A Miguel se lo había tragado la tierra. Pero de eso se enteró después. Lo último que recordaba era haber bajado al fondo de la zanja a asegurarse de que el grosor de las tuberías que iban a instalar era el adecuado, y no como la vez anterior, que habían resultado ser tres centímetros más anchas de lo que deberían. Había soñado con su hermano Leo, habían ido de la mano por el arcén de una carretera que parecía no tener fin, en un momento Leo se había detenido y sentado en el badén, él le había secundado y se habían puesto a mirar pasar los coches. Sin saber por qué, al rato él se había incorporado y había querido cruzar al otro lado para ver de cerca algo que le había llamado la atención, pero Leo le había tirado levemente del pantalón y le había vuelto a hacer sentar mientras meneaba su cabeza negativamente, “eso no se hace, todos lo saben”, le había dicho con dulce voz infantil de boca rota mirándole con sus tranquilos ojos azules, y él le había hecho caso. Y entonces se había despertado. De repente. Con la sensación de haber emergido desde el fondo del mar. Buscó a Leo a su lado. Y la razón de su ausencia le vino de golpe a la cabeza, a pesar de haber estado siempre ahí. Leo llevaba muerto cuarenta y cinco años. Y él no lo había conocido.

Entonces habían entrado varias enfermeras y médicos en el habitáculo, todo se volvió confuso, al menos para él, y todo comenzó a dar vueltas. Supuso que le habían sedado. Esta vez no soñó.

No se había roto nada, ni siquiera la crisma, como le gustaba decir a Marina, su mujer, sólo una piedra le había dado un golpe en la cabeza y le había dejado inconsciente, el peso de la tierra que le había caído encima había hecho el resto. Se pasó un mes de baja, más por prevenir que otra cosa, y después volvió a sus zanjas, pero sin bajar a ellas. El jefe del equipo de ingenieros del Ayuntamiento le había propuesto cambiar el trabajo de campo, por el de oficina, pero él había declinado la invitación, a él le gustaba su trabajo tal y como era, al aire libre a pesar de las inclemencias del tiempo, y de los incontables imprevistos que las obras civiles siempre llevaban consigo.

-Tu madre está en el ambulatorio, pero viene enseguida, sólo va por recetas- Su tía Carmen le recibió con dos besos, pero manteniendo los brazos en el aire, ya que tenía las manos embadurnadas de lo que parecía la mezcla de empanado. La siguió hasta la cocina, donde freía bistecs y patatas fritas, la ensalada ya estaba hecha.- Coge un plato y come, que tienes cara de hambre- Él sonrió y no opuso resistencia a la invitación, sirviéndose dos bistecs y dos cucharadas de patatas recién fritas, Carmen le puso un platito con ensalada.

-Muy pronto coméis.

-Y a quién vamos a esperar?Las dos solas, ya me dirás…- Él asiente mientras da cuenta del bistec, que siempre le parece más jugoso allí que en ningún otro sitio.- Fina trajo dos bolsas de ropa para la niña, después las llevas.

Una vez hubo dado cuenta de todo lo que tenía en el plato, Carmen insistió en prepararle café, mientras lo hacía él se dirigió a la habitación de ella a recoger las bolsas de ropa. Al querer cogerlas, se fijó. Allí estaban los tres. Cada uno en su marco, casi formando un tríptico de plata, tras el que había un pequeño jarrón con flores de plástico. Se acercó un poco más. Leo, Laura y Luís. Leo en blanco y negro abrazado a un perro de plástico, con la bendita sonrisa de sus apenas tres años, Laura más seria, también en blanco y negro, con el pelo recogido muy tirante en un moñito sobre su cabeza, había llegado a cumplir los tres, y Luís, ya en color, sonriendo hacia algún lugar fuera de foco, el pelo rubio algo largo, camisa de cuadros, sólo había cumplido dos. No se habían muerto a la vez, lo habían hecho por separado, y cada uno a su manera. Él había llegado contra todo pronóstico, cuando su madre ya no se suponía que podía engendrar hijo alguno y su padre ya pasaba más tiempo viajando que en casa. No se hablaba de aquello. Tampoco había habido fotos sobre mesas, o historias contadas sobre ellos. Él siempre había sabido de su existencia, pero como se sabe de la existencia de otras personas, sin sentirlos suyos. A Leo le había arrollado un coche, al querer cruzar la carretera estando con su madre, Laura se había precipitado desde la terraza del tejado de la casa de sus abuelos mientras contemplaba desde allí la procesión de Santa María, Luis se había ahogado en un tonel de plástico donde se almacenaba agua de lluvia. Cada uno a su manera. A él se lo había tragado la tierra, pero aún estaba aquí.

-Los tengo aquí, a veces les hablo, fíjate tu qué tontería- La voz de su tía le sacó de sus pensamientos, la miró intentando sonreír.

-Bueno mujer, no pasa nada…- Carmen colocó bien los ya de por sí bien colocados marcos, y le acarició la cara.

-El café ya está.- Y abandonaron la habitación, cerrando la puerta tras sí.

Leocadia, su madre, llegó al poco, con varias bolsas de compra y con el apuro propio de las personas que se saben esperadas para comer. Se alegró de verle y se lo demostró como solía, acariciándole un brazo sólo una vez y levantando las cejas en una mueca que quería parecer una sonrisa.

-Ya cogiste las bolsas? A qué hora entras?

-Mujer, déjale tomar el café…-Protestó Carmen mientras servía los platos de ambas.

-Yo sólo pregunto, como no vienes entre semana…- Y partió un trozo de pan sin mirarle, él se encogió de hombros y removió el café.

-Tenemos una obra aquí al lado…

-Otra vez?- Carmen le miró al borde de perder la paciencia- Qué pasa ahora?

-Alcantarillado

-Ay hombre por Dios, que dentro de poco ya me compro el casco…- A él le dio la risa, Carmen meneó la cabeza, su madre sólo alzó las cejas con su mueca guiñando los ojos.

Las dejó ya en la sobremesa, prometiendo pasarse el fin de semana con Marina y la niña, y después condujo sin prisa de vuelta, la reunión no podía empezar sin él y nunca le había gustado la velocidad.

Laura le miraba tan seria, que él pensó que él había hecho algo realmente malo, ella ladeó la cabeza y casi sonrió.

-Hola Miguel- tenía una voz cristalina y fresca, llevaba el pelo en un moño tirante sobre su cabeza, y un vestido blanco de tela de crepe de falda disparada con enaguas, le llamó la atención que iba descalza.

-No llevas zapatos?

-No, ven..-Y le cogió de la mano, guiándole por una especie de plataforma de cemento, que le recordó un parking vacío y barrido por el viento, caminando despacio llegaron al borde, que se abría a un paisaje que no supo identificar, ella se sentó y él la imitó.-

-No se ve nada- Anotó él, ella balanceó la piernas, y le miró con su casi sonrisa.

-Sólo se ve lo que se quiere ver, Miguel…- El asintió, aunque soplaba viento, él no sentía frío.

-Y ahora qué hacemos?

-Lo que tú quieras

-Podemos saltar, no está tan alto- Ella le mira y ladea la cabeza, ya no sonríe, le acaricia el rostro con su manita, suave, casi sin rozarle.

-No, Miguel, eso no se hace, todo el mundo lo sabe…

-Ya, pero mira, de verdad no es tan alto…- Ella le coge la mano.

-Sólo ves lo que quieres ver, Miguel….

Se incorporó en la cama dando un grito, Marina dio la luz y se incorporó a su vez.

-Qué susto, qué pasa?…estás pálido..- Él se pasó las manos por el rostro y trató de respirar con normalidad sin conseguirlo, ella alcanzó el vaso de agua de su mesilla y se lo acercó, él lo cogió con mano tan temblorosa que ella tuvo que ayudarle a beber- Qué soñaste, hombre? Ay pobre…

-No me acuerdo…no lo sé…- Acertó a responder, para beber varios tragos después, y encontrar su respiración otra vez.

-Dejo la luz encendida?

-No hace falta…perdona

-Ay cielo por Dios…toma, ponte otro almohadón..así no estás tan hundido…- Y dándole un beso, se volvió a acostar y apagó la luz, él se recostó en los mullidos almohadones y contempló las sombras del techo. Recordaba lo que había soñado. Cada palabra.

El badén era demasiado alto. Y la curva ciega. Había aparcado el coche en uno de los caminos de tierra que salían a la carretera nacional, y caminado hasta el punto en el que el coche se había llevado por delante a su hermano Leo. Enfrente entonces había casas bajas, de una sola planta, donde hoy se erguían edificios de viviendas,ante las que él se encontraba en la acera, ausente ésta a lo largo del badén, se fijó que el ayuntamiento había instalado un espejo y dos vallas con fluorescentes a la salida de la curva, lo que permitía ver a los que venían en la otra dirección si otro coche la cortaba o no, ya que a esa altura la carretera, además, se estrechaba. Entonces no había habido espejo, y su madre, al parecer había estado sentada con Leo en el badén. Recorrió el trecho dos veces. Le resultó imposible seguir el curso de la carretera, la curva se cerraba en el badén, y la hacía desaparecer. Era una curva ciega de libro. Se estaba preguntando por qué su madre había elegido justo ese punto para ir a dar la merienda a su hermano aquella tarde, cuando le sonó el móvil. Su compañero Macías precisaba las medidas de unos muros de contención, le prometió pasarse por la oficina en una hora, y colgó. Luego volvió al coche, tardó en poder cruzar. Siempre pasaban coches, y a demasiada velocidad.

-Podemos pasarnos por Ikea para verlos, en el catálogo pintan bien- Marina le mostró el catálogo del que hablaba, señalando la hoja donde estaban los sofás, él asintió.

-Por mi sí, además necesitamos cucharitas de esas de plástico….no sé dónde están todas las que compramos la última vez- Marina rió

-Eso pregúntaselo a Antía- Ironizó refiriéndose a su hija, que en breve cumpliría tres años,y que jugaba parloteando para sí, en el suelo ante ellos, con un par de muñecas y cochecitos, él dibujó un gesto de escepticismo en broma.

-Mejor nos pasamos y compramos otras cien- escuchó a Marina todavía reírse mientras se alejaba hacia la cocina, Antía le miró sonriendo y le mostró una de las muñecas, a la que había hecho un perfecto moño tirante en lo alto de la cabeza, Miguel iba a decirle algo, pero Marina le llamó desde la cocina, necesitaba su altura para alcanzar algo en una alacena.

La que había sido la casa de sus abuelos, era ahora un restaurante de tres tenedores y una estrella Michelín. Lo habían ampliado hacia atrás, hacia lo que había sido la huerta, y construido un aparcamiento para clientes. Si bien el interior había sido totalmente reformado, el exterior había permanecido inalterado, más por las normas de Patrimonio, que por la voluntad de los nuevos propietarios. Macías se extrañó de la cara elección para comer, habiendo mesones más baratos también cerca, pero él le convenció con el chuletón de buey. A punto de pedir ya el café, se excusó para ir al baño, y subió las escaleras, los baños estaban justo al final, sin embargo él torció a la izquierda y se dirigió hacia la salida a la terraza, donde, cuando hacía buen tiempo también había mesas, y ahora estaba vacía. La puerta de acceso no estaba cerrada. La terraza estaba rodeada por una balaustrada alta y negra, sin filigranas. Se acercó. La balaustrada le llegaba a él al tórax. En las fotos antiguas, era la misma.

-Necesita algo?- La voz de un camarero le hizo volverse.

-Sólo estaba haciendo unas fotos de las vistas,realmente preciosas-Mintió haciendo que guardaba su móvil en el bolsillo, el camarero no pudo ocultar su extrañeza, las vistas estaban justo hacia el otro lado, en esa dirección sólo se podía disfrutar de una preciosa vista de la nacional y casas de nueva construcción pertenecientes al feismo más arraigado.-Gracias- Y salió de la terraza, volviendo junto a Macías que ya había pedido café.

Estaba lloviendo. De forma torrencial. Y no había dónde resguardarse. Pero él no sentía la lluvia contra su cuerpo. Ni frío. Tampoco calor. Sólo alzaba la cabeza contra la lluvia y se mesaba el pelo, como bajo la ducha. Cuando volvió a mirar a su alrededor, le vio. Luis le miraba también a él, riendo como lo hacen los niños que esperan de ti que les persigas, y eso hizo él, y Luis lanzó una carcajada de voltera y se alejó corriendo chapoteando con una botas de agua que le quedaban demasiado grandes, corría muy seguro para su corta edad, y se volvía de vez en cuando, sin dejar de reír. Le alcanzó al llegar a lo que parecía un pozo con bordes de piedra oradado en el suelo, ya completamente inundado por aquella lluvia diluviana, él se asomó al pozo, en cuyo centro se abría paso un remolino en forma de tornado acuático que giraba a gran velocidad, Luís sin embargo se mantenía alejado, quieto, mirándole sin sonreír.

-No!-Y su voz infantil rompió la lluvia, y él le miró sin entender, el remolino le invitaba a probar su sinergía, extendió la mano-No!Vem!- Volvió a gritar Luís y se alejó corriendo de nuevo llamándole con su manita, a él le costó decidirse, pero al fin le siguió. Luís ahora saltaba sobre los charcos- Vem! Eto si!- Y volvió a dar volteretas con su risa, y él le imitó en sus saltos, y en su risa, enfrentando su rostro a la lluvia.

-Miguel! Miguel!- Marina le sacudía con fuerza, él volvió entonces, a desgana- De qué te ríes? Yo también quiero reírme así- Dijo divertida, él por un momento no supo qué contestar y eligió la risa.

-Ni idea..

-Pues cuando te acuerdes, me lo dices…te lo estabas pasando bomba- Bromeó ella apagando de nuevo la luz, Miguel ahogó una carcajada en la garganta. Mañana se compraría una botas de agua.

La reunión se estaba haciendo interminable, ya habían revisado los planos tres veces y corregido los errores, no había nada más que hablar. Pero Peón, se empeñaba en calcular los supuestos a largo plazo, lo que no llevaba a ningún sitio en una obra de ese calibre. Al final le convencieron de hacerlo el lunes, el viernes no era día de supuestos a largo plazo. Él aceptó casi a regañadientes y dio por fin terminada la reunión. Miguel salió el primero, había quedado con Marina para ir a Ikea, a comprar un sofá nuevo y cientos de cucharitas de plástico. Llegó a casa con una hora de retraso.

-Ya estoy aquí…estáis listas?

-Estoy lista

-Y Antía?

-Se la dejé a tu madre, no iba a aguantar tanto tiempo….Miguel?…Miguel?!- Pero sólo le contestó el estruendo de la puerta de la calle al cerrase.

Se saltó a posta dos semáforos y un ceda, además de superar el límite de velocidad en varios trechos, se dio cuenta del flash de los radares, y de los gestos de la gente en las aceras a su paso, escuchaba el crujir de sus neumáticos, pero le parecía que eran los de otro. Ni siquiera aparcó, pulsó el timbre de la casa hasta que Carmen salió a abrir asustada por el ruido sin fin.

-Dónde está mamá?!-Gritó sin querer.

-En el parque con la niña, como no llueve…- Miguel se lanzó a la carrera entonces, hacía mucho tiempo que no corría, se sorprendió de poder todavía ganar velocidad por zancada. Llegó al parque sin aliento, girando sobre si mismo, para lograr una visión total. Y la vio. Antía. Estaba trepando por las piedras de acceso al estanque. Quiso correr tan rápido, que tropezó y cayó, pero volvió a incorporarse y a grandes zancadas recorrió la distancia, quiso llamarla, pero no encontró voz. La alcanzó, y la recogió entre sus brazos apretándola contra sí, tratando de respirar, la niña se alegró de verle y le abrazó, al tiempo que farfullaba algo sobre patos e islas. Él no volvió a encontrar su aliento, mientras buscaba a su madre en la distancia. Leocadia también le miraba a él, había recogido unas flores, al fondo, junto a los bancos, no se movía. Sólo le miraba. Para después dirigirse a la calle que accedía al parque. Él recorrió despacio la distancia también, sin soltar a Antía que seguía contando algo sobre patos e islas. Vio venir de frente a Carmen, caminaba lento, con los dedos engarzados unos en otros, sin apartar su vista de padre e hija, se paró y no continuó avanzando, como aquel que se da por vencido antes de llegar a alguna meta, él se acercó a ella, mientras divisaba la figura de su madre alejándose en la distancia, sin mirar atrás. Carmen escondió la mano de él en las suyas temblorosas y buscó sus ojos.

-Yo..a veces les hablo, sabes?

-Bueno mujer, no pasa nada….