En el río hay patos. Los patos hacen cuaccuac. Finn me llama baby. Yo no soy un baby. Mamá. Yo quiero pulsar la parada. Finn quiere pulsar la parada. Los dos. Los dos podemos. De la mano. Finn quiere correr. Mamá dice que podemos correr cuando lleguemos a la hierba. Finn corre más rápido que yo. Mamá no corre. Mamá. Finn se desnuda. Mamá me pone el bañador. Finn quiere también bañador. Finn dice que aquí vinimos con papá. Aquí vinimos con papá. Ahora estamos con mamá. Finn quiere que venga papá. Mamá le da un beso. Me da un beso. Finn ya no está triste. Vamos a las piedras con agua. El agua está fría. Mamá ríe. Finn y yo jugamos en el agua. Agua.

Nunca Jamás

10 lunes Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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– La vas a buscar tú.

– Yo? Ya fui anteayer a recoger a aquellos que se perdieron en las montañas,dirás tú que no, pero casi me muero de frío.

– Eso es imposible, y tú lo sabes. Tú la vas a buscar. Punto.

– A dónde?

– A este hotel, verás a más, pero ella es la tuya.

– La mía, suena hasta romántico y todo…

– Céntrate, ya sabes el protocolo.

– A veces suenas como mi antiguo jefe.

-Es que lo soy.

-Tu humor se quedó en el otro lado entonces, no?

-Y nada de excursiones, que te conozco…

Amanece entre la niebla. Las calles circundantes al hotel están cortadas por bomberos, policía y ambulancias, equipos de televisión se arremolinan entre ellos en busca de la imagen del día, curiosos se agolpan tras el cerco de seguridad.

Él accede al edificio sin tener que dar explicaciones, se cruza con tres bomberos con máscaras, dos de ellos portan una camilla, el tercero sostiene una mascarilla sobre la boca de la persona tendida en ella, un hombre en pijama. Se lo encuentra otra vez, un tanto confuso, junto a los ascensores. Mirándose las manos. Se pregunta por qué todos se miran las manos en ese momento, y no los pies, o los brazos. Su colega se retrasa unos segundos, sale del ascensor. Le saluda con un guiño, y dedica su mejor sonrisa al hombre del pijama. Decide subir en ascensor. No le gusta teletransportarse. Siempre se confunde de localización. En eso es más tradicional, a pie a todos lados. A veces salta de azotea en azotea, pero sólo cuando sabe que va a llegar tarde.

Los pasillos del quinto piso están atestados de bomberos, equipos médicos que intentan reanimar a gente, y colegas que esperan pacientemente. Algunos charlan entre ellos, otros se entretienen ganando tiempo y le hablan ya al oído a la persona que ha acompañarles y que el médico intenta retener. Una colega le indica con un gesto la habitación 507, ha coincidido con ella más veces, suele ocuparse de los niños. No ve ninguno cerca. Evita preguntar y entra en la habitación. No traspasa la puerta. La abre. Digan lo que digan, detesta los crujidos de la madera en él cuando lo hace. Si pudiera sentir algún dolor, seguro que le acarrearía dolor de estómago.

La chica aún cree que duerme. Las maletas ya están hechas junto a la puerta, su bolso encima de la cómoda, la ropa del día preparada en el galán de noche. Es joven, el pelo trigueño se esparce sobre la almohada, sus manos descansan en la colcha. Se sienta en la butaca junto a la cama. Prefiere que crean que se despiertan por ellos mismos y no asustarles más de lo necesario. Se despierta lentamente, abriendo los ojos con dificultad. Se incorpora en la cama y le descubre, no se asusta, le mira en silencio clavando en él su mirada azul.

– Qué ha pasado?- Se lo pregunta sin ataque de pánico, o gritos, el ya ha vivido unos cuantos despertares de ese tipo. Le sonríe tranquilo.

– He venido a buscarte – Otros se entretienen en explicaciones sucintas y detalles escabrosos. Él siempre dice la misma frase. Siempre había sido conciso.

– No entiendo – Él se incorpora y le tiende la mano, ella se la coge y sale de la cama sin apartar los ojos de él.

– Te llamas Manuela, verdad?- Ella asiente y mira a su alrededor aturdida- verás Manuela, vas a venir conmigo, no tengas miedo, confías en mi?- Manuela mira fugazmente hacia la cama, donde ella continúa durmiendo, y por un instante se sobrecoge. Él le coge las manos, y ella le mira otra vez, ahora con miedo- No te voy a dejar sola,Manuela, nos vamos a ir juntos de aquí. No tienes que preocuparte de nada más.- Manuela asiente lentamente y aferra sus manos a las de él.

– A dónde vamos?- Él abre la puerta, y vuelve a sonreír.

-Al País de Nunca Jamás – Siempre le había gustado Peter Pan, y ellos solían entender a dónde se refería sin tener que entrar en grandes detalles. Manuela abrió mucho los ojos.

-Y cómo vamos a llegar?- Preguntó incrédula, su tono casi infantil le arrancó la risa, no se la solía permitir en esa fase. Pero no pudo evitarlo.

-Tú no tienes que preocuparte de nada más – Y avanza con ella por el pasillo, dejando atrás a los médicos, los bomberos y los policías. Sus colegas ya se han ido.

De la mano, se pierden en la niebla.

Y no hay nada más de qué preocuparse.

Nothing compares to you…

09 domingo Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Nils necesita ayuda. Y me llama a mí. Porque yo conozco a mucha gente. Se ha decidido a buscar a una persona que les haga las cosas en casa. Si sé de alguien. Conozco a una persona que estaría dispuesta. La mujer de Nils está loca. No es una cuestión de carácter. Es una cuestión psiquiátrica. A veces está fuera temporadas. Ahora está aquí. Llamo a Esmeralda. Es peruana. La conocí en el autobús. Es bajita y lleva siempre el pelo en una trenza. Nils habla alemán, inglés y francés. Yo hablo los mismos idiomas. Y también español. Me ofrezco de intérprete. Nils nos recibe un martes por la tarde, nieva ya todo el día y le encontramos sacando nieve a paladas de delante de su puerta. -15.

Esmeralda lleva un plumas azul hasta los tobillos y un gorro de lana de colores con pompones rojos. Yo llevo el pasamontañas de forro polar que se le olvidó a mi suegro. Dejamos las botas bajo el tejadillo.Dentro de la casa hace mucho calor. Nos sacamos los gorros. Y los guantes. Nils aparta un carrito de bebé de juguete, tres osos polares de peluche tamaño gigante, una brazada de bastones de Nordic Walking, dos cajas con botellas de leche vacías, una bolsa de deporte y dos cantimploras, para poder pasar hacia la cocina.

La cocina es amplia y todas las superficies posibles están cubiertas de cosas. No necesariamente propias de una cocina. El suelo está tamizado de bolitas de poliestireno blancas. Nils explica que por la mañana se había roto un saco de la risa. Esmeralda no se inmuta. Yo tampoco. Aparta un encerado con patas y dos unicornios alados. Accedemos al salón. Abierto a una galería, está inundado de la luz blanca que regala la nieve. Montañas informes de ropa ocupan los dos sofás y el sillón. Libros, revistas, un tren eléctrico, uno de madera, la casa de Barbie, incontables Barbies, dos Ken, dos balones de baloncesto, platos sucios, cubiertos, yogures empezados y sin empezar, cds, dvds, vinilos, palmeras en tiestos, mantas, una bicicleta, una tabla de plancha, tres planchas, libros de texto de segundo de básica, libros, dos gatos nos observan desde lo alto de un aparador a rebosar de porcelana, una televisión de plasma en la que una mano infantil ha dejado su huella con algún tipo de salsa y todo cubierto por un manto multicolor de confeti. Nils se pasa la mano por el pelo y sonríe. Lo único bonito en ese escenario. Yo también sonrío. Esmeralda ladea la cabeza. No sé si sonríe. Nos explica que con la cátedra, los doctorandos,las tres niñas y los dos gatos, no tiene tiempo para poner las cosas en su sitio. Le traduzco a Esmeralda. Asiente. Nils cree que son necesarias seis horas a la semana. Repartidas. Se entiende. Todos asentimos. Le da libertad para hacer lo que crea conveniente. Le traduzco. Esmeralda me mira incrédula. Yo carraspeo. Un gato salta del aparador. Nils recoge una tostada con mermelada de encima del tocadiscos.

Una voz dulce. Como de cuento. Nos saca de nuestras cavilaciones. Lea entra en el salón. Lleva un vaporoso vestido-túnica de flores, el pelo rubio largo recogido en dos hebillas en forma de mariposa, los pies descalzos, una tetera en la mano, su mirada azul nos acaricia. Sonríe. Parece recortada de una lámina de “La Primavera”. Nils se aprieta el puente de la nariz. Carraspea. Le presenta a Esmeralda. Esmeralda asiente con la cabeza. Hola. Le explica. Lea parece recordar algo. Sonríe. Nos deja. Esmeralda dice que seis horas llegan. Se lo digo a Nils. De repente parece muy cansado. Acuerdan días y horas. Nos acompaña a la puerta. Gorros y guantes. En algún lugar de la casa se rompe algo de cristal. Nils cierra los ojos. Susurra algo que no entiendo. Nos vamos.

Esmeralda me dice que a su hija también le gustan los unicornios.

Opal

08 sábado Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Y entonces llegas a unas oficinas impecables, con moqueta oscura y muebles de diseño. Hay hombres con gafas de pasta y camisas a cuadritos azules, y secretarias con moños al desdén y uñas carmín.

Te sientas en uno de los sillones a esperar. Y es incómodo. Pero carísimo. Justo al lado, sobre lo que parece un banquito de madera hecho a mano por alguien que necesitaba urgentemente una mesita estando en lo profundo del bosque, encuentras revistas que nunca comprarías, como pasa en las consultas médicas, ya que no te interesa en absoluto lo que han podido diseñar dos húngaros para beber agua más rápido.

Y llegan los otros. Queriendo ser interesantes. Se sientan dispersos, juegan con el móvil, uno hojea una revista, la vuelve a dejar sobre el banquito. Por alguna razón, que se te escapa, te llaman a ti de primera. Y todos te miran, preguntándose lo mismo que tú.

La chica es rubia, y lleva el pelo en una cola de caballo casi deshecha, con un vestido sedoso holgado y beis, pero no es la novia en ninguna boda. Entonces caes en la cuenta de que llevas las sandalias equivocadas. Ya es demasiado tarde para solventarlo.

La sala de reuniones es amplia y bien iluminada, te parece entrar en una nueva dimensión, ya que el aire acondicionado funciona mejor que en la sala de los banquitos de madera. Y la novia en beis sonríe, y hojea con las puntas de sus dedos de manicura opal, y te pregunta cosas que puede leer ella misma. Y te explica cual sería tu cometido. Y vuelve a sonreír, y tu no sabes qué se supone que tienes que decir justo en ese momento. Contestas “si, claro”. Y ella vuelve a sonreír.

Qué te ha llevado a ponerte en contacto con ellos, te pregunta, y alcanzas a responder que buscas trabajo y que encontraste su anuncio en algún lugar. Finges interés, en realidad no te acuerdas en concreto qué ponía el anuncio. Y ella sigue hojeando y te sonríe. Carraspea levemente, te mira alzando las cejas, y te parece estar en uno de esos concursos donde en ese momento vas a ganar el coche. Y se dirige a ti, por tu nombre,y te asegura que te llamará en las próximas semanas. Y vuelve a sonreír. Y se levanta .Y tu también te levantas. No sabes qué hacer con el bolso. Te ofrece la mano. Adiós.

Y abandonas las sala de otra dimensión, y cruzas la sala de banquitos de madera y sillones caros pero incómodos, ahora desierta. Te despides de la secretaria, que alza la mano sin mirarte. Y bajas en un ascensor sin música, que te va diciendo los pisos que vas dejando sobre ti.

Y sigue haciendo calor. No tienes ni idea de qué hacer en esa ciudad tan temprano.

Perderte. Y te pierdes.

Al fin y al cabo. Ya lo estabas.

 

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