-Cascabel

-No, ese no cuadra..

-Lancero…

-Ese mejor

-Islero

-Ese es el que mató a Manolete

-No era Avispado?

-No, Islero

-Entonces…a quién mató Avispado?

-Ni idea..

-Catecúmeno

-Muy largo

-Triguero

-Suena a espárrago..

-Ligerito..

-Más rápido no puedo ir con el peso que llevamos..

-No hombre..

-Ah..sí, ese podría ser…Tranquilo

-Para tranquilo este..

-Bueno, mira como se nos puso en Piedrafita..

-Tendría sed el pobre animal..

-Ya..pero quién le da agua..tú?

-Pronto llegamos y puede beber

-Coño! Qué fue eso?

-Los baches…se me olvidó decirte lo de los ba…

-Me cago en la madre…! Joder.. para el bache! A poco más nos dejamos el eje..!

-Menudo coscorrón más tonto…

-Todo bien?

-Me saldrá un cuerno…pero bien..

-Sólo uno?

-Oye…Cornudo…que ni pintado..

-Venga „figura“, que hasta parece que ahora vamos más rápido…abre más la ventanilla y que corra el aire..

-„Soy minerooo“!!

-Apañamos…

Raulito el de la de Tornos avanzaba por el borde de la carretera dando pequeños saltitos al caminar. Como lo hacen los niños de seis años a los que les permiten ir libres de mano, y solos, por primera vez. El día anterior había acompañado a su padre al barbero, y éste le había cortado el pelo. No es que lo necesitase realmente, pero su madre quería que todos llevasen el pelo en condiciones en un día tan importante. Porque aquel era un día muy importante. Era el día de la Comunión de su hermana Merceditas. Su madre le había peinado el flequillo todo hacia delante y acicalado con brillantina, además le habían vestido con una camisita blanca de manga corta con cuello redondo, y unos pantalones cortos de piqué azul marino. Pero lo que más le gustaba a Raulito el de la de Tornos eran sus sandalias nuevas. Blancas,y con hebilla. Todavía impolutas. Las miraba cada tres saltitos, como para asegurarse de que todavía seguían allí. Y continuaba otra vez su alegre trote. Todos estaban todavía delante de la iglesia, en desordenada reunión después de la ceremonia, y su madre y su abuela le habían dejado que fuese solo hasta la casa de su tía Tona, que estaba sólo un par de cientos de metros alejada de la iglesia en linea recta siguiendo la carretera hacia abajo, y en cuya huerta iba a tener lugar la celebración. Raulito llevaba en la mano una bolsita con caramelos. Se los había dado su abuelo porque se había portado muy bien. Se miró las sandalias. Tenían un calado en forma de lágrima y podía verse los dedos de los pies. Fue al levantar la vista que lo vio. Delante de él. Si hubiera extendido su brazo lo hubiera podido rozar. Raulito tuvo que echar la cabeza hacia atrás para contemplar mejor su envergadura, se le abrió la boca sin querer, y no se atrevió a parpadear. Se miraron el uno al otro un instante, y Raulito, aún sin poder cerrar los ojos y con la boca todavía abierta, le siguió con la mirada cuando se adentró por una servidumbre de paso. Como había estado sin parpadear tanto tiempo, después tuvo que frotarse los ojos.

-Raulito..qué haces ahí? Vete a donde Tona, y no salgas a la carretera eh?, que puede venir un coche- La voz de Amelia de las del Factor le hizo volver la cabeza hacia las casas del otro lado de la carretera. Amelia estaba a la puerta de su casa, apertrechada en un traje azul cielo dos piezas, mesándose la permanente con una mano, mientras con la otra aferraba una cartera blanca contra si, como si un bandolero fuese a arrebatársela en cualquier momento.

-Ahí dentro hay un toro grande- Acertó a decir Raulito señalando con su mano hacia la servidumbre de paso, Amelia achinó levemente los ojos, como hacía siempre que no entendía bien, luego asintió y se arregló bien el escote. Alguien la llamó entonces desde dentro de la casa.

-Bueno, Raulito…tú vete a donde Tona, y no salgas a la carretera eh?- Repitió, para luego acudir al llamado.

Raulito se miró un momento las sandalias y continuó su camino hacia la casa de su tía, retomando sus saltitos. Casi llegando a casa de su tía, se cruzó con Herminio el de Tribes que venía fumando un pitillo, sin saber muy bien cómo moverse en su traje gris perla, cada dos pasos trataba de aflojarse el nudo de la corbata negra, su mujer se lo había apretado tanto que a él le dio la impresión que su verdadera intención había sido ahorcarle.

-Raulito!…cómo es que vienes tú solo?…no salgas a la carretera..- Dijo señalándole la carretera con estudiada severidad, Raulito negó con la cabeza y señaló hacia su espalda.

-Allí hay un toro grande, Herminio..así- Y levantó sus bracitos en el aire al tiempo que se ponía de puntillas para dar fe del tamaño del animal que decía haber visto. Herminio el de Tribes tomó una calada de su cigarrillo, y expulsó el humo despacio al tiempo que le miraba a través de la nube, luego trató de aflojarse de nuevo la corbata.

-Ya…tú vete a donde Tona, y no salgas a la carretera- Advirtió, para después acariciarle la cabeza y alejarse carretera arriba. Raulito le siguió con la mirada un momento, para continuar caminando a saltitos hasta alcanzar la casa de su tía Tona.

La casa de Tona se abría en su parte de atrás a una gran huerta, en la que se diseminaban manzanos y limoneros, a la sombra de los cuales se habian preparado dos mesas largas con mantelería blanca y la mejor vajilla de las de Tornos. Porque habían tenido que utilizar las tres vajillas para tener servicios para todos los invitados. No hizo falta que Raulito llamase a la puerta, ya que la encontró abierta. La casa era un hervidero de gente, que entraba y salía de la huerta hablando, riendo y compartiendo ya algún entremés en alegre jaleo. Muchos accedían a la propiedad desde las huertas vecinas, otros habían venido antes desde la iglesia. La huerta colindaba con el Campo de la Fiesta. Una amplia extensión de hierba, al fondo de la cual se había montado un rudimentario palco de madera, sobre el que por la tarde tocaría la orquesta. A un lado del palco se habían colocado dos feriantes, uno con una especie de mecano metálico del que colgaban tres barcas de madera, que más tarde surcarían el aire impulsadas por cuerdas, y otro con una caseta de tiro al blanco, donde a esa hora, el encargado, todavía se ocupaba de colgar los futuros premios. Un barquito de vela, una muñeca vestida de gitana, un rifle de plástico…Todavía faltaban tres días para el Día Grande, para entonces todo el campo estaría repleto de más casetas, una tómbola y todo olería a una mezcla de almendras garrapiñadas,vino y sardinas. Hoy sólo era la comunión de Merceditas.

-Raulito, no saldrías a la carretera?- Preguntó Tona arreglándole el flequillo a su sobrino, Raulito negó con la cabeza e iba a decirle algo, pero alguién tocó de repente un tuba, y Tona lanzó un grito llevándose la mano al pecho.-

-Y a ti ahora qué te pasa?- Preguntó Suso, su marido, que en ese momento pasaba por allí transportando dos sillas hacia fuera,y, debido al grito, había dejado caer una.

-Si no pensé que era un barco…

-Qué barco ni barca…tienes cada cosa…- Y se alejó aún hablando para si, llevando las sillas. Tona se mojó la punta de los dedos con la lengua y volvió a arreglarle el flequillo a Raulito, esta vez hacia la izquierda. Luego lo cogió de la mano.

-Tú ven, corazón, que tienes cara de hambre…- Y se alejó con él hacia la huerta.

Obdulia la del Teniente estaba muy orgullosa de su traje de lunares. Blancos sobre fondo rojo, ni muy grandes que paciesen lamparones, ni demasiado pequeños que pareciese llevase un traje de faralaes. Le había puesto solapas blancas, que cerraban el vestido con en total seis botones también blancos, el cinturón era rojo con hebilla plateada. Echó los hombros hacia atrás ante el espejo de cuerpo, y se dio media vuelta para ver el efecto por atrás, sonrió coqueta a su imagen; se fijó un momento en sus zapatos, blancos, tipo topolino, que dejaban ver sus manicuradas uñas rojas. Se atusó el moño bajo y arrugó levemente los labios para extender mejor el carmín. Por último alcanzó su cartera. Era negra. Tampoco había que abusar con el rojo. Decidió ir hasta la casa de Tona la de Tornos atravesando las huertas que separaban su casa de la de ella, así no tendría que dar tanta vuelta. Salió por el fondo, demarcado por una fila de árboles llorones, Obdulia cayó en la cuenta al atraversalos que en algún momento habría que cortarles las ramas, que ya casi formaban un manto sobre la hierba, pero ahora no era el momento ni la hora para hacerlo. No quería llegar tarde. Cruzó a través de las matas de madreselva, y cogió una ramita. Sonrió al olerla. Después la pondría en el cajón de su ropa interior. Avanzaba tratando de no enredarse los pies con la hierba alta, cuando la escuchó. Una respiración pesada y profunda, que provenía de detrás de los arbustos. Corrigió la postura y levantó un poco más la barbilla antes de continuar camino, no pudo evitar ponerse un poco colorada, sabía que el vestido iba a levantar espectación, pero no ya allí precisamente. Sintió cómo se movían los arbustos, y, de nuevo, la respiración, esta vez más profunda y casi agitada en su final. Obdulia se volvió, ya dispuesta a decirle cualquier cosa a aquel que se atrevía a comportarse de tal forma, y lo vio. Parado a diez pasos de ella. Entre la hierba alta. Mirándola. Tranquilo. Obdulia sintió como toda la sangre que hasta aquel momento había atesorado su cuerpo desaparecía, y con ella la fuerza de sus rodillas para sostener el peso de su cuerpo. También su voz. Sólo consiguió abrir la boca una cuarta, y volver a cerrarla sin haber conseguido ni exhalar un halito de algo parecido a un suspiro. Acertó, sin embargo, a girar su cuerpo de nuevo hacia el caminito por el que había avanzado hasta entonces e intentar alejarse del peligro. A Obdulia le dio la impresión de estar sumergida en aquel momento en una de esas pesadillas en las que uno intenta correr pero el suelo se vuelve de pronto de goma elástica, y por mucho que intente gritar su garganta no obedece, igual que los brazos, que se mueven sin sincronización, como si no perteneciesen al cuerpo. Y él la siguió. Curioso. A trote lento. Tranquilo.

-Tona, sabes? yo…- Comenzó Raulito, su tía Tona, que aún no le había soltado de la mano, sin atender a lo que quería decirle, le hizo entrega de un trozo de „torta borracha“.

-Toma nené, que seguro que tienes hambre…- Dijo, Raulito se limitó a asentir y a dar un bocado al enorme trozo de torta.

En eso, Tona miró hacia la huerta de los de Coles, la que colindaba con la suya, ya que desde allí llegaba gente corriendo y gritando, también los invitados que estaban en su huerta comenzaron a correr en todas direcciones gritando y volcando sillas. Primero vio a Obdulia la del Teniente, caminando de forma muy rara hacia el campón de la fiesta, e iba a preguntarse porqué toda la gente huía de Obdulia, cuando vio el motivo, y llevándose la mano al pecho comenzó a correr ella también hacia el campón profiriendo gritos, sin darse cuenta de que todavía llevaba de la mano a su sobrino.

-Raulito!!Raulito!!

-Estoy aquí, Tona!

-Corre, nené, tú corre..!!

 

 

-Que alguien haga algo!

-Llamad a los bomberos!

-AyDiosMío…y qué está ardiendo ahora?!

-Pues a la Guardia Civil!

-Nada de tiros…que hay criaturas!

-Apartarse!Apartarse!

-Dejar local!

-Buscar al alguien!

-Hay que buscar al torero!

-Pero qué dices! Apartarse!

-Sí que está! Buscar al torero!

-La criaturas! Las criaturas!

Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, estaba sentado a la sombra de un frondoso castaño, ante una mesa ya dispuesta para la comida, el alcalde les había invitado, a él y a sus mozo de espadas a comer después de haberles dado un paseo por la zona y mostrarles los puntos más representativos del lugar. Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, llevaba horas tratando de encontrar la manera de dirigirle la palabra a Violeta. Violeta era una chica amiga de la hija del alcalde, cuyo nombre no recordaba y a la que además habían sentado junto a él. A Violeta la habían sentado tres sitios a su izquierda, entre la cuñada del alcalde y un señor gordo de bigote que no paraba de servirse gaseosa. No había nada que no le gustase de aquella chica. Hasta su nombre. Violeta. Pero él no conseguía reunir el valor suficiente para dirigirle la palabra. Y lo peor. Qué palabras. Lo único que le venía a la cabeza que tuviera que ver con el nombre de Violeta era „Violetas Imperiales“ de Luís Mariano, y él, aunque le habían dicho que tenía buena voz, no creía que fuese la forma de entablar una conversación. Y menos allí. Además hacía un calor terrible. Húmedo. Que hacía que la camisa se le pegase a la espalda bajo la chaqueta del traje. Todavía llevaba puesto el sombrero panamá con banda azul, no sólo para protegerse del resol, sino también para frenar las gotas de sudor que insistían en perlar su frente, y que de vez en cuando se secaba con un pañuelo ya empapado. Violeta también le miraba. De vez en cuando. Violeta.

La mujer que trabajaba en la casa del alcalde acababa de colocar en el centro de la mesa una empanada perfectamente redonda, y que invitaba a comerla con sólo su delicioso olor, cuando un grupo de personas entró corriendo en la huerta por uno de los laterales gritando a la vez cosas incongruentes.

-Pero qué pasa!?- Alcanzó a preguntar el alcalde, que al incorporarse tan de prisa, volcó su silla.

-Va a haber una desgracia!

-Necesitamos al torero!

-Hay que apurar…!

-Aún va a encornar a la del Teniente!

-Es más grande que un mundo!

Todos miraron entonces a Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, quien había permanecido sentado, sin entender qué estaba pasando. Nastasio, su mozo de espadas, se incorporó y se santiguó al mismo tiempo, y él también se incorporó, aún sin saber por qué tenía que hacerlo, ya que todos hablaban a gritos a la vez y señalaban con los dedos en todas direcciones, las mujeres se llevaron las manos a la boca, el hombre gordo de bigote se bebió un vaso de gaseosa de una vez. Entonces Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, se vio rodeado por toda aquella gente, y Nastasio le agarró del brazo para guiarle hacia algún lugar fuera de aquella huerta, el diestro alcanzó a buscar a Violeta, quien también llevada por el grupo, avanzaba justo detrás de él, tanto o más confundida que él mismo.

-JuanTomásportumadre! Ni un puñalito tengo que darte! Pues que sea lo que Dios quiera!Hacer sitio!- Acertó a gritar Nastasio mientras avanzaban entre huertas, árboles, hierba alta y una multitud de gente que se les había unido y corría con ellos.

 

-Y qué tocamos!?-Preguntaba el trompeta de la orquesta municipal, que se había reunido cerca del campón de la fiesta para por la tarde tocar un par de piezas y ahora corría en desordenado grupo hacia donde les habían dicho que vendría el torero.

-Algo con Juan! No se llama Juan Tomás?!- Acertó a contestar el director tratando de no tropezar.

-La única es..“La hija de Juan Simón“…

-Ay Iñás por favor hombre….!

-Pues como es Grande…pues la de Marcial…

-Pues dale ahí…

Y avanzaron. Todos en desordenado tropel. Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, tomado por el brazo por Nastasio, en cabeza, tras ellos el alcalde y los invitados a la interrumpida comida, detrás los vecinos del pueblo que se habían ido uniendo desde todas partes, y con ellos la orquesta tocando al paso „Marcial, tú eres el más grande“ sin perder ni una nota. Hasta que llegaron al linde del campón de la fiesta, alrededor del cual ya se había congregado una ansiosa muchedumbre. Obdulia la del Teniente había logrado llegar hasta el centro del campón, donde se había quedado clavada, llorando desconsoladamente, después de que el animal que la perseguía también cesara en su avance a pocos metros de ella.

El alcalde mandó callar a la orquesta con un gesto. Nastasio le abotonó la chaqueta a su maestro y, sin saber qué más hacerle, le arregló las solapas y le agarró con fuerza los antebrazos mirándole fijamente.

-JuanTomásportumadre, haz lo que tengas que hacer- Dijo casi seguro de si mismo. Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, se llevó la mano al sombrero Panamá que aún llevaba en la cabeza, se lo quitó, se volvió y se lo entregó a Violeta diciéndole con ese gesto todo lo que no había podido en todo el día, ella recogió el sombrero entre sus manos y lo apretó contra su pecho parpadeando lento, sin necesidad de dar más explicaciones. De mano en mano, atravesó la multitud circundante un mantel cuadrado de color azul, en el apuro del momento había sido imposible encontrar otro de otro color.

Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, tomó el mantel en sus manos y se adentró en el campón a su suerte. El astado notó su presencia, y pareció saludarle acariciando la hierba con su pezuña delantera izquierda, su retador le devolvió el saludo sacudiendo levemente el mantel, cosiendo su mirada a la de él y midiendo cada uno de sus pasos. El animal perdió el interés en Obdulia, ahora sólo estaba pendiente de aquel trapo azul y su portador, quien, mientras tanteaba una situación favorable, le iba dando discretas instrucciones a Obdulia para que se fuera retirando caminando hacia atrás, de forma que ambos se movían a la vez, Obdulia hacia el palco de la música, y él hacia el frontal del toro, quien le seguía con la mirada sin variar su posición. Tan pronto Obdulia la del Teniente notó que había alcanzado las inmediaciones del palco, se desmayó en los brazos del Sargento Corcuera de la Guardia Civil, quien se había movido al tiempo que ella a lo ancho del fondo del campón para acudir en su ayuda si se diera el caso. Y se dio.

Hombre y toro, ya frente a frente, decidieron medir sus fuerzas.

No hizo falta muleta para aventar el improvisado capote, ni que el respetable abarrotase un tendido para jalear a una voz sentidos „Ole“. La magia se hizo realidad, la maravilla fue patente y el valor hizo el resto.

Llegados a un punto de no retorno, estando el diestro y el bravo de nuevo frente a frente, Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, alzó el dedo índice de su mano derecha hacia el cielo, sin descoser su mirada de la de su opuesto en el duelo, y con firme seguridad lo hizo descender lentamente hasta señalar el suelo. La tierra dejó de girar, los pájaros cesaron de cantar, los grillos callaron, el viento no sopló, nadie pudo parpadear, ninguno osó tragar saliba, el tiempo no quiso pasar. Y Avieso se postró a su orden.

Una riada de servilletas y manteles blancos acompañó la posterior algaravía, y cuatro hombres pertrechados con sogas con las que ataban a sus bueyes obraron el indulto.

Juan Tomás, el Grande de Guijuelo, empezó ahí a labrar su leyenda y Violeta, después, se convirtió en la mujer detrás del mito.

Obdulia la del Teniente y el Sargento Corcuera estuvieron juntos en lo bueno y en lo malo, y si la muerte no los ha separado, viven todavía. Muchas copiaron el corte del vestido, pero ninguna consiguió igualar el derriere.

Raulito el de la de Tornos recordaría de aquella gloriosa tarde dos cosas, sus sandalias blancas con calado en forma de lágrima que le dejaba ver los dedos de los pies, y que en uno de los Oles se le había caído al suelo el trozo de Torta Borracha que le había dado su tía.

Avieso acabó sus días como semental, pastando en una dehesa extremeña. A su hijo le pusieron de nombre Tranquilo. Porque imitaba maneras del padre.

 

Maestro, cómo debe ser el toreo? “Debe ser técnico, donde la aritmética ha de tener un papel fundamental, poniendo en juego, como un supuesto cálculo de sumas y restas, la exactitud de los terrenos y los tiempos, e inteligentemente lograr la solución de los problemas, teniendo como resultado la perfección de la faena»

Marcial Lalanda