Mi tíoabuelo Bernabé desapareció la noche del 18 de Julio de 1936. En un primer momento lo achacaron al desorden reinante, pensaron que se habría refugiado en la casa de algún conocido. Pero según fueron pasando los días, esa hipótesis se dejó de lado, para abrazar la peor de las posibles. Mi abuelo y mi bisabuelo se recorrieron morgues oficiales y morgues improvisadas, escrutaron cadáveres que encontraban a su paso por las calles, lo buscaron entre los fusilados, llegaron a visitar dos cárceles. Pero Bernabé no apareció. Permaneció en el recuerdo de la familia en una foto enmarcada en plata,encima de una mesa en el salón de la casa de mis bisabuelos. En blanco y negro, un hombre joven, sentado de medio lado, el pelo abundante peinado hacia atrás, mirando con atractiva seriedad hacia algún punto en el horizonte.

Hasta las once de la mañana de un jueves de octubre. Yo trabajaba entonces en la sección de sucesos en el periódico, y me habían asignado la cobertura de un incidente en una zapatería. Cuando sonó el teléfono, estaba tratando de convencer a Leónidas, el colega que ocupaba la mesa frente a la mía, de que tirarle al dependiente un zapato no se puede considerar un suceso, él me recordó que no había sido sólo uno, sino todos los pares del expositor y no sólo al dependiente, sino contra todos los clientes que se encontraban en el establecimiento en ese momento. Le recordé que nadie había resultado herido, y que la mujer causante del incidente no había sido siquiera arrestada, lo que convertía ,a mi modo de ver, el caso, en un “episodio curioso”. Leónidas estaba pensando en cómo rebatir mi idea, cuando hube de atender la llamada.

-Bernabé Suárez, Sucesos….

-Buenos Días, Sr. Suárez, mi nombre es Aniceto Campoamor, le llamo desde mi notaría, Notaría Campoamor, porque necesitaría que se pasase por aquí…

-Notaría Campoamor? De qué se trata…algo que ver con uno de mis casos?

-No, Sr. Suárez, es algo privado, que desearía no tratar por teléfono…cuándo tendría usted tiempo para pasarse por aquí?

-Esta misma tarde, si le viene a usted bien….me deja usted muy intrigado..

-No se preocupe Sr. Suárez, muchas gracias y hasta esta tarde.

-Leónidas?

-Sigo opinando que es un “Suceso sin precedentes”….

-Como quieras, pero…tú sabes dónde queda la Notaría Campoamor?

La Notaría Campoamor ocupaba el quinto piso de un edificio que había vivido mejores tiempos, y carecía de ascensor. Entonces faltaban todavía un par de años para el cambio de milenio, pero ya había una fiebre por modernizarlo todo o pasarlo a su versión digital, me alegré de que todavía existiesen lugares como aquel. Si bien llegué a la puerta del establecimiento sin resuello y hube de apoyarme por un instante en la pared del rellano. Me abrió la puerta una mujer menuda,con un rostro que me recordó al de un roedor, de pelo blanco recogido en un complicado moño, encasquetada en un traje chaqueta azul cielo, y que me miró por encima de unas enormes gafas de pasta, sujetas por una cadenita de plástico rosa.

-Bernabé Suarez?- Me lo preguntó antes de darme siquiera la oportunidad de explicarme, luego se apartó y me ofreció paso- Pase a la sala, por favor, el Sr. Campoamor le atenderá enseguida -Las sillas de la salita eran de madera, y estaban alineadas a lo largo de las paredes, en el centro de la habitación había una mesa baja de madera, con revistas y periódicos, la ventana, que daba a un patio interior, tenía visillos beig con dibujos de gruyas. Apenas me había sentado, cuando la mujer regresó.- Acompáñeme, por favor.

La seguí a través de un pasillo estrecho, que formaba meandros a lo largo del recorrido, dejando atrás innumerables puertas caoba oscura, hasta llegar a una en la que el corredor terminaba, formando una especie de recibidor en el que también habia dos sillas, idénticas a las de la sala de espera.

Aniceto Campoamor era un hombre muy alto y delgado, de pelo entrecano y expresión sonriente en sus tranquilos ojos azules, me sorprendió que no llevara traje, todos los notarios con lo que había tenido que ver hasta ese momento lo habían llevado, pero no Campoamor. Se acercó a mi con el andar desgarbado de las personas altas, en vaqueros y camisa de cuadros verdes, para ofrecerme su huesuda mano, que estrechó la mía con la presión justa.

-Muchas gracias por venir…

-La verdad es que me mata la curiosidad…

-Siéntese, por favor, trataré de ser breve…- Y ocupó su silla al otro lado de la mesa de despacho, sobre la que había una serie de sobres.- Antes de nada, he de aclararle que este cometido mio es serio y totalmente legal, y que yo sólo me limito a cumplir las instrucciones que se me han dado- Supongo que debió observar mi expresión de sorpresa con una dosis de miedo, porque me sonrió tranquilo y cogió un sobre entre sus largos dedos.- La persona que ha depositado en mi su confianza, me ha dado instrucciones muy precisas, que paso a explicarle: Ante mi tengo cinco sobres cerrados, cada uno de ellos con un número escrito, del uno al cinco. En el primero de los sobres encontrará usted una misiva en la que mi representado le explicará los detalles. No me está premitido entregarle todos los sobres juntos, hoy le entregaré el primero, y, una vez haya realizado las labores que en él se le indican, le entregaré el siguiente, y así sucesivamente. En el caso de que usted decida, antes de que yo le entregue este primer sobre, no hacerse cargo, podrá usted desentenderse, tras firmar esta declaración jurada.

-Y de qué se trata? Exactamente?

-Como ya le he dicho, en este primer sobre encontrará la explicación, no estoy autorizado a desvelarle más….- Lo único que se me ocurrió fue encogerme de hombros y extender mi mano derecha para que me entregase el sobre, Campoamor levantó las cejas un instante- Está usted seguro?

-Como de ninguna otra cosa en mi vida- Campoamor me entregó entonces un sobre blanco, rectangular, con el número 1 en negro en el centro.

-Las intrucciones dicen, que usted ha de leer el contenido con tranquilidad, sólo me permito advertirle de una cosa, y me salto el protocolo, y es que el tiempo no juega a su favor, sólo eso, hasta ahí puedo leer, que decían en el concurso aquel- Y sonrió, entrelazando de nuevo los dedos de las manos- como ya le he dicho, después regresa usted a por el resto.- Yo observé el sobre un momento y lo metí dentro de la bolsa que siempre llevaba conmigo, luego me incorporé y Campoamor me imitó, ofreciéndome la mano, que yo estreché.-Mucha suerte, y aquí estoy para lo que necesite.

-Me pongo a ello en cuanto pueda, espero no defraudar…

-No lo hará, Sr. Suárez, estoy seguro….

En cuanto salí de la notaría, paré un taxi para que me llevara hasta mi casa. No había tenido tanta curiosidad por nada desde la primera vez que había alzado el vuelo en un ala delta. No me paré ni a colgar la trenka. Y por fin pude abrir el sobre.

Estimado Bernabé,

Cuando leas esta carta yo ya habré muerto. Otra vez. Pero en esta ocasión de verdad. Mi nombre es el tuyo, también compartimos apellido, el primero, el de mi padre y el del tuyo, hijo de mi hermano Gregorio. Si estás leyendo esta carta, el chico de Campoamor te ha explicado bien las instrucciones. Tú serás a partir de este momento mis ojos y mis manos en esta mi última aventura. Al final de una vida, se han de cerrar todo aquellos capítulos que siguen inconclusos. En mi caso son cinco.

Antes de empezar, te contaré quién fui yo una vez.

En 1936 yo tenía veintidós años, ninguna preocupación y la vida por delante. O al menos eso creía. Estudiaba derecho, porque era lo que se suponía que tenia que estudiar un hombre de mi posición. Porque yo tenía una posición. Pertenecía a la familia Suárez, estandarte de la Alta Sociedad de aquel Madrid. Y digo aquel, porque, asumo, ya no existe. Mis días transcurrían sin mayor percance o problema salientable, que el dinero no pudiera subsanar. La vida que todo joven desea. Pero no yo. Por eso mantenía otra. Una doble vida. Que transcurría paralela a la oficial, pero siempre en la sombra. O mejor dicho, en la penumbra. En esa semioscuridad del teatro. Las bambalinas, las luces, la tramoya, las tablas,y la fiebre siempre alta del vodevil. Y de la música. Yo era pianista en un teatro de vodevil.

La música lo era todo para mi. Lo seguirá siendo hasta el final. Y en aquel ambiente me movía como pez en el agua. No lo creerás, pero quien me introdujo en él fue el padre de Campoamor, rubio y largo como un día sin pan, que decían las chicas, quien también se sentía atraido por ese mundo, si bien por otros motivos, que no tenían nada que ver con la música. Eran tiempos revueltos, aquellos,de consignas y discusiones políticas, de ideas encontradas. Y yo bebía de ellas. Defendiendo la que siempre ha sido mi posición. De la que entonces aún se podía hablar y después ya no. Y allí conocí a la inigualable Filomena Palomares, quien, una tarde de julio, me prestó quinientas pesetas. Prometí que se las devolvería algún día. Y ese día ha llegado.

Adjunto a esta primera carta, encontrarás un sobre con un billete. La inigualable Filomena Palomares reside ahora en el Hogar Torrehermosa, también adjuntas, las señas.”

-No creo que vaya a entenderte nada, pero puedes intentarlo, la edad, ya sabes…-La enfermera me lo explicaba mientras avanzábamos por el pasillo de linóleo azul, los cuadros de las paredes eran abstractos, de colores chillones, por un momento pensé que, de tener que verlos todos los días acabaría por darles la vuelta.

La habitación de Filomena Palomares era la última del pasillo, un habitáculo de medianas dimensiones, decorado con una cama hospitalaria cubierta con un edredón verde agua, un armario blanco empotrado y una mesa camilla con un mantel del mismo color que el edredón, junto a una ventana que daba a un jardín. Al menos. Recuerdo que pensé. Al menos poder ver un jardín y no un muro. Y allí estaba sentada Filomena en una silla de ruedas, con la mirada perdida en los árboles. Tenía el pelo blanco corto, y, para la edad que supuse ya contaba, un rostro libre de arrugas, de enormes ojos y nariz recta. Ataviada con un chándal, una manta cubría sus piernas, sobre su regazo descansaban sus manos, nerviudas y desfiguradas por el reuma. Me fijé en que portaba numerosos anillos y varias pulseras en cada muñeca, y me pregunté cómo serían capaces de ponérselas y sacárselas, habida cuenta del estado de sus dedos. La voz de la enfermera me sacó de mis pensamientos.

-Aquí la tienes, recién peinada y arreglada para el día, fresca y guapa como una flor, verdad Filomena?…No se sorprenda si no te habla o no te mira, la edad, ya sabes…pero oir oye, ver es otra cosa…verdad Filomena?- Y le acarició la cabeza, sin tener que forzar la sonrisa, lo que me demostró que le tenía verdadero afecto. Filomena no se inmutó, continuó mirando hacia fuera, sin que pareciese ser consciente de nuestra presencia.- Puedes llevarla al jardín, o ir a la galería de atrás, como quieras….avísanos cuando te vayas- Tras explicarme esto, la enfermera abandonó el cuarto, cerrando la puerta tras si.

Me quedé de pie en el centro de la habitación, sin saber muy bien qué hacer o decir.

-Se ha ido ya esa cotorra?- Me asusté, Filomena continuaba mirando hacia fuera, su voz era clara y cristalina, con el tono que da la edad. Contesté afirmativamente y volvió su rostro , clavando en mi sus suspicaces ojos negros- Tu eres nieto de Bernabé – Dictaminó al tiempo que elevaba una ceja y levantaba la barbilla, no pude evitar sonreir y asentí, para después acercarme a la mesa camilla, aún con la trenka en los brazos.

-Era mi tío-abuelo, yo soy nieto de Gregorio- Expliqué, ella pareció pensar un instante y asintió.

-Siéntate hombre, no te quedes ahí de jueves..- Invitó señalándome una silla frente a ella.- Eres su viva estampa….- Para ser sincero, nunca nadie me lo había dicho, así que volví a sonreir y me encogí de hombros- Tú dirás en qué puedo ayudarte, pollo- Yo suspiré, y dejé mi parka sobre el respaldo de mi silla.

-Pues verá usted…

-Trátame de tú, que áun soy una chavala….

-Gracias…pues…a ver…..hace unos días el Sr. Campoamor me llamó a su despacho…

-El Niceto? – Se sorprendió

-Su hijo, también se llama Aniceto- Ella asintió y me animó con un tintineante gesto a que continuara.

-Pues eso…que Aniceto Campoamor, hijo, me llamó a su despacho, y…bueno, resumiendo, me dio una carta de mi tio abuelo en la que me encargaba de hacerte entrega de algo- Expliqué, ella parpadeó varias veces y se colocó mejor una pulsera.

-A mí?- Yo saqué de mi bolsa el sobre donde estaba el billete, sobre el que estaba escrito su nombre con cuidada caligrafía, y se lo entregué, ella lo cogió con suma delicadeza. Acarició las letras de su nombre con las curvas puntas de sus dedos, y una sonrisa se atrevió a aparecer sus labios- Bernabé…- Susurró, luego despegó el sobre, y extrajo su contenido. Un billete de quinientas pesetas. Primero soltó un amago de carcajada, y luego se llevó una mano a la boca. Me miró, con sus expresivos ojos muy abiertos.- Tú fumas?- Yo contesté que no, entonces ella buscó algo entre los pliegues de su bata. Un cigarrillo negro y un mechero aparecieron después entre los dedos de su mano derecha.- Esto hay que celebrarlo….abre esa ventana de ahí, – me indicó haciendo un gesto con la cabeza, yo obedecí, y volví a sentarme- Y si entran…es tuyo,que lo sepas- me advirtió, para, con increíble facilidad, a pesar de sus torturados dedos, dar lumbre al cigarrillo. Expulsó el humo despacio hacia el techo, y después me miró enarcando una ceja.- Bueno…quieres que te cuente o no- reí, tenía que admitir que me hubiera defraudado lo contrario. Y me contó.

-Ahora las descubren. A todas. Por la calle, dicen. Entonces no. La de tablas que tuve que zapatear yo, hasta que tuve siquiera la opción de pertenecer al “cuerpo de baile”. Porque eso era lo que René nos decía que eramos, el “cuerpo de baile”. Cuerpos si que teníamos. Te diré. Lo de bailar, ahora, bailar, bailar, era otra cosa. Yo era vicetiple, lo de bedete llegó después. Vicetiple era yo. Fifí “La Tremenda”. Puedes reirte, no me importa. Yo también me río, ves?. “La Tremenda” porque no me veas ahora, pero yo tenía un cuerpazo, y una delantera, que ni la del Madrid de Di Stéfano. Hasta tienes su risa. Aquello se llenaba todas las noches, porque no había otra cosa. De hombres y de mujeres, no creas. De todo había. Entonces el “cuerpo de baile” salía, al ritmo, llevábamos una especie de falda, mas corta por delante que por detrás, con volantes, como las del can-cán, pero no tan cortita….se nos veían sólo las pantorrillas, fíjate tú que corta, y una parte de arriba acorsetada de escote generoso. A las que teníamos exceso de equipaje, por así decirlo, nos lo subía y centraba, las otras hacían sus apaños con algodones y gasas. Nosotras, como dije, entrabamos al ritmo, chinda-chunda-chinda-chunda, nos cogíamos del brazo hasta formar una hilera que llenaba todo el escenario, que por otra parte tampoco era el del Real y teníamos que apretarnos, y entonces avanzábamos cantando “Si vas a París papá/cuidado con los apaches/si en juerga de taxis vas/procura salvar los baches…” ,y al decir “baches” dábamos un pequeño saltito y todo lo acorsetado y sin acorsetar temblaba. Y aquello se caía. Fíjate tú. Sólo con eso. Con un simple saltito. En fin. Bernabé era el pianista de la orquesta. Orquesta. Suena enorme. Eran un pianista, un clarinete, percusión, trompeta y un contrabajo…o un violón…no me acuerdo, pero metía miedo de grande. A él lo había traído el Niceto, hombre más alto nunca vi, que le gustaban más las chicas que los pirulís, y ellas se lo rifaban te diré, porque lo que tenía de alto, lo tenía de simpático….si soy sincera de notario, nunca le vi…pero…en fin. A tu tío, como tenía el apellido que tenía,al principio le tomamos por un niño bien, que quisiera divertirse un rato….pero no. Bernabé era de otra madera. A veces me quedaba embobada, escuchándole tocar el piano, cuando todo estaba vacío. Nunca volví a escuchar algo así. Nos hicimos muy amigos. Él me contaba sus cosas y yo las mías. Amigos de verdad. Sin segundas. Yo ya estaba con “El niño de la Tramoya”…no te rías, había intentado ser novillero allá en su pueblo, pero lo volteó una vaquilla y nunca más quiso ni olerlas, y trabajaba de tramoyista, por eso le llamaba así. Mi Juan Carlos. Bernabé estaba con Sara. Pero a lo que íbamos. Al día de autos….primera vez que digo tal cosa….fíjate. Madrid era un desastre. Un verdadero desastre. Estaba todo muy revuelto y pasaban muchas cosas. Lo único que continuaba igual eran las funciones, la gente aún quería divertirse.

Sé que fue un viernes por la tarde, porque había quedado en mi casa con la Juana para que la ayudase a remendar el corpiño o algo así…en fin, que estando en eso, apareció Bernabé apuradísimo, él era un hombre muy tranquilo…por lo general, me pidió un aparte…fíjate tú qué difícil, con mis padres, mis hermanos, un primo que estaba de milicias y la Juana y su corpiño de marras…en un piso que era poco más que esta habitación…no te lo creerás pero es cierto….y éramos felices…en fin, que Bernabé quiso un aparte, y el único aparte posible era el retrete del descansillo….y allí nos metimos. Sí, hijo sí, el retrete estaba en el descansillo….como lo oyes… Necesitaba dinero. Me reí. Él. Un Suárez. Pidiendome a mi, “La Tremenda”, parné. No le pregunté para qué….mi banco era mi sostén, tenía un falso dobladillo en el izquierdo. Le dí todo lo que tenía. Quinientas pesetas, en billetes de cien. Es mucho, me dijo al contarlo. Si lo necesitas, es tuyo. Me abrazó, recogió mis manos en las suyas. Algún día te lo devolveré. Me volví a reir. Y se fue. Nunca más le volví a ver. Al día siguiente a esas horas ya estábamos en guerra. Juan Carlos iba al frente por el día y por la noche hacía la tramoya….qué sin vivir!, tu no lo sabes bien….no saber si vive o muere…..y yo salía a bailar buscando las ganas dónde no las tenía…y entonces veía subir los sacos de cambio de fondo, y las volvía a tener…porque eso significaba que estaba de vuelta….Después de la guerra se dedicó a la construcción, y nos fue bien, muy bien…el decía que ahora el único frente que tenía que mirar era el mio…el muy ladrón…mi Juan Carlos…tuvimos dos chiquillos. La parejita, que decían…..a mi no me dicen nada, pero yo creo que esta ala la donó mi churumbel, no sé por qué me da…mi hija salió a mí en lo de “Tremenda”, pero de vicetiple lo mínimo….en fin…pues me vienen muy bien estas quinientas, fíjate. Ahora sólo tengo que pensar…cómo coso yo un falso dobladillo en el izquierdo.

Me fui prometiendo volver, y tarareando “Si vas a París papa”. Leónidas, al escucharla, me recordó que en París no había apaches, a lo que yo le respondí que, sin embargo, había muchos baches. Regresé a la notaría Campoamor aquella misma tarde, impaciente por recibir el sobre número dos.

-Muchos recuerdos de parte de Filomena…

-De “La Tremenda”?- Se atrevió a bromear Campoamor

-Tremenda sigue siendo…

-Me alegra.- Campoamor abrió uno de los cajones de su mesa y sacó un sobre.- El número dos- Y me lo entregó, para entrelazar después los dedos de sus manos y apoyar sonriendo los codos sobre el escritorio.

-El número dos.

De nuevo volví a parar un taxi. Y otra vez abrí el sobre nada más llegué a mi casa. Impaciente por saber, a dónde me llevaría el encargo esta vez.

A Virtudes Ledesma y a mí nos prometieron. Y digo “nos prometieron”, porque yo nunca sentí nada por ella y me consta que ella tampoco por mi. Sin embargo, oficialmente, éramos novios desde hacía tres años y ya habíamos celebrado la pedida de mano. Yo le regalé una pulsera de oro blanco con diamantes, ella a mí un alfiler de corbata de oro en forma de flecha, con un rubí. Virtudes era una chica muy callada, si bien cuando trabábamos conversación la tenía amena e incluso a veces nos reíamos, nuestra relación no se basaba en el dialogo. Nuestra relación no se basaba en nada. Íbamos al teatro, a la ópera, asistíamos a los bailes de sociedad, meriendas, al hipódromo. De haber llegado a casarnos, nuestra vida posterior hubiera sido la misma, con la única salvedad de residir bajo el mismo techo y juntarnos sólo lo absolutamente necesario con el fin de la procreación. Virtudes era una chica guapa, muy rubia, de ojos azules, melena sedosa, con buena figura y modales de princesa. Supongo que cualquier otro hubiera caído rendido a sus encantos, para mi, sin embargo, unos días sin verla, se me representaban vacaciones. La última vez que la vi, fue delante de su portal. Prometí volver en seguida. Espero hacerlo aún a tiempo. Adjunto a esta carta, además de las señas, hay un sobre que contiene algo que le pertenece.”

-La Señora le recibirá en un momento, pase, por favor- La mujer uniformada en blanco y gris, me guió por un amplio recibidor y un pasillo, para darme después paso a un salón inundado de luz, que se abría a tres balcones. No me había resultado complicado dar con la dirección, ya que el edificio se encontraba a dos calles de la casa de mis abuelos, en el Barrio de Salamanca. Una de las mesas que adornaban la estancia, lucía repleta de marcos de fotos en todos los tamaños y gamas de color, desde el blanco y negro, a las más antiguas casi ocres,pasando por las más recientes en color. Uno de los marcos más grandes, en plata con grabados de hojas, guardaba una foto de boda de estudio en blanco y negro, con un novio vestido de uniforme militar de gala y una novia cuyo aspecto me confirmó la existencia de las hadas. Unos pasos a mi espalda me hicieron volverme.

-Si no estuviera segura de que estoy en mis cabales, diría que estoy viendo visiones- La voz de Virtudes Ledesma, correspondía con su aspecto, delicada y armoniosa. Era una mujer alta, con el pelo en una media melena blanca con reflejos rubios, que enmarcaba un rostro que había sido angelical , ahora un tanto ajado por la edad, pero sin perder el encanto. Se apoyaba en un bastón y se acercó a mí midiendo sus pasos- Tú tienes que ser de los Suárez…

-Soy el nieto de Gregorio…- Ella sonrió y me ofreció la mejilla, en la que le di dos besos, luego se dirigió a una de las butacas y se sentó con cuidado, animándome con un gesto a hacer lo mismo en una frente a ella.-

-Micaela trae café ahora mismo…..pues qué alegría, años que no veo a tu abuela, viviendo casi al lado..- La chica uniformada volvió a aparecer, empujando un carro con un servicio de café y un plato de pastas, a mi me sirvió uno con leche, a Virtudes uno solo.- Por la tensión y porque no me gusta la leche…- Me lo aclaró como quien cuenta un secreto que nadie debería saber, ni siquiera Micaela, que, tras servirnos abandonó sijilosamente el salón.- Tú dirás….te miro y sigo sin creérmelo, de verdad…ver para creer- Yo me reí y ella alzó las cejas tras la taza.

-Verá usted..

-Usted? Tan mayor me ves?- Preguntó haciéndose la sorprendida y dejando la taza en el aire.

-Pues verás, Virtudes, Aniceto Campoamor se puso en contacto conmigo…

-Niceto? Qué raro, no?

-El hijo…

-Ah, sigue tal alto?- Y rio divertida, yo asentí, Campoamor era un hombre realmente alto.

-Como decía, se puso en contacto conmigo, mi tío abuelo Bernabé dejó encargado que te devolviese algo- Expliqué al tiempo que sacaba el sobre de dentro de mi bolsa, ella levantó las cejas más que sorprendida.

-A mí? Pues no sé qué le pude yo haber prestado….- Yo le entregué el sobre y ella lo despegó con sumo cuidado. De su interior extrajo un alfiler de corbata de oro con un rubí. Abrió mucho la boca y se llevó la mano a la sien.

-Dios Bendito!….por favor, asegúrame que no me he caido y estoy alucinando cosas sin sentido…que todo es posible…- Yo negué con la cabeza y ella sostuvo el alfiler por un instante ante si.- El dichoso alfiler…- Me miró y suspiró, luego pareció pensar un instante y volvió a sonreir un tanto misteriosa.- Creo que a ti puedo contartelo…si no a quién? No?

-Por mi encantado…

-Toma una pasta, están buenísimas…. en fin. Y ahora…por dónde empiezo?. Nuestro noviazgo era una pantomima. Es una de esas cosas que me alegro que ya no se den, ves?. No sé por qué regla de tres teníamos que ser novios, pero lo éramos y no contentos con eso, nos prometimos. O mejor dicho, me prometieron, porque yo no estaba por la labor…pero yo calladita, decía a todo que sí. Mamá trajo un día el alfiler, y me dijo que ese iba a ser el regalo de pedida para Bernabé…si algo no usaba Bernabé eran corbatas, él era más de pajaritas, y así se lo dije…pero ya estaba comprado y no había más que hablar. Y luego estaba el rubí. En fin…que a mi no me gustaba el alfiler, bueno, lo que a mi no me gustaba era lo que significaba. El comienzo de la cuenta atrás para mi matrimonio con Bernabé. Me vuelvo a aburrir sólo de recordarlo…no me entiendas mal, Bernabé no era en absoluto aburrido, más bien lo contrario, pero yo creo que siento más por este carrito que lo que sentía por él. Además, ni coincidíamos en los gustos…mira, a él le encantaba ir a la ópera, yo tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no dormirme. Tocaba muy bien el piano, y sabía mucho de música, yo oído el justo para oirte, y canto muy mal. Luego estaban los paseos, aquellos paseos eternos con mamá y papá, o con sus padres, buscando conversación. Un aburrimiento. A mi lo que me gustaban eran los toros e ir al futbol…no te rías, aquí donde me ves…pero cómo se lo iba a decir a mis padres, a los toros se iba cuando había que ir, pero una vez, o dos, por decir que habíamos ido….por mi hubiera ido siempre que hubiera habido ocasión, y soy “colchonera”. Y muy orgullosa. Y no me digas que porque me gusta sufrir….porque lo estamos haciendo muy bien…..es que hasta te ríes igual….ver para creer. Quedar con Bernabé…y hacer cábalas de cómo no dormirme, era uno. El dieciocho de julio cayó en sábado, hacía un día espléndido, y cómo no, tocaba paseo….vino a buscarme a media mañana, no sé por qué fuimos solos, y él tenía como prisa….no sé, dimos un par de vueltas por aquí, nada fuera de lo común…eso sí, había mucha gente por la calle, de eso sí que me acuerdo, ves?…y que le pregunté qué se estaría celebrando que no nos habíamos enterado, llegamos a mi portal y él se acordó de que tenía que decirle algo a su padre…me dijo que le daría el recado y que volvería en seguida. Esa fue la última vez que le vi. Esa noche estabamos oficialmente en guerra unos contra otros. Que desapareciese fue lo mejor que me pudo pasar. Todos se preocuparon y le buscaron por todas partes, supongo que esperaron de mi que fuese una Magdalena y me hundiese en un pozo de tristeza….pero no. Porque sabía que Bernabé estaba bien. No sé por qué…pero tenía ese pálpito…y tú no has hecho más que confirmármelo. Durante la guerra conocí al que después sería mi marido, Hugo…vino a explicarnos…cómo era? “Formas de evacuación y salvamento” o algo así…pero sólo evacuó mi mente y salvó mi corazón….ríete pero es cierto…..llegó a Coronel. Tuvimos seis…tras, tras..uno después de otro, cuatro chicos y dos chicas, ya no sé los bisnietos que tengo, la última vez casi no cupimos en la foto….está por ahí. Sabes una cosa? Todavía tengo la pulsera, que era divina y sigue siendo…lo que voy a hacer es ponerme el alfiler sujetando el pañuelo que siempre llevo, y voy con la moda….porque todo vuelve. Todo. Incluso los que piensas que no lo harían nunca más.

Campoamor me recibió ya con el tercer sobre en la mano, apoyado en su mesa de despacho cuan largo era, le conté de Virtudes y su aficción al futbol colchonero, él sonrió y sacando su cartera del bolsillo, extrajo un carnet de socio. Me guiñó un ojo, y me entregó el sobre.

-Número tres…

-Este viene con esta caja, cuidado que rompe- Me advirtió, al tiempo que me alcanzaba una bolsa de plástico blanca, que contenía una caja de cartón.

-Qué es?

-Cada cosa a su tiempo, Sr. Suarez.

Por no romper la tradición que yo mismo había empezado, paré un taxi para volver a casa. Y allí, conocer los detalles de mi nueva misión.

No muy lejos de la casa de mis padres, había una tienda de ultramarinos “Ultramarinos Carreira. Productos de Ultramar”. Los únicos productos que se podían considerar de “ultramar” que allí se vendían era el bacalao noruego y los arenques en salmuera, pero por lo demás era un ultramarinos muy bien surtido, que cubría las necesidades de la vecindad que ocupaba. El propietario era un gallego de Padrón, Venancio Carreira, hombre simpático y amable donde los hubiera. Su hijo Ovidio, era el encargado de servir los pedidos a los domicilios. Era un chico un poco más joven que yo, corpulento y fuerte, tan simpático como su padre, al que le gustaban los chistes malos y tenía una risa atronadora. Además tocaba la mandolina, y sabía afinar pianos, con lo cual en algún lugar debía de haber estado escrito que él y yo no haríamos amigos. Madrid iba de mal en peor, por todas partes había manifestaciones, altercados e incidentes violentos. La tarde del diecisiete de julio, mi amigo Amos (ya habrá tiempo de hablar de él),que trabajaba en el consulado general de Estados Unidos, me llamó por teléfono, para confirmarme lo que llevaba semanas temiendo. Era cuestión de horas que la situación desembocase en un golpe de estado. Me contó que al día siguiente por la tarde, él abandonaría el país, y me invitó a hacerlo con él. Yo pensé en mis padres, en mi hermano, y en Sara. Sara. Le dije que si me iba, sería con ella. No puso impedimento. Me impuso discreción y me dio las intrucciones de cómo llegar al lugar del encuentro. Un lugar del que nunca había oído hablar, lejos de Madrid. Corrí a casa de Filomena. Sabía que ella tenía siempre metálico consigo. Después busqué a Sara en el teatro. Pero no la encontré. Nosotros teníamos coche. Incluso un chófer. Pero cogerlo levantaría sospechas y preguntas que no necesitaba. De vuelta a casa, ensimismado en las maquinaciones de mi huida, pasé por delante del ultramarinos. Ovidio me llamó desde el callejón al que daba la trastienda, apoyado en una flamante camioneta. Te mentiría si te dijese que vi a Ovidio. Yo sólo vi, en aquel momento, la camioneta.Y no lo pensé dos veces. Él me quiso explicar algo, pero yo lo cogí del brazo y le hice entrar en la camioneta. Le expliqué, sin entrar en demasiados detalles, lo que necesitaba de él al día siguiente. Y para mi sorpresa, aceptó. Sin necesidad de cómos o porqués. Quedamos de encontrarnos en ese mismo sitio, al día siguiente a las cinco , ya que, tras leer las instrucciones del lugar que me había dicho Amos, calculó que, al menos, necesitaríamos una hora o más hasta allí.

Decidí ir en busca de Sara. Recorrí todos los talleres de costura en los que, recordaba me había dicho, a veces ayudaba. Di con ella en el último. Le conté mi plan, y el punto de encuentro. Me dijo que sí. Que allí estaría. Yo no trabajaba esa noche en el teatro, así que quedamos de vernos, al día siguiente, a la hora acordada. Recuerdo que me abrazó muy fuerte, y me dio un beso.

Al día siguiente, dieciocho de julio, Ovidio y yo nos encontramos como habíamos quedado. Como excusa, le había dicho a su padre, que iba a recoger unas cebollas que tenían encargadas. A las seis ya comenzamos a oir tracas, como de petardos. Son tiros, me dijo él. Y me apremió a irnos. Sara. Allí estaré,me había dicho. El ruido. Recuerdo el ruido. De pronto había mucho ruido. A las seis y cuarto, Ovidio me agarró del brazo. Ya no viene, y tú te tienes que ir, me dijo. En la parte de atrás de la camioneta, había colocado un enorme cesto, me dijo que era mejor que me escondiese allí. Y así hice. Me tapó con un montón de sacos, y lo cerró sobre mi.

Perdí la noción del tiempo. Noté que nos pararon un par de veces, pero el viaje continuó después sin más problemas.

Cuando volvió a abrir la tapa, y me liberó de los sacos, anochecía. Estábamos en medio de un páramo, en lo que que yo di en identificar como “ninguna parte”, a poca distancia distinguí un aeroplano,ya en marcha, y a Amos, haciéndome señas con los brazos junto a él. Me despedí de Ovidio con un fuerte abrazo. No sé cómo podré agradecértelo nunca, le dije. Cuando vuelvas, tráeme una botella de Chivas Regal, me dijo. Hecho, prometí. Y me alejé hacia donde me esperaba Amos.

Junto a esta carta, encontrarás una caja de cartón. Debes entregársela,bajo las señas indicadas, a su legítimo propietario.”

-Hace dos años que no conoce a nadie. Está fuerte como un roble, y nos agota caminando, no creas, pero para él somos auténticos desconocidos….a veces nos trata de usted- Venancio Carreira, el hijo de Ovidio, me recibió al día siguiente a primera hora de la tarde, en su casa de las afueras de Madrid- siempre me contaba la historia cuando era niño, para él supuso toda una aventura, ven, está en la sala viendo el telediario…..”el parte” como él lo llama, es lo único que le gusta ver- Me guió hasta la sala, situada al fondo de la casa. Ovidio estaba sentado en un butacón frente al televisor, donde un locutor decía en aquel momento las noticias, él observaba concentrado las imágenes, ayudado de unas gafas, aún sentado, seguía siendo un hombre corpulento.- Papá?, mira, tienes visita- Anunció Venancio, Ovidio apartó la vista del televisor y su mirada vagó lenta hasta nosotros, tras parpadear dos veces, se quitó las gafas.

-Bernabé! Hombre! Volviste, macho! – Exclamó, al tiempo que se incorporaba sin dificultad alguna, Venancio y yo nos miramos sin dar crédito y sin poder articular palabra- Ven aqui!Déjame darte un abrazo, hombre!- Y me vi engullido por un abrazo proporcional al tamaño de su persona, su hijo hubo de intervenir para que no me rompiese las costillas.

-Papá, ven, ya está…ven- Ovidio me soltó al fin, y me miró con una sonrisa exultante, que iluminaba su rotundo rostro, Venancio le guió otra vez hasta el butacón y apagó la televisión, invitándome tomar asiento en otra butaca.

-Ves? Hombre de poca Fe….te dije que volvería…- Replicó Ovidio señalándome, pero dirigiéndose a su hijo, quien asintió aún sin salir del todo de su asombro.

-Ovidio….te he traido algo- Acerté a decir, Ovidio parpadeó un par de veces, pero permaneció en silencio, yo miré a Venancio, buscando su aprobación y éste me la dio con un gesto de sus cejas. Extraje entonces la caja de cartón de mi bolsa, y la abrí. Dentro había una botella de Chivas Regal de treinta años. Venancio soltó un silbido, Ovidio dio una palmada y soltó una carcajada que atronó la sala.

-La primera vez que vi despegar un bicho de esos, allá…dónde era?…lejísimos…..en unas eras….y bruuuuumbrummmm ziiiisch allá voló- E hizo con su mano un movimiento que quiso imitar el depegue de un avión- Neno…trae vasos! Volviste, Bernabé….ves? Qué te dije….hombre de poca Fe?…- Y quiso coger la botella, pero su hijo se adelantó- trae vasos…neno!- Venancio le acarició un hombro, y me guiñó un ojo sin que él se diese cuenta.

-Voy…sólo faltaría!- Exclamó, luego se dirigió a una aparador donde había vasos y botellas.

-A la vuelta, a mitad de camino…me confiscaron la camioneta, macho…un poco más y se chafa el plan….- Yo asentí, incapaz de hacer otra cosa al observar la sincera emoción en sus ojos, Venancio regresó con tres vasos de whisky mediados con un liquido ambar, que nos entregó. Ovidio fue el primero en alzarlo.

-Por todos los que no volvieron! Ea!- Exclamó, y el nudo en mi garganta se acabó de romper, como también observé en el hijo, y ambos acudimos a tomar un sorbo del mosto de nuestros vasos, Ovidio se tomó el suyo de un trago y después soltó un suspiro satisfecho.- Volviste, Bernabé..ves? Qué te dije, hombre de poca Fe?

La fugaz clarividencia de Ovidio me acompañó días, y después volví a retomar mis visitas a Campoamor. En esta ocasión sobre su mesa, además del sobre, había un precioso ramo de flores compuesto de tulipanes en tonos naranja y tallos de verde, en perfecta combinación.

-Muchas Gracias, Sr. Campoamor, no tenía usted porqué..- Bromeé a la vista del ramo, Campoamor sonrió con su amabilidad habitual y cogió el sobre.- Ovidio me creyó mi tío….fue..no sé como explicarlo…

-Esos momentos son como estrellas fugaces, Sr. Suárez, hay que disfrutarlos en el preciso instante en que suceden…

-No hubiera podido describirlo mejor….

-Número cuatro?

-Número cuatro

A veces pienso que el taxi que siempre paraba, era el mismo, pero la verdad es que nunca me fijé.

Conocí a Sara Bejerano cuando comencé a trabajar en el teatro. Ella era la que se encargaba del atrezzo y su mantenimiento, ya que era modista. O como ella solía decir, “costurera”. Me enamoré de ella sin remedio, y ella de mi. Llevar una doble vida no es fácil. Durante el día vivía según unos cánones completamente impuestos, por la noche cómo yo quería y con quién quería.Y esa persona era Sara. No era muy alta, y siempre llevaba el pelo suelto, una melena caoba, con la que ella jugaba a su antojo, en todo el tiempo que estuvimos juntos, sólo le conocí un abrigo, de lana roja, que había hecho ella misma, como todo lo que vestía. Yo le decía que tenía ojos de ardilla, por lo vivos que eran, y ella me respondía que debía postular para ser galán de película, por las tonterías que se me ocurría decir a las chicas. Sara era hija única, y vivía con su madre, una mujer viuda, enlutada y siempre triste, que, a veces, la acompañaba al teatro. Yo nunca me hubiera casado con Virtudes. Yo quería casarme con Sara Bejerano. Cuando la situación en Madrid comenzó a complicarse, se lo planteé. Nos casaríamos y le presentaría a mis padres los hechos consumados, en el amplio sentido de la palabra. Y ella estaba de acuerdo, incluso comenzó a hacer bozetos de cómo querría que fuese su traje de novia. Sara. Cuando Amos me confirmó lo que yo ya temía, y me planteó la huida, la busqué y le dije que nuestro momento había llegado. A veces aún siento su último abrazo, y aquel beso. También el último. Allí estaré, me dijo, y me acarició el rostro. Allí estaré. Sara. Pero no acudió a la cita.

Quise suponer que no quiso abandonar a su madre. Quise suponer que le dio miedo dar el paso. Quise suponer muchas cosas, pero la única cierta es que Sara se quedó mi corazón en empeño y nunca lo recuperé.

Sara no sobrevivió la guerra. Murió en un bombardeo. Uno de tantos. No sé dónde está enterrada, supongo que en una fosa común, en algún lugar. Pero sí sé dónde está la tumba de su madre. Adjunto a esta carta, encontrarás un ramo de tulipanes, la flor favorita de Sara, y los datos necesarios para dar con la tumba.”

La tumba de Dña. María del Carmen Sánchez Portón, se reducía a una pequeña placa de piedra,con su nombre grabado, sobre la tierra de un cementerio situado entre dos pueblos de la sierra.Deposité el ramo sobre ella, y miré a mi alrededor. Yo era el único visitante. 1895-1940. Sólo contaba con cuarenta y cinco años. Respiré hondo. Y me encaminé a la salida.

Encontré a Campoamor llenado una caja de embalar con libros que recogía de las estanterías de su despacho, en el que ya se apilaban tres más. La estancia, antes un tanto abigarrada, estaba ahora un poco desangelada.

-Se muda usted?

-Este es mi último caso, cedo el mando a mi hijo, ya va siendo hora…

-Aniceto…-Campoamor sonrió y asintió.

-Si, la cuarta generación ya…

-Es también tan alto?- Quise saber, Campoamor no pudo evitar reirse.

-Un palmo más que yo….tiene unas oficinas nuevas, con ascensor y toda la pesca, estas las mantedremos….como recuerdo, supongo…- Explicó haciendo un gesto desvaído con la mano.

-Dígame que el quinto no me lleva también a un cementerio- Fingí rogar, alcanzándole un libro de la estantería, él negó con la cabeza, sin perder la sonrisa.

-No puedo adelantarle nada, Sr. Suárez….pero con este sobre termina mi cometido, y como la ocasión lo requiere, me he permitido una libertad- De una zancada, acanzó el extremo opuesto del despacho y abrió la puerta de uno de los armarios, tras la que se escondía una pequeña nevera, de la que extrajo una botella de cava. Yo no pude evitar mostrar mi sorpresa.

-Cosas de mi padre….en esa estantería están las copas- Me indicó, al tiempo que, con ayuda de una bayeta liberaba la botella del corcho, que cedió sin liberar apenas espuma, le pregunté cómo lo lograba, él me guiñó un ojo- Práctica, amigo mío, mucha práctica.-Y llenó las dos copas con el cava- Antes de coger la suya me ofreció la mano- A propósito, yo soy Niceto, me parece absurdo brindar tratándonos de usted- Yo reí y se la estreché.

-Bernabé, encantado- Y cogimos nuestras copas.

-Por las cosas por venir- Sugirió él

-Y que todas sean buenas- Añadí yo.

El taxista casi tuvo que despertarme cuando llegó a la dirección que le había dado. Sin proponérnoslo, Aniceto Campoamor y yo, nos habíamos acabado la botella entre los dos.Muy a mi pesar, hube de dejar la lectura del quinto sobre para el día siguiente.

Amos Prescott se relajaba bailando claqué. Tenía una tabla en su oficina, y cuando lo creía necesario, se calzaba los zapatos de baile y comenzaba a bailar sobre ella, improvisando la melodía con el tiptap de las suelas. A veces, se subía al escenario y acompañaba a las coristas levantando las piernas con ellas al compás, o se sentaba conmigo a cuatro manos al piano. Cuando llegaba al teatro se transformaba en el motor de la fiesta, y la vivía con todo su ser, para después, ya al alba, marcharse a casa, darse una ducha, tomarse un café solo, y llegar puntual a su trabajo, como asistente en el consulado general de Estados Unidos en Madrid. Amos Prescott era homosexual, y estaba enamorado de mi. Él mismo me lo confesó, para añadir después que ya tenía asumido que no iba a ser nunca correspondido y que entendería si a partir de aquel momento le dejase de hablar. Amos Prescott es mi mejor amigo. En lo meses que precedieron al comienzo de la guerra, le había manifestado muchas veces que, en el caso hipotético de que todo desembocase en un conflicto bélico, no quería empuñar un arma, ni mucho menos usarla para matar a nadie en defensa de ninguna idea. No tenía madera de héroe ni alma de mártir. Yo sólo quería poder vivir algún día de mi música, con Sara. En paz. Por eso me avisó del golpe de estado, cuando nadie lo sabía aún. Amos se movía en muchos círculos, y sabía muchas cosas, que no siempre podía contarme.

Te ahorraré nuestro periplo hasta que llegamos a Estados Unidos, cerca de un mes después. Nos asentamos en Boston, dónde conseguí trabajo en un conservatorio como profesor de piano, Amos continuó trabajando para el gobierno,en diferentes posiciones. En el conservatorio conocí a Meredith Mulligan, que era profesora de arpa. Nos casamos poco después, y yo adopté su apellido, pasándome a llamar a partir de entonces Bernabé Mulligan. Tuvimos un hijo, al que llamamos como mi padre, Sebastian. Amos fue su padrino y lo quería como suyo. La vida puede dar giros irónicos en ocasiones. Yo huí de una guerra por no querer luchar en ella. Y una guerra, la de Vietnam, nos arrebató a Sebastian. Amos fue en persona a encargarse de la repatriación del cuerpo. Meredith nunca consiguió recuperarse, yo me refugié en mi música y en mis clases. Cuando Meredith murió, volvimos a quedarnos solos, Amos y yo. Fue entonces, cuando se me ocurrió este plan y, haciendo uso de los contactos que Amos aún tenía de sus años en el Gobierno, pudimos trazarlo y dar contigo.

Cuando leas esto yo también me habré ido. Ahora sólo queda él.

Junto con esta carta te adjunto un billete abierto de avión y los datos de contacto de Amos. Es necesario que vayas a Boston. Él estará esperándote”

Amos Prescott era la única persona en la zona de salida de pasajeros, que no sostenía un cartel con un nombre. No era un hombre muy alto, llevaba un abrigo de lana azul y tenía el pelo canoso que enmarcaba una facciones algo marcadas, suavizadas por sus enormes ojos negros. Cuando me vio aparecer, sonrió.

-Ahora si que puedo creer en la clonación humana- Saludó, antes de darme un abrazo, yo me reí.

Cogimos un taxi, en el exterior de la terminal, que pronto se perdió en el tráfico de la autopista.

-Yo ya no conduzco, mis ojos no ven como antes

-No tienes ni un poco de acento…- Él me sonrió y enarcó las cejas.

-Llevo más años hablando español que inglés…además me gusta más

-A dónde vamos?

-A tu casa- Le miré sin saber qué decir- En Beacon Hills- Y volvió a sonreirme tranquilo.

Poco después, el taxi paró en la calle que Amos le había dicho al conductor.

Yo saqué mi maleta del maletero y me fijé entonces en el edificio ante el que estábamos, una casa unifamiliar de tres plantas a la que se accedía por una escalera de cuatro peldaños. Amos me indicó con un gesto que subiese los escalones, y, sin perder la sonrisa, me entregó la llave.

La giré entonces en la cerradura. La puerta se abrió con suma facilidad.