Una mujer sube la cuesta. Va por la acera. Con ella va su hijo de dos años, que va agarrado a cochecito de bebé que ella empuja, en el capacho duerme su otro hijo. Tiene seis semanas. Se acaban de bajar del autobús, por la mañana nevó, y ahora no se ha atrevido a recorrer la distancia desde su casa a pie. Hace demasiado frío. Y hay placas de hielo. Tiene miedo a resbalar. Mejor con el bus. Ya no nieva. Pero el viento se ha quedado, helado y húmedo. Alcanzan el pie de la escalera que conduce a la pasarela que sobrevuela la carretera y que da acceso a la escuela. Cada tarde, desde que tiene que recoger de la escuela a su otro hijo, el mayor, se ve frente a la misma diatriba. Debe elegir entre sacar al bebé del capacho, coger al de dos años de la mano, y aventurarse los tres tramos escaleras arriba, dejando el cochecito atrás, escondido tras una de las columnas, sin tener garantía de encontrarlo de nuevo a la vuelta, o esperar a que pase alguien y que esta persona la ayude a subir con el carrito y al de dos años sin que todos rolen escaleras abajo. Siempre opta por la segunda opción. Siempre pasa alguien. Y ese alguien llega. Ella también tiene que recoger a su hijo. Entre las dos suben el carrito, mientras vigilan que el de dos años no tropiece. Para la vuelta se ofrecerá otra persona. Siempre se ofrece alguien.
Como Gerd. Gerd es el vecino de Adeline. A Adeline le gusta andar a caballo. Anda a caballo desde los cuatro años. Ahora tiene nueve. Y lo hace muy bien, o al menos es lo que dice su profesor de equitación. Según parece, Adeline se mantiene con suma elegancia sobre la silla de montar. Pero no cuando el caballo se asusta y la arroja al suelo. En esos momentos, no. La pierna de Adeline está ahora rota por tres sitios y fija de arriba a abajo en una escayola multicolor jalonada de tornillos y varillas. Adeline no está enferma, solo tiene la pierna „Kaputt“, como le gusta decir a su hermano. Hoy Adeline tiene su presentación de Ciencias Naturales. No está especialmente nerviosa. Si hay algún animal que Adeline adore, además de a los caballos, son las tortugas. Y sobre ellas va a tener que hablar durante cinco minutos. El problema radica en llegar hasta la escuela. Mamá se cogió una semana libre, pero fue de todo punto imposible que ella sola llevase en brazos a Adeline todos los tramos de escaleras que dan acceso a la pasarela, tampoco bajar con ella en brazos la escalinata de acceso al edificio por la parte de atrás. Es que ya tiene un peso, dijo mamá. Así que le tocó a papá. Y ahí es donde entró Gerd. Cada mañana, ambos hombres, antes de ir al trabajo, cargan uno la niña y otro la silla de ruedas escaleras arriba, cruzan la pasarela, y suben la escalera de entrada al módulo. Alli hacen los hombre una pausa. Después sólo queda un último tramo de escalones, ya dentro del módulo, para alcanzar el patio. Allí es donde Adeline se sienta en la silla. Su clase colinda con el patio. Por la tarde la recoge Hagen, un hombre que viene contratado por el seguro. Él aparca en la parte de atrás de la escuela, porque le resulta más cómodo. Siempre habrá alguien que le ayude a subir la escalinata con Adeline y su silla. Adeline recibió hoy un diez y un sticker con una estrellita de purpurina azul por su presentación de las tortugas. Pegó el sticker a la escayola. Brilla con los cambios de luz….
- No sé tú qué dices, pero yo creo que la presentación de los hechos me quedó muy lograda…
- Adeline ya anda con muletas…
- Pero no puede subir escaleras…
- Y andar lento, muy lento, le dijeron…todavía la cargan..
- Pues a eso voy…y lo del cochecito…te juro que cuando no pasa nadie me despido de él por si no lo vuelvo a ver…
- Y entonces ahora cómo empiezas tu petición….
- Pues mira, yo pensé en esta frase „Este país es conocido mundialmente por tres cosas: Su cerveza, sus futbol y sus ingenieros. Uno de estos últimos bien puede construirnos una rampa….“
- O dos…
- O dos…