Miriam no se volvió. Primero los niños, y luego ella, pasaron el control de seguridad y desaparecieron por el corredor que les llevaría a su puerta de embarque. Si ha de ser la última vez que te vea, no quiero que sea llorando. Le había dicho ella. Y tenía razón. Lo último que necesitaban ahora eran lágrimas.
El vuelo de él salía tres horas después, desde la otra terminal. Se sentaría en alguna de las cafeterías a tratar de comer y beber algo. Aunque no tuviera ganas. No pensaba con claridad con el estómago vacío.
Distinguió a Amadou casi de inmediato entre la multitud. Enfundado en un traje azul hecho a medida, con camisa y corbata a juego, avanzaba con la elegancia que le caracterizaba y con la tranquilidad de aquellos que saben a dónde van. Amadou no sólo era más alto que él, también tenía la piel un tono más oscuro, y las facciones más finas, él había salido a su madre y tenía la cara más ancha y un tono de piel chocolate con leche, como le gustaba decir a Miriam. Amadou le saludó ya desde lejos, alzando el brazo en el que llevaba colgado un abrigo, y regalándole la más ámplia de sus sonrisas.
-Joseph Amini!- Exclamó mientras se acercaba a él ya ofreciéndole la mano, Joseph se incorporó y se la estrechó, para luego darle un abrazo.
-Amadou Laurentius! No sabía que volabas desde aquí- Y le ofreció un asiento frente a él, Amadou dejó su abrigo y su maleta de mano sobre otra silla y se sentó.
-Yo tampoco, hermano, en la segunda escala nos redirigieron por culpa del mal tiempo en el otro lado…
-Sabes algo de los otros?
-Sólo que ya han salido, nada de mensajes entremedias, tal como acordamos…
-Les veremos allí entonces…- Amadou le miró un instante, y él se limitó a enarcar las cejas- Esperemos…
-Esperemos, hermano, esperemos…
El vuelo que debían tomar salió puntual. No iba lleno, así que pudieron sentase juntos. Mataron el tiempo leyendo la revista de a bordo de la compañía aérea y tratando de dormitar sin conseguirlo, apenas trabaron conversación, su intranquilidad aumentaba a medida que se iba acercando la hora de llegada a destino. Llegado un momento Amadou optó por recorrer el pasillo del avión varias veces, fingiendo querer estirar las piernas, Joseph apoyó la cabeza contra el asiento delantero y cerró los ojos. Una de las azafatas se acercó a preguntarle si se encontraba bien. Él intentó sonreír y quitó importancia a su postura, echándole la culpa a un dolor de espalda.
Tras aterrizar, el avión no fue llevado a la terminal. Se quedó atravesado en una de las dos pistas. Joseph y Amadou se miraron y permanecieron sentados, mientras el resto del pasaje se apresuraba a recoger sus pertenencias de los portaequipajes. Ellos saldrían de últimos. Primero se unió Amadou a la fila que se había formado en el pasillo para abandonar la aeronave, tras él, Joseph. Una bocanada de calor casi volcánico les recibió al llegar a la puerta de salida. Joseph se fijó en tres camiones militares apostados alrededor del avión, varios soldados armados vigilaban la bajada de los pasajeros, que eran dirigidos a un autobús por otros hombres armados.
-Si abren fuego, caeré sobre ti…- Anotó Joseph, Amadou enderezó la postura y se abrochó un botón de la chaqueta del traje.
-Entonces caeremos juntos, hermano- Contestó Amadou, sin volverse.
Pero los soldados no abrieron fuego. Uno de ellos, el que estaba al mando del retén, al descubrirles, se acercó a ellos y se cuadró, tras soltar por un momento la ametralladora que llevaba colgada, que hasta entonces había aferrado con ambas manos.
-Honorables Laurentius y Amini, Lenoko a la orden- Espetó estirándose en su postura de firmes, casi clavando la punta de los dedos de la mano derecha en su sien. Amadou le devolvió a medias el saludo, Joseph asintió con la cabeza mientras observaba los movimientos del resto de los componentes del retén, hombres de ébano, jóvenes, nerviosos, bañados en sudor y sujetando sus armas con tanta avidez, que la presión pintaba de blanco las yemas de sus dedos. Lenoko les indicó que le siguiesen hasta un coche aparcado al borde de la pista, un mercedes Klasse A metalizado, del que descendió otro hombre uniformado, que también se cuadró nada más tenerles ante si.
El aire acondicionado dentro del vehículo, en contraste con el calor abrasador en el exterior, hizo estornudar a Amadou varias veces, lo que provocó la risa del soldado conductor y de Joseph. Amadou los secundó, negando con la cabeza y abandonándose a un nuevo ataque de estornudos.
-Bless!- Exclamó el soldado mirándole a través del espejo retrovisor, sin poder evitar la risa.
-Bless, Bless…- Contestó Joseph, Amadou sólo pudo levantar su mano derecha tratando de controlar un nuevo estornudo.
El coche les llevó al único hotel de cinco estrellas de la capital, ante el que estaban aparcados varios camiones militares, que patrullaban el perímetro, cargados de hombres portando fusiles. Dos de ellos les abrieron la puerta de doble hoja de cristal de entrada al hotel, al tiempo que se cuadraban y clavaban la punta de la mano libre en la sien.
Un halo de aire frio les recibió nada más cruzar el umbral, Amadou volvió a estornudar, Joseph no pudo evitar reir.
Y allí estaban esperándoles. Los otros tres embajadores. Una vez alguien había repartido el mundo en cinco partes, y había enviado a cada una de ellas un embajador que se haría cargo de los paises que ésta englobase. Si bien estaban en contacto continuo unos con otros, era siempre extraordinaria la ocasión en la que se reunían, y esta lo era. Los cinco tenían la categoría de un consejo de sabios, y siempre se les debía tener en cuenta para tomar cualquier decisión que incumbiese al país.
-Laurentius y Amini! Ahora ya estamos completos!- Exclamó un hombre alto y delgado, con un traje gris perla con camisa blanca y corbata lila, sus facciones finas, dibujadas en su piel de mahagoni se relajaron en una amplia sonrisa.
-Michael Savaneh! Alabado!- Saludó Joseph ofreciéndole la mano y su abrazo, Laurentius le imitó, tras Savaneh se acercaron al grupo otros dos hombres. Los dos también en traje. Pero que no podían ser más diferentes. Uno era de mediana estatura, facciones marcadas dominadas por unos ojos grandes y profundos, llevaba el pelo al estilo afro y un traje de lana fina marrón con camisa beig y pajarita de tweed. El otro era de menor estatura, su cabeza carecía de pelo y su piel era la de un mulato, varios tonos más clara que la de sus colegas, sus facciones eran anchas y tras unas ligeras gafas Truman, se podían apreciar unos vivos ojos verdes, que acompañaban a su sonrisa en la alegría de verles aparecer.
-Lamin Olumi y Kim Humphries!-exclamó Amadou extendiendo sus brazos, dando la impresión de querer abrazarlos a ambos al mismo tiempo, Olumi y Humphries le ofrecieron la mano y una cálido abrazo entre risas.
-Todavía no ha llegado nadie?- Preguntó Joseph mirando a su alrededor, el lobby del hotel estaba casi desierto, exceptuandoles a ellos, los dos recepcionistas y un soldado que les observaba desde el acceso a las escaleras.
-Número1 y su Segundo, entró hace un rato…- Comentó Savaneh señalando hacia algún lugar del fondo del lobby. Y como si le hubiesen llamado, apareció.
Número1 era un hombre alto y de complexión fuerte, enfundado en un uniforme verde botella cuyas solapas estaban repletas de condecoraciones, tenía el pelo ralo muy blanco y unas facciones anchas, como su cuello, apenas contenido por la corbata del uniforme, la gorra del cual llevaba bajo el brazo. Tras él, su Segundo, más joven,no tan condecorado, y con menos canas, pero luciendo el mismo uniforme. A Número1 se le llamaba así en lugar de utilizar su nombre, al igual que al Número2 y al Número3, que formaban junto con él la cúpula militar bajo cuyo mando se encontraba el ejército. Los dos militares aparecieron provenientes de uno de los pasillos que desembocaban en el lobby y se acercaron al grupo. Tras los saludos pertinentes, les instó a que les siguieran por el pasillo por el que habían venido.
Les guió hasta una sala de conferencias, presidida por una enorme mesa rodeada de incontables sillas. Un frente de ventanas, ahora cerradas, daba a uno de los laterales del hotel, dos ventiladores suspendidos del techo funcionaban a toda potencia, pero no lograban disipar la sensación del olor a cerrado.
-Abriré las ventanas…- Dijo Joseph, nada más entrar, pero Número 1 se lo impidió.
-No, Amini, El Único lo quiere así…- Los cinco se miraron entre si y después a Número1, sin entender- Lo que hablemos podría ser escuchado desde fuera…o alguien colarse por la ventana…por eso él las quiere cerradas- Explicó señalando las ventanas, su Segundo, tras él, alzó las cejas, pero se mantuvo en silencio.
-Y los ventiladores?…no hay aire acondicionado?-Se interesó Savaneh , Número 1 pareció suspirar, pero casi imperceptiblemente.
-El Único teme que alguien pueda introducir gas por el conducto del aire…de ahí los ventiladores- Explicó, los cinco hombres se volvieron a mirar entre si, pero se abstuvieron de dar su opinión, dando paso a un corto silencio incómodo- Tomad asiento donde os plazca…como veis hay sitio de sobra…- Invitó Número1 buscando sonreír sin conseguirlo, su Segundo miró por un instante hacia los ventiladores y se balanceó sobre sus talones, para después seguir a Número 1 fuera de la sala.
Los cinco embajadores se quedaron solos. Humphries estornudó varias veces, y sacó un pañuelo de papel del bolsillo, Amadou sonrió y se dejó caer sobre una de las sillas.
-Estornudos de ida y vuelta- Bromeó, Humphries le miró mientras se sonaba la nariz.
-Creo que me he acatarrado en serio….y mis alergias han hecho acto de presencia, como siempre que vuelvo…- Informó al tiempo que se quitaba las gafas para secarse los ojos con el pañuelo, Amadou volvió a reir y sacándose la chaqueta del traje, la colgó sobre el respaldo. Savaneh se acercó al aparato del aire acondicionado y pudo comprobar que estaba desenchufado, lo que le hizo menear la cabeza, pero no dijo nada al respecto. Joseph y Olumi observaron el exterior por las ventanas cerradas, la sala daba a una franja ajardinada tras la que se abría el aparcamiento del hotel, por el que patrullaban soldados.
-Están nerviosos- Apuntó Olumi mientras sus ojos seguían a los uniformados en su paseo sin fin por el aparcamiento, Joseph asintió.
-Como todos nosotros, hermano, como todos nosotros…- Confirmo dándole una palmada en el hombro, antes de ir a ocupar una de las sillas a la mesa.
Poco a poco fueron llegando los convocados a la reunión. El primero en llegar fue Número2 con su Segundo, ambos con el mismo uniforme verde botella que Número1 y su subalterno, y las mismas condecoraciones. Número2 era un hombre delgado, casi flaco, de pómulos altos y ojos achinados en un rostro azabache, surcado por una cicatriz en cada mejilla; su Segundo compartía su tono de piel, pero no su delgadez ni su altura, lo que llamaba la atención al verles juntos. Tras los saludos de rigor se sentaron en una de las cabeceras de la mesa, sin ánimo de trabar conversación. Número3 y su Segundo llegaron poco después, dos hombres de cerca de dos metros, en sendos uniformes condecorados, de rasgos suaves y ojos almendra, su tono de piel era de la miel oscura, eran más jóvenes que Número1 y Número2 pero habían superado ya la barrera de la cuarentena. Tras los saludos pertinentes, Número3 quiso abrir también la ventana, pero tras recibir la misma explicación que en un principio había dado Número1, desistió en su deseo. Permaneció sin embargo junto a la ventana, observando a los soldados que patrullaban el aparcamiento, su Segundo se sentó junto a Savaneh del que era primo en algún grado.
Ya caía la tarde cuando llegó un hombre al que ninguno de los presentes conocía, y que se presentó como Abu Arthur, en la treintena, de piel cetrina oscura y enormes ojos negros en un rostro de facciones casi aguileñas, vistiendo un correcto traje gris sin corbata. Venía acompañado de otro que le sacaba una cabeza en altura, con el pelo en rastas ralas, en vaquero y camisa blanca, que llevaba un revolver sujeto a la cintura,y que se limitó a saludar a los presentes con un escueto gesto de cabeza, antes de abandonar la sala y ocupar su puesto de vigilancia en el corredor ante la puerta. Abu Arthur permaneció de pie, sin saber muy bien qué hacer, hasta que Joseph le ofreció que ocupara una silla, oferta que Arthur aceptó con una sonrisa tímida al tiempo que se acariciaba la nuca con un pañuelo, que después dobló cuidadosamente y guardó en el bolsillo de la chaqueta.
-Sólo espero que que se digne a asistir- El comentario de Laurentius rompió el denso silencio en el que se había sumido la sala tras la llegada de Arthur, los ventiladores no lograban aligerar el aire ni a la postre la tensión que se iba acumulando poco a poco en ella. Número2 miró a Laurentius desde su posición del extremo de la mesa, y se limitó a juntar las yemas de los dedos de las manos, su Segundo se sentó mejor en la silla, Número3, aún junto a la ventana, se volvió hacia Laurentius.
-Asistirá- Acotó, para volver a sus labores de observación.
Humphries sacó un spray-antialérgico del bolsillo interior de su chaqueta e introduciendo uno de sus extremos en la boca, dio dos certeros toques al émbolo dosificador, Olumi le miró preocupado.
-Todo en orden?
-Es por precaución….mis alergias, ya sabes, hermano, además me he acatarrado y no ayuda…- Contestó Humphries, para luego tratar de respirar hondo.
El Único llegó cuando alguno de los presentes ya había dado las luces por culpa de la oscuridad que la anochecida había traido consigo.
Al Único se le llamaba así porque había sido el presidente del país durante los últimos treinta años. Había llegado al poder en unas elecciones y desde aquel momento había permanecido en él ininterrumpidamente. Hasta hacía seis meses. En las últimas elecciones, y contra todo pronóstico, había salido vencedor por aplastante mayoría el candidato del partido de la oposición, un hombre llamado John. Y El Único se había negado a aceptarlo, enrocándose en el poder e impidiendo la toma de posesión de John. La situación había ido escalando hasta convertirse en insostenible, y se había organizado esa reunión para tratar de solucionarla de forma diplomática. John, por seguridad, no asistiría, en su lugar había enviado a su hombre de confianza, Abu Arthur, acompañado de un hombre armado.
El Único siempre había sido un hombre de constitución fuerte, y a pesar de haber superado ya los setenta años, lo seguía siendo. Los trajes a medida de preciso corte y color conseguían disimular su corpulencia, como en esta ocasión lo hacía un traje azul cobalto con corbata a juego. Único tenía el pelo rizo blanco ralo y facciones de mulato si bien su color de piel era más oscuro que el de cualquiera de los presentes. Si por algo se caracterizaba era por su eterna amplia sonrisa y su don de gentes. Sin embargo no había atisbo de ella cuando entró en la sala, y se limitó a saludar a todos con un escueto “Buenas Noches”, antes de sentarse a la cabecera de la mesa entre Número1, Número2 y sus Segundos correspondientes. Los otros se miraron unos a otros, indecisos al ahora de decidir quién tomaría la palabra primero. Laurentius fue el que se incorporó y se decidió a explicar la situación.
-Buenas Noches a todos, si estamos aquí reunidos es por una cuestión que pone en peligro la integridad del país y que ha de ser resuelta cuanto antes…mis compañeros Amini, Savaneh, Humphries y Olumi, aquí presentes, y yo mismo, pondremos todo de nuestra parte para que así sea…aprovecho para saludar a Abu Arthur, representante de John, que se ha ofrecido desde el primer momento a entablar un dialogo…Único, antes de nada, desearíamos que nos dijeses tus razones para no aceptar tu derrota…creo que este es un punto que a todos nos interesa…-Explicó Laurentius, dirigiéndose siempre a todos los presentes y gesticulando en la justa medida. Único le escuchó en silencio,acodado sobre la mesa, sin mover un músculo de su rostro, que, en cada pasquín publicitario siempre aparecía sonriente. Número1 le susurró algo al oído, pero El Único movió negativamente la cabeza, y entrelazando las manos se incorporó un poco más en su asiento.
-Lo que me ha quedado claro es que mi pueblo me ha querido dar un aviso, para que en un futuro lo haga mejor…nada más. Propongo convocar nuevas elecciones, y tomar esto por una anecdota sin consecuencias- Articuló las palabras con su voz profunda y con las pausas ya aprendidas de años de explicaciones sucintas y discursos.
Abu Arthur, que hasta entonces no había abierto la boca, y había ocupado una discreta posición en la mesa, miró a su alrededor sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.
-Único…el pueblo ha hablado y ha dicho que no te quiere más, eso es lo que hay que interpretar…
-Lo que se interpreta o no, eso lo decido yo, o es que nunca lo has tenido claro?- Cortó Único sin apenas dedicarle un soslayo, Arthur se incorporó e iba a contestarle, al tiempo Laurentius quiso mediar y los otros cuatro embajadores se miraron entre si, pero Único se incorporó abotonándose la chaqueta.
-Y yo ahora interpreto que tengo hambre, Número3, haz traer lo encargado- Ordenó, Arthur miró a Laurentius, quien le indicó con un gesto que se sentara, como también lo hizo él. Número3 se incorporó y abandonó la sala. Humphries sacó de nuevo el spray y dio dos toques al émbolo contra su boca, acto seguido agitó el spray otra vez e inhaló un nuevo toque, el spray parecía estar acabándose.
-Te encuentras mal?-Preguntó Joseph, Humphries se pasó un pañuelo por la frente y carraspeó, sin abrir los ojos.
-Creo que me está subiendo la fiebre…y sólo tengo este spray…debí traer todo lo demás…pero no pensé..en fin..-
-Si necesitas un médico….- Comenzó Olumi sentándose junto a él.
-De aquí no entra ni sale nadie hasta que todo esté zanjado- La voz de Único atravesó la sala, Humphries se limitó a apretarse el puente de la nariz, Joseph y Olumi se incorporaron a la vez.
-Si el compañero necesitara ayuda, se le suministraría, Único, no es necesario poner vidas en peligro por…- En eso se abrió la puerta y dos mujeres arrastrando una mesa con ruedas hicieron su aparición. Ambas estaban ataviadas con el uniforme del hotel, un vestido marrón con manga globo y cuello barco, recogido en un pliegue en la cintura y que caía en tablas hasta los tobillos, la de más edad lucía un turbante a juego, la más joven llevaba el pelo completamente entrenzado y recogido en un moño a un lado de su cabeza. Entraron midiendo sus pasos, y sin atreverse a mirar a su alrededor. La más joven, de rasgos menudos y mirada inquieta, levantó el mantel blanco que cubría la mesa rodante, y acto seguido los militares presentes se llevaron la mano a la pistola que todos llevaban al cinto, la chica lo notó y miró a su alrededor sin decidirse a destapar la mesa por completo, su compañera la ayudó atropelladamente y levantó las campanas de acero inoxidable que cubrían las bandejas preparadas con pan seco, fruta y verduras cortadas, completaban el carro un número indeterminado de botellas de agua helada. Las mujeres dispusieron las bandejas sobre la mesa lo más eficientemente que pudieron, y colocaron dos pilas de platos con cubiertos de plástico. Mientras esto sucedía, los hombre allí reunidos se mantenían en silencio, observando la operación, pero perdido cada uno de ellos en sus propios pensamientos. Las dos mujeres se marcharon empujando la mesa, y cerrando la puerta tras si.
-Fruta y verdura…? Pan?…He recorrido la mitad del globo para poder sentarme a esta mesa…exijo comer algo caliente- Sentenció Laurentius señalando las bandejas, Único le miró en silencio un instante, Número1 iba a decir algo, pero Único se lo impidió.
-He visto morir a demasiada gente envenenada, honorable Laurentius, y no quisiera correr la misma suerte…
-Envenenada? Me conta que tienes enemigos pero….
-La fruta y la verdura son sanos, a comer y callar…
-Arroz, podemos pedir arroz…- Intervino Savaneh, Único le miró escéptico.
-Y quién me asegura que es comestible?- Preguntó casi irónico, Joseph se incorporó entonces.
-Yo comeré el primer plato- Se ofreció. Los otros cuatro hicieron amago de decirle algo, pero Joseph se lo impidió con un gesto- Yo comeré el primer plato- Repitió. Único levantó la barbilla y luego se la acarició.
-De acuerdo, honorable Amini, nada que objetar- Y luego con un gesto de la mano, ordenó al Segundo de Número2 ir a pedir la comida.
Mientras esperaban, Abu Arthur explicó su programa de mejoras y los planes que John tenía para el país, Único le escuchó atentamente y rebatió todos los puntos recordándole sus logros de los últimos años y cómo el pueblo se los había agradecido, cuántos mandatarios de importancia internacional le habían honrado con su visita y a cuántas Cumbres había sido invitado, después le pidió a Arthur que concretase qué experiencia tenía en gobernar un país y de qué medios dispondría, Arthur intentó defender su capacidad intelectual y la de su representado de la mejor manera que pudo. Humphries, llegado un punto, juntó tres sillas y se acostó sobre ellas con los ojos cerrados, Olumi, sentado junto a él, le colocó un pañuelo empapado en agua helada sobre la frente. En eso llegó el arroz. Las mismas dos mujeres de antes entraron arrastrando una mesa sobre la que había un enorme recipiente metálico con tapa, platos y cubiertos de plástico. Una vez todo estuvo dispuesto sobre la mesa, se dispusieron a abandonar la sala, pero Único se lo impidió.
-Nadie sale, nadie entra- Acotó, la más joven pareció comenzar a temblar y la de más edad le rodeó el talle con un brazo atrayéndola en silencio hacia si, Número2 miró fugazmente a Número1, quien a su vez le miró a él y, tras suspirar imperceptiblemente, se quitó la casaca del uniforme. Joseph se acercó al recipiente metálico y lo destapó, contenía una cantidad ingente de humeante arroz. Cogió uno de los platos, y con una cuchara se sirvió dos veces. Laurentius apoyó los codos sobre la mesa y se tapó la cara con las manos, Savaneh se incorporó de su asiento sin perder de vista los movimientos de Joseph, Número3, aún junto a la ventana, se apoyó en el quicio con los brazos cruzados y la mirada clavada en el recipiente, Arthur se secó la nuca con el pañuelo, Único asistía impasible a la operación. Joseph cogió el plato en la mano y clavando la mirada en Único comenzó a comer el arroz, sin apartar un ápice sus ojos de su contrario, hasta acabar el plato. Después se sirvió un vaso de agua y lo alzó.
-A tu salud, Único- Saludó. Único parpadeó lento y asintió, al tiempo que hacía un gesto desvaído con la mano. El Segundo de Número3, abrió la puerta y conminó a las mujeres a salir, cosa que hicieron casi corriendo. Y todos pudieron, al fin, comer caliente.
Después volvieron a las negociaciones, que, invariablemente, acababan en callejones sin salida, o se perdían en explicaciones inútiles que Único no entendía ni tenía la intención de entender, firme en su idea de repetir las elecciones. Laurentius y Savaneh intentaron apelar al bien común del pueblo, a la necesidad de seguir en paz, en las consecuencias que una guerra civil podría traer a las generaciones futuras, a las muertes inútiles. Contra todo pronóstico, Número2 anotó, llegados a este punto que él ya había vivido una guerra y no deseaba vivir otra, Único, sin embargo, seguía cerrandose en banda. Fue entonces cuando Joseph Amini, se incorporó de su silla, y se dirigió a él en el dialecto que ambos compartían.
-Único, qué quieres? Dinos, qué quieres para irte?- Todos miraron entonces a Único, quien, incorporándose en su silla, apoyó las manos sobre la mesa y posó tranquilo su mirada en la de Joseph.
-Treinta millones de dólares y un avión a París.
Se hizo entonces un silencio denso, sin principio ni fin, en el que todos ellos parecieron hundirse.
-Así sea- Joseph acompañó la frase con una inclinación de cabeza. El resto de los presentes se limitaron a imitarle. Humphries, que no se había movido de su improvisado lecho sobre las sillas, se incorporó entonces, se había quitado la chaqueta y la corbata, la fiebre, en conjunto con sus alergias no le hacían tener el mejor aspecto, Olumi le instó a volver a acostarse, pero Humphries negó con la cabeza.
-Hay que despertar al director del Banco Nacional, e ir hasta allí, buscar el dinero y volver….mi spray está vacío, mi pecho ha comenzado a pitar y tengo frío en una habitación que supera los treinta grados y en la que no se mueve el aire, con lo que supongo que tengo fiebre…ir a buscar ese dinero se me presenta, tal como están las cosas, una misión suicida….pero si me quedo aquí moriré igualmente…me comprometo a ir y regresar con el dinero…sólo pido que un médico esté en el banco cuando yo llegue- Único miró a Número1, quien ya se había incorporado de su silla, al igual que su Segundo.
-Honorable Humphries, después de ti- Confirmó Número1 cuadrándose. Olumi quiso abrazar a Humphries antes de que éste se dirigiese a la puerta, pero Humphries sólo le apretó levemente los antebrazos, y, con paso vacilante se alejó hacia la puerta, para después abandonar la sala sin mirar atrás, seguido de Número1 y su Segundo.
Nadie habló después. Los embajadores caminaban por la sala, evitaban encontrarse. Número2 y su Segundo les observaban, Número3 y su Segundo, junto a la ventana, observan el exterior, donde la noche avanzaba lenta; Número3 se quitó la casaca y su Segundo le imitó. A pesar de los ventiladores, el aire seguía sin moverse. Único, recostado en su silla, parecía dormitar.
Cuando la puerta de la sala volvió a abrirse, y Número1, portando una maleta, hizo su aparición, parecía que hiciera una eternidad que se hubiera marchado. Le seguían su Segundo y Humphries, quien, tal como había sido acordado, había recibido una inyección y antibióticos nada más llegar al banco. Olumi y él se fundieron en un fraternal abrazo que pareció no tener fin. Laurentius por fin pudo dejar de caminar, Savaneh se apoyó la cabeza sobre la mesa, Joseph miró al techo y cerró los ojos, descubriendo,por fin, que podía volver a respirar. Número3 colocó la maleta sobre la mesa y la abrió, estaba rebosante de billetes nuevos en fajos.
-Contadlo, no quiero sorpresas- Conminó Único a la vista del papel moneda. Decidieron que fuesen Laurentius y Joseph quienes lo contaran, Savaneh lo colocaría de nuevo en la maleta. Sólo se equivocan una vez, y han de volver a empezar. Numero1 fue el encargado de cerrar la maleta con un candado y entregar la llave a Único, quien la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta. Fue entonces cuando alguien llegó para avisar de que la familia de Único ya estaba en el hotel, y que ya se había organizado su transporte seguro al aeropuerto. Único cogió la maleta, y, sin despedirse, abandonó la sala. Número1, Número2 y Número3 no hicieron amago de seguirle, ni él se lo pidió.
Tras unos instantes de aturdimiento, Número2 abrió las ventanas de par en par, y el aire fresco de las primeras luces del alba inundó la sala. Abu Arthur, con los codos apoyados en la mesa y la cara escondida en sus manos, rompió a llorar, sacudiéndose en un llanto silencioso, Número3 se volvió a poner su casaca y se la abrochó, después se situó tras Arthur, al igual que su Segundo, Número2 se pasó las manos nervudas por la cabeza y la cara, aún ante la ventana abierta al amanecer, e imitó a Número3, su Segundo se situó junto a él, Número1 se acercó a Arthur y le dio unas palmadas en el hombro derecho, al tiempo que situaba ante él un vaso de agua, Arthur se volvió hacia él con el rostro arrasado en llanto y se lo agradeció con un gesto de la cabeza, para después comenzar a beber a pequeños tragos.
Humphries, que se había vuelto a tumbar sobre las sillas, sin gafas, se apretó el puente de la nariz, mientras Olumi, junto a él, recostado en otra silla, miraba al techo donde los ventiladores seguían funcionando inútilmente. Savaneh, con las manos entrelazadas sobre la mesa y los ojos cerrados, parecía rezar, Amadou y Joseph , junto a las ventanas abiertas de par en par, contemplaban el exterior, los soldados del aparcamiento charlaban entre si y hacía bromas, ya sin controlar perímetro alguno, Joseph pudo ver al Capitán Lenoko junto a uno de los camiones aparcados, desde el que provenían ecos de una música, al ritmo de la cual Lenoko parecía bailar haciendo girar sus manos en el aire y meneando la cabeza al ritmo. Joseph se apoyó en el borde de la ventana y respiró hondo, al tiempo que cerraba los ojos, Amadou asintió con la cabeza, sin decir una palabra, como confirmándose algo a si mismo, y, por fin, se permitió llorar.
El mismo coche que les había traido al hotel, les volvió a llevar al aeropuerto. Laurentius volvió a estornudar, y Joseph a reir. Bless, hermano, Bless, volvió a repetir el chofer sonriéndole a través del retrovisor. El vehículo les dejó al pie de la pista donde aún seguía el avión en el que habían llegado, como si el tiempo desde entonces se hubiera detenido. Otros viajeros se dirigían despacio a la aeronave, sin prisa, portando su equipaje de mano. Joseph y Amadou se despidieron del chofer, y se encaminaron hacia la escalerilla.
-Si nos disparasen ahora, caeríamos juntos, hermano- Sugirió Joseph, Amadou le pasó el brazo por el hombro y sonrió.
-Tú lo has dicho, hermano, juntos- Y a la par, iniciaron la subida por la escalerilla, todavía envueltos en el frescor del nuevo día, en el que el sol volvería a brillar en paz.
Qué pena que tuvieran que arreglar con dinero la marcha de Único!
Besos
Mercedes
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Todo en esta vida, lamentablemente, tiene su precio. Muchas Gracias, Mercedes! Un beso enorme!
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