– La vas a buscar tú.
– Yo? Ya fui anteayer a recoger a aquellos que se perdieron en las montañas,dirás tú que no, pero casi me muero de frío.
– Eso es imposible, y tú lo sabes. Tú la vas a buscar. Punto.
– A dónde?
– A este hotel, verás a más, pero ella es la tuya.
– La mía, suena hasta romántico y todo…
– Céntrate, ya sabes el protocolo.
– A veces suenas como mi antiguo jefe.
-Es que lo soy.
-Tu humor se quedó en el otro lado entonces, no?
-Y nada de excursiones, que te conozco…
Amanece entre la niebla. Las calles circundantes al hotel están cortadas por bomberos, policía y ambulancias, equipos de televisión se arremolinan entre ellos en busca de la imagen del día, curiosos se agolpan tras el cerco de seguridad.
Él accede al edificio sin tener que dar explicaciones, se cruza con tres bomberos con máscaras, dos de ellos portan una camilla, el tercero sostiene una mascarilla sobre la boca de la persona tendida en ella, un hombre en pijama. Se lo encuentra otra vez, un tanto confuso, junto a los ascensores. Mirándose las manos. Se pregunta por qué todos se miran las manos en ese momento, y no los pies, o los brazos. Su colega se retrasa unos segundos, sale del ascensor. Le saluda con un guiño, y dedica su mejor sonrisa al hombre del pijama. Decide subir en ascensor. No le gusta teletransportarse. Siempre se confunde de localización. En eso es más tradicional, a pie a todos lados. A veces salta de azotea en azotea, pero sólo cuando sabe que va a llegar tarde.
Los pasillos del quinto piso están atestados de bomberos, equipos médicos que intentan reanimar a gente, y colegas que esperan pacientemente. Algunos charlan entre ellos, otros se entretienen ganando tiempo y le hablan ya al oído a la persona que ha acompañarles y que el médico intenta retener. Una colega le indica con un gesto la habitación 507, ha coincidido con ella más veces, suele ocuparse de los niños. No ve ninguno cerca. Evita preguntar y entra en la habitación. No traspasa la puerta. La abre. Digan lo que digan, detesta los crujidos de la madera en él cuando lo hace. Si pudiera sentir algún dolor, seguro que le acarrearía dolor de estómago.
La chica aún cree que duerme. Las maletas ya están hechas junto a la puerta, su bolso encima de la cómoda, la ropa del día preparada en el galán de noche. Es joven, el pelo trigueño se esparce sobre la almohada, sus manos descansan en la colcha. Se sienta en la butaca junto a la cama. Prefiere que crean que se despiertan por ellos mismos y no asustarles más de lo necesario. Se despierta lentamente, abriendo los ojos con dificultad. Se incorpora en la cama y le descubre, no se asusta, le mira en silencio clavando en él su mirada azul.
– Qué ha pasado?- Se lo pregunta sin ataque de pánico, o gritos, el ya ha vivido unos cuantos despertares de ese tipo. Le sonríe tranquilo.
– He venido a buscarte – Otros se entretienen en explicaciones sucintas y detalles escabrosos. Él siempre dice la misma frase. Siempre había sido conciso.
– No entiendo – Él se incorpora y le tiende la mano, ella se la coge y sale de la cama sin apartar los ojos de él.
– Te llamas Manuela, verdad?- Ella asiente y mira a su alrededor aturdida- verás Manuela, vas a venir conmigo, no tengas miedo, confías en mi?- Manuela mira fugazmente hacia la cama, donde ella continúa durmiendo, y por un instante se sobrecoge. Él le coge las manos, y ella le mira otra vez, ahora con miedo- No te voy a dejar sola,Manuela, nos vamos a ir juntos de aquí. No tienes que preocuparte de nada más.- Manuela asiente lentamente y aferra sus manos a las de él.
– A dónde vamos?- Él abre la puerta, y vuelve a sonreír.
-Al País de Nunca Jamás – Siempre le había gustado Peter Pan, y ellos solían entender a dónde se refería sin tener que entrar en grandes detalles. Manuela abrió mucho los ojos.
-Y cómo vamos a llegar?- Preguntó incrédula, su tono casi infantil le arrancó la risa, no se la solía permitir en esa fase. Pero no pudo evitarlo.
-Tú no tienes que preocuparte de nada más – Y avanza con ella por el pasillo, dejando atrás a los médicos, los bomberos y los policías. Sus colegas ya se han ido.
De la mano, se pierden en la niebla.
Y no hay nada más de qué preocuparse.