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Alquimista de Historias

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Alquimista de Historias

Archivos mensuales: septiembre 2018

Grupo B

30 domingo Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Al final se decidió por el trayecto de vuelta andando, en el de ida en taxi apenas había podido reconocer la ciudad de nuevo, incluso hubo momentos en los que no sabía dónde estaba. Su hermana siempre se las había arreglado para que, llegado el momento, él solucionase sus problemas, y ahora se trataba de recoger el regalo de cumpleaños de la madrina de sus sobrinos en El Corte Inglés. No le había puesto impedimentos, sólo iba a quedarse una semana y no era cuestión de tener un enfado con ella nada más llegar, además el regalo era una caja que no pesaba y le habían dado una bolsita muy cómoda. Había aprovechado para comprarse unos guantes, los suyos se los había dejado olvidados. Escogió la ruta que le pareció le llevaría más directo, cruzando Cuatro Caminos por el antiguo conservatorio para alcanzar la arteria de salida de la ciudad, hizo desde allí un par de fotos con su móvil del efecto de la luz filtrada a través de las nubes, hacia la zona del puerto. Su hermana le había dado un paraguas, con razón, parecía que quería comenzar a llover. Subió hacia lo que había sido el Cine Equitativa, y que ahora eran unos juzgados, abiertos a la Plaza de Vigo. Se sorprendió de ver gente sentada fuera en las terrazas, aún a riesgo de lluvia, y una temperatura que invitaba más a buscar el calor del interior de los locales que aguantar el frío en el exterior, aún solapado por las calefacciones al efecto. A esa hora de la tarde la plaza bullía de niños de todas las edades y tamaños, acompañados por nutridos grupos de padres que buscaban la zona más abrigada de la plaza, escapando de las corrientes que, según recordaba, siempre la habían surcado.

Fue entonces cuando escuchó su nombre. Pero el suyo de verdad. No el de ahora. La voz. En un primer momento no la reconoció, tenía el pelo de otro color y con otro peinado, buscaba ir informal en su vestimenta, y eso fue lo que le despistó, ya que ella nunca lo había sido. Informal. La chaqueta corta de bisón no la hacía lograr su objetivo, por más que los vaqueros estuvieran algo deshilachados en las rodillas, y las botas tuvieran efecto desgastado. Maté. Y se quedó en blanco.

-Nacho! Cuánto tiempo, cómo estás?- No encontró su voz y hubo de carraspear. Y toser. Y al fin sonrió sin querer realmente. Y ella buscó dos besos.

-Bien, bien. De visita- Y le mostró la bolsa de compra como si con eso explicase el por qué de su presencia en la ciudad tras casi veinte años de ausencia, y se preguntó por qué no habría cogido hacia Juan Florez, en vez de cruzar esa dichosa plaza. Maté – Y tu?- Los ojos de ella no le dejaban ni un segundo, buscando retenerle un poco más, en su azul intenso.

-Aquí, con los enanos, tengo dos, esos dos que trepan con uniforme del cole- Y le señaló uno de los juegos infantiles donde una veintena de niños trepaba y se balanceaba, él no supo distinguir los de ella, pero asintió- Por dónde andas?Estás desaparecido.

-Ya. Estoy en casa de Paloma, una semana. Nada más.- No iba a decirle dónde estaba ahora. Buscó el final de la calle con la mirada, deseando poder alcanzarlo, ella se arregló un poco más el pelo y sonrió sin apartarse, casi cortándole el paso.

-Vas a ir a la reunión?.- No supo a qué se refería, pero optó por encogerse de hombros.

-No lo sé, estoy un poco liado, ya veremos.- Y esta vez él le da dos besos y avanza una zancada, ella aprovecha para darle un abrazo, él la secunda a medias.- Adiós, me alegro de verte.- Mintió. Y la dejó atrás. Otra vez. Aún pudo sentir su presencia tras él un rato, hasta que cruzó el semáforo y subió por la perpendicular.

-Tu sabes algo de una reunión?.- Se lo preguntó a su hermana mientras preparaba la cena, Paloma le miró y asintió.

-Leí algo en Facebook, tu GrupoB, los veinticinco.- Y alzó las cejas, al tiempo que apagaba el horno y dejaba un par de cacharros en el lavadero, él soltó un soplido y se mesó el cabello.- Vas a ir?.- Y en el tono de Paloma notó la confirmación de lo que él ya había decidido y negó con la cabeza, y ella también mientras cortaba el pan.

-Hoy vi a Maté.- Paloma cesó de cortar el pan un instante, para luego continuar, pero se mantuvo en silencio. Los dos niños entraron entonces en la cocina discutiendo, seguidos de Manuel, el marido de Paloma, que parecía querer interceder sin poder conseguirlo, y Nacho optó por llevar los platos al comedor para comenzar a poner la mesa.

Se levantó antes que nadie, no quería cambiar el ritmo,así aprovechaba para hacer ya el café y sacar las cosas del lavaplatos. Los niños y Manuel se fueron poco antes de las nueve, Paloma tenía un horario más flexible, así que podían desayunar los dos con calma. No siempre había sido así. Había habido un tiempo de peleas, gritos y portazos. Pero ahora se sentaban cada uno frente a su café, respetando el silencio del otro.

-Una vez se me abrazó llorando en la Plaza de Lugo, imagínate el papelón.- Dijo ella de repente, como si él ya supiese sobre lo que iba a hablar, él, que repasaba sin demasiada atención unas hojas de publicidad de un supermercado la miró sin entender.- Maté. Un llanto sentidísimo, y la gente mirando. Te diré.

-Tiene dos críos ahora, parece que le va bien.- Y pasó la hoja de la publicidad, dándole a entender algo que ella obvió.

-Decía que no sabía por qué te habías ido.- Él levantó de nuevo la vista de la publicidad y la posó en ella optando por el silencio, Paloma removió el café y ladeó levemente la cabeza.- Ya lo sé, ya lo sé, yo sólo te digo lo que ella andaba diciendo.-Él bebió un sorbo de café.

-Quieres tostadas?

-No cambies de tema Nacho.

-Yo no empecé la conversación y no sé a qué viene ahora recordar todo aquello.- Y se levantó para hacer las tostadas. Paloma bebió un poco más de café, pero antes de que pudiese decir nada, a él le sonó el móvil. Notó como se le iluminaba la cara al ver quién llamaba, y alcanzó a escucharle contestar en inglés mientras se alejaba hacia el fondo de la casa.

Había quedado con el de la inmobiliaria a las once, en el reparto tras la muerte de su madre, hacía ya un año, le habían tocado el piso de la Plaza de Maestro Mateo y las fincas en Guitiriz, a su hermana el piso donde ya residía y la casa en Portonovo. Lo habían considerado un reparto justo, los muebles de valor se los había dado a ella, él sólo se había quedado con el ajedrez y el reloj de su padre,y la que había sido la pulsera de pedida de su madre.Tercero con ascensor de nueva factura, tres dormitorios, salón comedor, cocina, cuarto de baño completo y uno de servicio. Les recibió el olor a cerrado, el de la inmobiliaria se apuró a abrir la ventana de la cocina para ventilar un poco, mientras él se dirigía al salón comedor, única estancia exterior con tres ventanas que daban a la plaza, ahora desierta y barrida por una llovizna insistente que había comenzado a caer nada más había salido de la casa de su hermana. Se le ocurrió que el piso tenía un aspecto fantasmal, huérfano de muebles, con los suelos de madera oscura que no ayudaban a regalarle la luz que siempre le había faltado.

-No va a haber problema para moverlo.- La voz del agente le sacó de sus elucubraciones sobre luces y sombras.

-No tengo realmente prisa, pero tampoco quiero ser esclavo de él.- El agente pareció darle la razón y apuntó algo en una tablet.

-Este es el valor actual, según el perito que te dije.- Y le mostró unos datos, Nacho no pudo evitar soltar una carcajada y negar con la cabeza sin llegar a creérselo del todo.

-Me estás tomado el pelo.- El agente secundó su risa, pero no bromeaba, Nacho se apoyó en el repecho de la ventana mirando hacia la plaza.

-Así sea pues.- Y el agente volvió a arrastrar algo en su tablet y ,por una suerte de causa efecto indescifrable, con un crujido como de trueno las nubes acabaron de romperse, y la llovizna dio paso a la lluvia. Nacho se alegró de tener paraguas.

La única persona con la que había mantenido contacto desde que abandonara la ciudad era su amigo Rivera. Él había sido el único al que había contado su plan, y le ayudó llevándole al aeropuerto aquella madrugada en una de las camionetas de reparto de la panificadora de sus padres. El único que había sabido el destino del vuelo. Le llamó después de despedir al de la inmobiliaria, desde debajo de una marquesina, no le apetecía volver todavía a casa y la lluvia no invitaba a un paseo. Respondió a su llamada casi a gritos, a través de ruidos de maquinaria y voces. Siempre que le llamaba pareciera que Rivera se encontrase en el epicentro del estallido de la Tercera Guerra Mundial, ecos de las labores en su panificadora en las naves de La Grela. Se acordaba de cuando volvían a las altas horas a casa y antes de retirarse pasaban por el obrador del padre a que les hiciese un bocadillo, que solían comerse como si fuese el último sobre la faz de la tierra. Rivera había dejado a su novia embarazada cuando ésta contaba diecisiete y él dieciocho, él había actuado de testigo en la boda, que recordaría como otra noche de juerga, sólo que después Rivera comenzó a trabajar con su padre y se veían en el parque infantil de La Marina en lugar de ir de vinos.

-Recibí tu mensaje, pero no pude contestarte.- Le saludó abriéndole la puerta del copiloto de su Volkswagen Polo, él se apresuró a entrar, estaba cayendo la lluvia que parecía no haber caído en meses.- Tu ya estarás acostumbrado, porque por allá será igual, sólo que en inglés.- Él rió y le dio un leve puñetazo en el hombro.- Te voy a llevar a un sitio que no conoces.

-Hay muchos sitios que ya no conozco, créeme.- Rivera insultó a uno que le había comido el carril y remarcó su sarta de insultos con el claxon, para después volver a sonreír como si nada hubiese pasado.

-Vas flipar

-Neno.- Anotó él, Rivera soltó una carcajada de la suyas, como con altavoz, y le dio una palmada en el muslo.

Se sentaron ante uno de los ventanales de la cafetería del mirador de San Pedro, desde donde se les abría la vista total a la ciudad, ahora sumida en la niebla y la lluvia.

-A Pablo siempre le digo que él viene de aquí.- Anotó Rivera tomando un trago de su cerveza sin alcohol, Nacho casi se atraganta.

-Hombre, puesto así…

-A Mari le da mucha rabia, pero es la verdad, es lo que hay.- Rivera era un hombre grande y ancho, sin llegar a poder incluirle en el apartado de gordo, poseedor de una abundante mata de pelo, la lograba mantener a raya con un corte correcto y algo de espuma, sus facciones anchas, como su persona, eran incapaces de no abrirse en una carcajada a cada ocasión y en tiempos había sido él a quien llamar si hubiera que empezar una pelea.

-Vi a Maté.- Rivera dejó su botellín de cerveza a medio camino entre la mesa y su boca, y le miró de reojo, pero no dijo nada, se limitó a beber un trago largo.- En la Plaza de Vigo, salió de la nada…

-Como el monstruo del Lago Ness…

-Rivera…

-Yo hace años que no la veo, al principio si, me aparecía por la panadería a preguntar, pero después paró.- Nacho perdió su mirada en las nubes bajas y el cansino caer de la lluvia.

-Me preguntó si iba a la reunión.- Rivera asintió.

-Si, algo oí, del Grupo B, yo no voy, para qué, el único con el que mantengo contacto eres tu y mira dónde vives, imagínate el resto.

-Fue la mejor decisión.

-La mejor.

-Rápido y sin dolor.

-Lo de rápido si, pero lo del dolor creo que ella no estará de acuerdo.

-Tu me entiendes.

-Siempre nos entendimos bien, o no?

-La vi y no sentí nada. Nada.

-Tienes a Elisenda.- Las facciones de Nacho se relajaron en una sonrisa y bebió un trago de su botellín.

-Te veo mal.

-Es que estoy bien. Elisenda, los chavales y yo, no me hace falta más.

-Los chavales que ya no son chavales, por las fotos que me envías.

-Liam tiene diecisiete, Ivy quince, los tuyos ya te hacen abuelo.

-Pablo casi, veinticinco cumplidos, Rubén veinte, se lo toma con calma…Ivy?cómo se os ocurrió?

-Con los apellidos que tiene no teníamos muchas opciones.

-Roade Reeves.

-Tu lo has dicho.

-Cómo les llaman….”Roud”?.- Y soltó una carcajada de altavoz, y Nacho amenazó con despeinarle.

-Me gusta mi vida tal como es.

-Además, sé de un par que sólo te quieren a ti en el sonido.- Nacho le miró sin seguirle, Rivera le mostró la palma de su mano.- Yo soy todavía de Cds y leo la letra pequeña, y te encuentro siempre….no sé a quién se le ocurrió lo de Iggy, pero, en fin..-Nacho rió y tomó un trago largo.

-Ignacio les era complicado, de ahí Iggy.- Rivera asintió,aunque no parecía muy convencido.

-Una cosa, Maté y tu, también erais de aquí o más del “Avenida”.- Bromeó casi tragándose la carcajada, Nacho negó con la cabeza secundándole.

-Rivera!

Le dejó delante de la puerta de la casa de su hermana, ya cayendo la tarde en la oscuridad de la noche, aunque apenas daban las cinco. Rivera prometió escaparse a hacerles una visita en cuanto pudiese, y sabía que lo haría, ya que se había escapado en varias ocasiones antes. Y siempre era un punto seguido, como si se viesen todos los días. No le apetecía ir hasta Guitiriz a visitar una fincas rústicas en el medio de la nada, así que aprovechó el tiempo que le quedaba hasta su partida para recorrer la ciudad a pie, a veces acompañado por su hermana, quien le guiaba a lugares que en su recuerdo aún eran campo, y ambos se reían de poder hacer ya suya la frase que se le suele achacar a los viejos. Llamó a Elisenda un par de veces por videollamada para mostrarle dónde estaba, y al sólo verla ya la echó de menos, y ella le ofrecía te a través de la pantalla entre risas o sus hijos le preguntaban cosas atropelladamente y a la vez, y querría teletransportarse a su casa, y se despedía a disgusto, deseando que los días hasta su vuelo pasasen rápido. Además había recibido un par de llamadas del estudio de grabación del que era socio, y tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo.

-Es justo al lado de la Iglesia de los Capuchinos.- Paloma siempre daba por sentado que él sabía dónde estaban todas las iglesias de la ciudad, pareció enervarse un poco al notar su ignorancia.- Si, hombre, la de enfrente del colegio Labaca, el que era rosa.- Nacho sacó su móvil y tecleó algo con dedos ágiles, para asentir luego, dándose cuenta de dónde se refería.- caíste?

-No sabía que esa fuese los Capuchinos, creía que era la otra de más adelante…cómo se llama?.

-San Pedro de Mezonzo…a dónde vas a dar!, pues allí vas y me recoges dos uniformes de la niña para coger la bastilla.- Nacho se puso la chaqueta y cogió un paraguas plegable.- Y compra pan.

-Y de paso hago una ofrenda al Apostol.- Paloma escondió la cara de él entre sus manos y le dio un sonoro beso en la mejilla.

-Y no te mojes.- Él le devolvió el beso sonriendo, y la dejó inmersa en el proyecto de biología de su hijo.

Evitó pasar por la Plaza de Vigo, y recorrió todo Juan Florez, acordándose de lo larga que era, hasta la altura de la iglesia que le había dicho su hermana. Los uniformes ya estaban listos,y al preguntar el precio se sorprendió de lo baratos que eran los arreglos, en comparación con las fortunas que tenía que abonar a veces. Tomó después la perpendicular hacia el puerto,recorrería Linares Rivas y haría camino por la Fnac, un desvío largo pero necesario, a su entender, además tenía que comprar pan y quería ver si encontraba algo para Elisenda.

Se estaba preguntando si todavía habría acceso libre al puerto, cuando lo escuchó. Su nombre de nuevo. Su voz. Y allí estaba. Maté. Esta vez con una abrigo de ante forrado de piel y botas a conjunto, delante de él. No recordaba sus ojos tan azules.

-El mundo es un pañuelo, Nacho.- En su tono sonó casi como una amenaza, más que un saludo. Sintió un eco. No supo de qué. Para no perder la costumbre carraspeó, pero no contestó.- No viniste el sábado.-Por un momento no supo a qué se refería.- A la reunión, no apareciste.- Llegó entonces un eco más nítido, de la forma que tenía de echarle en cara cosas. Entonces. Lejos. Y ahora volvía.

-Estoy muy liado, no tuve tiempo.- Y se arrepintió de haberle dado una explicación.

-Entra, tengo que hablar contigo.- Y le abrió la puerta de la cafetería ante la que se encontraban, dándole espacio para entrar. Él no se movió un ápice.

-Pero yo no contigo.- Y le sostuvo la mirada azul, que se clavó pertinaz y casi fría en la suya.

-Entra, me debes un café.- Él se adelantó un paso y cerró la puerta sin apartar sus ojos de los de ella.

-No te debo nada, Maté. Nada.- Y sin esperar su respuesta, se alejó de ella. Confirmándose a si mismo la razón por la que la había dejado entonces. Y lo volvía a hacer ahora.

No sintió su presencia tras él mientras avanzaba.

Algo especial tenía que tener la lluvia.

Nonas

28 viernes Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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*300gr de harina, 200gr de Maicena, 4 cucharadas de azucar, 6 cucharadas de leche, 6 cucharadas de aceite, 4 huevos,1/2 copita de anís,1/2 corteza de limón y el jugo, 1 sobre de levadura. (Dejar reposar media hora)

– No sería mala idea usar esta canción para la misa, con guitarra tiene que quedar muy bien- Alza el dedo índice de la mano derecha, descubriendo la música que sale de un transistor en algún lugar del obrador, pequeño y blanco.

– Qué canción?

-„Estoy contento“

-„Tengo el corazón contento“, no „Estoy contento“ Nieves.

-Ah! siempre pensé que se llamaba „Estoy contento“, fíjate, ya entonces cuando la cantaba aquella, cómo se llamaba?…

-Marisol, Nieves, se llamaba Marisol.

-Pepa Flores, en realidad se llamaba Pepa Flores, que se casó con Gades.

-A ver, tenemos para ochenta roscos, cuatro cajas de veinte.

-Los Martinez-Miranda ya se llevan dos, así que sólo tenemos cuarenta.

-Se me había olvidado, habrá que hacer más masa.

-Haz llamar a Eloísa y Carmen, ellas tienen más fuerza.

-Podemos probar hoy en nonas la canción, la de Marisol…

-…..

-…..

-Por probar, tendríamos que decirselo a la superiora, no es ella muy de guitarras…

-Además vuelve a tener jaquecas, no sé yo.

-Cuando venga José se lo decimos.

-Se llama José? Y yo llamándole Lucas, siempre me gustó ese nombre, fíjate…

-Eso y lo de Eloísa, una cosa es emocionarse en el rezo, otra llorar como una plañidera…

-Es la emoción, siente la presencia del Señor …

-Como no sea la ausencia…

-Felícitas!…

-Traed anís.

Mi Rinoceronte

26 miércoles Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Yo vivo con un rinoceronte. No todo el mundo puede escribir esta frase en presente. La mayoría habría utilizado un verbo en pasado, o, para constatar la lejana posibilidad de que ese hecho pueda ocurrir en alguna ocasión, algunos utilizarían incluso el subjuntivo. Ellos hubieran o hubiesen vivido con un rinoceronte si se diera o diese al caso tener que hacerlo.

Mi rinoceronte se mueve lentamente, como lo hacen los boxeadores noqueados. Y piensa. O eso parece. Antes de hablar. Ya que mi rinoceronte habla. Él articula a su modo todas las palabras de la frase juntas, y luego yo me encargo de separarlas. Sus afirmaciones son preguntas, y sus preguntas afirmaciones, lo que hace que nuestras conversaciones sean una suerte de crucigrama dialéctico.

Vivir con un rinoceronte no es fácil. Ello conlleva no sólo dificultades con el espacio, sino también con la higiene. Hasta poco después de mi llegada, no tuvo consciencia de que la pileta del fregadero hubiera de vaciarse regularmente al tiempo que se lavaran los instrumentos propios de la cocina, así como le llevé a descubrir que una persona de estatura media y peso normal precisa de un espacio mínimo de veinte por veinte centímetros de la superficie de una mesa de proporciones adecuadas al tamaño de su cocina para poder depositar sobre el citado espacio los utensilios precisos para ingerir alimentos. La superficie restante queda libre de ser utilizada por cualquier otro miembro de la comunidad con la que se conviva. Este último punto se le resiste todavía. Pero trabaja en ello.

Las ventajas de vivir con un rinoceronte se reducen a una: su fuerza facilita en ocasiones mi compra semanal y la posterior vuelta con las bolsas.

Con todo, podría decirse que soy una persona con suerte, habida cuenta de que llegaré a ser el primer ser humano que haya convivido con un rinoceronte y viva para contarlo.

FAUX PAS

24 lunes Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Edgardo Valcárzel Zapata, con z las dos, no tenía que estar allí. Pero Rudiger tenía tal gripe que se había tenido que quedar en el hotel, y habían cambiado turnos. Tercera hoja, después del allegro, dos golpes de timbal. Nada más. Connor le había dicho que podía estar con él en la cafetería de enfrente hasta justo el momento y después volver, pero él prefería estar en su puesto desde el principio. Además, desde su posición podía ver a Nieves, en la segunda fila de viento, la cuarta desde su derecha, y eso compensaba cualquier espera. Se acordó de su cajón. Porque a él lo que le gustaba era tocar era el cajón. Un par de trompetas, un bajo, y gozadera. Sólo se necesitaba eso para ser feliz en la vida, con un cajón. Eso y una cerveza helada sentado en la proa del yate de su primo en Miami. Cuando fuese tiempo le iba a comentar a Nieves. Pero ahora había que centrarse en los timbales. Tercera hoja. Tercera hoja. Entonces le vio. Todo dientes y sonrisas, y laca, mucha laca, para sujetar la pelambrera rubia. El traje lo hubiese llevado él con gusto a la boda de su tía Ivette, azul metálico con corbata lila. Su abuela hubiese dicho de él que de donde ese bajara, se encocota un mono. Y empieza a hablar en aquella lengua indescifrable para él, y el público que abarrota el teatro hasta se ríe. Se iba a preguntar de qué, cuando sucede. El hombre enlacado había estirado un brazo y señalado, al mismo tiempo que un foco de luz, a Fritz Bauer, el tercer Cuerno Inglés, y le anima a acercarse al borde del escenario. Edgardo primero mira a Nieves, que a su vez le mira a él, y luego de soslayo a Liuba a su izquierda, y ésta el perfil de Igor, dos filas por delante, a quien Edgardo busca sin atreverse siquiera a tragar saliba. Sólo alcanza a ver sus manos, sujetando tranquilas el violín en vertical sobre su regazo. Edgardo se fija en Fritz, quien pareciera haber sido elegido para ser el primer fusilado en una guerra relámpago, a tenor de su expresión. Y vuelve a Nieves. Mejor ahí.

Ian MacMillan había pasado toda la tarde buscando la dichosa balleta azul. Pero nada. Se la había tragado la tierra. O mejor dicho, algún servicio de habitaciones. La culpa había sido suya por no haberla guardado donde debía, dentro del maletín del oboe. Ralph, el segundo Flauta Travesera, le había prestado su gamuza, pero no era lo mismo. Habría tenido que comprar dos, como le había dicho Ramón, pero si una cosa era Ian MacMillan era terco. Y por terquedad había llegado hasta allí. A primer oboe de la Orquesta Sinfónica. De no haber sido así, habría acabado como su primo Pete, tocando “Gabriel´s Oboe” en ceremonias. Cuando el haz de luz iluminó a Fritz, él estaba observando con qué delicadeza Masako sostenía su flauta y se la imaginaba girando sobre si misma en un nenúfar. No pudo evitar dar un ligero respingo en el asiento. Igual que Fritz, que le miró como si le hubieran alcanzado con una bala de gran calibre. Él giró de inmediato la cabeza hacia Igor, quien sostenía su violín en vertical sin inmutarse. El hombre de la peluca, porque aquella mata rubia sólo podía ser una peluca, le indicó de nuevo a Fritz que se acercase al borde del escenario, y éste le obedeció aferrándose a su Cuerno Inglés como si fuera un chaleco salvavidas. Ian volvió a Masako, quien a su vez le miraba a él con la boca hecha una O. Y él deseó en ese instante zambullirse con ella en un mar de nenúfares.

Los cellos en pleno giraron sus cabezas hacia las violas, y éstas buscaron con la mirada los violines, y entre ellos a Igor, quien seguía impasible. Alguno de los contrabajos hizo visible su estupefacción haciendo girar el instrumento, y uno de los trompetas quiso incorporarse a tocar a Generala, pero la Primera Tuba le hizo sentar, haciéndole un gesto con la cabeza hacia las bambalinas, donde la soprano que debía cantar esa velada trataba de impedir al enfurecido director de la Orquesta Sinfónica salir al escenario, ayudada por el pianista y uno de los ujieres.

Cuando Fritz por fin alcanzó el borde del escenario, fue recibido por una gran ovación y el hombre rubio le rodeó los hombros con un brazo y le conminó a que explicase cuál era su cometido en la orquesta y por qué se había decidido por un instrumento tan raro. Fritz se aferró de nuevo a su Cuerno Inglés, su mejor amigo, fijó su mirada en el haz de luz proveniente del fondo del teatro y por un momento deseó convertirse en una de las minúsculas partículas de polvo brillante que levitaban en él. Nunca supo que había contestado. Pero recibió igualmente un océano de aplausos.

Igor Michialiewitsh, Primer Violín, salió esa noche a fumar un pitillo al balcón de su habitación del hotel, había parado de nevar, pero la temperatura seguía bajo cero. No le importó. De donde él procedía esa temperatura anunciaba la primavera. Ilya Munin, Primer Viola, le siguió y le secundó con otro pitillo. El humo se mezcló con el vapor de sus bocas provocando una súbita nube, que se deshizo lentamente en la noche.

– Mañana salimos a las seis- Comentó Munin, tomando otra calada

– Tres más y volvemos a casa

– El jefe está que trina con lo de hoy….-Igor toma una calada larga y expulsa el humo con lentitud.

– En realidad, no me gusta hablar en público- Y ambos rompen el frío de la noche con su risa.

Roland Koch recorría el pasillo con desgana, llevando en una mano el Email que acababa de imprimir y en la otra el teléfono de servicio. Era viernes y ya habían dado las dos, Gerencia estaba desierto, pero él todavía no iba a poder irse, aún no. Desde uno de los despachos le llegó un eco de ruidos y se acercó a ver quién era, descubrió a Eveline, la chica que limpiaba las oficinas, colocando las papeleras sobre las mesas para poder pasar después más fácilmente la aspiradora industrial aparcada junto a la puerta.

– Buenas Tardes, Eveline- Saludó, apoyándose en el marco de la puerta, Eveline dio un ligero respingo y soltó una carcajada.

– Ay!Qué susto Sr. Koch!Pensé que estaba sola ya- Y colocó la última de las papeleras sobre una mesa, Koch forzó una sonrisa y se acarició levemente la frente con dos dedos de su mano izquierda.

– Eveline, puedo hacerle una pregunta?- Y casi le pesó haberlo dicho, pero no tenía nada que perder, Eveline le miró con expresión sorprendida en su cara pequeña y pecosa al tiempo que asentía.- Si usted alguna vez tuviera que preguntar algo a la Orquesta Sinfónica como tal….

– Yo?- Eveline abrió mucho los ojos mientras se ponía los guantes de goma, Koch carraspeó.

-Si tuviera que hacer una entrevista a la orquesta, por algún motivo, a quién entrevistaría usted?- Eveline se encogió de hombros, exhaló un buche de aire y miró fugazmente el poster enmarcado de Kiri Te Kanawa como Madame Butterfly que colgaba frente a ella, luego volvió a él con una expresión rozando el escepticismo en sus labios.

-Al Primer Violín….Si, al Primer Violín. Sabe? Mi sobrino toca también el violín, y creo que no lo hace mal, mi Lukas está en clarinete los miércoles pero la verdad es que no sé si eso va a llegar a algo, ya sabe usted como son los teenies ahora, pero el padre quería y…- Pero Koch ya no la escuchaba, su mirada había vagado hasta la ventana, abierta de par en par a un mediodía plomizo, y sintió cómo sus ojos se hundían en las cuencas bajo el peso de sus ojeras. El teléfono que llevaba en su mano comenzó a sonar y al ver el número que llamaba, cerró brevemente los ojos para después buscar ánimo en el techo-……creo que acabará tocando el piano, mi primo Lutzt tiene uno y nos lo quiere regalar, pero dónde lo ponemos? Si casi no cabemos ni nosotros….-Koch carraspeó y se incorporó de su apoyo del marco de la puerta, forzando otra sonrisa.

-Ya, gracias Eveline, que tenga un buen fin de semana…- Acotó, Eveline le sonrió y le deseó lo mismo mientras pasaba un paño húmedo sobre una mesa.

Koch recorrió el pasillo en el sentido contrario al que había venido, con el Email en una mano, y el teléfono de servicio sonando en la otra. Iba a tener que contestar.

Él no se podía ir. Todavía no.

Bucle

21 viernes Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Cuando se despertó Ella ya no estaba. No se sorprendió, ya se había acostumbrado a eso. Pero Él ya no se encontró en la cama en la que se había acostado la noche anterior, ahora era un colchón colocado sobre cuatro palets de madera y la habitación era más pequeña y oscura. Se levantó con la esperanza de darse una ducha, pero sólo había un lavabo miserable y un cubo con agua fría. Mejor que nada. Y sin pensarlo dos veces se lo echó por encima sin poder reprimir un grito. Ella llegó cuando él trataba de encender la cocina con trocitos de madera. Nunca antes habían tenido una así, desde hornillos de gas a vitrocerámicas de última generación. Pero nunca cocinas de leña. Ella ahora era rubia, y tenía los ojos verdes. Llevaba el pelo en rastas, recogidas con una pañoleta, vestía una especie de mono vaquero sin camiseta debajo e iba descalza. Se enervó porque Él no era capaz de encender el fuego, y acabaron teniendo una bronca monumental, después de la cual Él se fue dando un portazo. Ahora no tenía coche, tenía una bicicleta holandesa. Estaba nevando y la carretera discurría entre campos labrados. Se alegró de llevar abrigo y botas, en otras ocasiones había hecho el mismo trayecto, bajo las mismas circunstancias atmosféricas, sólo ataviado con bermudas y chanclas. Cuando ya estaba alcanzando las primeras casas de lo que parecía un pueblo, una camioneta tipo pick-up le adelantó y aparcó en el arcén. Ella salió del vehículo, seguía con las rastas, pero ahora llevaba un vestido corto de lentejuelas de colores, sandalias y un abrigo de bisón. Él metió la bicicleta en la parte de atrás de la camioneta y se subió como copiloto. Ella condujo hasta una propiedad a la que se accedía por un enorme portalón de hierro forjado. Era la entrada a una casa señorial tipo manor inglesa. Una vez en ella, sin darse apenas tregua, buscaron una habitación y se entregaron al sexo sin ningún tipo de cortapisas. Cuando Ella salió de la ducha, Él había desaparecido, cuando se acercó a la ventana le descubrió alejándose al galope a lomos de un pura sangre negro. Ella se colocó las rastas de nuevo en la pañoleta y se vistió con un jersey largo de lana que colgaba en el armario, además de unas botas tipo Ugg forradas de borreguillo. En el salón de cuatro ambientes se encontró con su madre. Hacía tanto tiempo que no la veía, que casi no la reconoció. Ahora era morena, fumaba y parecía que se había dado a la bebida, ya que la topó recostada en un sofá sosteniendo un vaso a rebosar de whisky. Su padre apareció después, y no les dirigió la palabra, fiel a su costumbre. Se limitó a sentarse a leer el periódico en una butaca. Ella decidió irse. A algún lugar. Él dejó el caballo atado en un establo, y se subió a un Porsche Carrera gris metálico. Condujo sin encontrar apenas tráfico hasta la zona noble de una ciudad y aparcó delante de un edificio elegante. Una doncella le abrió la puerta de la casa, y le dijo que su baño ya estaba preparado. Cuando se estaba vistiendo con un traje oscuro hecho a medida, la doncella le anunció que tenía visita. Su padre. Esta vez se alegró de verle. También venía de traje. Al parecer irían juntos a una recepción importante. Otras veces lo primero que había hecho su padre al verle había sido arrearle un bofetón. O echarle en cara cosas del pasado. Porque su padre y él tenían un trauma común en el pasado. Pero siempre variaba el tipo. Ahora parecían no tener ninguno. En la recepción se encontró con Ella. Ya no tenía rastas, ahora tenía el pelo rubio en una larga melena y vestía un traje rojo de seda tipo sirena. En algún momento se fueron a la casa de Él y se entregaron al sexo de nuevo. Al despertar, Él pensó que no la encontraría. Pero Ella aún seguía allí. Y todavía era rubia. Cuando llamaron a la puerta, ninguna doncella acudió a abrir, así que Él lo hizo. Una mujer embarazada con dos niños de la mano estaba en el umbral, hecha un mar de lágrimas. Su hermana. No sabía que tuviera una hermana. Hasta ahora había sido hijo único. La hizo pasar. Ella apareció en albornoz y se encargó de la situación, mientras Él preparaba café. Cuando llegó a la sala, se las encontró charlando y a los niños jugando sobre la alfombra. Les entregó a cada una su café, y Él se sentó en una butaca mientras soltaba un profundo suspiro, mirando hacia la ventana observó que había comenzado a llover torrencialmente….

Roberta Montagut cerró su ordenador y dio una palmada. Por fin había escrito el guion-guía de su próxima novela y podría entregárselo a su editor, que ya estaba ansioso por leerla. Como el resto de los millones de lectores en todo el mundo. Supondría la sexta entrega. Todavía tenía que limar matices. Pensó que lo mejor que podía hacer ahora era sacar a Groucho, su perro, de paseo por el bosque. Así él podría correr un poco y ella tomaría un poco de aire fresco antes de regresar para hacer las maletas.

P.S.

Ella le encontró apoyado en la barandilla del estanque del parque, echándole pan a los patos, se acercó y le rodeó el talle con el brazo, Él hizo lo mismo con ella y sonrió.

– Unas merecidas vacaciones- Dijo ella apoyando la cabeza en el brazo de Él, que se la besó.

– Duren lo que duren, hay que disfrutarlas- Y la cogió de la mano.

– He decidido llamarme Candice, ella nunca va a ponérselo a nadie…y tú?

– Yo Lincoln, siempre me pone el mismo, pero este me gusta, tiene cuerpo…no sé

– Lincoln?

– Si, Candice

– Cuando lleguemos a casa no nos acostamos, verdad?

– Ni lo sueñes, estamos de vacaciones mi amor…- Candice le mira con una sonrisa que ilumina su rostro.

– Lincoln..no puedo imaginar mis páginas sin ti.

Carpool

19 miércoles Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Silke B.– Después de lo que le pasó a Mareike se ha decidido ayudarla con los niños. He creado este grupo para poder coordinar los turnos de llevar y traer al cole. Gracias por vuestro altruismo!

Anne H.– Yo puedo los lunes y los martes. Pero sólo llevar.Sven todavía no sabe si recoge 🙂

Beate S.– Yo puedo llevar los miércoles y recoger los lunes.

Sylvia T.– Yo puedo recoger los martes y llevar los jueves. No entiendo qué tienen que ver las piscinas con esto.

Anne H.– Piscinas?

Beate S.– Hay que llevarles algún día a la piscina?

Silke B.– Es un término inglés para definir lo que hacemos. Yo llevo y recojo jueves y viernes.

Anne H.- Sven puede recogerlos los lunes.

Silke B.– Los lunes ya los recoge Beate.

Sylvia T.- Yo creo que “Grupo Mareike” estaría más acertado. Silke yo llevo los jueves 😉

Silke B.– Entones recojo jueves y llevo/traigo viernes. Sorry.

Anne H.- Sven los lleva entonces los lunes.

Beate S.- Y quién les lleva a la piscina?

Sylvia T.– A qué piscina?

Silke B.- No hay piscina.

Beate S.- Bien.

Anne H.- “Grupo Mareike” suena a terrorista.

Sylvia T.– Eso sería “Célula Mareike”

Silke B.- He intentado cambiar el nombre y no soy capaz. Queda así.

Anne H.– “Comando Mareike”

Sylvia T.– “Carlos” si te parece 🙂 🙂

Beate S.- Carlos? Hay que llevarle también?

Silke B.- La semana está entonces cubierta. Falta la compra, voluntarios?

Beate S.– Hay que llevar a Carlos?

Sylvia T.– No Beate S.

Beate S.– Thkx!:)

(Sven se ha unido al grupo)

Sven.– Hola a tod@s! Yo puedo hacer la compra.

Silke B.- Perfecto. Cuando?

Sven.- Después de recogerlos los lunes.

Sylvia T.– Con los cinco?

Sven.– Qué cinco??

Anne H.- Los de ella y los nuestros.

Beate B.- Te podemos prestar nuestro remolque.

Sven.– No problema.

Sylvia T.- Yo podría hacer dos compras cuando la haga yo.

Sven.- No problema. Todo bajo control.

Anne H.- “Comando Sven” 😉

Silke B.- Mareike te deja la lista en la mochila de uno de ellos.

Sylvia T.– Cuál?

Beate B. – Necesitas el remolque?

Anne H.- Nop.

Sven.– Yes I can:)

…………

Silke B.– Sven, la próxima vez nada de helado. Tampoco rastrillos.

Sven.– Los vi ya en el coche.

Silke B.– Diez litros de zumo de naranja?

Beate B.- Está de oferta.

Sven.– Y buenísimo.

Beate B.- Yo compré piña.

Sven.- Ya no había 😦

Silke B.- Te paso la próxima lista por Email.

Beate B.- También tartas de queso.

Sylvia T.- Mareike tiene ya tres.

Sven.- Yummi

Anne H.- Necesita alguien rastrillos?

……………………………..

(Ingrid P. se ha unido al grupo)

Ingrid P.– Hola a tod@s. Yo podría saltar cuando alguno no pueda.

Silke B.– Garcias Ingrid!

Anne H.– Ya te iremos diciendo 🙂

Beate B.– Quién no puede saltar?

Ingrid P.– Yo puedo saltar

Beate B.- Por?

Ingrid P.- Si alguien no puede.

Beate B.– Saltar?

Sylvia T.- Gracias Ingrid!

Ingrid P.- Yo puedo llevar y recoger si alguien no puede, si puede pues ya no y me dice o no dependiendo. Yo salto por el.

Sven.- Yes you can 😉

Sylvia T.- Todo depende.

Anne H.- Todo es relativo.

Beate B.- Pero quién no puede saltar?

Parcelas

17 lunes Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Mi suegro cogió mal el desvío. Ni mi suegra ni yo nos dimos cuenta. Él tampoco. Tuvo que dar entonces la vuelta en la explanada donde viran los autobuses. El empleado del cementerio nos estaba esperando junto a la capilla, en ropa de faena, con rostro compungido y varias carpetas en las manos. Yo cogí del brazo a mi suegra, o ella a mí, no me acuerdo, mi suegro metió las manos en los bolsillos y se dedicó a contemplar con detenimiento sus zapatos. Yo ofrecí mi mano al empleado, quien me dio el pésame, con la fórmula más larga, la que por el medio ya asientes y das las gracias para que no se complique, pero él llegó hasta el final, sin soltar mi mano y haciendo una ligera, pero firme, inclinación de cabeza, como los militares. Pensé. No sé por qué. Nos dijo que nos guiaría hasta la zona del fondo, la que aún estaba vacía, para que pudieramos elegir el lugar, y se adelantó unos pasos a nosotros. „Nothing runs faster as a deer“, en letras negras sobre el fondo verde de su cazadora de faena. Lo leí y sonreí. Por primera vez en semanas. Y pensé en los guepardos. También corren rápido. Al menos cuando persiguen ciervos. Pero donde hay guepardos no hay ciervos. O sí. Mi suegra se paró de repente, apretando contra su boca el pañuelo de papel que llevaba sujetando con fuerza en su puño toda la mañana, mi suegro también se paró, el empleado lo hizo un par de pasos más tarde. Nos quedamos todos quietos, observando a mi suegra, en silencio, dándole tiempo, sin medirlo. Cuando se repuso continuamos, y el empleado nos presentó el campo abierto ante nosotros haciendo un gesto desvaido con una mano, para después alejarse unos pasos caminando hacia atrás con la cabeza baja y las manos recogidas ante su vientre, como se ve hacer a los sirvientes en las peliculas inglesas. Pensé. No sé. Mi suegro se adentró en el campo entonces, ahora mirando al frente, hacia los montes, con las manos entrelazadas a la espalda, mi suegra soltó mi brazo y le siguió, como siempre, con los brazos caidos, sin rumbo fijo. Yo no me moví. No pude. Ni miré a mi alrededor. Les dejé buscar a ellos. Un lugar en campo abierto, un lugar que ninguno de nosotros quería buscar, ni sabía cómo. Lo recorrieron por separado, mi suegro mirando hacia los montes, ella de forma errática. Un lugar. Yo opté por mirar al cielo gris. Aquí. La voz de mi suegro me hizo bajar. Señaló un punto en la lejanía, mi suegra asentía dándole la razón, sin saber a qué, girando sobre si misma. Aquí. Yo también le di la razón. Allí. Así verá la puesta de sol. Me di cuenta de que aún tenía corazón cuando sentí el pellizco. Seguía en su sitio. Allí. Esta vez miré al empleado, se dirigía a mi suegro con una carpeta abierta. „Nothing runs faster as a deer“.

ICE

14 viernes Sep 2018

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La chica me mira incrédula cuando le digo que ocupa mi sitio. Se saca los auriculares. Rola los ojos. Se levanta de mala gana y se sienta uno más adelante, dejándome el asiento de ventanilla medio echado para atrás. No me importa. Así duermo un poco.

La persona que se ha sentado a mi lado sorbe haciendo ruido lo que sea que está bebiendo. Es un chico japonés con auriculares, le habla a su Smartphone en japonés. Escucharlo me adormila de nuevo. Pero cada vez que sorbe del vaso me enerva y me despierto otra vez. Me pregunto si también lo hará en Japón. Japón consta de infinidad de islas. Capital Tokio. Le cuenta algo en rudimentario alemán a su interlocutor. El otro no le entiende. Vuelve a sorber. Es menta-poleo. La menta-poleo me provoca acidez. Miro el paisaje. Se acerca otro japonés con un pasaporte en la mano, a decirle algo al que sorbe. No son japoneses, son coreanos. Corea son dos. Como Cáceres y Badajoz. Capitales Pjönjang y Seúl. El japonés que es coreano se incorpora para acompañar a su amigo. Me fijo en sus pies, lleva chanclas rosas de Hello Kitty. A lo mejor son cómodas. Me duermo en Bensheim.

Me despierta un chirrido del tren. A mi lado está sentada Mia Farrow. Con ese corte de pelo que es tan difícil que le quede bien a otra persona que no sea ella. Pero a ésta le va. Lleva una camiseta que pone “I don´t care”. “Me either” estoy a punto de decirle, pero vuelvo a la ventanilla. Grúas. Decenas de grúas. Me incorporo un poco. Los dos que están en los asientos paralelos pasan bien. Pero llegaron por separado. En estaciones distintas. Se intercambian los números.

La revisora le explica a alguien que tiene que subir las maletas al portaequipajes y dejar libre el pasillo. Es americano. No entiende por qué. “For your own security”. Entonces sí. La revisora se aleja y rola lo ojos. Me pide el billete mientras recita algo para si. Me sonríe. Yo también. Mia Farrow duerme.

Esta noche ha debido haber una invasión extraterrestre y han llenado el mundo de grúas. Ya estamos llegando. La gente se apura a las puertas del vagón. La estación es final de trayecto. Me pregunto para qué tanta prisa.

Me recibe una bocanada de calor al bajar. El chico del asiento paralelo le lleva la maleta a la chica. Van en la misma dirección.

Taxi!

AGUA

12 miércoles Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Finn me despierta. Ya está despierto. Mamá no está. Hoy no vamos a la guardería. Finn llama a mamá. Mamá. Mamá está arriba con Jaime. Jaime tiene que ir al cole. Hoy no vamos a la guardería. Jaime no quiere ir al cole. Nosotros también vamos a ir al cole. Pero no hoy. Hoy no. Hoy no hay guardería. Cacao. Quiero cacao. Finn no quiere cacao. Ketchup. Finn quiere ketchup. Jaime. Jaime no me deja sitio en el sofá. Mamá. Jaime tiene que ir al cole. Hoy no tenemos guardería. Cacao. Finn quiere cacao. Jaime me empuja. Mancha. Mamá. Finn quiere ver los caracoles. Jaime no tiene sandalia. Mamá busca la sandalia. Finn quiere ver los caracoles. Jaime se va al cole. Nosotros también vamos a ir al cole. Pero hoy no. Hoy no. Hoy vamos a jugar al agua. Finn quiere ir a la piscina. Hoy no. Hoy está cerrada. Finn quiere ir a la piscina. Hoy está cerrada. La piscina está cerrada. Yo sé lo que es cerrada. No está abierta. Está cerrada. La habitación de papá estaba cerrada. Quiero pan. Mamá me da pan con mantequilla. Azúcar. Quiero azúcar. Los caracoles se paran. Finn quiere ver los caracoles. Pan con mantequilla y azúcar. Mamá toma café. Finn quiere café. Café en el plato. Hoy vamos al agua. Vamos en el bus. Mamá no tiene coche. Laurenz tiene coche. Timo tiene coche. La mamá de Sara tiene dos coches. El papá de Hassan tiene una moto. Mamá no tiene coche. Finn quiere ir en coche. Vamos a ir en bus. Finn quiere ir en coche. Caca. Mamá. No quiero el pantalón de flores. Quiero el pantalón azul. Finn quiere el pantalón de flores. Mi camiseta es roja. No tiene muñecos. La camiseta de Finn tiene coches. Muchos coches. Vamos a ir en bus. Finn no está. Mamá corre. Mamá. De la mano. Finn quiere correr. Vamos en el bus rojo. Quiero ir en la ventanilla. Finn quiere ir en la ventanilla. Quiero ir en la ventanilla. Mamá dice que el cristal es grande. El cristal es grande. Finn dibuja en el cristal con la lengua. Mamá dice que no. No. En el río hay patos. Los patos hacen cuaccuac. Finn me llama baby. Yo no soy un baby. Mamá. Yo quiero pulsar la parada. Finn quiere pulsar la parada. Los dos. Los dos podemos. De la mano. Finn quiere correr. Mamá dice que podemos correr cuando lleguemos a la hierba. Finn corre más rápido que yo. Mamá no corre. Mamá. Finn se desnuda. Mamá me pone el bañador. Finn quiere también bañador. Finn dice que aquí vinimos con papá. Aquí vinimos con papá. Ahora estamos con mamá. Finn quiere que venga papá. Mamá le da un beso. Me da un beso. Finn ya no está triste. Vamos a las piedras con agua. El agua está fría. Mamá ríe. Finn y yo jugamos en el agua. Agua.

Nunca Jamás

10 lunes Sep 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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– La vas a buscar tú.

– Yo? Ya fui anteayer a recoger a aquellos que se perdieron en las montañas,dirás tú que no, pero casi me muero de frío.

– Eso es imposible, y tú lo sabes. Tú la vas a buscar. Punto.

– A dónde?

– A este hotel, verás a más, pero ella es la tuya.

– La mía, suena hasta romántico y todo…

– Céntrate, ya sabes el protocolo.

– A veces suenas como mi antiguo jefe.

-Es que lo soy.

-Tu humor se quedó en el otro lado entonces, no?

-Y nada de excursiones, que te conozco…

Amanece entre la niebla. Las calles circundantes al hotel están cortadas por bomberos, policía y ambulancias, equipos de televisión se arremolinan entre ellos en busca de la imagen del día, curiosos se agolpan tras el cerco de seguridad.

Él accede al edificio sin tener que dar explicaciones, se cruza con tres bomberos con máscaras, dos de ellos portan una camilla, el tercero sostiene una mascarilla sobre la boca de la persona tendida en ella, un hombre en pijama. Se lo encuentra otra vez, un tanto confuso, junto a los ascensores. Mirándose las manos. Se pregunta por qué todos se miran las manos en ese momento, y no los pies, o los brazos. Su colega se retrasa unos segundos, sale del ascensor. Le saluda con un guiño, y dedica su mejor sonrisa al hombre del pijama. Decide subir en ascensor. No le gusta teletransportarse. Siempre se confunde de localización. En eso es más tradicional, a pie a todos lados. A veces salta de azotea en azotea, pero sólo cuando sabe que va a llegar tarde.

Los pasillos del quinto piso están atestados de bomberos, equipos médicos que intentan reanimar a gente, y colegas que esperan pacientemente. Algunos charlan entre ellos, otros se entretienen ganando tiempo y le hablan ya al oído a la persona que ha acompañarles y que el médico intenta retener. Una colega le indica con un gesto la habitación 507, ha coincidido con ella más veces, suele ocuparse de los niños. No ve ninguno cerca. Evita preguntar y entra en la habitación. No traspasa la puerta. La abre. Digan lo que digan, detesta los crujidos de la madera en él cuando lo hace. Si pudiera sentir algún dolor, seguro que le acarrearía dolor de estómago.

La chica aún cree que duerme. Las maletas ya están hechas junto a la puerta, su bolso encima de la cómoda, la ropa del día preparada en el galán de noche. Es joven, el pelo trigueño se esparce sobre la almohada, sus manos descansan en la colcha. Se sienta en la butaca junto a la cama. Prefiere que crean que se despiertan por ellos mismos y no asustarles más de lo necesario. Se despierta lentamente, abriendo los ojos con dificultad. Se incorpora en la cama y le descubre, no se asusta, le mira en silencio clavando en él su mirada azul.

– Qué ha pasado?- Se lo pregunta sin ataque de pánico, o gritos, el ya ha vivido unos cuantos despertares de ese tipo. Le sonríe tranquilo.

– He venido a buscarte – Otros se entretienen en explicaciones sucintas y detalles escabrosos. Él siempre dice la misma frase. Siempre había sido conciso.

– No entiendo – Él se incorpora y le tiende la mano, ella se la coge y sale de la cama sin apartar los ojos de él.

– Te llamas Manuela, verdad?- Ella asiente y mira a su alrededor aturdida- verás Manuela, vas a venir conmigo, no tengas miedo, confías en mi?- Manuela mira fugazmente hacia la cama, donde ella continúa durmiendo, y por un instante se sobrecoge. Él le coge las manos, y ella le mira otra vez, ahora con miedo- No te voy a dejar sola,Manuela, nos vamos a ir juntos de aquí. No tienes que preocuparte de nada más.- Manuela asiente lentamente y aferra sus manos a las de él.

– A dónde vamos?- Él abre la puerta, y vuelve a sonreír.

-Al País de Nunca Jamás – Siempre le había gustado Peter Pan, y ellos solían entender a dónde se refería sin tener que entrar en grandes detalles. Manuela abrió mucho los ojos.

-Y cómo vamos a llegar?- Preguntó incrédula, su tono casi infantil le arrancó la risa, no se la solía permitir en esa fase. Pero no pudo evitarlo.

-Tú no tienes que preocuparte de nada más – Y avanza con ella por el pasillo, dejando atrás a los médicos, los bomberos y los policías. Sus colegas ya se han ido.

De la mano, se pierden en la niebla.

Y no hay nada más de qué preocuparse.

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