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Alquimista de Historias

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Archivos mensuales: julio 2019

El Intervalo.

28 domingo Jul 2019

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Renate Wieland alzó la vista para tratar de ver el fin del rascacielos al que se disponía a entrar, pero el edificio se perdía en las nubes grises que cubrían aquella mañana la ciudad. Se colocó bien el bolso en el hombro, respiró hondo,y, procurando hacerlo con el pie derecho, se introdujo a la primera oportunidad en uno de los habitáculos de las puertas giratorias que daban acceso.

Era su primer día de trabajo. Hacía una semana que le habían confirmado que el puesto era suyo, y dos días después le enviaron el contrato para firmar, que ella había reenviado después por correo certificado urgente. La TRAX-Corporation era la mayor empresa de servicios del mundo. Éstos abarcaban desde enroscar bombillas a cortar la hierba de campos de fútbol, pasando por suministro de prensa, colocación de vallas publicitarias, pegado de carteles, izado y bajada de banderas y banderolas oficiales y publicitarias, limpieza y reposición de cristales de cualquier tamaño y a cualquier altura, entrenamiento de aves rapaces, barrido de carreteras en zonas desérticas, suministro de líquidos en grandes concentraciones de gente, recuento de islas desiertas, posicionamientos de kilómetros O, limpieza de telones de cine, medida de anchura de valles y alturas de colinas, limpieza de montañas en época estival, localización de galeones, reparación de líneas telefónicas submarinas, localización de personas perdidas en laberintos y maizales, suministro de materiales de oficina para zurdos, elección de música para ascensores y esperas en línea, listado de avistamientos de Ovnis y catalogación de tipos y tamaños de globos aerostáticos. Entre otras muchas cosas. Se decía que muchas de las firmas de tratados a lo largo de la historia habían sido gracias a la TRAX-Corporation, no por ser una de las partes, ya que, si de algo no se ocupaba era de asuntos políticos, sino por haber suministrado las plumas, el papel y la tinta que los habían hecho posibles.

Renate trabajaría en el departamento de Empadronamientos Corporativos. TRAX-Corporation, para su buen hacer, necesitaba a miles de trabajadores que viajaban por todo el mundo y permanecían el tiempo que fuese necesario en el lugar en el que se encontrase su misión. La empresa les proporcionaba allí vivienda, y se hacía cargo de todos los gastos, además de los trámites burocráticos subsiguientes. Él o ella sólo tenía que concentrarse en su trabajo. Renate había trabajado antes como contable en una gestoría, que había cerrado tras la muerte de su jefe. Se había decidido por este trabajo, ya que no distaba mucho del que acostumbraba a hacer, además le quedaba a tres paradas de metro de su casa. Para ir al trabajo anterior había tenido que tomar un cercanías y un autobús. Ahora podría dormir un poco más por las mañanas.

-Buenos Días, Renate. Bienvenida a Trax.- Walter Hudgens era un hombre alto y delgado, casi flaco, tenía el pelo cano peinado hacia atrás y era portador de una gafas de pasta amarillas, cuyos cristales agrandaban sus ojos azules, llevaba un traje de lana fina azul con camisa blanca, pero sin corbata, y mocasines. La recibió ofreciéndole la mano y la mejor de sus sonrisas, invitándola a que le siguiera a lo largo de un pasillo que se adentraba en las oficinas.- Aquí todos nos tratamos de “Tú”, yo soy Walter y tú eres Renate, eso hace la comunicación más fácil y evita encorsetamientos absurdos…como verás nuestras oficinas son abiertas, apenas hay muros, lo que concuerda con nuestra filosofía de entendimiento y diálogo, todos nuestros asuntos están relacionados, directa o indirectamente, y los departamentos no tienen una frontera física…ocupamos tres plantas comunicadas por ascensores y escaleras, somos una empresa que anima a sus empleados a practicar deporte…y qué mejor deporte que subir y bajar escaleras…no?..en fin….yo estoy en todas partes y en ninguna…puedes preguntarme lo que quieras y cuando quieras, te ayudaré encantado….de todo lo demás te irá informando Grace, Grace Deville, ella es la encargada de explicarte nuestro sistema y cómo funciona…al principio es un poco lío, pero después es siempre igual….- Se lo explicaba mientras avanzaban sin detenerse por amplias estancias repletas de mesas de diferentes tamaños a las que estaban sentados hombres y mujeres trabajando ante un ordenador, muchos de ellos sobre pelotas ergonómicas, atravesaron también estancias de sillones y cojines de suelo, y pasaron ante varias “peceras” en el interior de las cuales lo que parecían técnicos con batas blancas y gafas de seguridad hacían pruebas con algo que Renate no pudo distinguir- Nuestros horarios también son flexibles, lo importante es que al final del día todo quede “atado y bien atado”,que decía mi tía, no?… Grace, Grace…dónde se mete esta chica?…..en Empadronamientos Corporativos sois…bueno…eres tú…en realidad…hasta hace un mes era el puesto de Edgar, Edgar Ripoll, pero se jubiló, merecidamente, y ahora…bueno…pues estás tú, no?…- Mientras hablaba, Walter Hudgens gesticulaba con las manos a derecha e izquierda y le dirigía miradas fugaces, sin perder la sonrisa, que Renate secundaba, tratando de seguirle el paso y no perderse en el entramado de salas y pasillos- Grace!- Exlamó entonces, alzando los brazos al aire en señal de alivio, al ver a la persona que había estado buscando, una mujer de mediana edad, con el pelo rojo recogido en un moño italiano, enfundada en un vestido de piqué verde y encaramada a unos zapatos de tacón del mismo color, que en ese momento entregaba unos papeles a otra compañera.

-Walter!- Respondió la mujer, imitando a Hudgens en el gesto, y ambos rieron, Renate se limitó a sonreír, Grace le ofreció enseguida su manicurada mano en lila.

-Hola, yo soy Grace, tú eres Renate, supongo..- Se presentó, parpadeando muy rápido, Renate se fijó en sus largas pestañas y en el pulcro rimmel, y pensó en cuánto tiempo hacía que no se maquillaba, pero no le dio tiempo a calcularlo- Ven, que te muestro tu “Centro de Operaciones”, porque eso es lo que eres, querida……- Walter se despidió de ellas entonces hasta más tarde y se perdió por uno de los pasillos, mientras ellas se alejaron en dirección contraria- Al principio todo es un poco lío…pero después todo es igual….

-Tú…en qué departamento estás?- Se atrevió Renate, Grace alzó las cejas y sonrió con sus perfilados labios carmín.

-Yo soy “Manifestaciones, Protestas, Levantamientos y Quejas”….créeme, no es tanto como pinta- E hizo un gesto desvaido con la mano, Renate asintió dándole la razón, sin saber muy bien a qué.

Durantes las siguientes semanas Grace introdujo a Renate en todos los procedimientos relativos al departamento Empadronamientos Corporativos. Bajas, altas, cambios de ciudad, cambios de país, cambios de continente, cambios en la misma ciudad, país o continente, solteros, casados, viudos, divorciados, separados, conviviendo de Hecho, con hijos, sin hijos, en procesos de adopción, con niños en régimenes de acogida, en colegio público, privado, concertado, Walldorfschule, Internado, o, en caso de territorios remotos insulares, escolarizaciones on-line y tipos de alquileres, que constituían un apéndice aparte.

Renate aprendió a crear su própia rutina, en la que pronto se encontró cómoda. Fue entonces cuando apareció Fritz Müller. A las diez de la mañana de un martes. Lo martes los dedicaba a las bajas en empadronamientos nacionales. El dossier virtual de Fritz Müller le apareció cuando trató de darle de baja. Intentó hacerlo de la forma que normalmente lo hacía, pero el sistema no se lo permitió. Fue probando todos los procesos que, según le había explicado Grace, solucionaban tales incidencias. Pero ninguno funcionó. Fritz Müller volvía a aparecer en el lateral izquierdo de la pantalla, como una visita que se resistiera a marcharse, impidiéndole continuar con el trabajo.

Imprimió el dossier y buscó a Grace, para preguntarle qué se hacía en esos casos. Pero Grace, sentada a su mesa, con unos voluminosos auriculares cubriéndole los oídos, le indicó con gestos que volviese más tarde, ya que se encontraba en medio de una reunión a tres bandas. Renate hojeó el dossier, corto, sin foto, ni datos sobresalientes; primero pensó en dejarlo en la carpeta de “casos pendientes” y dedicarse a otra cosa, pero descartó la idea, ya que el sistema no se lo permitiría. Fritz Müller tenía prioridad.

Encontró a Walter en una de las peceras más grandes, en la que se había instalado un tanque transparente de agua de considerables dimensiones, en el interior del cual había tres objetos que a Renate le parecieron canoas, en diferentes estadios de hundimiento. Walter, con bata blanca y gafas protectoras de seguridad sobre sus gafas, anotaba algo en una carpeta que tenía en las manos. Sonrió al verla.

-Hola Renate, qué sorpresa más agradable..- Saludó mirándola por encima de ambas gafas, Renate le devolvió la sonrisa, y no pudo evitar fijarse de nuevo en el tanque de agua.

-Hola Walter…qué es eso?- Preguntó señalando el enorme container de cristal y metal, en el que ahora se habían sumergido varios submarinistas totalmente equipados, bombonas de oxigeno incluidas. Walter levantó las cejas.

-Cayucos..

-Cayucos?

-Cayucos que se hunden sin razón aparente. Para los ciudadanos de las islas 3427, 3428 y 3429 son como coches, su medio de transporte habitual….y los nuevos cayucos se hunden, que viene a ser equivalente a un accidente de tráfico, pero en el agua…estamos buscando la causa…

-Son más pesados…quizás?- Se aventuró a conjeturar Renate, Walter suspiró.

-Sólo diez gramos más…José María, nuestro experto en Profundidades y Abismos, apunta que la posible causa sea que los habitantes ahora pesan más…pero no podemos descartar otras opciones…- Explicó mientras movía sus manos desvaidamente, como solía hacer siempre que explicaba algo, luego volvió a mirarla por encima de las gafas- Y a ti?, qué que te trae por aquí?

-Fritz Müller- Contestó Renate mostrándole el dossier.

-Qué le ocurre?

-No consigo darle de baja, vuelve a aparecer una y otra vez..- Walter parpadeó varias veces y alzó las cejas.

-Sáltalo, es un Intervalo, puede pasar…

-Saltarlo? Cómo?…

-Tres veces Enter, Arlt- I Mayúscula…lo saltas y ya está, no pasa nada-Explicó Walter haciendo con sus dedos los mismos movimientos que éstos harían sobre el teclado. Renate asintió con la cabeza y volvió a mirar hacia el tanque donde ahora dos hombres y dos mujeres en traje de baño se subían a los cayucos. Sólo dos de los cayucos se hundieron. El tercero aguantó el peso. Walter se ajustó las gafas y guiñó los ojos brevemente, para después anotar algo en su carpeta.

-No lo entiendo…- Susurró para si, Renate alzó las cejas.

-Muchas gracias Walter…ánimo..- Se despidió, Walter le sonrió como respuesta y después se alejó hacia un panel de botones.

De vuelta en su mesa, Renate releyó el dossier Müller y clickó la ventanita que siempre le aparecía en la pantalla. Fritz Müller, Boulevard de los Girasoles 12.

Esa misma tarde, al salir de la oficina, decidió ir a rendirle una visita al tal Müller. Dio los datos en el buscador de su móvil, para saber cómo llegar, y éste sólo le dio una posibilidad. El autobús 142b. El empleado de la Compañía de Tranvías la miró descreído cuando ella le preguntó por la parada del autobús. Le aclaró que no era una línea muy concurrida, ya que, según él, la gente de esa zona solía moverse en bicicleta, y le tendió un papel escrito a mano con la señas de la parada. Renate se limitó a asentir, mientras echaba cuenta del tiempo que no andaba en bicicleta.

Al autobús 142b se subieron aquella tarde dos personas. El conductor y Renate, quien optó por sentarse detrás de él, por miedo a pasarse de parada.

-No temas, es la última…- Le aclaró el hombre, sonriente, cuando ella le dijo su destino, lo que no hizo más que confirmarle que quizás aquella idea suya no había sido muy buena.

Pronto abandonaron el jaleo del tráfico de hora punta del centro de la ciudad, y se adentraron por una zona verde residencial, de casas individuales, con jardines cuidados, parques y plazas. No se cruzaron con ningún otro vehículo, ni en su dirección ni en la contraria, pero sí con mucha gente en bicicleta, tal como le había dicho el empleado de Tranvías.

El autobús alcanzó la última parada media hora después de que hubiesen salido del centro. Una pequeña explanada en forma de rotonda con una isla en el centro de la circunferencia, adornada con siemprevivas de muchos colores, y una marquesina de madera azul con bancos, alrededor de una mesa, en un lateral.

-Pues aquí sería..el Boulevard de los Girasoles- Presentó el conductor cuando ambos abandonaron el autobús, haciendo un gesto amplio con su brazo izquierdo hacia una calle que se abría desde la rotonda, Renate sonrió y respiró hondo, como el que se prepara para emprender una aventura.

-Muchas gracias, Arnold, cada cuánto pasa este autobús? Por la vuelta digo…

-Una vez cada dos horas…pero te puedo esperar, después ya acabo mi turno..

-De verdad? Te lo agradezco de verdad, intentaré ser breve..

-No tengas prisa, tengo todo un periódico para leer- Y le mostró un grueso diario semanal que tenía en la mano.

Renate dejó a Arnold sentado bajo la marquesina, leyendo su periódico, y se adentró en el Boulevard. No era una calle muy ancha, al igual que las aceras. Avanzó despacio, pasando ante casas individuales de tejados a dos aguas, de dos plantas y buhardilla, con jardines delanteros bordeados de vallas de madera de distintos colores, en los que niños jugaban, adultos estaban sentados charlando o leyendo, colgando ropa o arreglando enormes matas de la planta que daba nombre al boulevard y que estaba presente en más o menos cantidad en todos los jardines. El número 12 se encontraba hacia el medio de la calle, era una casa ancha, como las demás con un tejado a dos aguas y tres plantas, la última de las cuales era una buhardilla.

El jardín estaba primorosamente cuidado, los girasoles se extendían en una ancha franja a lo largo de la valla que circundaba el terreno, presidido en uno de sus laterales por un frondoso manzano, bajo el que había una mesa y sillas. Un sendero de baldosas de piedra llevaba hasta las escaleras que daban acceso a un porche cubierto, en el que estaba sentada una chica ante un torno de alfarero que giraba al ritmo que ella le daba con los pies, al tiempo que daba forma a la húmeda arcilla con sus embadurnadas y expertas manos.

-Buenos Días, disculpa que te moleste…- Se presentó Renate sin atreverse a subir la escalera del porche, la chica levantó la vista de la arcilla y sonrió, tenía el pelo negro muy rizo, sujeto en un moño alto con una pañoleta, la piel pecosa y unos enormes ojos azules con largas pestañas con las que parpadeó varias veces al descubrirla.

-Hola, buscas a alguien?- Preguntó sin perder la sonrisa, mientras mantenía las manos mojadas e impregnadas de arcilla en el aire.

-Sí, busco a Fritz Müller, vive aquí?- Quiso saber Renate, la chica volvió a parpadear de nuevo varias veces y levantó las cejas.

-Fritz Müller?…pues…no…pero lo mejor es que hables con Tamo, él te sabrá decir..- E incorporándose, se secó las manos en una toalla- Ven, te llevaré con él- Dijo, y le indicó con un gesto que la siguiese al interior de la casa- Yo vivo en el piso bajo con mi madre y mi hija, en el medio Finn, el hijo de Tamo, con su familia, y Tamo en la buhardilla..- Le explicó mientras la guiaba por la escalera de madera, cuyas paredes estaban decoradas con fotos enmarcadas, antiguas y más recientes, en marcos multicolor. Cuando llegaron al tercer piso, la chica llamó a la puerta con los nudillos, una voz de hombre le dio paso desde el interior.

-Hola Tamo, esta chica pregunta por Fritz Müller…- Explicó la chica nada más abrir la puerta y traspasar el umbral. Un hombre de pelo blanco corto, vestido con vaqueros y camisa floreada de manga corta, se acercó a ellas a paso ágil, ofreciéndole a Renate la mano.

-Fritz Müller?….Buenos Días, yo soy Tamo Landau- Se presentó el hombre, señalándole amablemente que entrase en la vivienda- Muchas gracias, Eliora,ya me ocupo yo- La chica sonrió, y se fue, cerrando la puerta de la vivienda tras si. Renate se encontró en un salón con el techo de madera abuhardillado, una mesa con sillas del mismo material junto a una ventana en mansarda y dos sofas enfrentados , las paredes estaban cubiertas por estanterías bajas de libros, y el suelo protegido por alfombras de nudo de colores. – Siéntate dónde quieras, quieres un café?…me iba a preparar uno..- Ofreció Tamo, Renate aceptó el ofrecimiento y buscó sentarse a la mesa junto a la ventana. Tamo desapareció a través de una puerta que comunicaba con el salón. Le escuchó trastear y apareció enseguida con dos tazas de café que situó sobre la mesa, donde ya había una jarrita de leche y azúcar. Tamo se sentó frente a ella y suspiró.

-Bueno..dime, en qué te puedo ayudar?- Preguntó al fin, mientras cogía su taza de café entre las manos y lo revolvía despacio con la cucharilla, Renate añadió un poco de leche al suyo, y después le explicó el motivo de su visita.

Tamo asintió con la cabeza y miró hacia el exterior un instante, luego tomó un trago de café y volvió a ella.- Tienes tiempo?- Renate le miró y contestó afirmativamente, mientras se llevaba la taza a la boca, Tamo dejó la taza sobre la mesa y se sentó mejor en la silla.- Fritz Müller vivió en esta casa hace mucho tiempo, tanto, que, para hacerte una idea, yo era un niño de pantalones cortos.- Renate levantó las cejas, pero continuó en silencio, permitiéndole continuar con su relato.- Eran tiempos muy difíciles, mi madre y yo vinimos a dar aquí después de mucho caminar desde muy lejos, y no teníamos casa. Fritz vivía solo y nos ofreció una de las viviendas vacías, la del medio, él habitaba esta buhardilla donde nos encontramos, después llegó la Sra Ditsch, la abuela de Eliora, la chica que te trajo a mí, con su hija, y ocupó la vivienda del bajo. Fritz viajaba mucho, y cuando volvía siempre nos traía regalos, era un hombre muy alegre, nos hacía juegos de magia y organizaba partidos de fútbol entre todos los niños de la calle. Un día se fue a uno de sus viajes, y no regresó nunca más. Al principio, pensamos que que era un retraso como cualquier otro, y no le dimos importancia. Pero al paso de los meses, nos dimos cuenta de que no iba a volver. La casa estaba a su nombre, así como todos los gastos. Mi madre y la Sra. Ditsch decidieron quedarse aquí hasta que viniera alguien a reclamarla. Ese momento ha llegado, Renate, tú eres esa persona- Se lo explicó con calma y sin dramatismos, como el que cuenta un cuento. Renate, dejó lentamente la taza de café, a la que había estado aferrada durante todo su relato, sobre la mesa, y, por un momento, no supo qué decir, después cogió aire y suspiró.

-Entonces….qué hacemos?- Preguntó, rindiéndose a la evidencia de su ignorancia ante la situación. Tamo se encogió de hombros y dibujó un gesto de duda en su rostro, reflejo del de ella.

-No lo sé, Renate. Tu haz lo que tengas que hacer, y nosotros respetaremos tu decisión.

Lorelei Gundel no sabía caminar lento. Recorría los pasillos de la oficina a paso ligero, y siempre daba la impresión de que tenía prisa por llegar a algún lado, extremo que nunca se daba. Excepto en esta ocasión. Hoy Lorelei tenía prisa por encontrar a Renate Wieland. Lorelei Gundel trabajaba en el Departamento de Luces y Sombras. La encontró haciendo unas fotocopias cerca de su mesa de trabajo.

-Qué bien que te encuentro tan rápido…tengo un problema y sólo me lo puedes solucionar tú…creo…

-Es lo del apagón?

-No, ahora ya hemos conseguido que Otawa tenga luz otra vez, pero entonces se apaga Buenos Aires…en fin…esto es otra cosa…- Le explicó, al tiempo que buscaba algo en unos papeles que llevaba en la mano.- Fritz Müller..- Indicó señalándole algo en uno de los documentos, Renate asintió con la cabeza.

-Qué le ocurre?

-Tengo que darle de baja en “Luces”, porque me salió una ventanita desde ninguna parte que me lo avisó…y lo he intentado, pero no es posible…y no para de salir la ventanita…y antes de causar otro apagón en alguna parte…pues me dije, Lorelei, pregúntale Renate, que seguro que sabe….y tú sabes? No?- Y la miró depositando en ella todas sus esperanzas, como el que se pierde en un bosque, y encuentra a un excursionista con brújula. Renate sonrió y leyó los papeles brevemente.

-Tienes que saltarlo, es un Intervalo…

-Intervalo? Y cómo se salta un intervalo…quiero decir…

-Tres veces Enter, Arlt- I Mayúscula…lo saltas y ya está, no pasa nada..

-Seguro? Nada?

-Nada, tú hazme caso- Y le acarició un hombro, dedicándole la más bonita de sus sonrisas, Lorelei suspiró.

-Gracias, Renate…qué haríamos sin ti…- Y tras suspirar de nuevo, se alejó a paso ligero, como si tuviera prisa por llegar a alguna parte. Extremo que volvía a no darse.

Renate recogió los documetos que había fotocopiado y regresó a su mesa.

Antes de volver a trabajar en su ordenador, colocó bien los girasoles en un jarrón de ceramica azul que adornaba su mesa.

Si te vuelvo a ver.

10 miércoles Jul 2019

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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A Ofelia Reymúndez le gustaban las cigüeñas. Las observaba planear contra el cielo azul, y luego posarse grácilmente sobre lo que habían sido las eras, a rebuscar en la maleza materiales con los que construir sus nidos. Ofelia caminaba despacio, atenta a dónde ponía los pies sobre la nueva acera que bordeaba la Nacional. Hasta hacia poco había que caminar por el borde raso, para llegar hasta la parada del autobús, ahora protegida por una marquesina con dos asientos metálicos debajo. Ella aún se acordaba cuando el autobús hacía su ruta, y si alguien se quería subir le hacía una señal al conductor con la mano para que se detuviese. Daba igual dónde. Una tercera cigüeña se posó en las eras del fondo. Las que habían sido de su familia. Las del fondo. De trigo, maiz y remolacha. Las más fértiles y más grandes. Además de las tierras, habían tenido rebaños de ovejas, una buena yegüada y colmenares de miel. Densa y dulce. La mejor. Y de un día para otro se habían quedado sin nada. Sus tierras colindaban con las de los Baldomeros, a los que llamaban así porque era el nombre que recibían todos los varones de la familia, y que poseían el mayor número de tierras y cabezas de ganado de la zona. Nada se hacía sin ellos. Para lo bueno y para lo malo. Mientras había vivido el BaldomeroViejo, las relaciones entre los vecinos habían sido buenas, pero cuando éste murió, el BaldomeroChico había hecho uso de su amistades y, de la noche a la mañana, con artimañas caciquiles, se había hecho con las tierras de los Reymúndez. Dio igual que su padre acudiera a la autoridad, que tratara de salvar al menos la casa. Pero fue inútil. Tuvo que malvender las yegüas y las ovejas, ya que nadie quería vérselas con los Baldomeros. Tuvieron que dejar la casona en la que habían nacido generaciones de Reymúndez, y buscar otra, más pequeña, a dos pueblos de distancia. Lo único que había podido salvar su padre, había sido una camioneta, y con ella comenzó a buscarse la vida como transportista, para traer algo de pan a casa. Su madre, desde el momento en que la situación había comenzado a complicarse, había tenido que guardar cama, aquejada de una especie de agotamiento envuelto en tristeza, que, en menos de un año, le costó la vida. Su hermano mayor, Román, que estaba estudiando comercio en la capital, había tenido que dejarlo y ponerse a trabajar, primero de dependiente en una papelería, después de conductor de tranvías, para por último aceptar la invitación de su tío Leopoldo, y emigrar a Canadá. Su otro hermano, Paulo, que se había quedado con el padre para continuar con la labor, hubo de empezar a trabajar primero de jornalero al mejor postor y después ayudando a su padre con los transportes, cuando a éste comenzaron a fallarle las fuerzas. Después se asoció con otro que también tenía una camioneta, y fundaron una empresa de mudanzas. Ella, la más pequeña,con sólo dieciséis años, había cuidado a su madre hasta su muerte, y después se había tenido que poner a servir. Había servido en distintas casas, en varios pueblos, hasta que llegó a la casa de Doña Mercedes Esplugas, la mejor modista de la provincia. Doña Mercedes había notado enseguida su interés por la costura, y le permitió ser aprendiz de costurera. Allí había conocido a su marido, Tomás, un viajante de hilos. Con el tiempo, aquella aprendiz, se especializó en vestidos de novia. Durante décadas, había hecho los vestidos a todas las novias que se quisieran preciar como tal en la provincia. Ofelia Novias. Después su hijo había recogido el testigo. A ver porqué siendo hombre no puedo hacer trajes de novia, vamos a ver. Y ella no había tenido nada en contra. Ahora lo llevaban todo entre él y su nieto. Ella, en casos especiales, remata algún velo. Su nieto la quería convencer para dar “Clases Maestras”, las llamó. Pero ella, a sus ochenta y seis años no estaba ni para clases ni para maestras. Ella se contentaba con caminar cada mañana desde su casa hasta la marquesina, y tomar el autobús hasta el pueblo para hacer cualquier recado, nunca había podido parar quieta, y no iba a empezar ahora. Se sentó en uno de los asientos metálicos, y se arregló un poco el pelo, blanco y bien marcado, ya que el viento se lo había revuelto un poco, recorrió con su mirada azabache y despierta el horizonte de tierras baldías ante si, y suspiró.

Se percató de su presencia porque su asiento vibró cuando la otra se sentó en el contiguo. La miró un instante, era lo que Doña Mercedes habría dado en llamar “Un árbol de Navidad”. Llevaba el pelo teñido de rubio en una permanente ungida en laca y la cara pintada como una puerta, el conjunto dos piezas de pantalón y chaqueta que vestía eran verde agua con flores en beig, adornaba el escote con varias cadenas de oro, el mismo que lucía en cada uno de sus dedos y en las pulseras que tintineaban en sus muñecas al tratar de acomodar el bolso en el regazo, los zapatos, de tacón, iban a juego con las flores del estampado.

-Pues al final no ha llovido- Comentó la recién llegada, arreglándose las cadenas de oro con las puntas de los dedos, púlcramente manicurados en rojo. Ofelia, que había vuelto a perder su mirada en el horizonte de tierras baldías, se encogió de hombros como respuesta, la otra alzó levemente sus cejas, un tímido hilo rosado maquillado sobre sus párpados en azul, el mismo color de sus ojos, perlados de arrugas, que el arreglo ya impedía cubrir.- Yo he venido a arreglar todo eso…las tierras…sabe?….para qué quiero yo esa mierda ahora?…..pero hoy no he podido hacer nada, vuelvo al pueblo y me quedo en el hotelito que hay y mañana será otro día…- Ofelia miró hacia el fondo de la carretera por la que se acercaba un coche, el primero desde que ella se había sentado.

-Ya- Contestó, sin mostrar demasiado interés en trabar conversación.

-Mañana me viene a buscar mi hija, y ya ella me lleva de vuelta después de los trámites….hoy no podía…si no no tomaba el autobús, hace años que no me siento en uno..fíjese…

-Ya..

-Me voy a deshacer de todo…..nunca me interesó lo más mínimo, y ahora menos…yo el campo por la tele…..porque otra cosa…usted vive aquí?- Ofelia, que contemplaba de nuevo el vuelo de las cigüeñas sobre las eras del fondo no pudo contestarle, porque justo en ese momento llegó el autobús. “El árbol de Navidad” se sentó justo detrás del conductor. Ofelia en el último asiento.

A la mañana siguiente, Ofelia Reymúndez se levantó temprano, como todas las mañanas de su vida, y, después de desayunar, bajó al sótano de su casa. Lo que iba a buscar estaba en un arcón de madera al fondo, lo abrió y sacó de dentro una escopeta de caza. Si a algo le había enseñado su padre era a cazar. Era una experta cazadora, con todos los permisos en regla, aunque hacía ya mucho tiempo que no salía de montería. Abrió el arma y la cargó con dos cartuchos. Después buscó en una de las estanterías una bolsa de deporte grande, que había pertenecido a uno de sus hijos, y metió la escopeta en ella.

Luego, con la bolsa en la mano, caminó despacio, atenta a dónde ponía los pies sobre la nueva acera que bordeaba la Nacional, hasta llegar a cerca de la marquesina del autobús. “El árbol de Navidad” ya había ocupado su asiento. Ofelia abrió la bolsa de deporte y sacó la escopeta. Con paso seguro, se acercó a la marquesina, se situó frente a su única ocupante y antes de que ésta pudiese siquiera reaccionar, le descerrajó un tiro en el pecho que la mató en el acto. Ofelia recogió el cartucho y se lo metió en el bolsillo. Sin brindarle ni una mirada, metió la escopeta dentro de la bolsa de deporte ,y, con ella en la mano, regresó a su casa. Ya allí, bajó a sótano, guardó la escopeta en el arcón y devolvió la bolsa de deporte a la estantería. Cuando regresó al piso superior, coincidió en el recibidor con Tomás, su marido, que regresaba de pasear al perro.

-Ah! Tú aquí?…No vas hoy al pueblo?- Preguntó Tomás mientras colgaba la cadena del perro del mueble ropero, Ofelia entró en la cocina y se dispuso a preparar café.

-No, me decidí por otra cosa.

El lunes 22 de mayo de 1950, Ofelia acompañó a su padre y a sus hermanos al ayuntamiento del pueblo. Ese día, el BaldomeroChico iba a ultimar los trámites de la expropiación forzosa de las tierras de los Reymúndez, más un paripé que otra cosa, ya que éstos ya las habían tenido que abandonar hacía meses y los Baldomeros las trabajaban ya como suyas. BaldomeroChico iba acompañado de su hija, Adoración, una chica de recién cumplidos dieciocho años, enfundada en un vestido de piqué azul, alzada en unos zapatos de tacón del mismo color y con el pelo rubio pulcramente peinado en un “ArribaEspaña” engalanado con una hebilla de plata y azabache. El padre de Ofelia, aún se acercó al BaldomeroChico a rogarle que recapacitase sobre lo que había hecho, pero éste se desentendió de él de malos modos, amenazándole con llamar a la autoridad si seguía molestándole, el padre entonces, a sabiendas de que lo haría, quiso abandonar el ayuntamiento, pero Ofelia no. Ofelia se encaró a Adoración.

-No tenéis ni una gota de sangre en el corazón!- Le espetó, alzando la voz en el recibidor del Ayuntamiento, su hermano Roman la agarró de un brazo, pero ella se soltó.- Secos por dentro, estáis! Secos!- Adoración la miró entonces de arriba a abajo, alzando con desdén una de sus perfiladas cejas y sonrió irónica.

-A palabras necias, oídos sordos….niña, cómo se nota que no tienes escuela…- Deslizó clavando el ella su ladina mirada azul. Ofelia, entonces, no supo más de si, e intentó saltarle encima, pero Román alcanzó a sujetarla, mientras ella se revolvía y gritaba que la soltase, ella quería agarrarla por el “ArribaEspaña” y destrozárselo a tirones mientras le arañaba la cara, eso era lo que ella quería, pero Román fue más fuerte que ella y logró imperdirselo. Adoración, ya del brazo de su padre, quien se secaba el sudor con un pañuelo, sin saber muy bien qué hacer, se reía de la escena y animó a su padre a abandonar el edificio. Pero antes, hubo de volverse al último llamado de Ofelia, todavía sujeta por su hermano.

-Adoración de Baldomero, si te vuelvo a ver…te mato.

Y eso, exactamente, es lo que había hecho.

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