Stripped-down, hot rod style on an easy-handling frame that lets you roll with the confidence of three wheels. „

-Entonces „ A vida cuenta“ después es „de que“ o sólo „que“- La pregunta de Revuelta devolvió a Gonzalo Mendieta de nuevo al despacho, por tercera vez en la última hora, se frotó los ojos con las palmas de las manos.

-„Habida cuenta de“, después puedes poner o no „que“, pero no puedes obviar el „de“- Revuelta asintió con la cabeza y continuó escribiendo el informe, del que después le enviaría una copia y el corregiría, a sabiendas de que ,de lo contrario, no sería legible. Se preguntaba a menudo cómo había sido capaz de superar las pruebas de Lengua en la Academia, en su época aún quitaban puntos por falta de acento. Decidió no romperse la cabeza. El corregiría el informe y Santas Pascuas.

-Es lo del burro?- Se lo preguntó mientras se incorporaba y se dirigía a la ventana, iba a ser un día de mucho calor otra vez, y sin atisbos de brisa, al menos donde ellos se encontraban, bajando a la costa se notaba la brisa del mar, que aliviaba un poco la humedad del calor.

-Tiene nombre, se llama Torcuata, y es una burra- Gonzalo se mesó el cabello y se volvió dispuesto a ir a hacerse un café a la sala de reuniones.

-Es “susodicho” o “subsodicho”?- Gonzalo carraspeó y se ajustó un poco la corbata.

-Tu escribe con calma, ya lo corrijo después- Y abandonó el despacho, dejando a Revuelta con sus gramática descomplicada.

No había mucho movimiento en el Puesto, el verano aún acababa de empezar, con lo que todavía tenían una rutina tranquila. Desencuentros de tráfico, pagos de multas, y algún permiso de quema. Se preparó el café y volvió al despacho. Revuelta no estaba, así que sacó del cajón de su mesa una carpeta de cartón que en algún momento había sido verde, y ahora era gris. En letras mayúsculas de imprenta un nombre : TRISTÁN MOHEDANO FRÍAS.

El caso llevaba cerrado veinte años, pero el le dedicaba desde entonces una parte del tiempo que tenía libre. Releía los informes, revisaba las fotos, las entrevistas a los testigos. Nada. El mismo callejón sin salida. Tristán Mohedano Frías, dieciocho años, su cadáver se encuentra un día después de que sus padres denunciasen su desaparición. Decúbito supino, fractura múltiple de extremidades inferiores, fractura múltiple de extremidad superior izquierda, traumatismo craneoencefálico severo. Está tendido sobre una roca en un terraplén de la carretera de la costa, su moto, una Vespino modelo Velofax color rojo, al fondo del mismo terraplén. No hay señales de frenada. Ni se encontró testigo alguno del accidente. En aquel momento se llegó a la conclusión de que Tristán, de vuelta de una noche de fiesta, había cogido la curva demasiado rápido, y se había salido de la carretera. Pero para él, ya entonces, las cosas habían sucedido de otra manera. La posición del cuerpo, dónde había quedado tirada la moto, su estado y sobre todo las leyes de la física hacían imposible la versión oficial, ya que, si Tristán volvía de una fiesta, eso significaría que en ese momento se encontraba ascendiendo la pronunciada curva, no descendiéndola, ya que su casa se encontraba sólo tres kilómetros más arriba, lo que hacía imposible que hubiera superado límite de velocidad alguno y acabase tirado en el terraplén. Para su versión, era necesaria la presencia de un vehículo, que hubiera chocado contra Tristán al invadir su carril y cuyo conductor hubiese apartado después el cuerpo y la moto para evitar verse involucrado. Su interés por el caso se vio fomentado por el hecho de que la autopsia había revelado que las heridas que había sufrido el chico en el accidente no eran mortales, la muerte le sobrevino por una parada cardiorespiratoria posterior, lo que daba luz a su teoría del traslado del cuerpo al terraplén y posterior abandono. El caso se cerró sin que él, un novato que acababa de empezar, pudiera dar peso a su versión.

Decidió entonces continuar la investigación por su cuenta, y la ayuda le vino de manos de otro novato, Reynaldo Novoa, recién salido de la facultad de medicina y haciendo sus primeros pinitos como ayudante del forense del Anatómico de la isla. Reynaldo había encontrado restos de piel bajo las uñas de Tristán, lo que hacía suponer que se había aferrado a una persona, además de otro tipo de sangre distinto al del chico en sus ropas. Por aquel entonces todavía no eran posibles los cotejos de ADN, llegarían más tarde, pero Reynaldo guardó las pruebas por si en un futuro pudieran arrojar luz sobre el caso. Si ocurría algún accidente en el que se veían implicados habitantes de la isla, por rutina hacía un cotejo con las pruebas por si alguna vez pudiera coincidir. Él por su parte había tomado muestras de restos de pintura blanca en el lateral izquierdo de la destrozada moto del chico, una arena más en el mar de incógnitas del caso, ya que si había algo que sobraba en la isla eran coches blancos.

Aún recordaba los gritos de la madre del chico, Mireia Frías, y la sensación de impotencia que sintieron el teniente Doval y él cuando le comunicaron a la familia el cierre del caso. Tristán Mohedano Frías le miraba siempre desde las fotos del informe, los ojos claros fijos y sin vida, en un rostro ensangrentado pero sin mueca de ningún tipo, tranquilo, como si se hubiera tendido allí a observar las estrellas. Los rastros de sangre en las mejillas se veían surcados por rastros más claros. Reynaldo le había confirmado que eran lágrimas.

-Para poner castillos hinchables somos nosotros o los del centro- La consulta de Revuelta le hizo cerrar el informe y volver del viaje que siempre emprendía al abrirlo. Se preguntó quién tendría el humor de ponerse a hinchar un castillo con el calor que iba a hacer.

Cuando acabó el turno, se cambió de ropa y bajó hasta la ciudad en Vespa. Siempre se había movido en moto, incluso cuando aún estaba destinado en el Norte. Sus compañeros no entendían por qué no tenía un coche, y solían decirle que él era lo más parecido a un blanco móvil, en su Vespa azul, llevando casco rojo.

En realidad su moto ideal era una Harley-Davidson, solía visitar con frecuencia la página web para leer la descripción de los distintos modelos y sus partes, y estaba abonado al catálogo anual con todas las novedades. Pero por ahora se conformaba con su Vespa azul, que le permitía moverse con soltura por las intrincadas calles estrechas de aquella ciudad incrustada en la costa, de callejones empedrados y sembrada de señales de prohibido el paso. Al poco de llegar a la isla se había comprado un apartamento de dos habitaciones en la zona alta de la parte antigua, entonces lo habían acabado de reformar y desde el balcón del salón podía ver el mar, al que debía ver todos los días para que su mundo estuviese en orden.

Se preparó una pizza congelada “Cuatro Estaciones” y eligió en su servidor de televisión un capítulo de las experiencias de un arquitecto inglés que ayudaba a gente a remodelar su casa, él mismo era un manitas y le gustaba ver lo que se podía llegar a hacer con una martillo y cuatro puntas, aún a sabiendas de que se quedaría dormido antes de ver terminada la obra.

Por la mañana, nada más cruzar la puerta de entrada al Puesto para comenzar su turno, le recibieron los gritos de una discusión acalorada entre dos grupos de gente, unos vestidos con bañador y los otros en aras de combatir el calor pero sin intención de acercarse al agua en absoluto. Revuelta y Mayo, entre ambas partes, trataban de mantenerlos separados y que el conflicto no escalase.

-Los de la izquierda han vaciado la piscina en la propiedad de los de la derecha- Explicó Mayo, consultando sus notas, siempre llevaba una libreta mínima consigo y apuntaba todos y cada uno de los detalles del caso que le ocupara, muchas veces había estado tentado a preguntarle cuántos cientos de libretas mínimas atesoraba en su despacho, pero esta vez tampoco se lo preguntó. Una vez se hubo cambiado, se unió a mediar en el asunto, y, como ya esperaba, tuvo que trasladarse con Revuelta a las propiedades para hacer una inspección in situ del problema.

A Revuelta lo que se encontraron le recordó las inundaciones de la Gota Fría, él había ido mentalmente más lejos, al Tsunami en Japón. Los dueños de la vivienda afectada proferían las peores amenazas contra los causantes de los desperfectos, y aquellos, en lo alto de su muro de contención, vigilados de cerca por Mayo y Corretja, les respondían con similares improperios.

-Hombre, cómo reaccionarías tu si te echan veinte mil litros de agua en tu salón, no?Yo les entiendo- Coligió Revuelta al tiempo que levantaba con las manos enguantadas lo que parecía una jaula de pájaros vacía. Tenía razón, no tenía ni idea de cómo reaccionaría ante un Tsunami en su salón, pero sabía que había llegado la hora de llamar a Huberto, el de atestados. Éste apareció una hora después con su equipo,y ambas propiedades se convirtieron en lo más parecido a un escenario bélico, teniendo que llamar a los colegas de la Nacional.

Por la tarde desapareció un perro de nombre Blas, con dos eses, dos ciclomotores sin casco, dos holandeses sin frenos en su caravana, y dos campistas ilegales en el jardín de unos ingleses. Daban las nueve cuando dio por terminado el informe de las piscinas, Mayo se ocuparía de la caravana y los campistas y Revuelta del perro, continuando en su línea de protección animal, se lo hizo saber, y Revuelta le contestó con una falsa carcajada, si bien le admitió que a veces se entendía mejor con los animales que con las personas, él se abstuvo de contestarle y le dejó con el informe.

En lugar de bajar a la ciudad, decidió subir por la carretera de la costa para liberar un poco la cabeza. El sol ya estaba bajando, y poco a poco se levantaba la brisa, deshilando el calor y la humedad. Cuando llegó a la altura donde se encontraba la que había sido la casa de Tristán Mohedano automáticamente alzó la vista, cerrada desde poco después del accidente, encallada en la falda de la colina, una magnífica villa en varias alturas expuesta al mar. Vio la luz y frenó sin pensar, perdiendo casi el equilibrio. Avanzó lentamente para asegurarse de que no era un reflejo del sol ya casi retirado,y pudo confirmar la existencia de una ventana iluminada.

Aparcó la moto junto a los antiguos garajes,y, casco en mano, emprendió la subida a la casa por las empinadas escaleras de piedra. La última vez que lo había hecho había ido con Manuel Doval para confirmar el cierre de la investigación, les habían recibido tres perros pastor alemán, los únicos que se habían alegrado de su visita.

Una mujer joven le abrió la puerta, por un instante le pareció reconocer a Mireia Frías, la madre de Tristán, pero la mujer ante él era demasiado joven como para ser Mireia, y tenía el pelo más oscuro en una melena lisa que le caía lacia hasta los hombros. Llevaba un top gris y unos pantalones cortos vaqueros, estaba descalza y blandía en la mano una cuchara de madera. Los dos se miraron sin poder ocultar una mezcla de sorpresa y curiosidad.

-Buenas Noches, yo…perdona, vi la luz en las ventanas y como lleva vacía años, pensé que…

-Pensaste que la habían tomado los okupas- Acabó ella su frase, Gonzalo sonrió y quiso explicarse, pero la risa de ella se lo impidió- Soy Laia, Laia Mohedano, perdona, quieres entrar? Es que tengo algo al fuego- Y desapareció a paso vivo en el interior de la casa, Gonzalo se atrevió a sobrepasar el umbral. La amplia entrada de baldosas de cerámica anaranjada le recibió como entonces. Todo seguía igual. Sólo faltaban los perros. La voz de Laia le llamó desde la cocina.

-Quieres comer algo? No lo he cocinado yo, no te preocupes, lo he comprado para llevar y lo estoy recalentando, como ves soy toda una gourmet- Se lo explicaba revolviendo lo que parecía una porción doble de Arroz Tres Delicias en una sartén, Gonzalo permanecía en la puerta inseguro de querer entrar- Seguro que piensas que soy una desaprensiva, dejando entrar a un desconocido, pero…dime la verdad, qué malo malísimo va a subir esa carretera hasta aquí por la noche y después tragarse esos ochenta escalones?- Gonzalo le dio la razón asintiendo con la cabeza.

-Yo soy de los buenos, quiero decir, yo soy guardia civil, me llamo Gonzalo Mendieta, yo..- De pronto le pareció poder sólo expresarse con la primera persona singular, Laia cesó un instante de revolver el arroz, para continuar de inmediato, recuperando la sonrisa.

-Guardia Civil? Entonces tendréis ahora mucho trabajo con todo ese gentío, no?.- Y abriendo una de las alacenas, sacó dos platos, Gonzalo se encogió de hombros.

-Todo bajo control.- Ella le dedicó una mirada fugaz, tenía los ojos oscuros, su madre Mireia los había tenido claros, como su hijo.-Creo que me voy a ir, yo..- Otra vez la primera persona singular, pensó en Revuelta y su gramática descomplicada. Laia negó con la cabeza chasqueando la lengua al tiempo.

-Has subido esa carretera y te has tragado esos ochenta escalones, te has ganado la cena.- Se lo decía mientras ponía los dos platos y los cubiertos sobre la mesa de la cocina, de madera maciza, larga y rodeada de ocho sillas del mismo material. Gonzalo se sentó en una de ellas, mientras ella ponía la sartén sobre el salvamanteles.

-Está bueno, de dónde es?.- Preguntó tras el primer bocado, Laia cortó un trozo de pan.

-Es de un chino que hay según sales del ayuntamiento a la derecha.- Explicó, Gonzalo le sirvió vino, él a si mismo agua.

-Es que tengo que volver con la moto.- Quiso explicarse, Laia soltó una carcajada.

-Si no tendrías que hacerte el control a ti mismo, qué mal no?.- Gonzalo no pudo sino secundarla en la risa con sólo imaginárselo.

-Te vas a quedar? Quiero decir, estás aquí sólo un tiempo?.- Laia negó con la cabeza, separando los guisantes con el tenedor.

-He venido a deshacer la casa, la quiero vender.- Y el silencio se instaló entre ellos entonces, casi incómodo. Gonzalo bebió un trago de agua.

-Es una zona muy buscada, tendrá muchos admiradores.- Laia buscó sonreír pero no lo consiguió.

-Tu sabes la historia, verdad?.- Y su mirada oscura buscó la suya, lejos de toda broma, Gonzalo asintió y Laia se sirvió un poco más de vino.

-Entonces yo era el segundo de Manuel Doval, nosotros…

-Te recuerdo. Cuando dijiste que eras guardia civil supe de qué te conocía.

-Siento si te he hecho recordar.- Se disculpó, Laia le dedicó una media sonrisa, aunque sus ojos seguían nublados.

-No hago más que recordar desde que puse pie en la isla, y esta casa no alivia la situación.- Y se llevó a la boca un tenedor lleno de arroz, Gonzalo la imitó.- Pero no he perdido el apetito.- Bromeó sirviéndole una cucharada más, Gonzalo iba a protestar, pero ella chasqueó la lengua de nuevo.- Todo bajo control, pero el mío.- Y sus ojos brillaron de nuevo, disipando la niebla de antes.

Le llamó dos días después, él había acertado a darle su número de móvil por si necesitara ayuda en algo,y ella había correspondido dándole el suyo por si alguna vez volvía a subir por la carretera de la costa y le apetecía comer arroz chino. Necesitaba un fontanero y un electricista, después de tantos años cerrada algunos grifos se negaban a funcionar, al igual que la lavadora y enchufes varios. Se ofreció a ayudarla, anunciando su visita para aquella misma tarde.

La encontró en la parte de atrás, dentro de la piscina, ahora vacía, barriendo hojas.

-Vas a llenarla?.- Preguntó como saludo, Laia negó con la cabeza y se dirigió a la escalera.

-Prefiero la cala, mi madre era más de piscinas, nosotros más de mar.- Explicó dejando el rastrillo contra la pared, Gonzalo supo a qué se refería, pero no dijo nada.

-He traído arroz.- Y le mostró la bolsa con el pedido del chino, Laia rió y dio una palmada, invitándole a entrar.

-Nos fuimos aquel octubre, nos era imposible estar aquí sin él, Tristán no era sólo mi hermano mayor, era mi mejor amigo, y en esta casa había demasiados recuerdos, y los sigue habiendo.- Explicó mientras servía los platos, Gonzalo se fijó en la pulsera de colgantitos de coral, la última vez no la llevaba, Laia la hizo sonar al notar su curiosidad.-La encontré en el cuarto de mis padres, detrás de un mueble, se debió de colar.- Y volvió a hacerla sonar, sonriendo al tintineo.

-Pero tu padre tenía aquí su estudio de arquitectura.- Laia le sirvió dos cucharadas más de arroz.

-Le vendió su parte a su socio, él sobrevivió cuatro años a mi hermano, empezó por olvidar cosas y acabó en una especie de demencia senil sin tener ni edad para nombrarle en la misma frase con tal término-Hizo una pausa rozando el borde de su vaso con los dedos.- Mamá se fue apagando como una vela, se suele decir que una persona se puede morir de pena, pues eso exactamente le pasó a mamá, se dejó morir de pena.- Y comenzó a separar los guisantes del arroz con el tenedor como era su costumbre ante recuerdos inoportunos, Gonzalo lo había observado e intentó cambiar de tema.

-Y tu? Sigues por Barcelona?.- Preguntó sirviéndose agua, Laia suspiró y negó con la cabeza.

-Estocolmo, seguí los pasos de mi padre y soy arquitecto, para deshacer esto me he tomado vacaciones que tenía atrasadas, después ya veré, el frío ya me cansa.-Y le sonrió tomando un trozo de pan.- Uno de San Sebastián en una isla, cómo se entiende eso?.- Gonzalo rió su ocurrencia, como se hubiera reído con cualquier otra cosa que hubiera podido decir, al darse cuenta carraspeó, tratando de no resultar tan obvio.

-Salí de la academia y estuve un año por allá, pero en cuanto pude pedí cambio de destino, me surgió este y aquí sigo, hay a quien no le gustan las islas, pero tienen su encanto.- Y Laia pareció darle la razón a medias mientras bebía otro trago de vino.

Dos Arroces Tres Delicias, tres enchufes, una lavadora y dos tuberías más tarde, él la recogía con la Vespa y bajaban a la cala cercana a darse ambos el primer baño del día, o bajaban hasta la ciudad a cenar algo, o empaquetaban juntos lo que parecían ser cientos de platos y vasos que encontraban en los numerosos aparadores de la casa.

Ese toro enamorado de la luna/que abandona a medianoche la maná/ es pintado de amapola y aceituna/y le puso Campanero el mayoral….”

Gonzalo la hizo girar sobre si misma, para luego tomarla por el talle y llevarla con paso experto entre otras parejas danzantes por la pequeña plaza donde tenía lugar la improvisada verbena. Laia trataba de no pisarle y su risa se abría paso entre los acordes de la música.

-Hacía años que no escuchaba esta canción.- Le gritó al oído, Gonzalo la afianzo imperceptiblemente un poco más contra si.

-Y yo que no bailaba agarrado.- Le confesó también al oído, encontrándose entonces los dos y olvidándose de la verbena, y del toro y sus abanicos de colores.

La cala se convirtió en su lugar de encuentro, cuando el acababa su turno subía hasta allí y juntos disfrutaban de la caída de la tarde, para después repartir el tiempo entre deshacer la casa de ella y bajar hasta el apartamento de él, lejos de los enjambres de turistas que ya abarrotaban la isla.

-Si es como tu dices, por qué? Por qué dejarle así?

-No lo sé. Y créeme que llevo todo este tiempo preguntándomelo.

-Me lo dirás si lo descubres?

-La primera.

-Tienes el pelo un poco largo.

-Tu también.

-Ven aquí.

Su teléfono fijo, el de servicio y su móvil personal sonaron a la vez, como una suerte de alarma disonante e insistente, que les despertó a ambos a deshora. Gonzalo alcanzó el fijo aún a oscuras, y tras dos monosílabos salió de la cama.

-Qué ha pasado?- Preguntó la voz de ella desde la oscuridad, él buscó en el armario un uniforme limpio y acercándose a ella la besó en la frente.

-Una catástrofe. Pero sigue durmiendo, yo me ocupo.- Y se fue, dejándola un tanto confundida, al tiempo que la ciudad parecía llenarse de sirenas que acabaron por romper la noche.

Los tres días que siguieron, Gonzalo los recordaría después como los tres días más largos de su carrera, tres días sin noches, de cuerpos calcinados, gritos, hospitales, humo, órdenes, contraórdenes, la desesperación de los supervivientes en el puerto, sacos con los muertos,el goteo de familiares, toma de declaraciones e identificaciones.

De los tres veleros de recreo, no quedaron más que restos calcinados y cenizas sobre un mar de plato. Y demasiadas preguntas. La isla se llenó de periodistas, llegaron mandos de tierra firme, embajadores y cónsules, incluso el servicio secreto,del que siempre había oído hablar y había dudado que existiera. Y después de tres días, con sus noches, pudo volver a casa a librarse con una ducha del olor a humo, hospital y muerte. Y dormir.

Sin embrago, el zumbido de su móvil le arrancó del sueño profundo en el que había logrado sumirse, sin lograr abrir los ojos ni cambiar de postura lo alcanzó con la mano y contestó con lo que a él le pareció una especie de gruñido, incapaz de encontrar su voz.

-Tenemos un “match”- Lo que escuchó de boca de Reynaldo le hizo incorporarse de una vez, por un momento pensó que aquello formaba parte de su sueño y se pasó la mano libre por el rostro para despejarse un poco más.- Te espero aquí.- Y volvió a colgar.

Gonzalo saltó de la cama y en su carrera alcanzó a coger un pantalón y una camiseta, antes de abandonar su apartamento y bajar las escaleras de tres en tres.

-Joan Cambrils, el chico dijo en casa que se iba unos días “por ahí”, y no han tenido más noticias, a la vista de lo ocurrido se han presentado aquí los padres.

-Cambrils?Los Cambrils de “mírame y no me toques”?

-Esos mismos, aunque ahora están con los del equipo de psicólogos, de “mirame y no me toques” nada de nada.

-Uno de los dos fue entonces.

-Ella. Las marquitas no mienten. Sara Cambrils.- Y le pasó dos hojas de papel con puntos en gamas de color, en una las pruebas de Tristán, en la otra Sara Cambrils.

Permanecieron los dos en silencio por un instante, para luego buscar asiento cada uno en una silla del reducido habitáculo que era la oficina de Reynaldo.

-No sé si tenemos que brindar con champán o echarnos a llorar.- Acertó a decir Reynaldo sacándose las gafas y apretándose el puente de la nariz, Gonzalo pareció asentir sin apartar su mirada de las dos hojas que tenía en la mano.

-Supongo que este es nuestro momento “Y ahora qué?”.- Musitó dejando los papeles sobre la mesa, Reynaldo se mesó el poco pelo que aún tenía con las manos y se recostó en la silla entrelazándolas en la nuca.

-Ahora ya tienes el quién, cómo y dónde, a mi me interesaría saber el por qué.- Gonzalo sopesó las palabras de Reynaldo, y pensó en Laia y en lo que habían hablado. En ocasiones se dice que tres son multitud, en ese momento a él le pareció que tres personas detrás de un por qué lo eran casi, y Tristán llevaba demasiados años metido en el cajón de su mesa.

-Cuando todo esto acabe, te invito a una mariscada.- Dijo acercándose a la puerta, Reynaldo levantó las cejas.

-Esto acaba de empezar, amigo mío, sólo acaba de empezar.- Y parpadeó lento tras sus gafas de miope, despidiendo a su amigo con un cansado gesto de cabeza.

No le resultó complicado dar con el Renault 505 blanco, los Cambrils lo habían matriculado dos años antes del accidente para uso del servicio, y vendido para chatarra en el septiembre inmediato al siniestro. Ahora ya encajaban las piezas del puzzle, sólo necesitaba saber qué hacía Sara Cambrils hacía veinte años, entonces ya madre de tres hijos, a altas horas de la madrugada por la carretera de la costa, en el extremo opuesto a su lugar habitual de residencia, con un coche del servicio.

Sara Cambrils le recibió en una salita en penumbra, después de convencer a varios miembros de la familia de que se trataba de un simple trámite para el que necesitaba estar a solas con ella. Estaba sentada en un sillón orejero junto a la ventana, vestida con lo que a él le pareció un vestido camisero, descalza y con los ojos cerrados, medio escondidos tras la mano con la que se los tapaba. El iba de civil, lo que quería tratar con ella no tenía ya que ver con uniforme alguno, había traído únicamente el papel que probaba que la pintura del coche era idéntica a la pintura encontrada en la moto de Tristán. Y una sola pregunta.

-El 24 de julio hará veinte años que usted sufrió un accidente con un renault 505 blanco, en la carretera de la costa.- Sara Cambrils separó por un instante la mano de sus ojos, pero continuó en silencio, sin siquiera moverse, él, de pie frente a ella no había querido sentarse, no iba a necesitar demasiado tiempo.- A consecuencia del choque, Tristán Mohedano Frías resultó gravemente herido y usted con alguna herida sangrante, a tenor de las pruebas periciales.- Sara Cambrils separó la mano del rostro entonces y pareció mirarle desde la penumbra, aún en silencio.- Usted abandonó a Tristán Mohedano a su suerte y tiró la moto por el desmonte.

-Ahora es tarde.- Y la voz de Sara Cambrils se le ocurrió rota y casi un gemido.

-Nunca es tarde para un por qué.- Sara Cambrils entrelazó las manos y dirigió su mirada inflamada de llanto hacia la ventana.

-Yo venía de verme con alguien…llámele amigo, llámele amante, ahora ya no importa, se me había hecho muy tarde e iba tan rápido como el coche podía dar.- Se pasó una mano por el rostro borrando las lágrimas que caían sobre sus mejillas ya húmedas.- Supongo que corté la curva y me lo llevé, sólo me acuerdo del golpe…yo me golpeé con algo en la frente, el resto lo ha resumido usted bien. Hubiera supuesto un auténtico escándalo y el fin de mi vida tal como era, no podía arriesgar nada.- Y se mesó el cabello despeinado sin mirarle, Gonzalo sin embargo no podía apartar sus ojos de ella, sintiendo la impotencia de años creciendo en él, incapaz casi de contenerla.- Ahora ya no importa. El chico está muerto y míreme a mi.- Gonzalo dejó la copia del informe sobre una mesa baja y se dispuso a salir, pero Sara Cambrils le detuvo.- Yo nunca he hablado con usted de este asunto, le ha quedado claro?.- Gonzalo se fue sin contestar cerrando la puerta tras si.

Encontró a Laia en el comedor, ante varios aparadores repletos, armada con un rollo grande de cinta americana se disponía a precintar una caja de cartón con el cartel “manteles”.

-Te noto nervioso.- Comentó abriendo un cajón grande, Gonzalo negó con la cabeza e hizo un gesto desvaido con la mano para quitar importancia a su intranquila presencia.

-Si he dormido dos horas en los últimos cuatro días han sido muchas…nada más.- E intentó sonreír sin conseguirlo, Laia pareció creerle y dio forma a otra caja de cartón dispuesta a llenarla con correas de perros.

-Tu crees que la protectora las querrá? Ya no tengo perro.- Se lo preguntó sosteniéndolas en las manos como si no supiera para qué podían servir, y Gonzalo no pudo más que acercarse a ella y abrazarla, ella le secundó apoyando la cabeza contra su pecho.- Podemos ir a la cala, si quieres.- Él asintió sin relajar el abrazo, al tiempo que le acariciaba la cabeza.

Le contó todo ya lejos de la orilla, en lo profundo, sin firme bajo los pies, sólo sostenidos por su inmensidad, el único lugar en el que sabía que Laia y él podrían afrontar juntos la verdad. El no la dejó hundirse, y ella gritó su rabia al mar, a su infinidad, a su oscuridad. Para que no pudiese volver.

– Y a dónde quieres ir?

-A Telluride, Colorado.

-Ruta 141 y 145

-Pero contigo

-Para interpretar los mapas

-Claro

-Freewheeler. Necesitaremos una Freewheeler.

-Como quieras. Pero antes he de hacer algo.

Ante la iglesia se había congregado una multitud de gente, y una fila de coches que parecía no tener fin. Gonzalo quiso retenerla manteniendo la mano de ella en la suya, pero Laia le miró desde lo profundo de la oscuridad de sus ojos, arrasados por un llanto de rabia y duelo de años que parecía no tener orillas. La dejó ir. Y la siguió con la mirada desde el centro del atrio atestado de gente, que a él le pareció estuviera desierto.

Laia guió sus pasos hasta Sara Cambrils, quien de riguroso luto, sombra de si misma y desmadejada de dolor, atendía a aquellos que se acercaban a darle el pésame. Cuando descubrió a Laia ante ella, su rostro inflamado de lágrimas se crispó levemente y sus labios se arrugaron en un rictus tenaz. Laia le mantuvo la mirada y dirigió el dedo indice de su mano derecha hacia el pecho de Sara, a la altura del corazón, clavándoselo levemente a través de la blusa.-Ahora ya estamos en paz.- Musitó de forma que sólo Sara la escuchó y mantuvo el dedo contra su corazón hasta que sintió cómo se rompía. Sólo entonces lo apartó.

Volvió sobre sus pasos hacia la mano tendida de Gonzalo, sin volverse, ni escuchar el grito casi animal que rompió el atrio tras ella.

Assist & Slip Hydraulic Clutch Clutch effort goes way down on the Freewheeler® motorcycle. Thanks to the Assist & Slip hydraulic clutch, you can ride all day through stop-and-go traffic without wearing out your hand and forearm.“

*Fantasmas

Un tiro en el corazón. Ni me enteré. Sólo paz. De repente. Fue raro. No levité, ni me vi desde arriba o cosas de esas de las películas. Yo estaba allí de pie, viéndolo todo y ellos no me veían a mi. Me fui. Me aburría. Además no me gusta ver sangre. Tanta. Aunque sea mía. Ahora sé que lo que Seldow me decía era cierto. Me quería de verdad. Y yo a él. Rompí la regla de oro. A su mujer no le hizo gracia. Y aquí estoy ahora. Muerta.

El la abandonó de todas formas cuando lo supo. Conociéndole, en cualquier momento viene a hacerme compañía . Mi madre montó el número por su cuenta, quemando todo aquello. Bien. Al menos su histeria natural ha llevado a algo productivo. La acompaño a veces, y ella lo sabe. Me habla y yo le contesto. Ahora podemos hablar sin discutir. Es raro. Dicen que se ha vuelto loca. Yo la tranquilizo, y le quito la idea de la cabeza. Mi padre nos deja tranquilas. Para no faltar a su costumbre. No le necesitamos.

Con lo de Segis no tengo nada que ver. Yo ni estaba allí. Se lo llevaron los otros. A mi me dejan en mi paz. Ya me iré. Me gusta pasear por las eras y rozar las espigas con los dedos.

Le espero.

Sé que vendrá.