Yo me posiciono siempre en el centro del QUE. El QUE como suplemento verídico de la sustancia que sostiene la índole, de forma que las esferas de lo conocido se circunscriben fuera de la intolerancia colectiva. Ojo, esto no tiene que ver con la ignominia del lenguaje, eso no, ese aspecto corrige de alguna manera la visión paleontológica de la supremacía mesopotámica que ya nombraba Harrys. A tenor de lo dicho, los lugares de las casualidades aprendidos gracias a los aparatos de verificación, atenúan la beligerancia consentida entre iguales. Por supuesto, mi posición impera en detrimento de la alquimia milenaria de reductos plantígrados, no siempre cartesianos. Ni que decir tiene, mi modo de ver se distancia de la óptica gravitacional orbital palaciega existente en la línea del horizonte, teológicamente ilegítimo. Si mi gusto gustara del gusto que gusta tu gusto, tu gusto gustaría del gusto que gusta mi gusto, pero como no es así, empíricamente ambos nos distanciamos de la esencia del alma partida en los orígenes del Blues. Con esto no quiero decir, que yo en los espacios sonoros no reviva y me convierta en un ser tridimensional que aporta y suma a la semblanza colectiva, querría que quedase claro. El ámbito político de la situación encumbra la misma pretensión, no hay duda. Naturalmente la luz del sol, nihiliza la sombra, y confunde el aire, lo que nos convierte en tránsfugas en la noche de los tiempos de atolondre, como diría MacMillan. Creo haber contestado a su pregunta, en todo caso, los emblemas oníricos vienen a ser los mismos.
(Bebió medio vaso de agua, nos dio las Buenas Tardes y se fue. Desconozco lo que pensaron en aquel momento mis colegas también presentes en la rueda de prensa, pero si algo me quedó claro es que mi empanada favorita es la de zamburiñas)