Mi Rinoceronte

Yo vivo con un rinoceronte. No todo el mundo puede escribir esta frase en presente. La mayoría habría utilizado un verbo en pasado, o, para constatar la lejana posibilidad de que ese hecho pueda ocurrir en alguna ocasión, algunos utilizarían incluso el subjuntivo. Ellos hubieran o hubiesen vivido con un rinoceronte si se diera o diese al caso tener que hacerlo.

Mi rinoceronte se mueve lentamente, como lo hacen los boxeadores noqueados. Y piensa. O eso parece. Antes de hablar. Ya que mi rinoceronte habla. Él articula a su modo todas las palabras de la frase juntas, y luego yo me encargo de separarlas. Sus afirmaciones son preguntas, y sus preguntas afirmaciones, lo que hace que nuestras conversaciones sean una suerte de crucigrama dialéctico.

Vivir con un rinoceronte no es fácil. Ello conlleva no sólo dificultades con el espacio, sino también con la higiene. Hasta poco después de mi llegada, no tuvo consciencia de que la pileta del fregadero hubiera de vaciarse regularmente al tiempo que se lavaran los instrumentos propios de la cocina, así como le llevé a descubrir que una persona de estatura media y peso normal precisa de un espacio mínimo de veinte por veinte centímetros de la superficie de una mesa de proporciones adecuadas al tamaño de su cocina para poder depositar sobre el citado espacio los utensilios precisos para ingerir alimentos. La superficie restante queda libre de ser utilizada por cualquier otro miembro de la comunidad con la que se conviva. Este último punto se le resiste todavía. Pero trabaja en ello.

Las ventajas de vivir con un rinoceronte se reducen a una: su fuerza facilita en ocasiones mi compra semanal y la posterior vuelta con las bolsas.

Con todo, podría decirse que soy una persona con suerte, habida cuenta de que llegaré a ser el primer ser humano que haya convivido con un rinoceronte y viva para contarlo.

FAUX PAS

Edgardo Valcárzel Zapata, con z las dos, no tenía que estar allí. Pero Rudiger tenía tal gripe que se había tenido que quedar en el hotel, y habían cambiado turnos. Tercera hoja, después del allegro, dos golpes de timbal. Nada más. Connor le había dicho que podía estar con él en la cafetería de enfrente hasta justo el momento y después volver, pero él prefería estar en su puesto desde el principio. Además, desde su posición podía ver a Nieves, en la segunda fila de viento, la cuarta desde su derecha, y eso compensaba cualquier espera. Se acordó de su cajón. Porque a él lo que le gustaba era tocar era el cajón. Un par de trompetas, un bajo, y gozadera. Sólo se necesitaba eso para ser feliz en la vida, con un cajón. Eso y una cerveza helada sentado en la proa del yate de su primo en Miami. Cuando fuese tiempo le iba a comentar a Nieves. Pero ahora había que centrarse en los timbales. Tercera hoja. Tercera hoja. Entonces le vio. Todo dientes y sonrisas, y laca, mucha laca, para sujetar la pelambrera rubia. El traje lo hubiese llevado él con gusto a la boda de su tía Ivette, azul metálico con corbata lila. Su abuela hubiese dicho de él que de donde ese bajara, se encocota un mono. Y empieza a hablar en aquella lengua indescifrable para él, y el público que abarrota el teatro hasta se ríe. Se iba a preguntar de qué, cuando sucede. El hombre enlacado había estirado un brazo y señalado, al mismo tiempo que un foco de luz, a Fritz Bauer, el tercer Cuerno Inglés, y le anima a acercarse al borde del escenario. Edgardo primero mira a Nieves, que a su vez le mira a él, y luego de soslayo a Liuba a su izquierda, y ésta el perfil de Igor, dos filas por delante, a quien Edgardo busca sin atreverse siquiera a tragar saliba. Sólo alcanza a ver sus manos, sujetando tranquilas el violín en vertical sobre su regazo. Edgardo se fija en Fritz, quien pareciera haber sido elegido para ser el primer fusilado en una guerra relámpago, a tenor de su expresión. Y vuelve a Nieves. Mejor ahí.

Ian MacMillan había pasado toda la tarde buscando la dichosa balleta azul. Pero nada. Se la había tragado la tierra. O mejor dicho, algún servicio de habitaciones. La culpa había sido suya por no haberla guardado donde debía, dentro del maletín del oboe. Ralph, el segundo Flauta Travesera, le había prestado su gamuza, pero no era lo mismo. Habría tenido que comprar dos, como le había dicho Ramón, pero si una cosa era Ian MacMillan era terco. Y por terquedad había llegado hasta allí. A primer oboe de la Orquesta Sinfónica. De no haber sido así, habría acabado como su primo Pete, tocando “Gabriel´s Oboe” en ceremonias. Cuando el haz de luz iluminó a Fritz, él estaba observando con qué delicadeza Masako sostenía su flauta y se la imaginaba girando sobre si misma en un nenúfar. No pudo evitar dar un ligero respingo en el asiento. Igual que Fritz, que le miró como si le hubieran alcanzado con una bala de gran calibre. Él giró de inmediato la cabeza hacia Igor, quien sostenía su violín en vertical sin inmutarse. El hombre de la peluca, porque aquella mata rubia sólo podía ser una peluca, le indicó de nuevo a Fritz que se acercase al borde del escenario, y éste le obedeció aferrándose a su Cuerno Inglés como si fuera un chaleco salvavidas. Ian volvió a Masako, quien a su vez le miraba a él con la boca hecha una O. Y él deseó en ese instante zambullirse con ella en un mar de nenúfares.

Los cellos en pleno giraron sus cabezas hacia las violas, y éstas buscaron con la mirada los violines, y entre ellos a Igor, quien seguía impasible. Alguno de los contrabajos hizo visible su estupefacción haciendo girar el instrumento, y uno de los trompetas quiso incorporarse a tocar a Generala, pero la Primera Tuba le hizo sentar, haciéndole un gesto con la cabeza hacia las bambalinas, donde la soprano que debía cantar esa velada trataba de impedir al enfurecido director de la Orquesta Sinfónica salir al escenario, ayudada por el pianista y uno de los ujieres.

Cuando Fritz por fin alcanzó el borde del escenario, fue recibido por una gran ovación y el hombre rubio le rodeó los hombros con un brazo y le conminó a que explicase cuál era su cometido en la orquesta y por qué se había decidido por un instrumento tan raro. Fritz se aferró de nuevo a su Cuerno Inglés, su mejor amigo, fijó su mirada en el haz de luz proveniente del fondo del teatro y por un momento deseó convertirse en una de las minúsculas partículas de polvo brillante que levitaban en él. Nunca supo que había contestado. Pero recibió igualmente un océano de aplausos.

Igor Michialiewitsh, Primer Violín, salió esa noche a fumar un pitillo al balcón de su habitación del hotel, había parado de nevar, pero la temperatura seguía bajo cero. No le importó. De donde él procedía esa temperatura anunciaba la primavera. Ilya Munin, Primer Viola, le siguió y le secundó con otro pitillo. El humo se mezcló con el vapor de sus bocas provocando una súbita nube, que se deshizo lentamente en la noche.

– Mañana salimos a las seis- Comentó Munin, tomando otra calada

– Tres más y volvemos a casa

– El jefe está que trina con lo de hoy….-Igor toma una calada larga y expulsa el humo con lentitud.

– En realidad, no me gusta hablar en público- Y ambos rompen el frío de la noche con su risa.

Roland Koch recorría el pasillo con desgana, llevando en una mano el Email que acababa de imprimir y en la otra el teléfono de servicio. Era viernes y ya habían dado las dos, Gerencia estaba desierto, pero él todavía no iba a poder irse, aún no. Desde uno de los despachos le llegó un eco de ruidos y se acercó a ver quién era, descubrió a Eveline, la chica que limpiaba las oficinas, colocando las papeleras sobre las mesas para poder pasar después más fácilmente la aspiradora industrial aparcada junto a la puerta.

– Buenas Tardes, Eveline- Saludó, apoyándose en el marco de la puerta, Eveline dio un ligero respingo y soltó una carcajada.

– Ay!Qué susto Sr. Koch!Pensé que estaba sola ya- Y colocó la última de las papeleras sobre una mesa, Koch forzó una sonrisa y se acarició levemente la frente con dos dedos de su mano izquierda.

– Eveline, puedo hacerle una pregunta?- Y casi le pesó haberlo dicho, pero no tenía nada que perder, Eveline le miró con expresión sorprendida en su cara pequeña y pecosa al tiempo que asentía.- Si usted alguna vez tuviera que preguntar algo a la Orquesta Sinfónica como tal….

– Yo?- Eveline abrió mucho los ojos mientras se ponía los guantes de goma, Koch carraspeó.

-Si tuviera que hacer una entrevista a la orquesta, por algún motivo, a quién entrevistaría usted?- Eveline se encogió de hombros, exhaló un buche de aire y miró fugazmente el poster enmarcado de Kiri Te Kanawa como Madame Butterfly que colgaba frente a ella, luego volvió a él con una expresión rozando el escepticismo en sus labios.

-Al Primer Violín….Si, al Primer Violín. Sabe? Mi sobrino toca también el violín, y creo que no lo hace mal, mi Lukas está en clarinete los miércoles pero la verdad es que no sé si eso va a llegar a algo, ya sabe usted como son los teenies ahora, pero el padre quería y…- Pero Koch ya no la escuchaba, su mirada había vagado hasta la ventana, abierta de par en par a un mediodía plomizo, y sintió cómo sus ojos se hundían en las cuencas bajo el peso de sus ojeras. El teléfono que llevaba en su mano comenzó a sonar y al ver el número que llamaba, cerró brevemente los ojos para después buscar ánimo en el techo-……creo que acabará tocando el piano, mi primo Lutzt tiene uno y nos lo quiere regalar, pero dónde lo ponemos? Si casi no cabemos ni nosotros….-Koch carraspeó y se incorporó de su apoyo del marco de la puerta, forzando otra sonrisa.

-Ya, gracias Eveline, que tenga un buen fin de semana…- Acotó, Eveline le sonrió y le deseó lo mismo mientras pasaba un paño húmedo sobre una mesa.

Koch recorrió el pasillo en el sentido contrario al que había venido, con el Email en una mano, y el teléfono de servicio sonando en la otra. Iba a tener que contestar.

Él no se podía ir. Todavía no.

Bucle

Cuando se despertó Ella ya no estaba. No se sorprendió, ya se había acostumbrado a eso. Pero Él ya no se encontró en la cama en la que se había acostado la noche anterior, ahora era un colchón colocado sobre cuatro palets de madera y la habitación era más pequeña y oscura. Se levantó con la esperanza de darse una ducha, pero sólo había un lavabo miserable y un cubo con agua fría. Mejor que nada. Y sin pensarlo dos veces se lo echó por encima sin poder reprimir un grito. Ella llegó cuando él trataba de encender la cocina con trocitos de madera. Nunca antes habían tenido una así, desde hornillos de gas a vitrocerámicas de última generación. Pero nunca cocinas de leña. Ella ahora era rubia, y tenía los ojos verdes. Llevaba el pelo en rastas, recogidas con una pañoleta, vestía una especie de mono vaquero sin camiseta debajo e iba descalza. Se enervó porque Él no era capaz de encender el fuego, y acabaron teniendo una bronca monumental, después de la cual Él se fue dando un portazo. Ahora no tenía coche, tenía una bicicleta holandesa. Estaba nevando y la carretera discurría entre campos labrados. Se alegró de llevar abrigo y botas, en otras ocasiones había hecho el mismo trayecto, bajo las mismas circunstancias atmosféricas, sólo ataviado con bermudas y chanclas. Cuando ya estaba alcanzando las primeras casas de lo que parecía un pueblo, una camioneta tipo pick-up le adelantó y aparcó en el arcén. Ella salió del vehículo, seguía con las rastas, pero ahora llevaba un vestido corto de lentejuelas de colores, sandalias y un abrigo de bisón. Él metió la bicicleta en la parte de atrás de la camioneta y se subió como copiloto. Ella condujo hasta una propiedad a la que se accedía por un enorme portalón de hierro forjado. Era la entrada a una casa señorial tipo manor inglesa. Una vez en ella, sin darse apenas tregua, buscaron una habitación y se entregaron al sexo sin ningún tipo de cortapisas. Cuando Ella salió de la ducha, Él había desaparecido, cuando se acercó a la ventana le descubrió alejándose al galope a lomos de un pura sangre negro. Ella se colocó las rastas de nuevo en la pañoleta y se vistió con un jersey largo de lana que colgaba en el armario, además de unas botas tipo Ugg forradas de borreguillo. En el salón de cuatro ambientes se encontró con su madre. Hacía tanto tiempo que no la veía, que casi no la reconoció. Ahora era morena, fumaba y parecía que se había dado a la bebida, ya que la topó recostada en un sofá sosteniendo un vaso a rebosar de whisky. Su padre apareció después, y no les dirigió la palabra, fiel a su costumbre. Se limitó a sentarse a leer el periódico en una butaca. Ella decidió irse. A algún lugar. Él dejó el caballo atado en un establo, y se subió a un Porsche Carrera gris metálico. Condujo sin encontrar apenas tráfico hasta la zona noble de una ciudad y aparcó delante de un edificio elegante. Una doncella le abrió la puerta de la casa, y le dijo que su baño ya estaba preparado. Cuando se estaba vistiendo con un traje oscuro hecho a medida, la doncella le anunció que tenía visita. Su padre. Esta vez se alegró de verle. También venía de traje. Al parecer irían juntos a una recepción importante. Otras veces lo primero que había hecho su padre al verle había sido arrearle un bofetón. O echarle en cara cosas del pasado. Porque su padre y él tenían un trauma común en el pasado. Pero siempre variaba el tipo. Ahora parecían no tener ninguno. En la recepción se encontró con Ella. Ya no tenía rastas, ahora tenía el pelo rubio en una larga melena y vestía un traje rojo de seda tipo sirena. En algún momento se fueron a la casa de Él y se entregaron al sexo de nuevo. Al despertar, Él pensó que no la encontraría. Pero Ella aún seguía allí. Y todavía era rubia. Cuando llamaron a la puerta, ninguna doncella acudió a abrir, así que Él lo hizo. Una mujer embarazada con dos niños de la mano estaba en el umbral, hecha un mar de lágrimas. Su hermana. No sabía que tuviera una hermana. Hasta ahora había sido hijo único. La hizo pasar. Ella apareció en albornoz y se encargó de la situación, mientras Él preparaba café. Cuando llegó a la sala, se las encontró charlando y a los niños jugando sobre la alfombra. Les entregó a cada una su café, y Él se sentó en una butaca mientras soltaba un profundo suspiro, mirando hacia la ventana observó que había comenzado a llover torrencialmente….

Roberta Montagut cerró su ordenador y dio una palmada. Por fin había escrito el guion-guía de su próxima novela y podría entregárselo a su editor, que ya estaba ansioso por leerla. Como el resto de los millones de lectores en todo el mundo. Supondría la sexta entrega. Todavía tenía que limar matices. Pensó que lo mejor que podía hacer ahora era sacar a Groucho, su perro, de paseo por el bosque. Así él podría correr un poco y ella tomaría un poco de aire fresco antes de regresar para hacer las maletas.

P.S.

Ella le encontró apoyado en la barandilla del estanque del parque, echándole pan a los patos, se acercó y le rodeó el talle con el brazo, Él hizo lo mismo con ella y sonrió.

– Unas merecidas vacaciones- Dijo ella apoyando la cabeza en el brazo de Él, que se la besó.

– Duren lo que duren, hay que disfrutarlas- Y la cogió de la mano.

– He decidido llamarme Candice, ella nunca va a ponérselo a nadie…y tú?

– Yo Lincoln, siempre me pone el mismo, pero este me gusta, tiene cuerpo…no sé

– Lincoln?

– Si, Candice

– Cuando lleguemos a casa no nos acostamos, verdad?

– Ni lo sueñes, estamos de vacaciones mi amor…- Candice le mira con una sonrisa que ilumina su rostro.

– Lincoln..no puedo imaginar mis páginas sin ti.

Carpool

Silke B.– Después de lo que le pasó a Mareike se ha decidido ayudarla con los niños. He creado este grupo para poder coordinar los turnos de llevar y traer al cole. Gracias por vuestro altruismo!

Anne H.– Yo puedo los lunes y los martes. Pero sólo llevar.Sven todavía no sabe si recoge 🙂

Beate S.– Yo puedo llevar los miércoles y recoger los lunes.

Sylvia T.– Yo puedo recoger los martes y llevar los jueves. No entiendo qué tienen que ver las piscinas con esto.

Anne H.– Piscinas?

Beate S.– Hay que llevarles algún día a la piscina?

Silke B.– Es un término inglés para definir lo que hacemos. Yo llevo y recojo jueves y viernes.

Anne H.- Sven puede recogerlos los lunes.

Silke B.– Los lunes ya los recoge Beate.

Sylvia T.- Yo creo que “Grupo Mareike” estaría más acertado. Silke yo llevo los jueves 😉

Silke B.– Entones recojo jueves y llevo/traigo viernes. Sorry.

Anne H.- Sven los lleva entonces los lunes.

Beate S.- Y quién les lleva a la piscina?

Sylvia T.– A qué piscina?

Silke B.- No hay piscina.

Beate S.- Bien.

Anne H.- “Grupo Mareike” suena a terrorista.

Sylvia T.– Eso sería “Célula Mareike”

Silke B.- He intentado cambiar el nombre y no soy capaz. Queda así.

Anne H.– “Comando Mareike”

Sylvia T.– “Carlos” si te parece 🙂 🙂

Beate S.- Carlos? Hay que llevarle también?

Silke B.- La semana está entonces cubierta. Falta la compra, voluntarios?

Beate S.– Hay que llevar a Carlos?

Sylvia T.– No Beate S.

Beate S.– Thkx!:)

(Sven se ha unido al grupo)

Sven.– Hola a tod@s! Yo puedo hacer la compra.

Silke B.- Perfecto. Cuando?

Sven.- Después de recogerlos los lunes.

Sylvia T.– Con los cinco?

Sven.– Qué cinco??

Anne H.- Los de ella y los nuestros.

Beate B.- Te podemos prestar nuestro remolque.

Sven.– No problema.

Sylvia T.- Yo podría hacer dos compras cuando la haga yo.

Sven.- No problema. Todo bajo control.

Anne H.- “Comando Sven” 😉

Silke B.- Mareike te deja la lista en la mochila de uno de ellos.

Sylvia T.– Cuál?

Beate B. – Necesitas el remolque?

Anne H.- Nop.

Sven.– Yes I can:)

………

Silke B.– Sven, la próxima vez nada de helado. Tampoco rastrillos.

Sven.– Los vi ya en el coche.

Silke B.– Diez litros de zumo de naranja?

Beate B.- Está de oferta.

Sven.– Y buenísimo.

Beate B.- Yo compré piña.

Sven.- Ya no había 😦

Silke B.- Te paso la próxima lista por Email.

Beate B.- También tartas de queso.

Sylvia T.- Mareike tiene ya tres.

Sven.- Yummi

Anne H.- Necesita alguien rastrillos?

…………………………..

(Ingrid P. se ha unido al grupo)

Ingrid P.– Hola a tod@s. Yo podría saltar cuando alguno no pueda.

Silke B.– Garcias Ingrid!

Anne H.– Ya te iremos diciendo 🙂

Beate B.– Quién no puede saltar?

Ingrid P.– Yo puedo saltar

Beate B.- Por?

Ingrid P.- Si alguien no puede.

Beate B.– Saltar?

Sylvia T.- Gracias Ingrid!

Ingrid P.- Yo puedo llevar y recoger si alguien no puede, si puede pues ya no y me dice o no dependiendo. Yo salto por el.

Sven.- Yes you can 😉

Sylvia T.- Todo depende.

Anne H.- Todo es relativo.

Beate B.- Pero quién no puede saltar?

Parcelas

Mi suegro cogió mal el desvío. Ni mi suegra ni yo nos dimos cuenta. Él tampoco. Tuvo que dar entonces la vuelta en la explanada donde viran los autobuses. El empleado del cementerio nos estaba esperando junto a la capilla, en ropa de faena, con rostro compungido y varias carpetas en las manos. Yo cogí del brazo a mi suegra, o ella a mí, no me acuerdo, mi suegro metió las manos en los bolsillos y se dedicó a contemplar con detenimiento sus zapatos. Yo ofrecí mi mano al empleado, quien me dio el pésame, con la fórmula más larga, la que por el medio ya asientes y das las gracias para que no se complique, pero él llegó hasta el final, sin soltar mi mano y haciendo una ligera, pero firme, inclinación de cabeza, como los militares. Pensé. No sé por qué. Nos dijo que nos guiaría hasta la zona del fondo, la que aún estaba vacía, para que pudieramos elegir el lugar, y se adelantó unos pasos a nosotros. „Nothing runs faster as a deer“, en letras negras sobre el fondo verde de su cazadora de faena. Lo leí y sonreí. Por primera vez en semanas. Y pensé en los guepardos. También corren rápido. Al menos cuando persiguen ciervos. Pero donde hay guepardos no hay ciervos. O sí. Mi suegra se paró de repente, apretando contra su boca el pañuelo de papel que llevaba sujetando con fuerza en su puño toda la mañana, mi suegro también se paró, el empleado lo hizo un par de pasos más tarde. Nos quedamos todos quietos, observando a mi suegra, en silencio, dándole tiempo, sin medirlo. Cuando se repuso continuamos, y el empleado nos presentó el campo abierto ante nosotros haciendo un gesto desvaido con una mano, para después alejarse unos pasos caminando hacia atrás con la cabeza baja y las manos recogidas ante su vientre, como se ve hacer a los sirvientes en las peliculas inglesas. Pensé. No sé. Mi suegro se adentró en el campo entonces, ahora mirando al frente, hacia los montes, con las manos entrelazadas a la espalda, mi suegra soltó mi brazo y le siguió, como siempre, con los brazos caidos, sin rumbo fijo. Yo no me moví. No pude. Ni miré a mi alrededor. Les dejé buscar a ellos. Un lugar en campo abierto, un lugar que ninguno de nosotros quería buscar, ni sabía cómo. Lo recorrieron por separado, mi suegro mirando hacia los montes, ella de forma errática. Un lugar. Yo opté por mirar al cielo gris. Aquí. La voz de mi suegro me hizo bajar. Señaló un punto en la lejanía, mi suegra asentía dándole la razón, sin saber a qué, girando sobre si misma. Aquí. Yo también le di la razón. Allí. Así verá la puesta de sol. Me di cuenta de que aún tenía corazón cuando sentí el pellizco. Seguía en su sitio. Allí. Esta vez miré al empleado, se dirigía a mi suegro con una carpeta abierta. „Nothing runs faster as a deer“.

ICE

La chica me mira incrédula cuando le digo que ocupa mi sitio. Se saca los auriculares. Rola los ojos. Se levanta de mala gana y se sienta uno más adelante, dejándome el asiento de ventanilla medio echado para atrás. No me importa. Así duermo un poco.

La persona que se ha sentado a mi lado sorbe haciendo ruido lo que sea que está bebiendo. Es un chico japonés con auriculares, le habla a su Smartphone en japonés. Escucharlo me adormila de nuevo. Pero cada vez que sorbe del vaso me enerva y me despierto otra vez. Me pregunto si también lo hará en Japón. Japón consta de infinidad de islas. Capital Tokio. Le cuenta algo en rudimentario alemán a su interlocutor. El otro no le entiende. Vuelve a sorber. Es menta-poleo. La menta-poleo me provoca acidez. Miro el paisaje. Se acerca otro japonés con un pasaporte en la mano, a decirle algo al que sorbe. No son japoneses, son coreanos. Corea son dos. Como Cáceres y Badajoz. Capitales Pjönjang y Seúl. El japonés que es coreano se incorpora para acompañar a su amigo. Me fijo en sus pies, lleva chanclas rosas de Hello Kitty. A lo mejor son cómodas. Me duermo en Bensheim.

Me despierta un chirrido del tren. A mi lado está sentada Mia Farrow. Con ese corte de pelo que es tan difícil que le quede bien a otra persona que no sea ella. Pero a ésta le va. Lleva una camiseta que pone “I don´t care”. “Me either” estoy a punto de decirle, pero vuelvo a la ventanilla. Grúas. Decenas de grúas. Me incorporo un poco. Los dos que están en los asientos paralelos pasan bien. Pero llegaron por separado. En estaciones distintas. Se intercambian los números.

La revisora le explica a alguien que tiene que subir las maletas al portaequipajes y dejar libre el pasillo. Es americano. No entiende por qué. “For your own security”. Entonces sí. La revisora se aleja y rola lo ojos. Me pide el billete mientras recita algo para si. Me sonríe. Yo también. Mia Farrow duerme.

Esta noche ha debido haber una invasión extraterrestre y han llenado el mundo de grúas. Ya estamos llegando. La gente se apura a las puertas del vagón. La estación es final de trayecto. Me pregunto para qué tanta prisa.

Me recibe una bocanada de calor al bajar. El chico del asiento paralelo le lleva la maleta a la chica. Van en la misma dirección.

Taxi!

AGUA

Finn me despierta. Ya está despierto. Mamá no está. Hoy no vamos a la guardería. Finn llama a mamá. Mamá. Mamá está arriba con Jaime. Jaime tiene que ir al cole. Hoy no vamos a la guardería. Jaime no quiere ir al cole. Nosotros también vamos a ir al cole. Pero no hoy. Hoy no. Hoy no hay guardería. Cacao. Quiero cacao. Finn no quiere cacao. Ketchup. Finn quiere ketchup. Jaime. Jaime no me deja sitio en el sofá. Mamá. Jaime tiene que ir al cole. Hoy no tenemos guardería. Cacao. Finn quiere cacao. Jaime me empuja. Mancha. Mamá. Finn quiere ver los caracoles. Jaime no tiene sandalia. Mamá busca la sandalia. Finn quiere ver los caracoles. Jaime se va al cole. Nosotros también vamos a ir al cole. Pero hoy no. Hoy no. Hoy vamos a jugar al agua. Finn quiere ir a la piscina. Hoy no. Hoy está cerrada. Finn quiere ir a la piscina. Hoy está cerrada. La piscina está cerrada. Yo sé lo que es cerrada. No está abierta. Está cerrada. La habitación de papá estaba cerrada. Quiero pan. Mamá me da pan con mantequilla. Azúcar. Quiero azúcar. Los caracoles se paran. Finn quiere ver los caracoles. Pan con mantequilla y azúcar. Mamá toma café. Finn quiere café. Café en el plato. Hoy vamos al agua. Vamos en el bus. Mamá no tiene coche. Laurenz tiene coche. Timo tiene coche. La mamá de Sara tiene dos coches. El papá de Hassan tiene una moto. Mamá no tiene coche. Finn quiere ir en coche. Vamos a ir en bus. Finn quiere ir en coche. Caca. Mamá. No quiero el pantalón de flores. Quiero el pantalón azul. Finn quiere el pantalón de flores. Mi camiseta es roja. No tiene muñecos. La camiseta de Finn tiene coches. Muchos coches. Vamos a ir en bus. Finn no está. Mamá corre. Mamá. De la mano. Finn quiere correr. Vamos en el bus rojo. Quiero ir en la ventanilla. Finn quiere ir en la ventanilla. Quiero ir en la ventanilla. Mamá dice que el cristal es grande. El cristal es grande. Finn dibuja en el cristal con la lengua. Mamá dice que no. No. En el río hay patos. Los patos hacen cuaccuac. Finn me llama baby. Yo no soy un baby. Mamá. Yo quiero pulsar la parada. Finn quiere pulsar la parada. Los dos. Los dos podemos. De la mano. Finn quiere correr. Mamá dice que podemos correr cuando lleguemos a la hierba. Finn corre más rápido que yo. Mamá no corre. Mamá. Finn se desnuda. Mamá me pone el bañador. Finn quiere también bañador. Finn dice que aquí vinimos con papá. Aquí vinimos con papá. Ahora estamos con mamá. Finn quiere que venga papá. Mamá le da un beso. Me da un beso. Finn ya no está triste. Vamos a las piedras con agua. El agua está fría. Mamá ríe. Finn y yo jugamos en el agua. Agua.

Nunca Jamás

– La vas a buscar tú.

– Yo? Ya fui anteayer a recoger a aquellos que se perdieron en las montañas,dirás tú que no, pero casi me muero de frío.

– Eso es imposible, y tú lo sabes. Tú la vas a buscar. Punto.

– A dónde?

– A este hotel, verás a más, pero ella es la tuya.

– La mía, suena hasta romántico y todo…

– Céntrate, ya sabes el protocolo.

– A veces suenas como mi antiguo jefe.

-Es que lo soy.

-Tu humor se quedó en el otro lado entonces, no?

-Y nada de excursiones, que te conozco…

Amanece entre la niebla. Las calles circundantes al hotel están cortadas por bomberos, policía y ambulancias, equipos de televisión se arremolinan entre ellos en busca de la imagen del día, curiosos se agolpan tras el cerco de seguridad.

Él accede al edificio sin tener que dar explicaciones, se cruza con tres bomberos con máscaras, dos de ellos portan una camilla, el tercero sostiene una mascarilla sobre la boca de la persona tendida en ella, un hombre en pijama. Se lo encuentra otra vez, un tanto confuso, junto a los ascensores. Mirándose las manos. Se pregunta por qué todos se miran las manos en ese momento, y no los pies, o los brazos. Su colega se retrasa unos segundos, sale del ascensor. Le saluda con un guiño, y dedica su mejor sonrisa al hombre del pijama. Decide subir en ascensor. No le gusta teletransportarse. Siempre se confunde de localización. En eso es más tradicional, a pie a todos lados. A veces salta de azotea en azotea, pero sólo cuando sabe que va a llegar tarde.

Los pasillos del quinto piso están atestados de bomberos, equipos médicos que intentan reanimar a gente, y colegas que esperan pacientemente. Algunos charlan entre ellos, otros se entretienen ganando tiempo y le hablan ya al oído a la persona que ha acompañarles y que el médico intenta retener. Una colega le indica con un gesto la habitación 507, ha coincidido con ella más veces, suele ocuparse de los niños. No ve ninguno cerca. Evita preguntar y entra en la habitación. No traspasa la puerta. La abre. Digan lo que digan, detesta los crujidos de la madera en él cuando lo hace. Si pudiera sentir algún dolor, seguro que le acarrearía dolor de estómago.

La chica aún cree que duerme. Las maletas ya están hechas junto a la puerta, su bolso encima de la cómoda, la ropa del día preparada en el galán de noche. Es joven, el pelo trigueño se esparce sobre la almohada, sus manos descansan en la colcha. Se sienta en la butaca junto a la cama. Prefiere que crean que se despiertan por ellos mismos y no asustarles más de lo necesario. Se despierta lentamente, abriendo los ojos con dificultad. Se incorpora en la cama y le descubre, no se asusta, le mira en silencio clavando en él su mirada azul.

– Qué ha pasado?- Se lo pregunta sin ataque de pánico, o gritos, el ya ha vivido unos cuantos despertares de ese tipo. Le sonríe tranquilo.

– He venido a buscarte – Otros se entretienen en explicaciones sucintas y detalles escabrosos. Él siempre dice la misma frase. Siempre había sido conciso.

– No entiendo – Él se incorpora y le tiende la mano, ella se la coge y sale de la cama sin apartar los ojos de él.

– Te llamas Manuela, verdad?- Ella asiente y mira a su alrededor aturdida- verás Manuela, vas a venir conmigo, no tengas miedo, confías en mi?- Manuela mira fugazmente hacia la cama, donde ella continúa durmiendo, y por un instante se sobrecoge. Él le coge las manos, y ella le mira otra vez, ahora con miedo- No te voy a dejar sola,Manuela, nos vamos a ir juntos de aquí. No tienes que preocuparte de nada más.- Manuela asiente lentamente y aferra sus manos a las de él.

– A dónde vamos?- Él abre la puerta, y vuelve a sonreír.

-Al País de Nunca Jamás – Siempre le había gustado Peter Pan, y ellos solían entender a dónde se refería sin tener que entrar en grandes detalles. Manuela abrió mucho los ojos.

-Y cómo vamos a llegar?- Preguntó incrédula, su tono casi infantil le arrancó la risa, no se la solía permitir en esa fase. Pero no pudo evitarlo.

-Tú no tienes que preocuparte de nada más – Y avanza con ella por el pasillo, dejando atrás a los médicos, los bomberos y los policías. Sus colegas ya se han ido.

De la mano, se pierden en la niebla.

Y no hay nada más de qué preocuparse.

Nothing compares to you…

Nils necesita ayuda. Y me llama a mí. Porque yo conozco a mucha gente. Se ha decidido a buscar a una persona que les haga las cosas en casa. Si sé de alguien. Conozco a una persona que estaría dispuesta. La mujer de Nils está loca. No es una cuestión de carácter. Es una cuestión psiquiátrica. A veces está fuera temporadas. Ahora está aquí. Llamo a Esmeralda. Es peruana. La conocí en el autobús. Es bajita y lleva siempre el pelo en una trenza. Nils habla alemán, inglés y francés. Yo hablo los mismos idiomas. Y también español. Me ofrezco de intérprete. Nils nos recibe un martes por la tarde, nieva ya todo el día y le encontramos sacando nieve a paladas de delante de su puerta. -15.

Esmeralda lleva un plumas azul hasta los tobillos y un gorro de lana de colores con pompones rojos. Yo llevo el pasamontañas de forro polar que se le olvidó a mi suegro. Dejamos las botas bajo el tejadillo.Dentro de la casa hace mucho calor. Nos sacamos los gorros. Y los guantes. Nils aparta un carrito de bebé de juguete, tres osos polares de peluche tamaño gigante, una brazada de bastones de Nordic Walking, dos cajas con botellas de leche vacías, una bolsa de deporte y dos cantimploras, para poder pasar hacia la cocina.

La cocina es amplia y todas las superficies posibles están cubiertas de cosas. No necesariamente propias de una cocina. El suelo está tamizado de bolitas de poliestireno blancas. Nils explica que por la mañana se había roto un saco de la risa. Esmeralda no se inmuta. Yo tampoco. Aparta un encerado con patas y dos unicornios alados. Accedemos al salón. Abierto a una galería, está inundado de la luz blanca que regala la nieve. Montañas informes de ropa ocupan los dos sofás y el sillón. Libros, revistas, un tren eléctrico, uno de madera, la casa de Barbie, incontables Barbies, dos Ken, dos balones de baloncesto, platos sucios, cubiertos, yogures empezados y sin empezar, cds, dvds, vinilos, palmeras en tiestos, mantas, una bicicleta, una tabla de plancha, tres planchas, libros de texto de segundo de básica, libros, dos gatos nos observan desde lo alto de un aparador a rebosar de porcelana, una televisión de plasma en la que una mano infantil ha dejado su huella con algún tipo de salsa y todo cubierto por un manto multicolor de confeti. Nils se pasa la mano por el pelo y sonríe. Lo único bonito en ese escenario. Yo también sonrío. Esmeralda ladea la cabeza. No sé si sonríe. Nos explica que con la cátedra, los doctorandos,las tres niñas y los dos gatos, no tiene tiempo para poner las cosas en su sitio. Le traduzco a Esmeralda. Asiente. Nils cree que son necesarias seis horas a la semana. Repartidas. Se entiende. Todos asentimos. Le da libertad para hacer lo que crea conveniente. Le traduzco. Esmeralda me mira incrédula. Yo carraspeo. Un gato salta del aparador. Nils recoge una tostada con mermelada de encima del tocadiscos.

Una voz dulce. Como de cuento. Nos saca de nuestras cavilaciones. Lea entra en el salón. Lleva un vaporoso vestido-túnica de flores, el pelo rubio largo recogido en dos hebillas en forma de mariposa, los pies descalzos, una tetera en la mano, su mirada azul nos acaricia. Sonríe. Parece recortada de una lámina de “La Primavera”. Nils se aprieta el puente de la nariz. Carraspea. Le presenta a Esmeralda. Esmeralda asiente con la cabeza. Hola. Le explica. Lea parece recordar algo. Sonríe. Nos deja. Esmeralda dice que seis horas llegan. Se lo digo a Nils. De repente parece muy cansado. Acuerdan días y horas. Nos acompaña a la puerta. Gorros y guantes. En algún lugar de la casa se rompe algo de cristal. Nils cierra los ojos. Susurra algo que no entiendo. Nos vamos.

Esmeralda me dice que a su hija también le gustan los unicornios.

Opal

 

Y entonces llegas a unas oficinas impecables, con moqueta oscura y muebles de diseño. Hay hombres con gafas de pasta y camisas a cuadritos azules, y secretarias con moños al desdén y uñas carmín.

Te sientas en uno de los sillones a esperar. Y es incómodo. Pero carísimo. Justo al lado, sobre lo que parece un banquito de madera hecho a mano por alguien que necesitaba urgentemente una mesita estando en lo profundo del bosque, encuentras revistas que nunca comprarías, como pasa en las consultas médicas, ya que no te interesa en absoluto lo que han podido diseñar dos húngaros para beber agua más rápido.

Y llegan los otros. Queriendo ser interesantes. Se sientan dispersos, juegan con el móvil, uno hojea una revista, la vuelve a dejar sobre el banquito. Por alguna razón, que se te escapa, te llaman a ti de primera. Y todos te miran, preguntándose lo mismo que tú.

La chica es rubia, y lleva el pelo en una cola de caballo casi deshecha, con un vestido sedoso holgado y beis, pero no es la novia en ninguna boda. Entonces caes en la cuenta de que llevas las sandalias equivocadas. Ya es demasiado tarde para solventarlo.

La sala de reuniones es amplia y bien iluminada, te parece entrar en una nueva dimensión, ya que el aire acondicionado funciona mejor que en la sala de los banquitos de madera. Y la novia en beis sonríe, y hojea con las puntas de sus dedos de manicura opal, y te pregunta cosas que puede leer ella misma. Y te explica cual sería tu cometido. Y vuelve a sonreír, y tu no sabes qué se supone que tienes que decir justo en ese momento. Contestas “si, claro”. Y ella vuelve a sonreír.

Qué te ha llevado a ponerte en contacto con ellos, te pregunta, y alcanzas a responder que buscas trabajo y que encontraste su anuncio en algún lugar. Finges interés, en realidad no te acuerdas en concreto qué ponía el anuncio. Y ella sigue hojeando y te sonríe. Carraspea levemente, te mira alzando las cejas, y te parece estar en uno de esos concursos donde en ese momento vas a ganar el coche. Y se dirige a ti, por tu nombre,y te asegura que te llamará en las próximas semanas. Y vuelve a sonreír. Y se levanta .Y tu también te levantas. No sabes qué hacer con el bolso. Te ofrece la mano. Adiós.

Y abandonas las sala de otra dimensión, y cruzas la sala de banquitos de madera y sillones caros pero incómodos, ahora desierta. Te despides de la secretaria, que alza la mano sin mirarte. Y bajas en un ascensor sin música, que te va diciendo los pisos que vas dejando sobre ti.

Y sigue haciendo calor. No tienes ni idea de qué hacer en esa ciudad tan temprano.

Perderte. Y te pierdes.

Al fin y al cabo. Ya lo estabas.