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Subinspector Naveira. „Tengo una muñeca“. (I)

20 domingo Ene 2019

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Os presento el nuevo caso de mi Subinspector Duarte Naveira, que cumple sus funciones en La Coruña (Galicia. España). A continuación, os dejo el primer capítulo.

I-

En Ikea le habían dicho que la tuerca que necesitaba ya no se fabricaba. Cómo se podía dejar de fabricar una tuerca?. El caso era que no la tenían en stock. Le recomendaron acercarse hasta Leroy-Merlín a probar suerte, está al fondo de la plaza,y la chica le señaló algún lugar a su espalda, su primera idea fue contestarle que si creía que era tonto o corto de entendederas, que sabía dónde estaba la dichosa tienda, y una retaíla de despropósitos. Pero se metió la tuerca en el bolsillo del pantalón, ensayó su mejor sonrisa, y se fue. Dudó si comprarse allí un perrito con todo tipo de cosas encima, pero tenía hambre de más, no había podido comer al mediodía y ahora tenía un hueco en el estomago de dimensiones considerables.

Seguía lloviendo, y cortinas de agua arrasaban la plaza por la que grupos de gente corrían hacia los distintos negocios buscando protección. Toda la ciudad había tenido la misma idea ese sábado: acercarse a Marineda City a pasar la tarde. Él no. Él había ido a buscar una tuerca que se había dejado de fabricar.

Le recibió una ola de calor de la calefación al cruzar la puerta principal, y se sacó la parka. Y después la bufanda. Se dejó puesto el jersey, ya que, pensó, si seguía quitandose cosas acabaría por quedarse en calzoncillos. Y no era cuestión de dar un espectáculo, él era una persona sumamente discreta. Se abrió paso a través de la marea de gente que atestaba el centro comercial y buscó en uno de los mapas de tiendas el Kentucky-Fried-Chicken, tras lo cual dedujo estaría en algún punto del segundo piso. La multitud en las escaleras le recordó la de los metros en hora punta.

La mujer empujaba una silla de bebé, en la que iba dormida una criatura de unos dos años. Sobre la silla descansaban diversas prendas de abrigo, y colgaban varias bolsas de plástico con compras, dos niños más se agarraban al buggy mientras comían algo parecido a un bollo de leche y miraban a su alrededor entre cansados y aburridos. Hubiese sido una escena normal en aquel centro comercial a esas horas de la tarde, si no fuera porque la mujer parecía muy nerviosa y gritaba un nombre de niña a la multitud que la rodeaba, llevaba el pelo en una cola de caballo deshecha y su rostro estaba congestionado por el calor reinante y la angustia con la que sus ojos buscaban algo en todas direcciones. Paula. Llamaba a Paula. Y el que parecía el mayor de los niños también, aunque con desgana, la misma con la que comía el bollo. Él quiso pasar de largo, podía ver el Kentucky al fondo y su estomago clamaba algo con lo que llenarse, pero los gritos de aquella mujer pudieron más.

-Es que no la encuentro, en Primark estaba agarrada al carro, y en la panadería también….le di los bollos a Pedro para que los repartiese…y..y..y ahora no la encuentro…- Estaba a punto de llorar, se apartaba mechones de cabello del rostro y la mano le temblaba levemente.

-Cuántos años tiene?- Se lo preguntó con tranquilidad, ella respiró hondo y volvió a apartarse un mechón.

-Tres. Tiene tres.

-Miraste en Primark? A veces vuelven a por cosas que quieren…

-Lo recorrí dos veces y me ayudó uno de los chicos de allí….no la encuentro….no está…- Observó como el sudor perlaba su frente y sus ojos vagaban frenéticos por la multitud.

-Mamá, quiero pis- La vocecita del menor de los niños la enervó y meneó la cabeza sin saber muy bien qué hacer.

-Vamos a hacer una cosa….yo me llamo Duarte Naveira y soy policía, vete al baño con…

-Germán, se llama Germán…

-Pues vete al baño con Germán y yo me quedo con los otros dos hasta que vuelvas- Ella le miró desconfiada y él sacó del bolsillo su cartera con su placa para despejar dudas. Ella agarró al niño y a paso vivo se dirigió a los aseos más próximos.

-Tu tienes una pistola?- El otro hermano le miraba con los ojos muy abiertos sosteniendo en el aire el bollo de leche, sin acertar a masticar, Duarte asintió y él también, sin creérselo todavía- Y disparas?.

-A veces- El niño volvió a asentir llevándose el bollo a la boca, si apartar de él su sorprendida mirada.

La madre volvió a los pocos minutos, casi a la carrera, su nerviosismo había aumentado y estaba al borde de las lágrimas.

-Voy a buscar a los de seguridad, tienes una foto de ella?- La mujer sacó con mano temblorosa su cartera del bolso que estaba colgado de la silla, y de uno de los apartados una foto tamaño carnet de una niña morena con melena paje y un lazo azul sonriendo a la cámara.

-Es la del colegio, ahora tiene el pelo más largo…

-No te preocupes, siéntate en este banco de aquí, y yo me ocupo de traerte a Paula, de acuerdo?- Y volvió a buscar la tranquilidad en su voz, para dársela a ella, que asintió y buscó sentarse en el banco- Y vosotros os quedáis aquí con mamá, vale?- Los niños asintieron con la cabeza, y ella les cogió de la mano, como para asegurarse de que no se le iban a escapar.

Encontró a una de los vigilantes cerca de los ascensores, se identificó como agente y le explicó lo sucedido, ella llamó por walky a tres de sus colegas, que se presentaron poco después, todos fotografiaron con sus dispositivos móviles la foto y repartieron el centro comercial en cuatro zonas. Él volvió a Primark y lo recorrió por zonas, peinando los pasillos y abriendo los probadores, incluso los que estaban ocupados, haciendo caso omiso de las consecuentes protestas. Continuó por un negocio de ropa de deporte al que siguieron otros, también de ropa, y dos de zapatos, además de todos los pasillos y aledaños de la planta. Al cabo de media hora, los cuatro vigilantes y él se volvieron a encontrar en los ascensores. Ni rastro de Paula.

-Llamamos nosotros o llamas tú?- El guarda de seguridad se lo dijo ya con el móvil de servicio en la mano, y Duarte sacó el suyo, teniendo que admitir que, si lo hacía él, los trámites irían más rápido.

-Que alguien acompañe a la madre, debe estar al borde del ataque de nervios- Ordenó mientras marcaba, otro de los guardas se alejó corriendo hacia el banco donde él la había dejado.

El inspector Regueira llegó acompañado de cinco patrullas, sin luces ni sirenas, lo último que necesitaban era pánico, carreras y curiosos. Él le esperó en la puerta del hall principal, para resumirle los hechos y mostrarle la foto a sus colegas.

-Y además en tu día libre- Apuntó Regueira, Duarte se encogió de hombros pero no contestó- Ana está de camino con Huertas, van a estar con la madre en el hotel. Hay padre?

-No le pregunté, pero en la cartera tenía una foto de un hombre…si es el padre o no eso ya es otra cosa…- Regueira sonrió y ambos se dirigieron al interior del centro comercial, al que parecía haber llegado más gente .

Los integrantes de las cinco patrullas y todos los agentes de seguridad del centro, dividieron el perímetro total a rastrear en cuadrículas sobre el plano en papel y comenzaron a buscar a Paula.

-Con este día, está claro, todo el mundo cae aquí…- Quiso explicarse Regueira asomado al balcón del segundo piso, observando el hormiguero de gente en el piso de abajo entrando y saliendo de las tiendas, o tomando algo en los locales de comida, Duarte se fijó en la lámparas, que pendían del techo a diferentes alturas, la última vez eran otras.

-Es más fácil aparcar- Regueira le dió la razón, un agente se acercó a la carrera con una bolsa de plástico en la mano.

-Qué hay?-y Duarte sintió que el corazón le empezaba a latir más rápido, al tiempo que Regueira tomaba en sus manos la bolsa.

-La madre lo ha identificado. Es el lazo de la niña. Lo encontramos flotando en la fuente de la plaza…- Regueira le miró como esperando más información, que no llegó.

-Osea que no está aquí dentro- Duarte y el agente se mantuvieron en silencio.- Gracias, lléveselo a Miranda.- El agente se alejó de nuevo corriendo.-Puede estar en cualquier sitio…

-Y con cualquiera…

-Vamos a pensar que no. Primero el carro y luego los bueyes Naveira, una vez encontré a un crío debajo de la cama de sus abuelos…al día siguiente de empezar a buscarlo. Imagínate tú..-Regueira se mesó el cabello canoso con las manos- y aquí no se puede fumar, ni siquiera yo, claro…- Duarte se permitió sonreír, aunque la ocasión no lo brindara.

-Vamos a fuera si quieres, aquí dentro hace demasiado calor..- Regueira aceptó y se encaminaron a la salida.

Ya había parado de llover, pero se había hecho de noche y un viento helado recorría a ráfagas la plaza por la que pululaba gente envuelta en abrigos y gabardinas, cargando bolsas o con carros de compra, Duarte se preguntó por qué saldrían del supermercado con el carro si había acceso directo al aparcamiento. Regueira no se había acabado el pitillo cuando dos agentes les hicieron señas desde el fondo de la plaza, y ambos corrieron hacia ellos. Duarte podía sentir el corazón atenazándole la garganta.

-La tenemos. Viva. La tenemos- Acertó a decir el agente, sin poder esconder su alegría, Regueira le dió una palmada en la espalda a Duarte al tiempo que soltaba el ensayo de una carcajada y seguía a su hombre al interior del aparcamiento, Duarte se mesó el cabello con las manos y expulsó el aire que debía de haber estado conteniendo todo ese tiempo sin darse cuenta.

– Estaba dentro de un carro de compra, en la zona más alejada del aparcamiento, empapada y muerta de frío la criatura, ni lloraba ya…- El agente lo explicaba mientras avanzaba a grandes zancadas, llegaron al punto donde la habían encontrado casi al mismo tiempo que la ambulancia. La niña estaba en brazos de una agente, envuelta en una manta térmica color cobre, muy pálida y con los labios lila, aferrada a una especie de perro de peluche, también empapado.

-Hola Paula, ahora viene tu mamá, sí?- Acertó a decirle Duarte, notando de pronto una ola de alivio al ver girar la cabecita mojada hacia él, mirándole con unos inmensos ojos negros asustados y perdidos.

-La versión más plausible es que la niña se perdió, se fue hasta el aparcamiento a buscar el coche de su madre y, confundida, se acomodó en un carro a esperar- Explicaba Regueira leyendo por encima el informe que acababa de recibir a primera hora de la mañana, Duarte, de pie en la ventana observando el pesado caer de la lluvia negó con la cabeza.

-Y el lazo? Cómo explicas el lazo? Y estaba al borde de la hipotermia- Indicó mostrando su desacuerdo, Regueira dibujó un gesto de escepticismo.

-Se le caería mientras jugaba en la fuente, ayer también llovía mucho- Y cerró la carpeta, sin tener intención de continuar con el asunto.

-Además el carro era de Ikea, cómo llegó alli?

-Alguien que compró y lo dejó con los otros, yo lo hago todo el tiempo- Regueira se incorporó y cogió su chaqueta.- Un café?

-Lorena, la madre de la niña, llamó antes, va a pasarse, voy más tarde- Dijo acercándose a su mesa, Regueira asintió y salió del despacho.

Lorena llegó una hora después,acompañada de su marido, con una caja Marqués de Riscal, dijeron que no se habían decidido por los bombones y que un vino siempre venía bien.

-La dejaron ingresada, le faltó muy poco para la hipotermia, la pobre…claro, debió de oírme decir a sus hermanos, si os perdéis id al coche y ella hizo lo mismo, pero Gracias a Dios quedó en un susto…no llegas a estar tú allí y no sé yo..- Los ojos se le llenaron de lágrimas y su marido le paso la mano por el hombro para tratar de consolarla.

-Cosas de niños…anécdotas para contarles de mayores- Añadió, Duarte le dio la razón asintiendo.

-Y muchas gracias por el perro de peluche, la lata que me dio toda la tarde por el dichoso perro que yo no le compré, y al final vosotros le regaláis uno muy parecido…está como loca con el, no lo suelta- Comentó Lorena, Duarte pareció dudar un instante a qué se refería, pero sonrió de todas formas.

-Había oído que en Alemania y Estados Unidos la policía les regalaba ositos de peluche a los niños que viven experiencias traumáticas, no sabía que aquí ahora también. Preciosa idea, de verdad. Nunca sabremos cómo agradecéroslo- Y ambos se incorporaron, para no alargar más la visita, les acompañó hasta la puerta de la comisaría, y luego volvió al despacho.

Regueira llegó poco después.

-Qué detalle el vino, no? Les encontré en el semáforo, también me dieron las gracias por el perrito- Explicó colgando su chaqueta empapada de lluvia.

Duarte ,apoyado en el quicio de la ventana con los brazos cruzados le miraba sin dar cabida a broma alguna, Regueira se quedó a medio camino de su mesa.

-Qué pasa?

-Nosotros no le regalamos ningún perrito.

 

 

Manchester

16 miércoles Ene 2019

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Luz azul y ligera brisa. El día empezaba bien. Sisac cerró la puerta de su casa tras si y se alejó caminando despacio calle arriba. En su último mensaje, Héctor, el nuevo guardabosques, había dicho que llegarían hacia el mediodía. Su hija Nené y él ya habían adecentado la casa días antes, ahora sólo quería abrir las ventanas y asegurarse de que todo estaba en orden para los nuevos inquilinos.

La casa estaba algo alejada del resto, era la última antes de la senda que conducía a las rutas de subida a los montes, muy concurridas todo el año, pero sobre todo con la llegada del buen tiempo. Era una construcción de dos plantas de piedra vista, con dos mansardas, a la que se accedía por una rampa de adoquines en dos tonos de gris con el motivo de la rosa de los vientos. Abrió la pesada puerta de madera maciza y se detuvo un instante en el umbral, sólo le recibió el silencio, sonrió levemente al pensar que a partir de ese día se llenaría de vida otra vez. Comenzó por abrir las ventanas y las contraventanas de la planta baja, ocupada por un amplio salón-comedor con chimenea, la cocina y un aseo, luego subió al piso superior, repartido en tres dormitorios y un cuarto de baño completo. Al abrir las ventanas del último de los cuartos, se paró un instante a contemplar la impresionante vista de los montes y las cumbres desde allí, si bien le habían acompañado toda su vida, no se cansaba de admirarlos en su inmensidad de roca y verde.

-Mamá quiere saber si necesitarán más mantas- La voz de Nené, tras él, una chica morena con cola de caballo, en vaqueros y abrigada con un plumas verde, le asustó, no la había oído llegar, ella sonrió y le mostró las mantas que llevaba en los brazos.

-Puedes dejárselas sobre las camas, y que ellos decidan- Comentó él, Nené dejó entonces una de las mantas sobre una de las camas gemelas.

-Voy a dejar correr un rato el agua- Y salió del cuarto, Sisac la siguió y volvió al piso inferior, para comprobar que todos los electrodomésticos que había en la cocina funcionaban. Después, padre e hija se sentaron en un banco en la terraza que daba a la parte de atrás, a la que se salía por el salón.

-Son él y su hija, solos…

-Que yo sepa sí, eso me dijo.

-Estarán separados, o algo.

-No le pregunté, no quise ser tan indiscreto….

-Y tú dices que yo podría cuidar de la niña…

-Sólo si quieres, todavía no tiene plaza en la guardería de abajo, será cuestión de semanas, y te ganas unos cuartos…

-Qué tiempo tiene?

-Dos y medio….- A Nené le dio la risa, él la miró sin entender por qué.

-Se viene hasta aquí, solo, con un bebé de dos años, a cuidar la flora y fauna….tiene arrestos, me gusta- Decidió, cerrando los ojos contra el tímido sol, que apenas calentaba, pero que ya se atrevía a salir, Sisac meneó la cabeza, pero no dijo nada.

Héctor llegó un poco antes de las dos de la tarde, al volante de un Mini Cooper Countryman azul con un pequeño remolque acoplado.

-Lo dicho, arrestos no le faltan- Sentenció Nené al ver el coche aparcar ante la casa, Sisac se pasó la mano por el cabello, blanco y crespo, y meneando la cabeza, como dándola por imposible, se dispuso a recibir al nuevo vecino.

-Buenas!- Saludó un sonriente Héctor al salir del coche, extendiendo teatralmente los brazos, Sisac le ofreció la mano y un abrazo de bienvenida, Nené le dio dos besos. Era un hombre joven, ni alto ni bajo, de pelo rizo castaño ,algo largo, y gafas Truman, ataviado con vaqueros y una camisa de cuadritos azules, Nené se fijó en que calzaba unas robustas botas de senderismo, al menos, pensó , antes de mirar a través de la ventanilla para descubrir a una criatura que dormía en una sillita reglamentaria.- Se durmió justo en el cruce, Oona siempre hace lo mismo- Comentó su padre al tiempo que abría la portezuela, luego, medio metiéndose en el coche, la libró de los arneses y la sacó de la silla, sosteniéndola en brazos, con la cabecita sobre su hombro, la niña no hizo visos de despertarse. Sisac y Nené le guiaron al piso de arriba, donde él la acostó en una de las camas gemelas de uno de los tres dormitorios, Nené cerró la ventana y echó las cortinas.

Al poco se les unió Chusa, la mujer de Sisac y madre de Nené, quien trajo varias tarteras de comida y una botella de vino, con los que la familia quiso darle la bienvenida al nuevo guardabosques. Hasta su jubilación,hacia pocos meses, ese había sido el trabajo de Sisac, quien le entregaba el relevo con gusto, y no tardó en hacer planes con él para, en los próximos días, subir al monte y explicarle sobre el terreno su nuevo puesto.

-Mañana a las nueve, ya puedo estar aquí- Confirmó Nené cuando ya se iban, Héctor sonrió e iba a comentarle algo, cuando otra cosa llamó su atención, una pequeña torre de piedras sobre el murete que bordeaba la casa.

-Vaya! Es la primera vez que lo veo con mis propios ojos, es muy dificil lograr que se mantengan..- Comentó señalando la torre, compuesta de cuatro piedras planas y lisas, colocadas unas sobre otras en delicado equilibrio vertical, Nené , Chusa y él se acercaron para verla más de cerca.

-Qué barbaridad! Estaba ya antes? No me fijé…la gente hace torres de piedras por ahí arriba, ya las tengo visto, pero así…Sicac?- Chusa se volvió hacia su marido, el único que no se había acercado, y que parecía buscar algo con la mirada a su alrededor- Sisac?…mira, tienen un nombre…cómo era?- Sisac la miró un tanto distraido y se pasó las manos por el rostro varias veces, antes de acercarse.

-Ni idea…- Sentenció

-Ya lo miraré…- Anotó Hector, quien aprovechó para sacarle una foto a la torre de piedras con su móvil- Increíble.- Sisac levantó las cejas un instante y pareció buscar algo en la lejanía, luego se rascó la nuca.

-Bueno, nos vamos pues, mañana es otro día- Dijo dándole una palmada en el hombro, y comenzó a bajar la rampa, seguido de Chusa y Nené.

Los días que siguieron, Héctor los ocupó en organizar la casa con la ayuda de Nené y Chusa, y en ponerse al día con Sisac recorriendo la zona. Salían al amanecer y volvían a la caída de la tarde, con los mapas en papel plagados de crucecitas de colores y los dispositivos electrónicos cargados de nueva información que Héctor debía estudiar y catalogar, Sicac, en ese aspecto, se alegraba de no tener que volver a hacerlo. Nené se quedaba a cargo de Oona, una niña con el pelo rizo de su padre y unos vivos ojos verdes, con la que Nené hizo buenas migas, si bien la niña no era muy juguetona ni se reía demasiado. Es una niña muy seria, le había comentado a su madre, y ésta le había respondido que no había niños de esa edad que fueran serios, que a lo mejor todavía no se había adaptado a aquello, con tanto campo, teniendo en cuenta que ellos venían de una ciudad. Nené optó por darle la razón, pero de todas formas buscó en Internet juegos con los que poder entretenerla. Le gustaban los niños. Pero lo suyo era la contabilidad.

-Le di la cena y se quedó frita, dormía ya mucho antes o empezó aquí?-Se interesó Nené, Héctor acababa de llegar del monte y se dejó caer sobre una de las sillas de la cocina- Aún queda estofado…para ti, y todos los vecinos a los que quieras invitar, ya sabes las raciones de mi madre..- Él rio y, quitándose las gafas, se apretó el puente de la nariz.

-Siempre ha dormido bien, y tampoco me ha dado problemas con la comida, es una niña muy buena…- Explicó, Nené optó por no comentarle su seriedad, a lo mejor era sólo una fase, como había leído en un foro- Seguro que os preguntáis dónde está su madre- Nené le miró en silencio, era algo que todo el pueblo se estaba preguntando, pero nadie se había atrevido todavía a sacarlo a colación, Hector se incorporó y acercándose despacio a la ventana, apoyó sus manos en el alfeizar, mirando hacia el exterior- Horas después de nacer Oona, ya en la habitación, ella estaba en la cama con ella en brazos, y me la pasó, “Abre la ventana, por favor, tengo mucho calor” me dijo, y nada más acabar de decir la frase inclinó la cabeza hacia atrás contra la almohada y dejó caer los brazos…ni siquiera cerró los ojos. Una aneurisma, nos dijeron después. Y allí me quedé yo, con Oona en brazos, sin saber cómo moverme. Tardé dos años en averiguarlo, y decidí venir aquí- Se volvió hacia ella, y se la encontró mirándole con los ojos muy abiertos y una mano aferrada a la boca- La gente dice que es una nena seria, la verdad es que risas lo que se dice risas, no ha visto muchas por mi parte……pero seguro que eso va a cambiar, porque quiero que cambie…..estoy seguro- Y él le sonrió, para lograr apartar el gesto de horror del rostro de ella, consiguiéndolo a medias.

-Gracias..

-Por?

-Por contármelo…

-No quiero vivir nunca más entre fantasmas.

En mitad de la noche, algo despertó a Héctor. Miró el reloj, faltaban minutos para las tres. Iba a volver a dormir, cuando escuchó de nuevo lo que le había despertado. Era la voz de Oona. Se incorporó en la cama y encendió la luz de la mesilla. Parecía estar riéndose. Se puso las gafas y salió de la cama, ya en el pasillo, las carcajadas infantiles le sacaron de dudas y abrió la puerta del cuarto que ocupaba Oona, contiguo al suyo.

-Mia papá, mia! “Son tus perzúmenes mujé! loz que me sulibeyaaan!Loz que me sulibeyaaan! Son tus perzúmenes mujeeeé!”- Oona, de pie en el centro del cuarto en penumbra, movía los pies al ritmo poniendo los bracitos en jarras contra sus caderas, mientras cantaba la estrofa a voz en cuello con su medialengua, Héctor achinó los ojos y se ajustó las gafas, para después dar la luz, ella se rio y dio dos palmadas- OH!! “Tus ojoooz zon de colibríiii, ay como mi aleteeyaaan!!Ay cómo mi aleteeeyaan!!”– Por un fugaz momento, Héctor pensó que él mismo estaba sumido en un sueño absurdo.

-Oona, mi vida….qué..?..ven..tranquila..ven- Y la cogió en brazos, ella se abrazó a él y le dió un sonoro beso.

-Qué coza ez el sulibeyo?- Preguntó su vocecita después, él la miró preocupado y le tomó la temperatura con la mano contra la frente, ni rastro de fiebre, ella volvió a romper a reir con ganas y a dar palmadas, él le dió un beso y decidió llevársela con él, ella se giró un instante y pareció despedirse de su cuarto con las dos manos al mismo tiempo, y apoyó su cabecita en su hombro- Loz que me zulibeyaan….loz que me zulibeeeyaaan…- Y aún cantando la metió junto a él en la cama, ella le dio otro beso y, sin más, volvió a quedarse profundamente dormida. Héctor se quitó las gafas y se apretó el puente de la nariz, no pudo evitar reirse. Él también se había preguntado muchas qué era el “sulibeyo”.

-Sólo a tí se te ocurre…..ya….ya cuando vi las piedras…pensé…pero no podía ser, pensé que te habrías ido ya….Los Perjúmenes…a dónde fuíste a dar…y por qué?….a ver…vaya susto ese padre…ya…tú ríete que no tiene gracia….qué quieres? Ella no está…no está aquí….te digo que no….te crees que no la busqué?…y la busco…no creas…pero no está….marchate….ya….ya lo sé…..pero deja a la criatura en paz…..te quieres callar?….para ya…

-Papá…con quién hablas?- Sisac se volvió y se encogió de hombros, disfranzando una especie de sonrisa, Nené sonrió también.

-Con nadie, conmigo mismo..

-Tú sabías que tenemos ese disco….en vinilo, nada más y nada menos? Mira- Y levantó un dedo para hacerle escuchar la canción que ahora sonaba en el equipo de sonido, él asintió y se pasó las manos por el cabello sin darle más importancia- Pero que conste que yo no se la canté….ni idea de dónde la pudo escuchar, a lo mejor en la radio el otro día- Nené se alejó hacia la cocina- Espiridión Pichincha…-Y soltó una carcajada- de dónde sacarán esos nombres- Sisac negó con la cabeza y miró hacia algún lugar del comedor como pensando, luego hizo un gesto de hastío con la mano y salió de la casa dando un portazo.

Oona decidió lanzarse a hablar. Y no parar. Consigo misma y con cualquiera que le saliera al paso. Y descubrieron que sabía reir. Una risa como de gaseosa, que salpicaba sin piedad y contagiaba a todo aquel en su radio de acción. A veces se reía sola, de repente, sin venir a cuento, y se explicaba cosas ininteligibles a si misma, o canturreaba canciones irreconocibles. Su entretenimiento favorito era hacer torres con piedras, planas y lisas, que colocaba verticalmente unas sobre otras en sorprendente equilibrio, las tiraba y las volvía a hacer a su antojo, repartidas por la propiedad.

-Increible, tan pequeña, y ya es capaz…a mí se me caen siempre- Comentó Héctor, mientras la observaba desde la ventana del salón formar una de esas torres en el jardín de Sisac, habían adoptado la costumbre de reunirse los sábados a comer todos juntos, Chusa sonrió y le ofreció una cerveza fria que él aceptó gustoso.

-Le vino bien el cambio, de eso no cabe duda- Él le dio la razón con un gesto y bebió un trago largo de su cerveza, se fijó entonces en una foto enmarcada sobre la mesa junto a la ventana, dos hombres y una mujer jóvenes, altripechados con aperos de montaña reían en blanco y negro a la cámara en lo que parecía un descanso durante una subida.

-Son Manchester, Luz y Sisac, de los tres, sólo Sisac está vivo…- Héctor la miró e iba preguntar algo, pero ella se adelantó cogiendo el marco entre las manos.

-Sucedió va a hacer dentro de poco cuarenta años, mucho antes de conocer yo a Sisac, tenían planeada una subida, pero Sisac no pudo ir, porque estaba enfermo con gripe, los otros dos sí que subieron, pero no regresaron, el cuerpo de él pudieron encontrarlo, ella no apareció nunca, se habían criado juntos, Sisac no habla de eso…

-Manchester? -Chusa sonrió y acarició el cristal del marco.

-Le pusieron ese mote porque su única ilusión era marcharse con Luz a Manchester, nadie le llamaba de otra forma…- El revuelo de la llegada de Sisac con otros invitados les hizo dejar la foto en su sitio, y salir al jardín. Al ver llegar a Sisac, Oona salió corriendo hacia él.

-Sisá! Sisá! Mia, mia!- Sisac rio y la cogió en brazos, pero ella quiso volver al suelo, – mia, mia, “Para que nooo me olviiideeezzz …ni ziquiera un momentooo…y zigamoz unidos los doz gracias a los dreecuerdoozzz!!!”- Sisac negó con la cabeza y comenzó a reirse a carcajadas, mientras ella le dedicaba la canción moviendo teatralmente las manos, ante la sorpresa de todos los presentes. Héctor sacó su móvil y comenzó a grabarla.

-Tengo que grabar esto…sino no me lo cree nadie- Musitó divertido, Sisac sin parar de reirse la cogió en brazos y la abrazó contra sí.

-No te voy a olvidar…..no te preocupes…- Susurró, Nené se la cogió de los brazos.

-Ven aquí calandria-Y Oona le dio un beso, para apoyar después su cabecita en su hombro, Héctor alzó las cejas y ella le guiñó un ojo.- Voy a ser su representante, que lo sepas…

Durante la comida, Héctor se fijó en un ala-delta que sobrevolaba las cumbres, por un momento se preguntó desde dónde habría despegado y dónde pensaba aterrizar al observar cómo se perdía entre las nubes todavía bajas, pero apartó la idea para seguir disfrutando de la tarde del sábado con tranquilidad.

-Sisac? Me has continuado tú el jersey que le estoy haciendo a la niña?- Preguntó Chusa días después, mostrándole su labor de punto, Sisac, que leía el periódico sentado a la mesa del comedor la miró sin entender a qué se refería.

-Yo? No sé ni coger las agujas…cómo te la voy a continuar?

-Es que yo hice una del derecho, otra del revés, derecho, revés, ocho azul, ocho verde, ocho amarillo, y ahora hay un buen trozo revés, derecho, revés, derecho, amarillo, azul, verde….y no cuadra…

-Sería Nené…

-Ya le pregunté, no le gusta hacer punto

-Pues no sé, la harías y te olvidaste…

-Puede ser, voy a tener que ir al médico, ayer quise ordenar el armario de la ropa de cama y cuando lo abrí ya estaba ordenado, y Nené tampoco fue, hasta colgué un ramito de lavanda….y que no me acuerde…- Sisac alisó despacio la hoja del periódico que leía y volvió a ponerse las gafas.

-No te preocupes….puede pasar….-Chusa se encogió de hombros y salió del salón meneando la cabeza, sin poder explicarse los sucedido, Sisac miró un instante hacia fuera y respiró hondo, para continuar con su lectura.

Nené, mientras tanto, jugaba con Oona a las cocinitas, habían dispuesto una batería de tarteras de juguete sobre la mesa de la cocina y la niña se entretenía rellenándolas de garbanzos, habas y lentejas, mezclando unos con otros mientras canturreaba una canción, como ahora era su costumbre, de rodillas sobre una silla, concentrada en su labor. Nené ordenó la ya de por si ordenada cocina, y subió un momento al piso superior a buscar ropa para lavar, desde allí escuchó la voz de Héctor, que se había parado a hablar con un vecino en el camino, había salido temprano y volvía para comer. Cuando Nené volvió a la cocina, Oona le salió al paso portando un precioso ramo de flores silvestres, ella misma llevaba la cabeza adornada con una corona de margaritas y hiedras, la niña le tendió el ramo con una sonrisa que hizo brillar sus enormes ojos verdes.

-Oh! Muchas Gracias, Oona, pero….- La niña la salpicó con su risa de gaseosa y volvió corriendo a la mesa a continuar con sus comiditas, Héctor entró entonces con dos conejos y una bolsa de lechugas, Nené le mostró el ramo y no pudo evitar ponerse colorada- Muchas gracias, hombre, es precioso y huele muy bien…qué detalle, no tenías por qué…- Héctor parpadeó tras sus gafas varias veces y optó por sonreír, sin saber muy bien a qué se refería, luego asintió.

-De nada…de nada, esto…mira lo que me ha dado Ernesto- Acertó a decir mostrándole lo que traía, ella le sonrió, encantada con las flores.

-Voy a ponerlas en agua…- Y abandonó la cocina en busca de un jarrón, Héctor se quedó un instante parado, todavía con su carga en las manos, la risa de su hija le sacó de sus pensamientos, la niña seguía jugando con las legumbres y las tarteras.

-“Doz gardeniaaz para tiiii, con ellaz quero disirr…te querooo, te adorooo…mi viaaaa..”- Héctor meneó la cabeza, preguntándose de dónde había sacado su hija ese amor repentino por las canciones antiguas, y colocó su carga sobre la encimera de la cocina.

-Desde cuándo sabes tú hacer punto?….vamos a ver…..que no fuiste tú?…entonces quién?yo no fui y Nené tampoco….y orden tampoco fue nunca lo tuyo…….ya, entonces quién….y además te metes a casamentero….- Una ráfaga de viento sacudió los árboles y le quitó a Sisac su gorra. Caminaba por un sendero entre los árboles, Héctor le había pedido si, en su paseo diario,podría señalar los árboles que debían ser talados. Él haría lo propio en otra zona, además quería ir hasta la zona de las simas con un equipo de expertos para hacer inventario de las rutas peligrosas, ahora que parecía que el buen tiempo se había instalado por fin en la zona- No te pongas así….que te creo…primero un ramo que no lo salta un torero, después un cesto hecho a mano repleto de arándanos y rosas…con lo que le gustan a Nené los arándanos….y las rosas…por supuesto….que a tí no te gustaban…ya lo sé…por eso me extrañó…pero romántico eras…”Para que no me olvides”…..- Sisac rio y el viento le envolvió en un torbellino de hojas, pero él ni se inmutó- hoy por fin la lleva al cine….a lo mejor lo hizo él …pero no veo yo a Héctor haciendo cestos….en fin….a lo que iba…..pues si no lo sabes tú…yo sólo te oigo a ti, porque lo que es ver…..que?…Chusa? Chusa va a ir al médico, ya cree que pierde….no te rías….el otro día metió pollo al ajillo y sacó después pollo al estragón….- El viento le quitó la gorra otra vez- Pararás de reir?……por qué no te marchas?….no la esperes más….ya….las promesas se las lleva el viento viejo amigo….- Una racha de viento casi le lanzó contra un arbol- serás cabrito….no te pongas así…..a mí no me molestas, lo digo por ti, no te cansas de esperar?….no sin ella, ya…..la eternidad por delante…..tú que puedes, haz lo que quieras….pero por favor, no le cantes más a la nena- Tres hojas parecieron entonces bailar ante él, llevadas por una ligera brisa, él sonrió- esa justo no me importa ves?- Y se alejó sendero arriba, entre los árboles, que un viento caprichoso agitaba a su paso, tarareando “La Boheme” de Aznavour.

-Así que eras tú.

-Quién sino, Manchester?, sólo estamos tú y yo.

-Ya, eramos más…pero acabaron por irse…y tú, por qué te has quedado?

-En principio sólo tenía que buscarte…después se lió un poco…

-Con labores de punto, ramos de flores y pollos al estragón?

-No te rías…anda que tú con tus grandes éxitos de los setenta…verás es que yo antes tenía un DIY Blog de esas cosas….

-Un qué?

-Claro, es imposible que sepas qué es eso…..yo le decía a la gente a través de un medio que se llama Internet cómo hacer determinadas cosas….también labores de punto….y, lo siento, pero la de Chusa no cuadraba como la estaba haciendo..

-Y también quisiste hacer cuadrar a los otros dos…o qué?

-Sólo necesitaban un empujoncito…y el cesto me quedó monísimo…

-Arándanos y rosas?…

-No te rías…a veces hay que usar la imaginación….que no desaparece..por cierto…ya me explicarás la telepatía, se me resiste….

-Es cuestión de práctica….

-Tiempo tenemos…

-Ya….otra cosa…para qué me buscabas?

-Yo soy la que se cayó en la sima…y…

-La que andan buscando ahora todos esos…

-La misma….perdí el control del ala-delta y allá me fui…después ya sabes….y ella me ayudó…ella me envió…

-Quién?

-Luz….no sabe salir, estamos muy abajo, y tiene miedo de hacerlo, te está esperando, ella me dijo dónde encontrarte…..mira…el helicóptero, ya habrán encontrado el ala….ven, te llevaré con ella….ya es hora…

-Gracias…

-No hay de qué….

Sisac se puso la gorra y salió de su casa, cerrando la puerta tras si. Cielo despejado, apenas brisa, el día empezaba bien. Al querer bajar los tres peldaños de la acera que rodeaba su casa, reparó en ellas. Dos torres de piedras planas y lisas, colocadas en difícil equilibrio vertical, descansaban, una junto a la otra, sobre el murete. Sisac sonrió, y miró hacia las cumbres, en las que aún se deshilaba la niebla.

– Saludad Manchester por mi- Y, lentamente, se alejó calle arriba, tarareando la canción que, una vez, el viento le había regalado.

Cápsula

10 jueves Ene 2019

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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-Hemos encontrado una cápsula

-Una cápsula..

-Si, una cápsula, ahí, la ve?

-Pues…

-Es algo normal, suele pasar…que se formen cápsulas…

-Y cómo ha llegado ahi?…quiero decir…

-No llegó ahí desde ningún sitio….se formó, suele pasar..

-…

-Es una operación sencilla, con anestesia general y todo el titingó….pero simple

-Qué es el titingó?…

-Todo lo que conlleva una cirugía, lo normal, nada de qué preocuparse…

-Pero no es mortal..

-El qué?

-La cápsula esa…- El médico hizo girar el bolígrafo que tenía entre los dedos y guiñó levemente los ojos.

-No…lo que sí tiene que hacer es beber mucha agua, dos litros al día mínimo, sin gas, eso sí…

-Por qué sin gas?- El médico levantó las cejas y miró hacia la ventana al tiempo que hacía girar el bolígrafo entre los dedos otra vez, volvió a él y parpadeó varias veces.

-Mejor sin gas, así no hincha…

-La cápsula…

-No, usted…

-Ya

-Pida cita fuera para preparar el preoperatorio, y no se preocupe, lo dicho, nada fuera de lo normal…- Luis María se incorporó para irse y tras estrecharle la mano se dispuso a salir de la consulta- ah…y procure no hacer movimientos bruscos o caerse, la tenemos localizada, pero nunca se sabe…- Luis María asintió y abandonó la consulta, cerrando la puerta tras si.

Una cápsula, pensó mientras caminaba hacia casa, cómo se me ha podido formar una cápsula, y sobre todo, de qué, porque esas cápsulas serán de algo, digo yo, algo mio de dentro, porque yo no me tragué ninguna cosa de ese tamaño jamás, ni canicas de pequeño, como hacía mi hermano, que beba agua, dos litros nada más ni nada menos, con lo poco que bebo yo, con dos vasos me llega para todo el día, pero qué se le va a hacer, y cómo me la extirparán?, porque esa es otra, a lo mejor me la destruyen con láser, o me la aspiran con esas aspiradoras que tienen ellos, mira que si me meten a los encargados de hacerla desaparecer en un submarino minúsculo y me los inyectan, como en aquella película….recuerdo que se perdían, si eso ocurriera con los míos, cómo iban entonces a dar a tiempo con la cápsula, porque lo de que sean tan minúsculos tiene una duración limitada y entonces volverían a su tamaño original, pero dentro de mi, qué horror, entonces ni cápsula ni nada, allí los rescataban en una lágrima, eso iba a ser imposible conmigo, porque no lloro, nunca, me emociono un poco, pero llorar lo que se dice llorar, Luis María, tú no lloras, ni siquiera con aquella de aquel perro, que esperaba al dueño que se había muerto, en la estación, Encarna se puso a morir, yo ni plin, supongo que me pondrían colírios o algo, otra cosa es cómo iban a abrirse camino hasta mis ojos, y cómo iban los de fuera a saber por cuál ojo iban a salir, bueno, hoy en día estarían conectados, y se mandarían mensajes, como hacen los astronautas, o la cápsula explota antes, por eso lo del gas, porque si yo hincho, ella también, por lógica, y entonces qué?, si bebo tanta agua y va y explota, apaga y vámonos, como para que no me pille en casa, y cómo lo explico, es que tengo una cápsula, me confunden con lo que no soy, no me dejan explicarme, supongo que me pondré además a sudar frío, porque a tí, Luis María, en tales situaciones, se te da por sudar frío, y entre eso y la inundación interna, apaga y vámonos, y a ver como se lo explico yo a Encarna, con lo agobiada que es, es capaz de acompañarles en el submarino.

Todavía sumido en esas divagaciones, Luis María sacó las llaves del bolsillo de su cazadora y abrió la puerta de su casa. Encarna, su mujer, salió de la cocina al pasillo a recibirle, en delantal, y blandiendo una espumadera.

-Menos mal que llegas que ya estaba a punto de subir por las paredes que ni el espiderman ese no sabes lo que le ha vuelto a ocurrir a tu hijo porque es tu hijo yo lo parí pero es tuyo pues a tu hijo se le ha vuelto a romper la pantalla del móvil otra vez no le bastaba con una que ahora van dos y va y me dice que si le doy dinero para otro el muy carota que hace nada que le compramos este y ahora quiere otro pues que le ponga cinta celo o tiritas o que se comunique por tam-tam o que use las cabinas como hacíamos nosotros y estamos aquí que no nos pasó nada que cinco duros daban para una conversación larga ya ya me dice ya ya y luego está tu hija que salió a mi madre en eso y necesita otra vez ceñidores porque lo suyo no es espetera son “Los cañones de Navarone” como mi madre no la veas ahora yo la Plana Mayor que te voy a contar que no sepas y voy a ir con ella de expedición porque ir con tu hija es ir de expedición acabo como Cabeza de Vaca cuando vio por fin el otro lado pero con la diferencia de que yo tengo que volver atrás porque allí no es ya sabes como es ella de original en sus actos. Y acabo de freir las patatas, ahora voy con los huevos, tu quieres uno o dos?

-Uno

Isla Margarita

05 sábado Ene 2019

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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Mi vestido era de organdí azul cielo. En un principio iba a llevar un lazo gris perla en la cintura,con una voluminosa lazada detrás, pero mamá acabó cediendo a mi idea de que con la lazada iba a parecer una niña con moño-coca y un vestido largo, así que el lazo gris perla se quedó, pero sin lazada. No recuerdo de qué color eran los zapatos. Pero no eran blancos. De blanco sólo puede ir tu hermana. Tenían hebilla. De eso sí me acuerdo.

El vestido de mi hermana parecía como de una de esas damas de los grabados de la Edad Media, con cola y el cuello subía en un capuchón blanco muy tieso bajo el que emergía la cabeza de Consuelo, con un moño alto y tirante que, a mi modo de ver, le achinaba la expresión. Pero yo no dije nada. El que sí había dicho algo había sido mi hermano José Enrique. Según él, había sido un acierto no celebrar la boda en la capilla de los Padres Capuchinos, ya que así no confundiríamos a Consuelo con uno de ellos llegado el momento. Consuelo se había puesto a llorar. Y mamá había reprendido a mi hermano. Papá se había limitado a quitarle importancia. José Enrique se había reído. Yo también. Porque todo lo que había dicho o hecho hasta entonces mi hermano, siempre me había hecho gracia.

El vestido de mamá era azul cobalto, de una tela tan tiesa que no le permitía casi moverse, coronado por una mantilla española negra clavada tras una especie de tupé „Arriba España“ y su inseparable collar de perlas, que se arreglaba incesantemente, como siempre que estaba nerviosa.

Una vez Consuelo estuviera vestida, el tío Nemesio nos llevaría a mamá, José Enrique, la tía Carmela y a mí en el coche hasta la iglesia, papá se quedaría con Consuelo hasta el momento de hacer su aparición estelar, como había dicho mi abuela. Cuando nos íbamos, mamá me envió a buscar a José Enrique a su cuarto, pero no estaba allí. Habrá ido ya a pie, dictaminó papá. Por los nervios, dilucidó mamá.

Cuando llegamos, Hipólito, el novio, ya estaba allí, saludando a los invitados que iban llegando. Mamá me susurró que con él podría hacerse una guitarra, y me acuerdo que me reí.

En el bullicio de los saludos en la escalinata de la iglesia, mamá me preguntó si no me acordaba de Conrado, y él me dio dos besos. Conrado era el mejor amigo de Hipólito. Habían ido juntos a estudiar ingeniería a Madrid, y yo le recordaba de verle a veces con Hipólito, pero nunca había hablado con él. Desde la perspectiva de mis recién estrenados dieciocho años, mi futuro cuñado y sus amigos con veinticinco se movían en una órbita distinta a la mía. A Conrado le gustó mi vestido, y me puse colorada, él sonrió. En eso estábamos cuando apareció Fuensanta, cuñada de Hipólito, que estaba casada con su hermano Maximino. Había llegado sola en un taxi, llevaba en brazos a su hijo pequeño Rodrigo y de la mano al mayor, Alfonso.

-Y Maximino?- Lo preguntó nada más alcanzar el primer peldaño de la escalinata, después de haberle buscado entre los presentes, alguien se le acercó y le cogió a Rodrigo de los brazos. Nadie supo darle razón. Su suegra quiso saber por qué no habían venido juntos, y Fuensanta explicó que él había salido con la excusa de despejar un poco la cabeza y no había regresado, y que por eso ella había tenido que venir en taxi. Su suegra se había colocado bien la mantilla sobre los hombros, pero se abstuvo de decir nada, fingiendo buscar algo en la distancia.

Cuando entramos en la iglesia, nos dirigimos al que sería nuestro banco, y mamá echó otra vez de menos a José Enrique. Conrado, que seguía con nosotras, le confirmó que no estaba tras echar un vistazo rápido a los bancos ya casi totalmente ocupados. Mamá se arregló entonces el collar de perlas, a punto de perder los nervios y le buscó también con angustia en la multitud. Pues habrá vuelto a casa, supuso, buscando la voz, se habrá puesto malo o algo, y buscó sentarse. Conrado consultó el reloj, faltaba media hora para que llegase mi hermana. Mamá le miró desde el fondo de su angustia y luego me miró a mí.

-Conrado, acompaña, por favor, a la niña a casa, y mira si está allí- Y su voz casi se había quebrado en el ruego, Conrado asintió y se acercó a unos de sus amigos, al que explicó algo que no pude oir y éste le entregó las llaves de su coche. Recuerdo que yo no sabía lo que tenía que hacer, y Conrado me ofreció su brazo y salimos muy rápido de la iglesia. El coche de su amigo estaba aparcado casi enfrente, y Conrado salió disparado con él hacia nuestra casa. No hablamos nada en el trayecto, él atento al denso tráfico del sábado, yo sin atreverme a mover un músculo al verme por primera vez sola, con un hombre casi desconocido, en un habitáculo tan reducido. Tras aparcar, casi a la carrera, fuimos hasta mi casa. El lento subir del ascensor hasta nuestro piso, se nos hizo eterno, y a mí, con los nervios, se me calleron la llaves, dos veces, al intentar abrir la puerta, teniendo finalmente que hacerlo él. Consuelo y papá ya se habían marchado. Mi casa, envuelta en el desorden típico de los prolegómenos de una boda, estaba desierta. Llamamos a José Enrique, varias veces, yo fui hasta su habitación, a la cocina, y al cuarto de la plancha, donde también teníamos el botiquín, por si acaso le hubiese dado algo allí. Sin éxito. Entonces, al regresar al recibidor por el pasillo, vi a Conrado entrar en el despacho de papá, y le seguí. Tras comprobar que mi hermano tampoco estaba allí, íbamos a irnos, cuando Conrado se percató de un sobre blanco sobre la impoluta mesa de despacho de papá. No estaba dirigido a nadie. Conrado lo abrió y extrajo una hoja de papel doblada en cuatro. Su rostro se descompuso. Y después perdió el color. Buscó apoyarse un instante en la mesa, y se recompuso, tras carraspear. Yo le miraba sin entender nada. Le pregunté qué ocurría y quise saber qué ponía la carta.

-Esto no se lo puedo hacer a Hipólito- Dijo entonces, negando con la cabeza- es su día y el de Consuelo- Yo seguía sin entender nada, y me estaba comenzando a asustar, de repente a nuestro alrededor la casa se había convertido en una tumba de silencio.Conrado metió la carta otra vez en el sobre, y éste en un bolsillo interior de la chaqueta de su traje, luego se volvió hacia mi y me sujetó con suavidad los brazos.- Maripaz, esto no ha ocurrido nunca, de acuerdo?, nosotros no encontramos nada, Luis Enrique no estaba en casa. Nada. No vimos nada- Yo asentí, sin saber a qué, y él me dio un beso en la frente- Bien. Y ahora tenemos que llegar a tiempo a una boda.

No recuerdo el viaje de vuelta, pero sí que llegamos justo para ver entrar a Consuelo con papá. Entramos por un lateral, yo me coloqué junto al tío Nemesio, Conrado junto a Fuensanta, no sin antes mentirle la más bonita de sus sonrisas a mi madre al tiempo que hacía un gesto desvaído con la mano, que, de alguna forma, la tranquilizó, porque, respiró hondo sin arreglarse el collar de perlas y se concentró en ver llegar a su hija mayor al altar, donde ya la esperaba un emocionado Hipólito.

Conrado salió junto a mí en todas las fotos que se hicieron ese día, cogidos del brazo, los dos únicos rostros serios en un mar de sonrisas.

El tío Nemesio nos llevó a mamá y a mí a casa cerca de la medianoche, al entrar, mamá, automáticamente, llamó a José Enrique, pero sólo le contestó el silencio. No se arregló el collar, sólo negó con la cabeza y me pidió que cogiese dos aspirinas del botiquín. Una para ella y otra para mi. A mí no me dolía la cabeza. Simplemente no sabía cómo pensar. Ni qué.

Nos despertó el insistente timbre de la puerta a las ocho de la mañana. Papá salió a abrir, malponiéndose el batín, jurando por lo bajo contra aquel que osaba molestar a esas horas de un domingo-trasboda, yo le seguí por el pasillo, sin bata ni zapatillas. Era Fuensanta. Envuelta en un convulso llanto, vestida de cualquier manera, aferrada al brazo de su padre, quien no tenía mejor aspecto. No hizo falta que preguntásemos qué había pasado. Fuensanta lo gritó nada más entrar, cerrando los puños en lo alto, su rostro en una mueca de desesperación. Maximino se había ido con José Enrique. Recuerdo que papá y yo, por un instante fugaz, no supimos reaccionar, como si una especie de maleficio nos hubiera convertido en estatuas allí mismo, del que nos liberó un nuevo grito, esta vez de Ernesto, el padre de Fuensanta, quien se había llevado la mano al pecho.Entonces, Mamá llegó corriendo, en camisón, preguntando si era algo con José Enrique. Y todo se hundió en un pozo de llantos y gritos. Yo no grité. Ni lloré. Me alejé sin que nadie se diera cuenta, y me deslicé dentro de la habitación de mi hermano, el cuarto de un hombre soltero de veintidós años, y me acerqué al mapamundi que él había colgado de la pared junto a su escritorio, contra una placa de corcho. Durante meses había ido pinchando chinchetas azules sobre todos los lugares que él querría visitar algún día, y me había ido explicando el porqué de cada chincheta. Ahora, sin embargo, había una chincheta nueva, roja y más grande. Estaba clavada sobre Isla Margarita, ante las costas de Venezuela. Acaricié la chincheta y, sin querer, los ojos se me llenaron de lágrimas. Alguien me llamó entonces, desde algún lugar, y salí del cuarto sin ser vista.

Conrado y yo nos casamos un año después. De una boda sale otra, dicen, y a nosotros nos unió aquella. Jamás volvimos a saber ni de José Enrique ni de Maximino. Yo nunca les juzgué. Su felicidad trajo la mía y nunca pude agradecérselo.

Encontré la carta que entonces no pude leer, mientras buscaba un alfiler de corbata, en una caja. Fue por eso que viajé cincuenta y cuatro años en el tiempo. Si no me apuro vamos a llegar tarde a la boda del nieto de Fuensanta y Maximino. Yo no voy de organdí, ni llevo mantilla, sigo fiel a mi moño-coca, hoy adornado con un tocado que me compró mi hija.

Voy a convencer a Conrado de ir de viaje a Isla Margarita.

Aún conservo la chincheta.

No todo se quedó allí.

19 miércoles Dic 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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*HEILIGKREUZSTEINACH. (Khaled)

„Tombe la neige
Tu ne viendras pas ce soir
Tombe la neige
Tout est blanc de désespoir
Triste certitude
Le froid et l’absence
Cet odieux silence
Blanche solitude „

                 Adamo

Feldwebel Schröder había llamado para decir que llegarían con retraso. Habían decidido subir por la Peterstalerstrasse y había demasiada nieve, él le había dicho que podía tomar el autobús a Bammental y después el tren a Heidelberg, podrían encontrarse en la estación. Pero Schröder había declinado la idea, les resultaría muy complicado volver atrás, y además, primaba la discreción. Colgó el teléfono sin dejar de observar el caer de la nieve. La nieve en Alemania era triste. Caía en cortinas, y durante la noche lo había cubierto todo de un denso manto blanco, que no dejaba distinguir nada del paisaje que normalmente veía desde la ventana de su habitación.

La nieve en su país también era blanca, pero nunca le había provocado tristeza. El frío también era distinto. Como todo desde que le habían traido allí, hacía ya seis meses. Nadie le había preguntado su opinión.

De resultas de la explosión se le había incrustado una esquirla en un brazo, una herida leve, en comparación con las que habían sufrido los otros. Los otros. Se acordaba a menudo de ellos. Sólo había vuelto a ver a Juan, en el hospital, habían podido salvarle la pierna, pero quedaría cojo. Él le había dicho que así se parecería al „Dr House“ y Juan había apuntado que él trataría der ser menos cruel. Se habían reido. Hacía mucho tiempo que no se reía. No tenía motivos.

Su alemán era fluido, y hacía las cosas un poco más fáciles. En total sabía seis idiomas. Y al fin y al cabo eso le había salvado la vida, en contra de la opinión de su tío, quien estaba convencido de que por eso les matarían a todos. Ahora su tío vivía en Suecia. Y él allí. Schröder le había anunciado que le trasladarían a Karlsruhe en cuanto se arreglase la burocracia. No estaba seguro de querer mudarse. Pero nadie le preguntaría su opinión.

Un grupo de niños avanzaba trabajosamente por la nieve, camino de la escuela. Se lanzaban bolas de nieve unos a otros y sus gritos rompían la campana de silencio de los albores del día. Les siguió con la mirada hasta que desaparecieron al final de la calle. En uno de los bordes del cristal se habían formado estrellas de hielo, una suerte de encaje que recorrió con el dedo. Sonrió. Era un principio.

 

*CLICK (Juan Cano)

Ahora ligaba más. No sabía si era por los bastones que usaba, o por la manera de andar que no disimulaba su cojera. El hecho era que sin proponérselo, acumulaba ya una serie de aventuras que acababan como habían empezado. Sin demasiados contratiempos.

Se había hecho médico porque siempre le había interesado el funcionamiento de las cosas. Por eso era internista. El cuerpo humano era una máquina imperfecta, siempre en funcionamiento, que necesitaba revisiones periódicas. Él no era más que el mecánico.

A su nueva condición de hombre atado a un bastón se había ido adaptando poco a poco. Hasta que apareció el click. De repente. Un día al levantarse de la cama lo había oído. Casi imperceptible, pero ahí. Un click metálico, como de interruptor de la luz. Que se repetía a cada paso que daba. Trató de ignorarlo. De vivir con él. Como había aprendido a hacerlo con el mapa orográfico de cicatrices que jalonaban su pierna, o con tener que pensar dos veces a dónde quería dirigirse antes de ponerse en movimiento, ya que para él conllevaba un importante volumen de logística postural el simple hecho de cambiar de dirección el paso. Pero había sido incapaz. El click se le había metido en la cabeza y aunque no se moviera, lo oía.

Primero se lo había consultado a su amigo Claudio, traumatólogo. Pero éste no había escuchado click alguno. Caminó ante él varias veces, con y sin ropa. Pero sin éxito. Puede que sea un ruido fantasma, había acabado por decir Claudio, a lo que él le había respondido que su pierna aún estaba presente, y que por lo tanto no podía haber fantasma alguno, ni siquiera de un ruido. El otro le había mirado escéptico, y recomendado una crema rica en aloe. Después se lo había preguntado a su fisioterapeuta, y ella se limitó a darle una tabla de ejercicios de cadera, ya que podía no ser un click. Sino una especie de pinchamiento indoloro.

Llegó a dormir con tapones especiales en los oídos, para no escucharlo, y al menos pegar ojo. Pero sólo había conseguido tener pesadillas. Y hacer que lo recuerdos volvieran. Una y otra vez.

La solución le vino de la mano de Larry Kowalski. Solían hablarse a través de video-llamada de vez en cuando, y ponerse al día. Cuando le había comentado su problema con el click, Larry no soltó una carcajada, ni hizo bromas, ni añadió “Playmobil” a su definición del ruido, ni lo tomó por loco. Escuchó atentamente su descripción de cómo era y cuándo se producía, y dictaminó que seguramente uno de los clavos no ajustaba bien. Le invitó a visitarle y de paso su ortopeda podría echarle un vistazo. A Juan le había faltado tiempo para comprar el pasaje.

Larry vivía con su familia en Montecito, a una hora larga de Los Ángeles, en una casa de planta baja que había adaptado a sus necesidades. Juan había podido conservar su pierna, a Larry le faltaban las dos, pero se desplazaba a una velocidad asombrosa sobre dos prótesis biónicas de última generación.

Al Dr.Hidalgo la onda expansiva de una bomba le había dejado sin cara. Ahora usaba unas máscaras de silicona opaca que se adaptaban a lo que habían sido sus facciones, dejando libres solo la boca y los ojos, que siempre miraban vivos y negros a su interlocutor. Él tampoco hizo comentario gracioso alguno a cerca del ruido. Le hizo caminar sin pantalones varias veces ante él, al tiempo que alternativamente miraba al trasluz la radiografía de la especie de mecano que era su pierna, que Juan le había traído. Le hizo luego tumbar en una camilla ergonómica, y le untó la zona alta del muslo con un gel muy frío, para facilitar la ecografía.

-42- Sentenció después de pasar varias veces el puño ecográfico por el mismo lugar- Es es clavo 42, se ha aflojado un poco- Explicó, y Juan respiró tranquilo.

– Pues va a ser entonces verdad que la respuesta a todas las preguntas es 42…- Se le ocurrió decir, en referencia a “Guía del Autoestopista Galáctico”, uno de sus libros favoritos. Y esta vez se rieron los tres.

Sólo necesitó anestesia local, y quedarse por precaución una noche en el hospital. Después el click había desaparecido.

Tras una semana disfrutando de la hospitalidad familiar de los Kowalski, regresó a su día a día, despidiéndose de Larry con un hasta muy pronto, ya que ambos acudirían al encuentro planeado por su amiga común Gencha. La última vez que había hablado con ella, le había comentado en qué andaba ocupada ahora, y le había dado la idea de qué llevarle de regalo: Una genuina versión digital de la Enciclopedia Larousse. Porque allí se podía encontrar mucha información sobre todas las cosas necesarias e innecesarias de este mundo, como mapas orográficos, dónde se encontraba Afganistán, qué extensión puede llegar a tener una onda expansiva, qué es Biónico y la definición de la palabra Click. Chasquido.

*Fire in the hole! (Larry Kowalski)

Larry Kowalski tenía prisa. En otro tiempo hubiera avanzado por los pasillos del supermercado a la carrera, a la vez que llenaba su carro con las cosas escritas en su lista de compra. Ahora se limitaba a dar zancadas tan grandes como se lo permitían las prótesis. Eran biónicas de titanio y fibra de carbono, y podía usarlas con zapatillas de deporte. A la hora de elegir el modelo, le habían dado la posibilidad de utilizar unas que imitaban la piel humana en la textura, como de plástico duro, pero Blue le había dicho al verlas que con ellas iba a parecer una Barbie, y él no era una Barbie. Ni siquiera se parecía a un Ken. Ty se había mostrado entusiasmado con este modelo, ya que le hacían parecerse a un super-robot protagonista de su serie favorita, y le convertían automáticamente en superhéroe. Lindsay se había emocionado al poder volver a alzar la cabeza para hablarle, y de comprar otra vez las ofertas de calcetines. Él había tardado un tiempo en dominar aquellos anexos a su cuerpo y moverlos a su voluntad, pero ahora ya formaban parte de él. A veces sentía un eco de dolor-fantasma, pero desaparecía rápido. Sólo había perdido un centímetro de su estatura original, él antes medía un metro noventa y uno, ahora uno noventa. Y ahora tenía prisa.

Después de llevar la compra a casa, tenía que encontrarse con Clark, el colega que le sustituiría como entrenador del equipo de baloncesto local el tiempo que iba a estar fuera, para explicarle un par de cosas sobre los próximos partidos, tras lo cual tenía que recoger a Blue de hockey, a Ty de judo y por último a Lindsay de la oficina. Ya tenía las maletas hechas, sólo le faltaba meter el regalo y quería que lo hiciese Lindsay, ya que era obra suya, él sólo había colaborado en un par de detalles. Además de ser la mujer de su vida, era un prodigio en la factura de edredones de patchwork. Éste le había llevado los últimos dos años. Había hecho también una versión pequeña que él quería enmarcar. Para verlo todos los días. Y, en él, leer su historia, explicada cuadrado a cuadrado de tela y pespunte a pespunte, como un libro abierto.

Se había decidido por un servicio de shuttle para ir al aeropuerto, el vuelo a Boston salía muy temprano y debía salir de Montecito en mitad de la noche, Lindsay le despidió en la puerta, él lo había hecho antes de los niños todavía profundamente dormidos.

En Boston se quedaría un día, para ir a visitar a West, le debía una desde hacía casi un año. Sabía lo que iba a pasar. Pero se la debía. Después continuaría rumbo a España. En el semáforo de un cruce antes de entrar en la autopista, llamó su atención un coche que se situó junto a su ventanilla. Era un Hummer color metalizado. Y se acordó de Ramona. Su Humvee. Y aquella mañana volvió, como hacía a veces, y él no la espantaba, la recorría una y otra vez, tratando de encontrar el momento justo en el que las cosas podrían haber sido de otra manera si él hubiera hecho algo de distinta forma. Doug y él habían desayunado solos, el resto se había marchado el día anterior, después de que hubiera sucedido todo. Doug y él se habían quedado con un pequeño retén, y se marcharían tras el desayuno a dar su versión de los hechos al mando. Después les habían concedido un permiso especial y podrían pasar dos días en Abu-Dhabi para reponerse del shock. Doug no había parado de hacer planes durante todo el desayuno de lo que podían hacer en Abu-Dhabi, él apenas había podido probar bocado, como tampoco había podido dormir. Doug en cambio dio buena cuenta del desayuno, y aún se comió un par de cosas del suyo, sin parar de hacer bromas. Doug se había empeñado en conducir, ya que de esa manera Larry podría relajarse viendo el paisaje y dejar de pensar un rato, todo iba a ir bien, eran cosas que pasaban, no era culpa de nadie, tú déjame hablar a mí , le había dicho, no te rompas la cabeza.

-Eso sí, después pagas las birras-

Eso era de lo último de lo que se acordaba. Después no había nada. Cuando abrió los ojos le cegó la luz de una linterna y una voz de mujer le preguntaba si podía oirle. Y de nuevo la nada. Ramona había pisado una mina. Doug había muerto en el acto. Él supo lo de sus piernas en cuanto pudo estar despierto el tiempo suficiente. Y se desesperó. Se enfadó con el mundo. Se negó a comer y a hablar. Hasta que llegó a la conclusión de que con esa actitud no arreglaba nada, y que la única manera de solucionar un problema era aceptarlo. Y lo aceptó. No había sido fácil. Pero ya no pensaba en ello. Sólo a veces. Cuando todo aquello volvía. Desde muy lejos. Había buscado el contacto con cada uno de los que se habían visto afectados por su acción, y ellos le respondieron ofreciéndole una amistad que nunca había esperado. Gencha había tardado un poco más. Él lo había respetado. Todo llevaba su tiempo.

Cada vez que visitaba a West, albergaba la esperanza de encontrarle flirteando con las enfermeras, bailando al ritmo de lo que sonara en la radio o atronando las sala con sus carcajadas. Pero no. Debía visitarle en una sala especial, vacía de muebles, alejado de él un mínimo de ocho metros, bajo la atenta mirada de dos enfermeros que flanqueaban a su amigo, serio y tenso, ataviado con un chandal marrón y zapatillas sin cordones, el pelo muy corto y con la mirada, antaño jovial, fresca y azul, ahora fija y tenaz clavada en él.

-Hola West..

-Tienes que decirles que me dejen ir, Larry, tengo muchas cosas que hacer….

-Se lo diré, West..

-Tengo cosas que hacer, en serio, un montón…necesito irme ya…

-Lo haré..

-No me dejan hacer puzzles, y a mi encantan los jodidos puzzles Larry, pero no me dejan…puedes decirles que me dejen? A tí te van a hacer caso…

-Por supuesto, siempre te gustaron los puzzles….me acuerdo…

-Rose va a venir….me lo prometió…

-Lo sé…

-Va a venir, y entonces haremos las cosas que tengo que hacer…y no me dejan…puedes decirles que me dejen ir, Larry?…son verdaderamente urgentes….

-Se lo diré, West..

-Mira mis manos Larry, ahora sólo puedo pintar con ellas, sin pinceles…..toda la pared si quiero…

-Ya lo he visto, West…un mural precioso…

-Rose va a venir…y vamos a hacer cosas…porque tengo muchas cosas que hacer, sabes?

-Claro que lo sé, West

-Puedes decírselo a ellos? A tí seguro que te hacen caso.

Cuando West hubo abandonado la sala, buscó apoyarse en la pared y trató de volver a respirar normal fijando la vista en el techo. Apenas lo había hecho en su presencia. La única manera que conocía de no llamar a las lágrimas.

Agradeció la brisa cuando abandonó el edificio del Hospital de Veteranos, y volvió a poder respirar hondo. Él había dejado allí sus piernas. West la razón. No sabría decir qué era peor. Optó por apartar la idea de su cabeza y se dirigió sin prisa al coche que había alquilado. Porque ya no tenía prisa. Lo importante ahora era llegar.

*Norge (Cayo Bellver)

Iba a tener que sacar la lente. El trocito de lo que fuera se había adherido por dentro y arruinaría las fotos. Le dio pereza y dejó la cámara que quería usar a un lado sobre una mesa, decidiéndose por otra limpia. Para algunas cosas se había vuelto verdaderamente vago, sólo las hacía cuando no quedaba otro remedio. Ni un minuto antes. Y esta era una de esas ocasiones. Había otra cosa que llevaba días retrasando, y no le quedaba otra que hacer, y era ir al trastero a buscar la caja de las fotos. Se había mentido a si mismo durante mucho tiempo, diciendo que no sabía a dónde habían ido a parar, si bien lo sabía perfectamente. Una huida hacia delante como cualquier otra que no hacía daño a nadie. Sólo a él, a veces, pero se le pasaba rápido. Como la desazón que sentía al despertar por las mañanas y tener aún el impulso de recoger su indómito pelo en un moño alto, sus manos se crispaban en el aire entonces y acababa entrelazando los dedos. Todas la mañanas el mismo teatro. Como si la zona de su cerebro donde ese gesto cotidiano se encontraba almacenado bajo “costumbre mañanera”, todavía la tuviera en catálogo y se negara a retirarla de la circulación neuronal. Su cuero cabelludo ahora era liso, y estaba salpicado de manchas marrones de diferentes tamaños que parecían pecas que se extendían también por parte de su rostro, carente de cejas. Había podido conservar las pestañas,cortas, pero aún las tenía. Y la vista. Al menos. Sólo le molestaba la luz. Y llevaba siempre gafas oscuras. Hiciese sol o no. El resto de su cuerpo era un mapamundi de injertos de piel, zonas quemadas y cicatrices, que había aprendido a aceptar. Como al cansancio. Su médico le había dicho que era debido a que su piel no respiraba bien, y eso era la causa de sus repentinos ataques de agotamiento, que le llevaban a tumbarse donde quiera que se encontrara, y caer en un profundo sueño. Pero ahora no estaba cansado. Sólo vago. Respiró hondo y repasó las fotos que había realizado en el visor de pantalla, sus siempre pálidos labios ensayaron un rictus de escepticismo, lo mejor sería que fuese a buscar la dichosa caja al trastero.

Antes de entrar se puso una mascarilla y las gafas oscuras. Casi le da la risa. Quien le viera pensaría que quería entrar a robar su propio trastero. Herminia, la mujer que le ayudaba con las labores de la casa, y él, lo habían ordenado hacía un tiempo, así que sabía en qué estantería debía buscar. La encontró rápido. De plástico blanco opaco y tapa roja. Se acordaba porque Herminia había dicho que le recordaba un tupper gigante. No pesaba demasiado. Sin embargo, en cuanto llegó al piso, buscó tumbarse en la chaiselonge que había situado junto a dos de los ventanales del salón, cerró los ojos y respiró varias veces hondo. La caja estaba junto a él, en el suelo. Ahora sólo faltaba abrirla y seleccionar las fotos. Y desde ninguna parte, el sueño le atrapó, y le arrastró a sus profundidades.

-Cayo?! Cayo?- La voz de Herminia le arrancó de las tenazas del sueño, la descubrió inclinada sobre él, la viva imagen de la preocupación, que desapareció cuando él le sonrió, aún medio dormido.- Estás bien?

-Perfectamente, gracias…me quedé dormido- Trató de explicarse, acariciándose los ojos con las palmas de las manos.

-Haberme dicho que querías ir al trastero….ya te la bajaba yo…ya sabes que no estás para “Romances de Valentía”- le regañó Herminia refiriendose a la caja junto a él, él levantó lo que habían sido sus cejas y ensayó un gesto culpable, ella le acarició un brazo y rio.- Te hago tu zumo?- Él asintió gustoso, estaba convencido de que Herminia sabía de una pócima mágica con la que hacía sus zumos y éstos le regalaban de nuevo energía con sabor a frutas tropicales. Abrió sin incorporarse la tapa de la caja y sacó al azar una carpeta abultada azul. La abrió y de ella salió Venezuela. Gencha entrevistando a unos líderes indígenas en medio de la selva, encaramada al capó de un coche en medio de un atasco en Caracas, y brindando con él con dos cervezas heladas en un ranchito en alguna parte, el pelo rubio de él recogido en una pañoleta de colores imposibles, barba de tres días, la piel dorada por el sol, y los ojos verdes brillantes. Suspiró e hizo regresar Venezuela a su sobre, que dejó a un lado. El siguiente era de plástico y de él salió un terremoto, Gencha con heridos, muertos, junto a edificios en ruinas, él con un niño llorando en brazos corriendo hacia algún lugar. Meneó la cabeza y metió el terremoto otra vez en su sobre. Supuso lo que contenía la carpeta marrón y ni la abrió. Sacó la siguiente. Gencha y él en la redacción del periódico, en aeropuertos, trenes, autobuses y camiones, hoteles de cinco estrellas y tiendas de campaña, huyendo de fuego amigo, cenando con el enemigo y riendo con colegas en algún lugar de los Balcanes ante incontables botellas de vodka.Y llegó la caja lila. Cerró un instante los ojos. Estepa marrón y beis, burkas y hombres pashtú, carreteras sin fin, fusiles y té negro, silencio, no hables, no te muevas. Juan, Khaled, Gencha y él, delante del todo terreno, sonrisas tranquilas, los brazos de unos en los hombros de los otros. Cuando todavía eran ellos. La última foto. Lo último que recuerda. Haberse subido a ese todoterreno. Entre ese momento y abrir los ojos sin saber dónde estaba, todo estaba borrado. Mejor. Solía decir Herminia. Para qué quieres acordarte de haberte convertido en antorcha. Si al menos hubiera sido olímpica, solía añadir él. Y conseguían reir. Miró hacia la ventana, había comenzado a llover. A lo mejor más tarde salía a dar la vuelta a la manzana. Herminia le trajo entonces un vaso enorme de zumo de color indefinible junto con dos pildoras rojas, el primer sorbo le transportó a Belice, no supo por qué, Herminia le acarició el brazo otra vez y tarareando aquella canción que él nunca sabía identificar se alejó de nuevo hacia la cocina. Iba a seguir saboreando las playas de Belice, cuando sonó el teléfono en algún lugar. Ni hizo ademán de buscarlo. Herminia lo hizo por él.

-Un tal Ventura- Y se lo entregó, él aún alcanzó a tomar un trago largo de Belice, luego perdió su mirada mate en la lluvia.

-Dime Ventura- Saludó sin demasiado ánimo.

-Cayo! Por fin te localizo! A qué andas?!

-Aquí, entrenando para el Ironman- Ironizó tomando otro trago del zumo, Ventura rio al otro lado del teléfono.

-Siempre el mismo, Bellver, tengo algo para ti..

-Sorpréndeme…

-Isaksen quiere que seas tú quien fotografíe la boda de su hija..

-Y quién es Isaksen?

-El rey del acero noruego..- Cayo parpadeó dos veces con lentitud.

-Y por qué yo?

-Pero qué humilde eres…por qué va a ser? Porque eres el mejor, Bellver, sé de un par de nombres de alta costura que sólo te quieren a tí….como Isaksen ahora…

-Cuándo…y cuánto?

-Eso quería oír…en mayo, el cuánto lo pones tú…

-Eso quería oir yo…..-El otro volvió a reír

-Confirmo, entonces?

-Noruega tiene que ser muy bonita en esa época del año…

-Te mando todo por Email y nos vemos para concretar…

-Cuando quieras…aquí estaré…

-Cuídate, Bellver!

-Lo intentaré…

Y colgó el teléfono sin apartar su mirada de la pesada lluvia. De repente le dio una pereza terrible ir a Noruega. Pero siempre le habían gustado las bodas, porque igual de quién sean, uno se lo pasa bien. Bellver, sin ti, Noruega no funciona. Y le dio la risa. Después tendría que llamar a Gencha para decirle que había encontrado la caja, la llevaría con él cuando subiese al encuentro,y recordarían  sus luces y sombras juntos.

Se acabó el zumo y suspiró. Si reunía alguna vez el ánimo suficiente, regresaría a Belice.

*…….de Brabante .Hor. 8 L. (Gencha)

Desde que habían llegado no había parado de llover. Ni de día ni de noche. El viento ya le había roto dos paraguas, totalmente, es decir, sin saber de dónde salía, una racha le alcanzó por detrás y le volvió el paraguas del revés, tuvo suerte de no meterse una varilla en un ojo. Le daría la razón a Manel y se compraría un chubasquero de esos amarillos que utilizaban los marineros, o mejor dejaría que lo comprase él. Seguro que sabía dónde. Manel sabía muchas cosas, pero no lo decía, es una de las cosas que le gustaban de él. Eso y sus manos. Desde la casa hasta el ayuntamiento eran diez minutos, a la tienda de Marisa cinco, correos y el bar compartían edificio y colindaban con la tienda, todas las mañanas Sito les traía el pan y semanalmente una caja de leche entera. Los fines de semana una empanada. Este tocaba la de zamburiñas. Manel se había propuesto que ella las probase todas, hasta ahora no le había hecho ascos a ninguna. En realidad no le había hecho ascos a nada desde que había puesto pie allí, lo empezaba a notar en los pantalones, en algunos ya no necesitaba cinturón. Pero no le importaba, le gustaba lo que el espejo le devolvía por las mañanas.

-En Vivero no dan abasto- Por un momento no supo a qué se refería, Marisa siempre daba por supuesto que la gente sabía de qué estaba hablando, supuso que tenía que ver con la lluvia y asintió, había oído hablar del lugar. Marisa puso sobre el mostrador los tres periódicos que sabía compraba siempre, ella cogió una especie de revista impresa en papel reciclado de la que había un montón junto a la caja, “Heraldo Montañés”.- Son las cosas de por aquí, es gratis.- La miró sorprendida de que aún hubiera cosas gratis, Marisa sonrió y asintió corroborando su opinión.

Salió y decidió dar un paseo, la lluvia había dado una corta tregua y le iría bien caminar. Rodeó la iglesia, tan pequeña y antigua como el lugar pero pulcramente restaurada, y torció a la derecha. Hacía unos días había torcido a la izquierda y había ido a parar a unos campos labrados, donde el camino se perdía serpenteante entre otras propiedades. Se cruzó con un paisano que llevaba una vaca y que le dio los buenos días, ella le correspondió, su propia voz le sonó rara. Todavía no se había acostumbrado a escucharla así. Como con auriculares.

Se apartó algo invisible del rostro, para desechar la imagen, y se fijó en el paisaje y en todos sus tonos de verde. Dedos de niebla se deslizaban entre los arboles y las casas dispersas, repartidas entre campos de labranza y baldíos, con lindes de piedra. Manel le había explicado que esas piedras recibían el nombre de “marco” y no se podían mover, que incluso podían darse muertes si eso llegase a ocurrir. Se paró a observarlas. Se preguntaba cuántos siglos llevarían allí, inmóviles, casi sagradas, cuando sintió la vibración de su móvil en el bolsillo. Isidro “Por dónde andas???” en Whatsapp. Lo volvió a guardar sin contestar. Ni ella misma lo sabía.

Encontró a Manel en la parte de atrás de la casona, tenía que acostumbrarse a llamarla por su nombre, Pazo, en esa zona no había casonas. Con las manos en las caderas y achinando los ojos miraba hacia el alero del tejado del que caían gotas desde el musgo que atesoraba sobre sus tejas, sin apartar la vista del espectáculo goteante extendió su mano izquierda hacia ella, estaba convencida de que poseía vista tipo “gran angular” como los superhéroes o agentes especiales de las películas, quizás por eso él también lo era. Agente. Si te digo de qué tipo, tendría que matarte, le había dicho una vez y entonces, en la situación en la que se encontraban, le había creído. Le cogió la mano y le rodeó la cadera,mirando ella también hacia el alero sin saber qué debía buscar.

-Tenemos una gotera arriba, supongo que por ahí…- Y le señaló algún punto del mullido musgo bajo el que se adivinaban las tejas, ella asintió y sonrió.

-No te veo arreglando goteras….- Otra vez los auriculares, tenía que preguntarle a su otorrino si era normal, Manel le besó la cabeza y le devolvió la sonrisa, en la que ella podría vivir.

-Tengo el teléfono de uno que seguro que lo hace mejor que yo, hay que hacerlo antes de que empiece a llover- y la guió de la mano al interior de la casa, ella miró hacia el cielo y se encogió de hombros, a lo mejor lo que había caído del cielo todo ese tiempo no era lluvia, y ella no se había dado cuenta.

Mientras él hablaba por teléfono en una de las habitaciones del fondo, ella comenzó a hacer el café, hoy Sito había dejado un enorme bollo de pan redondo con un especie de moño coronándolo, y un paquete rectangular de mantequilla en papel blanco satinado, la hacía su mujer con la leche de sus vacas, estaba tentada a pedirle que le permitiese estar presente cuando la elaborase, pero todavía no había encontrado el momento adecuado, ni estaba segura de querer, ni estaba segura de otras muchas cosas. No pudo oir que el café ya había subido, pero sí olerlo. Tenía que preguntarle al otorrino si era normal.

-“Heraldo Montañés”, me parece rarísimo que se llame así, aquí no hay “Heraldos”- Comentó Manel mientras hojeaba la revista de papel reciclado, ante él en un plato dos rebanadas del bollo con queso y membrillo, y un tazón de café con leche, ella a su vez dos rebanadas del mismo pan con mantequilla y una taza de café con leche con todas las natas que pudo encontrar. Si seguían así, tendrían que apuntarse a un programa de Weight Watchers, sonrió al pensarlo y mojó uno de las rebanadas en el mar de natas.

-Lo cogí en Marisa, es gratuito- Manel asintió y tomó un bocado de su rebanada sin dejar de hojearlo.

-Lo hace Justo, el marido de Felicitas, debe utilizar la máquina de imprenta de su suegro, la de leyendas que hay sobre esa máquina…-Ella abrió mucho los ojos animándole a contar, él sonrió y bebió un sorbo grande de café, pero continuó en silencio, ella ladeó la cabeza y fingió gesto de pena, él pareció apiadarse y miró hacia la ventana haciendo memoria, luego volvió a ella para que pudiera leerle los labios, si bien los audífonos funcionaban, se habían acostumbrado a hacerlo así- Durante la guerra y después con Franco imprimían pasquines, pero no de cualquier forma, las consignas estaban escondidas en crucigramas, si los resolvías correctamente leías el mensaje, jamás les cogieron….

-Nadie de los otros se molestó nunca en leerlos?- Manel se encogió de hombros, y tomó un sorbo.

-Supongo que si, pero no en el orden adecuado- Ella asintió y mordió su rebanada, una mariposa comenzó a revolotear en su estomago y le arrancó lo que una vez había sido su risa, su risa, aún estaba allí. Como las mariposas. Por ahora sólo una. Pero algo era algo. Manel le devolvió la sonrisa y le acarició la mejilla a través de la mesa.- Cuándo dijo que llegaba Cayo?

-Dijo que por la tarde, pero con Cayo nunca se sabe….

Cayo llegó casi al mediodía conduciendo su propio coche, un volvo negro pequeño. Se había deshecho de su furgoneta, ahora trabajaba en su estudio y no necesitaba transportar equipos. Gencha le abrió el portalón, que hizo su habitual quejido de buque a punto de hundirse. Todavía no se acostumbraba al aspecto que tenía ahora su amigo, en su cabeza conservaba su imagen con largos y fuertes mechones rubios recogidos en pañuelos imposibles, y sus atuendos que le hacían parecer un artista del Circo del Sol, como solían bromear. Lo único que se había conservado intacto era su sonrisa, grande y franca, que le regaló nada más salir del coche, ya parapetado tras sus ahora perennes gafas oscuras. La ausencia total de cabello permitía admirar la perfección de su cráneo, salpicado de lo que parecían diminutas pecas que se extendían hacia su amplia frente ganando en número en su rostro, como si alguien le hubiera salpicado a capricho con un pincel con pintura. Cayo antes no tenía pecas. Ni ella era sorda. Antes. Sin querer se le llenaron los ojos de lágrimas, que maquilló abriendo los brazos de para en par y recibiendo con su mejor sonrisa a su antiguo compañero de andanzas.

-Quiero patentar el verde ese de ahí, justo el que se ve según enfilas la casa esa de tejado azul, detrás- Se lo decía mientras admiraban el paisaje desde la galería, Manel fingió un gesto de contrición y negó con la cabeza.

-Lo siento, ya lo patenté yo hace dos años- Cayo chasqueó la lengua en señal de fastidio y Gencha le cogió del brazo, apretándoselo levemente.- Si hubiera una casa como esta por aquí, me lo decís…así podría ver ese verde todos los días- Y se llevó a la boca la taza de café para beber un trago.

-Haberlas haylas, si me entero de una te lo digo- Manel se apoyó en el quicio de la ventana-Estás seguro de querer vivir aquí? Lejos de la civilización?- Y había un tono de ironía en su voz, que arrancó a Gencha un amago de risa y un gesto escéptico a Cayo.

-Yo ya no pertenezco a la civilización, salgo sólo lo imprescindible y muevo mis cosas on-line, podría hacerlo desde cualquier sitio- Y paseó su mirada de pestañas cortas hacia él, libre de gafas oscuras, todavía verde, antaño perspicaz y rápida, ahora tranquila y mate.

-Puedes quedarte el tiempo que quieras, por habitaciones que no sea- Ofreció Manel extendiendo los brazos, como queriendo abarcar la casa con ellos, Cayo sonrió y negó con la cabeza.

-Sólo os incordiaré dos días.

Por la tarde Manel se fue a hablar con la persona que debía arreglarles el tejado, Gencha y Cayo decidieron ir a dar un paseo aprovechando que no llovía. Recorrieron el pueblo, y lo abandonaron hacia los campos, Cayo, siempre con una cámara a mano, captaba cada poco momentos de color o aspectos del paisaje. Se detuvieron en el puente de piedra, sobre el río que cruzaba la zona, uno de tantos puentes romanos que había sido restaurado, justo antes que la iglesia.

-Es realmente un lugar muy tranquilo…- Comentó Cayo apoyándose en el muro del puente y observando el cauce, que bajaba muy alto, formando pequeños torbellinos cuando chocaba contra los pilares.

-A veces creo que no tengo conectados los audífonos….pero no, silencio puro- Cayo le hizo una foto sin avisar, era una cámara digital tan pequeña que le cabía en la palma de la mano, Gencha sonrió e hizo que posaba como una modelo para que le hiciese otra.

-Estás segura que quieres hacer lo de Larry?- Se lo preguntó después de observar el vuelo de unos cuervos y fotografiarlo, controlaba la calidad de la toma en la pequeña pantalla, mirando sobre las gafas. Ella se apoyó en el muro y suspiró.

-Todos perdimos, Cayo. Algo de nosotros se quedó allí, tardé en reconocerlo, pero ahora estoy segura. Él respetó mi distancia, yo le busqué cuando estuve preparada, y se lo agradezco….

-Álvaro con su pierna de Robocop, tú como Bethoven, Larry es un transformer, yo el Increible Hombre Lagarto….el único que se salva un poco es Khaled,…Khaled y sus silencios- Gencha sonrió y se pasó las manos por el cabello cerrando los ojos contra el cielo.

-Nos invitó a su boda, pero yo no me atreví todavía a volar….fue Manel por mi, su mujer es sargento…que no “un” sargento- Cayo se rio, y miró hacia los montes del fondo.

-Me han pedido que escriba un libro sobre lo que pasó…

-A mi también…Roberto Gracia?

-Sí…pero yo no soy de escribir, nunca se me dio bien…eso es cosa tuya..-Ella le miró de reojo y amagó una sonrisa.- No me mires así…empieza tu, yo voy buscando las fotos de entonces…tanto quise esconderlas que no tengo ni idea de dónde están- Gencha amagó de nuevo su risa, al menos, había habido un tiempo sin ella, su risa, había regresado hacía poco, a trazos, sin dolor, y la usaba de nuevo a pequeñas dosis.

-Pero tu vienes para la reunión…

-Por supuesto….los cinco fantásticos no son nada sin el Increíble Hombre Lagarto- Y hace un teatral gesto con sus brazos, ella buscó su abrazo y todavía bromeando se alejaron por el puente de regreso a casa.

Justo Almeyda repartía comida en los comederos de sus perros de caza mientras éstos saltaban y ladraban dando brincos a su alrededor, cuando Gencha entró en el patio tres de los perros se acercaron a ella moviendo el rabo e intentaron auparse a sus piernas, ella acercó sus manos a los hocicos,y ellos le lamieron los dedos peleándose entre ellos, Justo profirió entonces un potente silbido y los tres corrieron hacia él.

-No hacen nada….no tengas miedo- Informó mientras vaciaba el último de los sacos, los perros se arremolinaron entonces alrededor de los comederos moviendo los rabos y disputándose sitio.

-Qué raza son?….son preciosos…

-Son Beagle…quieres uno?- Bromeó Justo, un hombre ancho y grande de poblada barba, que se abrigaba con un barbour verde y botas de agua altas, llevaba una gorra de pana marrón que cubría su pelo cano. Gencha se encogió de hombros, le gustaban los perros y sabía que en casa de Manel siempre había habido uno, pero no supo qué contestar.

-Ya te diremos…

-Sin problema, tengo tres hembras preñadas, habrá dónde elegir…

-Justo, tu eres el que edita el Heraldo Montañés, verdad?

-El mismo…también vienes por lo del nombre?- Gencha le miró sin saber a qué se refería, Justo le indicó que le siguiese hacia la casa.

-Ven que te hago un café, Felicitas se fue con mi suegra al médico- Explicó, la pasó a una cocina amplia y luminosa, que conservaba la campana de una lareira, bajo la cual todavía había una cocina bilbaína de hierro fundido sobre la que lucía un enorme tiesto con un frondoso helecho.- Es que la gente no está de acuerdo con lo de “Heraldo Montañés”, dicen que esto no está en la montaña y lo del heraldo les suena a antiguo.-Se lo explicaba mientras buscaba el bote del café en una de las alacenas, Gencha sopesó lo que había dicho y hubo de darles la razón a los detractores, optó sin embargo por no decir nada- Siéntate donde quieras…- Ella se sentó a la mesa, de madera maciza y mármol y se desabrochó el abrigo.

-No sabía lo del nombre…yo en realidad venía a proponerte algo…-Él se volvió a medias mientras rellenaba la cafetera con el polvo del café y la animó a continuar- Manel me contó lo de los crucigramas de tu suegro…-Justo rio, tenía una risa tan grande como su persona, colocó la cafetera sobre la vitrocerámica, y luego se volvió, apoyándose en la encimera con los brazos cruzados.

-Aún los guardo, son dignos de museo…- Gencha no pudo evitar dar una palmada y amagó su risa. Mariposas. Un par de ellas. Otra vez revoloteando en su estomago. Carraspeó.

-He pensado que quizás sería una buena idea volver a incluir crucigramas….con o sin mensaje, claro..- Justo se mesó la barba.

-Por mi encantado, quieres hacerlos tu?…podría hacerlos yo, pero no se me dan bien, soy más de Sudokus…

-Una cosa no quita la otra, se podría poner un crucigrama y un Sudoku…para todos los gustos….-El café anunció que ya había subido y Justo lo apartó de la zona de calor, luego cogió dos tazas y dos platos que colocó sobre la mesa, además de una bandeja con Torta de Guitiriz, Gencha abrió mucho los ojos, Justo rio atronando la cocina.

-Hay que celebrarlo, no?, pues qué mejor que con torta… y luego está el nombre, no sabes el rollo que se traen, todos los días me viene alguno con la murga…- Le sirvió café y Gencha le indicó que con leche pero sin azucar, él mismo se sirvió un café solo.

-Se podría hacer por votación, dar dos opciones, y la que más adeptos tenga es la que se queda- Propuso ella, Justo cortó un trozo considerable de torta y se la sirvió, ella quiso protestar, pero él negó con la cabeza.

-Estás en mala edad…- Bromeó, sirviéndose él mismo otro trozo- Y cómo quieres hacerlo?

-Se pueden bajar plantillas de internet, que se adaptan a las definiciones, supongo que incluso habrá programas, pero con las plantillas será suficiente…

-Contratada, torta la que quieras…- Y volvió a hacer rugir su risa de gigante, Gencha encontró otra vez la suya. Aún pequeña. Pero ahí.

En la siguiente edición del “Heraldo Montañés” se les dio la posibilidad a los lectores de elegir entre dos posibilidades “La Voz de Aquí” y “Hoja de Vencindad”, para facilitar la votación incluyeron un cupón con dos casillas y las correspondientes denominaciones que la gente dejaría en Marisa y ellos se encargarían de recoger. Por arrolladora mayoría “La Voz de Aquí” resultó ganadora. Además comenzaron a incluir un crucigrama y un sudoku por revista, y pronto hubieron de añadir un apéndice especial al efecto. Gencha dedicaba gran parte de su tiempo a buscar términos y tratar que cuadrasen, Manel le ayudaba proponiéndole combinaciones raras como “Avalancha” cruzada en vertical por la CH con “Remolacha”, y definiciones “Plural de maní”, “Guerrero Níbio”,“Dícese del que cae” o bromeaba con el nombre de ella “……de Brabante”.

Y la lluvia y el frío dieron paso a una primavera corta, que desembocó en un verano prematuramente caluroso, que Manel quiso aprovechar para arreglar el tejado y dejar cortar la maleza de la parte de atrás antes de que llegasen los invitados que iban a quedarse en el Pazo. Gencha por su parte, debido al enorme éxito, se había tenido que poner en contacto con un experto en crucigramas, con el que intercambiaba información a través de Skype, y ya se sabía de memoria todos los ríos del mundo con sus afluentes.

Una mañana algo la despertó, todavía sin los audífonos, al abrir los ojos vio a Manel bailar consigo mismo todavía en pijama ante la ventana abierta. Aún encerrada en su silencio absoluto, no entendió nada. Y se acordó. Aquello volvió. Porque tampoco entonces había entendido nada.

Cuando el camión se les había cruzado en la carretera delante de la furgoneta en la que se dirigían a la aldea que debían visitar, por un momento pensó que el conductor habría perdido el control, pero al ver bajarse a los hombres armados con fusiles dando salvas al aire y profiriendo gritos en una lengua indescifrable, supo que iba a morir. Les habían alineado a lo largo del borde de la carretera, haciéndoles poner las manos en la nuca. Khaled no cesaba de dar explicaciones con la cabeza gacha y mostrando sus manos vacías en todo momento, Cayo temblaba como una hoja manteniendo la mirada clavada en el suelo, y Juan, sin mirarles, les mostraba su pase de médico, repitiendo la palabra “Doctor”, cada vez que Khaled le indicaba que lo hiciese. Eran cinco, a cara descubierta, se gritaban entre si y les gritaban a ellos, estaban muy nerviosos. Ella había cerrado los ojos y preparado para morir. Otra vez. Allí, en aquella inmensa nada bicolor beig y marrón. Pero no los mataron. Valían más vivos. Les habían puesto un saco sobre la cabeza y hecho subir a un camión. Llegó un momento en que perdió la noción del tiempo, y no supo si habían sido días o semanas las que habían pasado, siempre de escondite en escondite, de camión en camión, con sacos en la cabeza. Les daban agua y pan seco. Lo que suponía que ellos comían también. A la cueva habían llegado de noche, lo sabía porque al quitarle el saco, había mirado hacia un lado y todo estaba oscuro. Dentro también. No era muy honda. Les hicieron sentar contra la pared del fondo. Cayo a su izquierda, a su derecha Juan y después Khaled, con las piernas encogidas y tratando de hacerse lo más pequeños posible. Apenas hablaban entre si. Juan les preguntaba de vez en cuando si todo estaba OK. Ellos asentían. Mejor el silencio, les había advertido Khaled. Y ellos le habían hecho caso.

Gritos. De repente gritos y salvas de ametralladora y fusil. Humo. Y después nada. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de Manel, inclinado sobre ella. No le oía. Sólo le veía mover los labios. Ella no le oía. Ni a él ni nada. No sentía dolor. No sentía nada. Le pareció que estuviera dentro de un sarcófago cerrado al vacío, al que algo insuflaba aire y éste pasaba directamente a sus pulmones sin que ella pudiera hacer nada en contra.

Aquel rostro amable y tranquilo le explicaba algo, moviendo los labios con lentitud. Pero ella no le oía. Ni a él ni nada. Y no entendía nada. Y todo se volvió niebla. Y se perdió en la oscuridad.

Supo lo que había pasado después. Mucho después. Manel se lo había escrito en una hoja. “Os arrojaron una granada”. Le contó de la suerte que había corrido Larry Kowalski, el hombre que la había lanzado. Y ella trató de entender. Desde su nada. Su cabeza estaba metida dentro de una especie de casco de vendas y gasas, del que salían tubos y vías, así como de su nariz y su boca. Él le había dejado verse en un espejo, si hubiera podido reírse lo hubiera hecho a gusto. El espejo le devolvió la imagen de un globo blanco de gasa, en el que se escondía su cara, aún hinchada, con abrasiones y sin cejas. Era lo más parecido a un marciano. Pero no había podido reírse. A veces el dolor volvía. Y entonces ella hubiera preferido que le hubieran descerrajado un tiro en aquella carretera, cuando habían tenido ocasión.

Sólo pudo ver a Cayo a través del cristal de cuidados intensivos de la unidad de Grandes Quemados del hospital militar alemán al que habían sido trasladados en cuanto fueron transportables. Fue incapaz de distinguirle entre gasas y máquinas.

Juan no podía moverse de la cama donde yacía, con la pierna colgada de una suerte de ingenio ortopédico. Ella le visitaba en silla de ruedas, todavía hecha un marciano. Manel les había hecho una foto, ambos haciendo el gesto de la victoria. Ella seguía sin oír a nadie, ni nada. Tampoco podía hablar. Manel le había traido una tablet y se comunicaban a través de ella. Todos los días, durante tres meses, él no había faltado a su visita ni una sola vez. Le explicó quién era y para quién trabajaba, pero nunca cuál había sido su cometido. Si te lo digo, tendría que matarte. Y ella le creyó.

Estaban juntos desde entonces. Hacía ya cuatro años, a través de las curas infernales, los dolores más allá de lo soportable, las pesadillas, los ataques de rabia contra todo y todos, condenada a un silencio que nunca había querido, encerrada en si misma, en su desesperación, sin poder siquiera expresarlo sin que eso le provocase un dolor que acribillase su cabeza como un enjambre de clavos. Y él había seguido allí. Sin moverse un ápice. Y ella supo que le quería. Lo único claro en su insondable océano de silencio.

Y le observaba ahora, moverse al ritmo de algo que ella no podía oír, y él reía y hacía que bailaba consigo mismo, la mano derecha sobre el pecho, la izquierda extendida en el aire, fingiendo concentración. Ven, le decían sus labios, ven. Le veía reír. Y ella supo que le quería. Como todas las veces. Alcanzó sus audífonos y se los colocó en los oídos. Y con el efecto de un tren que abandonase un tunel, le llegaron las gaitas, tambores y flautines, al ritmo de los cuales Manel seguía bailando junto a la ventana, él extendió una mano y la acercó a si, es la Alborada, le dijo al oído, para darle un sonoro beso después, lo que provocó que una de los componentes del grupo soltase un aturuxo y los músicos entonasen el “Bailaches Carolina”. Manel soltó entonces una carcajada y la levantó en volandas. Y ella pudo oir su propia risa. Y le quería.

La Playa

La playa se extendía ante ellos, y parecía no tener fin. Aún era temprano, y estaba casi desierta a excepción de un par de personas paseando perros y bañistas madrugadores.

Caminan por la orilla, sus pies se hunden en la arena, las olas les salpican con suavidad.

Khaled se para, a observar el mar aún gris metálico, con vetas plateadas, en eterno movimiento, y se acuerda de los paisajes que dejó atrás, que esa inmensidad, de alguna forma, le devuelve, y cierra los ojos contra el sol. Larry, se le une, los pies de sus prótesis se hunden en la arena y las olas los bañan en cada venida, buscó en su cabeza la sensación, las guardaba como tesoros, que rescataba en contadas ocasiones, y esta la merecía. Sonrió. Casi sintió el frío del agua y el cosquilleo de la arena moviéndose contra sus plantas bajo su peso. Miró hacia el sol. Siempre el mismo y sin embargo distinto. Gencha le coge el brazo, y descubre el ligero crujido de la espuma en sus oídos, al tiempo que ésta visita sus pies. Cayo le pasa el brazo por los hombros, y se sube las gafas a la frente, encarando la luz con los ojos cerrados, Juan, junto a él, da un descanso a su bastón y se apoya a su vez en su hombro, imitándole en el gesto.

Manel les observa un instante, cada uno superviviente de su propia batalla, unidos ahora ante un mar común. Que les une y consuela.

Porque no todo se había quedado allí.

Aprovecho la ocasión para desearos a tod@s una Muy Feliz Navidad y una Buena Entrada en el Nuevo Año!. Un saludo!

X34

17 lunes Dic 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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No hacía falta que se dijesen nada, él solía aparecer en la puerta del archivo y ella dejaba de hacer lo que estuviera haciendo y le seguía. Subían entonces en un ascensor del que él tenía la llave hasta la última planta del edificio, dónde se encontraban las suites reservadas para cuando los altos ejecutivos de la empresa tuvieran que trasnochar en ella. Tampoco se dirigían la palabra entonces, cada uno concentrado en cómo las luces de los pisos se iban iluminando a medida que subían. Una vez en el último piso, él pulsaba la contraseña en el cuadro de mandos y entraban en una especie de hall de marmol blanco y mahagony al que daban las tres suites ,presidido por una mesa, sobre la que siempre había flores frescas en un inmenso y delicado jarrón de porcelana china. Él entonces abría la puerta a una de ellas con una tarjeta, y la dejaba pasar a ella primero.

Ella solía desnudarse en el baño, y dejar la ropa doblada y colgada en uno de los armarios, cuando salía, él ya la esperaba en la cama.Besos largos, caricias como juego previo.Después era sexo. Todo el que querían y cómo querían. Sin preguntas ni explicaciones.Al final, después de varios rounds, tras haber deshecho completamente la cama, él la buscaba en un beso largo y lento, que, ella, no quería que acabase, y él le regalaba una sonrisa en aquel rostro que ella sabía de memoria, y ella la secundaba acariciándoselo suavemente con los dedos. Tampoco había palabras entonces. Él abandonaba la cama entonces, y se iba a la ducha, ella se quedaba arrebujada entre las sábanas, observando el inmenso paisaje de rascacielos que se podía ver desde la cama, imaginándose que si alguien en esa inmensidad les hubiese observado con un catalejo, hubiese llegado a la conclusión de que eran dos amantes clandestinos dando rienda suelta a su pasión. Él regresaba al cuarto ya vestido, impecable en un nuevo traje, y llamaba su atención con un carraspeo, ella solía incorporarse levemente y le sonreía como despedida, moviendo los dedos en el aire, él normalmente asentía, se ajustaba bien las mangas del traje, y se iba de la suite. Ella podía tomarse el tiempo que quisiese en volver al archivo. Pero normalmente, se levantaba y también se daba una ducha. Después, volvía a ponerse la ropa que había traido y abandonaba la suite a su vez.

Todo había empezado hacía dos años. Por casualidad. Él había bajado al archivo a buscar unas actas que necesitaba, ella se había extrañado de que fuese él y no una secretaria o un asistente quien se ocupase de semejante tarea, pero no había dicho nada, nunca le había visto antes, en realidad, ella no solía tener contacto con nadie que trabajase en el edificio, sólo con Sally, su compañera del archivo, que normalmente se pasaba el día escaneando documentos y archivando lápices de memoria, ella se ocupaba del orden de las actas y lomos de sentencias encuadernadas en cuero negro. Tras acabar su jornada, salían por una puerta lateral, que daba al jardín que rodeaba el edificio, con lo cual, ni siquiera entonces tenía contacto con nadie que no fuese secretaria o asistente de alguien. Aquel día sin embargo, él había aparecido de repente ante ella, que en ese momento se disponía a desempaquetar un nuevo envío de lápices de memoria.

-Buenos Días- Ella continuó en su labor de desempaquetar los lápices.

-Buenos Días, en qué puedo ayudarte?- Saludó sin mirarle, abriendo una nueva caja.

-Necesito el acta Clarkson X34- Ella levantó la vista de la mesa entonces, y por un instante su mente se vació, acertó a sonreir levemente y se incorporó.

-Clarkson?

-Sí, la X34- Repitió él, su rostro de agradables facciones le devolvía también a su vez una leve sonrisa, ella carraspeó.

-Pues…estará en la C…claro- Tras decirlo se sintió tan estúpida que sintió como se sonrojaba hasta las orejas, él sonrió sin hacer comentario al respecto y asintió en silencio. Se alejaron entonces hacia las estanterías y tras localizar la C, avanzaron lentamente hasta encontrar la fila donde podría encontrarse el acta Clarkson, R,S, T, U,U2 ella no pudo evitar reirse.

-Lo siento…-Se disculpó, sin poder evitar volver a soltar una carcajada, él también rio.

-A lo mejor ahí se guardan las partituras…- Anotó, y ambos rieron entonces.-Te gusta U2?-Ella asintió.

-Y a tí?

-Siempre que puedo voy a los conciertos…-Ella se encogió de hombros

-Yo tengo algún CD…o en Spotify…- Explicó haciendo un desleído gesto con las manos, y se hizo un silencio entre ambos, en el que ambos se miraron y el tiempo pareció detenerse. Y sucedió. Él la buscó sin más, ella le secundó y él recogió el rostro de ella entre sus manos mientras ella se aferraba a las solapas de su hasta entonces impecable traje, las manos de él, sin darle tregua, se deslizaron por debajo de su blusa y las de ella,buscaron descamisarle y abarcar su espalda, mientras él se hacía ya con su cuello.

-Cómo te llamas?-Preguntó el para morderle los labios después sin darle tiempo a contestar.

-May- Susurró ella, mientras el parecía querer devorar su cuello y sus manos hacía tiempo que habían logrado desabrochar el sujetador y parecían haberle encontrado gusto a lo que este albergaba.

-May..-Repitó él deslizando entonces sus manos por dentro del pantalón de ella, provocando que ella contuviese la respiración, él sonrió contra sus labios entonces y fue ella quien le buscó ya casi sin aliento

-Trevor..-Susurró él mientras era ella quien se entretenía en el cuello de él.

-Trevor…-Repitió ella, y deslizó entonces su mano por dentro del pantalón de él, quien gimió contra ella y la buscó otra vez en un beso.

Sally primero le vio salir a él de la zona de estanterías, con un acta bajo el brazo, tratando de ponerse bien la corbata , se extrañó de que llevase el pelo tan despeinado, normalmente los ejecutivos que trabajaban en la casa parecían competir a quién se peinaba mejor, también de la sonrisa que le había dispensado al verla, como relajada y jovial, como si se alegrara de verla, aunque ella no le había visto nunca.

-Se lleva usted el acta?- Él asintió y continuó camino hacia la puerta de salida del archivo sin darle más explicaciones, a ella le pareció oirle reír antes de que la puerta volviese a cerrarse tras él.

Después salió May, llevando varias actas en las manos y pareció no darse cuenta de su presencia.

-May?- May la miró con una sonrisa beatífica.

-Qué acta se llevó ese?- May dudó un instante y soltó una carcajada.

-Una Clarkson..- Contestó, tras carraspear varias veces, y continuó su camino hacia el fondo del archivo, Sally negó con la cabeza y regresó al despacho a hacer que trabajaba.

Esa tarde, cuando May abandonó el archivo, le encontró ya esperándola.

-Hey..

-Hey…-Él se acercó a ella midiendo sus pasos.

-No era el acta correcta?-Bromeó ella, él sonrió y la buscó a medias

-Correctísima- Susurró, ella no pudo evitar reirse.

Desde entonces no se habían vuelto a separar. Se habían casado un año después y habían buscado convertirse en padres casi inmediatamente, pero todavía no habían tenido éxito. Se habían hecho con una maquinita que les delataba con exactitud qué días eran fértiles y cuáles no. Los días que aparecían verde en el visor, Trevor pasaba a buscarla a media mañana y subían a las suites a incrementar la posibilidad de embarazo. Como socio, no necesitaba permiso especial.

No necesitaban hablar. Sus cuerpos siempre lo habían hecho por ellos.

Percivalia

14 viernes Dic 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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-Mañana se llevan la campana- Cristóbal lo dijo mientras anotaba algo en la tablet, Lucas miró entonces hacia la torre casi intacta de lo que había sido la iglesia, y se encogió de hombros.

-No creo que se caiga

-La van a restaurar, al parecer…y después a lo mejor la iglesia,ya se verá..

-Guillerma me dijo que ellos van a Cervejera a misa, los otros seis no…no creo que compense.

-Ya, pero la campana la restauran fijo, me pregunto cómo la bajarán…- Lucas miró otra vez hacia la torre haciendo visera con la mano, e iba a decirle que seguramente con un camión grúa y un forzudo, cuando un claxon le interrumpió. Era César, el cartero, en su coche de reparto.

-Qué! Se cae o no se cae?!- Exclamó riendo al tiempo que salía del vehículo y señalaba la torre, Lucas sonrió encogiéndose de hombros y Cristóbal negó con la cabeza.

-Hoy ya no…a lo mejor mañana- Bromeó haciendo que miraba la hora.

-Que sepáis que tenéis una nueva paisana…- Cristóbal y Lucas se miraron sin entender lo que que quería decir.- Ahí detrás, en la casa de la viuda de Cervera, al lado de lo que era la tahona….

-Por ahí pasé yo hace un rato y seguía todo igual, cerrado a cal y canto..-Comentó Cristóbal mostrándole con un gesto las casas que les rodeaban, todas tapiadas, algunas más ruinosas que otras.

-Pues ya se está instalando…

Los tres hombres se dirigieron entonces a la casa que César había dicho, en la perpendicular a la plaza dónde estaba la iglesia, y éste les señaló el Volkswagen Golf azul aparcado delante de una casona grande algo separada del resto, de la que alguien ya había abierto de par en par contras, ventanas y la puerta principal.

-Hola?!- Medio gritó Lucas hacia el interior al tiempo que llamaba con los nudillos contra el marco de la puerta. Una mujer joven ,en vaqueros y camiseta, salió al zaguán desde uno de los cuartos laterales llevando en las manos una jarra con flores lilas, llevaba el pelo trigueño en una cola de caballo y les miró a los tres con una mezcla de miedo y sorpresa.- Hola Buenas, bienvenida..-Ella pareció respirar tranquila y les regaló por fin su sonrisa, acercándose a tenderles la mano.

-Hola, yo soy Mila, Mila Gómez,esta era la casa de mi tía…perdonad es que pensé que no iba a haber nadie…- Se disculpó ofrenciéndoles entrar al zaguán, todavía invadido por una casi imperceptible nube de polvo, los tres se presentaron a su vez y ella les hizo pasar a lo que había sido la cocina, una estancia amplia de suelos de baldosa y alacenas de formica beis, sobre cuya mesa había varias cajas de supermercado con compra.

-Te vas a instalar aquí entonces?-Se interesó Cristóbal, al tiempo que, por deformación profesional, inspeccionaba con la mirada el techo, ella se encogió de hombros y dejó el jarrón sobre una encimera.

-Un tiempo, todavía no sé cuánto…

-Nosotros trabajamos para Patrimonio, en la reconstrucción de todo esto..-Explicó Lucas, ella levantó las cejas.

-Queda todavía gente? Creía que mi tía había sido la última en irse…

-Quedan ocho, en cuatro casas, en la parte de arriba…

-Ya no tenían pensado irse, y ahora están encantados con el plan…

-Para hacer hoteles?-Aventuró ella entre dudosa y escéptica, los hombres rieron la ocurrencia.

-No, casas asequibles para familias jóvenes, en total cien-Explicó Lucas, ella pareció sorprenderse gratamente.

-Pues qué buena idea….tranquilo es..

-Eso por descontado- Anotó César que hasta ese momento no había dicho palabra.

-Yo he „ocupado“ una a dos calles de aquí…si quieres llamarlas calles…mientras dura el proyecto- Explicó Lucas

-Yo voy y vengo…si bien llevo las obras, los pueblos fantasma no son lo mío- Bromeó Cristóbal mientras inspeccionaba la campana extractora.

-Yo os invitaría a algo…si supiera dónde lo tengo-

-No te preocupes, ya habrá ocasión..- Anotó Lucas

-Mañana podemos venir y ver si es factible que la habites…parece que sí, pero nunca se sabe…-Cristóbal dio un par de golpecitos al marco de la puerta de la cocina.

-Si necesitaras echar algo al correo yo vengo todos los días sobre esta hora…-Se atrevió César, ella sonrió, Lucas observó que su tensión inicial había desaparecido.

Tras haberse despedido de ella, los tres se dirigieron de nuevo a lo que había sido la plaza del pueblo.

-Bueno, pues ahora ya tenemos un muy buen incentivo para venir hasta aquí…-Comentó César, los otros dos le miraron y los tres rieron descreidamente la ocurrencia.

Al día siguiente a media mañana, Lucas y Cristóbal cumplieron su promesa y llamaron de nuevo a la puerta de la nueva vecina. Esta vez Mila preparó café y les acompañó en su recorrido por la casona, de dos plantas, con incontables habitaciones, muchas de ellas sin ventana, abierta hacia atrás a un patio de tierra pisada cerrado por un muro bajo. Cristóbal determinó que era habitable, y no corría riesgo alguno de derrumbarse, si bien en un futuro iba a necesitar un tejado nuevo.

-Y tú a qué te dedicas?-Quiso saber Lucas, removiendo su café, se habían sentado en un banco corrido de piedra que adornaba la fachada que daba al patio, Cristóbal había tenido que irse a Cervejera a buscar unos planos.

-Yo trabajo de química, en el laboratorio de „RIB56“, la empresa de cosmética..

-Y te has cogido vacaciones

-Algo así, un tiempo, digamos…demasiadas horas extras- Y llevándose su taza a la boca bebió un trago largo de su café.

-Tu tía dónde está?

-Ahora mismo en Alicante, me la pasó en herencia en vida….y tú?, también eres ingeniero?

-No, arquitecto y aparejador y albañil y pintor, doy a todo..-Mila rio

-Faena no va a faltar…

-Aún estamos en las primeras fases del proyecto…después vendrán las cuadrillas y todo el follón…

-Y ya no será un pueblo fantasma..

-Volverá a ser Templete de Arriba…

-Ah, que hay también un Templete de Abajo?

-No, le debió de gustar a alguien

-Y tu casa la has „ocupado“ de verdad?

-No, me la han cedido mientras esté aquí…pero le estoy cogiendo cariño, no creas, después si quieres vamos…

La casa de Lucas era más pequeña que la de Mila, y estaba adosada a lo que había sido la escuela. Era de planta baja, y repartía sus espacios en una amplia cocina que daba al frente y dos estancias más, que él utilizaba como dormitorio y sala de trabajo que también hacía las veces de salón.

-Todo muy ecléctico, como puedes ver…

-Muy Feng-Shui…-A los dos les dio la risa

-Muchos muebles no tengo, es verdad, la cocina ya estaba y el resto lo he ido comprando a medida que lo he ido necesitando..

-Esto qué es?- Mila le señaló unas bolas de cuero, que colgaban de unas tiras del mismo material y que pendían de un clavo en la pared.

-Boleadoras argentinas…me las trajo mi cuñado de un viaje por la Pampa, por si alguna vez las pudiera necesitar, fíjate tú qué tontería…

-Agún caballo que se desboque, despistado…

-Exacto…y voy yo y acierto…

-Nunca se sabe..

A partir de ese momento Templete de Arriba volvió a recobrar un poco de la vida que había tenido antes, los otros ocho habitantes de los que el más joven acababa de cumplir setenta años, se alegraron de contar con Mila, a la que recordaban de niña, como nueva vecina, Lucas y Cristóbal hicieron con ella enseguida camarilla y dieron en llamarse el „Club de las once“ ya que a esa hora de la mañana se reunían en la casa de ella a tomar café y hacer una pausa en sus cálculos y medidas.

-Esta flor cómo se llama? Nunca la había visto antes- Preguntó un día Lucas, refiriéndose a dos macetas con una planta de tallos largos y flores lilas, que adornaba el alfeizar de la ventana de la cocina de Mila, era sábado, y ella le había pedido si podía ayudarla en la tamaña tarea de vaciar el desván.

-La he bautizado „Percivalia“…

-Bautizado? Tú tampoco sabías el nombre?

-La encontré minúscula entre unos riscos en el Pirineo, la pasada Semana Santa, me la llevé de recuerdo y se puso así, busqué los siete buscares, pero no encontré el nombre…

-Y por qué Percivalia?

-Porque mi libro favorito es „Percival“,y como en él hay mucha mágia, pues la llamé así…

-También es mágica, o qué?- Mila le miró un instante y parpadeó varias veces, sin saber qué contestar, optó por sonreír, con lo que a él le pareció un rictus nervioso.

-Sacos de basura, necesitamos sacos de basura….Jacoba me dijo que tenía unos para ocho kilos, voy en un momento,vale?- Cambió de tema dando una palmada, él asintió y optó por no indagar más. Mientras ella se iba a buscar los sacos él se decidió a subir al desván para ir haciéndose una idea de lo que tendrían que hacer, iba a abrir la puerta que conducía a él, cuando escuchó los aldabonazos. La puerta principal tenía una aldaba de hierro fundido, pero nadie hasta ahora la había usado por lo que pensó sería Mila, que quisiera probar el sonido. Cuando abrió la puerta, se encontró con una aparición hecha persona en forma de mujer muy joven de larga melena blanca, que enmarcaba un precioso rostro de princesa de cuento iluminado por dos dulces ojos azules y vestía una especie de vestido túnica en tonos lilas, antes de que él pudiera decir nada, a la aparición se le sumó un hombre muy alto, que a él le pareció identico al del antiguo anuncio de Marlboro, sólo que en blazer, camisa blanca y chinos, lo que le llevó a pensar que la idea de usar el pueblo como escenario de anuncios publicitarios se había hecho real y aquella gente los iba a protagonizar. Pero no.

-Hola, Buenos Días, está Mila?- La voz de ella correspondía con su aspecto, le hizo recordar la última vez que había visto „La Cenicienta“, no supo por qué. Acertó a negar con la cabeza, incapaz de apartar sus ojos de los de ella.

-Si el coche está, es que sí…- La voz del hombre le sacó de sus pensamientos,y logró encontrar la suya.-

-Por supuesto…perdonad, pasad por favor…- Y les dio paso al zaguán, en el que los tres se quedaron en un impass, sin saber muy bien qué hacer, él optó por hacerles pasar a la estancia que Mila había decidido iba a ser el salón, y que provisionalmente estaba ocupada por un sofá y una televisión como todo mueble.- Mila se ha ido a buscar una cosa, vuelve en seguida….sentaos por favor, os puedo ofrecer algo?- La mujer le regaló la más bonita de las sonrisas que hubiera visto nunca y negó con la cabeza, sentándose en el sofá, el hombre permaneció de pie, con las manos en los bolsillos.

-Nos perdimos dos veces- Anotó mientras observaba el techo de vigas de madera.

-Eso te pasa,Emiliano, por no querer utilizar el navegador ese…

-Me revienta los nervios, Puri, preguntando también se llega a todas partes, no?..

-Tarde, sí, pero se llega…

-No empieces…

-Callemos…

-Eso…-

Lucas asistía a la conversación habiéndose decantado por el silencio, cuando Mila apareció en la puerta del salón. Al ver a los recién llegados, dejó caer al suelo los sacos que llevaba en los brazos y su rostro no pudo esconder la más rotunda sorpresa.

-Hola, mi vida…-Saludó Puri incorporándose de su asiento, Mila logró articular una leve sonrisa.

-Cómo me habéis encontrado?

-Mi vida, te conozco desde que ni siquiera eras una idea en la mente de tu madre….no podías estar en otro sitio-Argumentó Puri acercándose a ella y dándole un abrazo, que Mila secundó, ya más tranquila, Emiliano imitó a su mujer, y los tres miraron entonces a Lucas, que los contemplaba a su vez sin decir una palabra.

-Creo que es mejor que se lo expliques- Sentenció Emiliano al tiempo que se mesaba el cabello.

-Todo tiene que ver con Percivalia- Comenzó a explicar Mila,había preparado café y se habían acomodado alrededor de la mesa de la cocina, Lucas la escuchaba sin perder querer perderse detalle de lo que iba a contarle- La planté en una maceta pequeña y la puse en la cocina, sin muchas esperanzas de que sobreviviera, la verdad, pero para mi sorpresa, a los dos días había doblado su tamaño y el número de tallos, las flores también eran más grandes y desprendían un olor exquisito, la tuve que cambiar de maceta. Me fijé entonces en las flores, que rezumaban una especie de miel blanca, me llevé unas cuantas al laboratorio y tras llegar a la conclusión de que no era venenosa, se me ocurrió crear una crema con esa miel como ingrediente principal ya que sólo el olor invitaba a usarla. Dio para dos botes grandes…

-Y justo ese día me encontró en la escalera…- Comentó Puri, Mila sonrió y asintió.

-Y le di uno, yo me quedé el otro.

-A nuestras edades no tenemos tantos miramientos con las cremas, y la utilizamos como hidratante de cuerpo y de cara…tanto él como yo…además olía tan bien…

-Daba buen humor…- Anotó Emiliano sirviéndose otro café.

-Para hacer un resumen, en cuestión de días nuestro cuerpo y nuestro rostro rejuvenecieron, desaparecieron las arrugas, las manchas, las imperfecciones…incluso las cicatrices que pudiéramos tener…

-A las dos semanas volvimos a tener el aspecto que teníamos con veinticinco años….

-A nuestros hijos les dijimos al principio que nos habíamos puesto Botox…y nos creyeron..

-Yo les dije que a lo mejor, si dejaban de usarla, el efecto desaparecería,y volverían a ser los de antes….- Explicó Mila

-Pero no, estamos estancados en la veintena, y creo que se va quedar ahí, …opté por dejarme el pelo blanco, por aparentar un poco más mayor….pero lo hace peor…aún llamo más la atención…

-Siempre llamaste la atención, mi amor, te los llevabas de calle…- Bromeó Emiliano cogiéndole la mano y dedicándole la más amorosa de las miradas, ella le correspondió con un beso en el aire.

-Pero te elegí a tí….

-El mes que viene hará cincuenta años…

-Y él no se queda corto, el otro día le armé una escena de celos porque le vi reirse con la panadera…-Emiliano negó con la cabeza, buscando paciencia en el techo.

-Qué interés puedo tener yo en esa chica…vamos a ver…si puede ser mi nieta..- Mila ahogó la risa, Puri arqueó una ceja y le miró de reojo sin decir nada más.

-Pero..entonces…cuántos años tenéis…los tres?- Se atrevió a preguntar Lucas.

-Yo acabo de cumplir setenta y dos, Emiliano tiene setenta y cuatro…- Puntualizó Puri, Mila se apartó un mechón de delante de la cara y sonrió casi tímida.

-Yo tengo treinta y cinco….sólo la usé una vez de crema de cuerpo…y… bueno, sólo surtió efecto ahí, no en la cara…

-No le hagas caso, siempre tuvo tipazo..- Aclaró Emiliano, Puri le dedicó una profunda mirada, y él volvió a buscar la paciencia en el techo.

-Para que lo entienda….esa planta hace rejuvenecer los tejidos, pero por dentro seguís teniendo la misma edad?- Intentó entender Lucas mirándolos alternativamente.

-Hombre…yo sigo siendo yo, en la cabeza, como era antes….pero buena pregunta….cómo estamos por dentro…entonces?- Preguntó Puri, y Emiliano y ella miraron espectantes a Mila, quien se encogió de hombros.

-Ni idea…..os sentís como antes o no?- Preguntó, Emiliano dirigió a Puri una mirada casi de horror.

-Ay cari que vas a tener que usar la pildora otra vez…- Puri abrió mucho los ojos y soltó una especie de chillido.

-No puede ser!- Y se tapó la cara con las manos, apoyando los codos en la mesa.

-Nos habremos vuelto inmortales?-La pregunta de Emiliano quedó prendida en el silencio que se instaló entre ellos.

-Seguro que piensas que nos hemos escapado de la unidad de agudos de algún psiquiátrico…- Dijo Mila dirigiéndose a Lucas, quien les miraba sin ser capaz de decir nada congruente.

-Hombre…-Alcanzó a decir, haciendo un gesto con las manos, como queriendo explicar lo que él intentaba asimilar.

Puri y Emiliano les explicaron que habían decidido mudarse, ya que les era imposible continuar con el paripé, se mudarían a un lugar en el que nadie les conociese y donde pudieran comenzar una nueva vida todavía no habían decidido  dónde, en algún momento se lo explicarían a sus hijos. Se marcharon prometiendo comunicarles su nuevo paradero y decirles si se daba algún otro cambio en su aspecto, se despidieron de ellos con un cariñoso abrazo. Esta vez quiso conducir ella, y programó el navegador, Emiliano se limitó a buscar la paciencia en algún lugar de la inmesa meseta que les rodeaba.

-Mi jefe lo descubrió- Y la voz de ella le sonó a Lucas como si estuviese declarandose culpable de un crimen.

-Y te escapaste…

-Mira lo que les pasó a Puri y Emiliano, no tengo ni idea de qué otras propiedades puede tener…pero a él no le importa…sólo ve el dinero..

-Y qué vas a hacer?

-Por el momento nada, después ya veré

Lucas acompañó ese lunes a Cristóbal a Cervejera para entregar unos informes en el ayuntamiento y hacer algunas compras, fueron en el coche que Patrimonio les había puesto a disposición para los desplazamientos, mientras Cristóbal iba a solucionar los papeles él entró en el ultramarinos.

-Hombre Lucas! Qué bien que vienes, tengo ya los botes antipolilla que me pidió Mila, si quieres se los llevas ya…ah, y dile que un tipo vino preguntando por ella..- Explicó el dependiente del ultramarinos mientras colocaba los botes antipolilla sobre el mostrador, Lucas dejó de buscar lo que estaba buscando.

-Qué tipo?

-Un tipo alto, bien plantado, de traje,blandiendo un mercedes….le envié para allá..- Cuando alzó la vista de los botes, Lucas ya había desaparecido.

Se dirigió a donde habían aparcado el coche, pero ya no estaba, seguramente Cristóbal había tenido que ir a otro ayuntamiento a hacer otras cosas, como ya le había dicho, giró sobre si mismo en busca de alguien que le pudiese ayudar y vio a Cesar cargar su camioneta con el correo de ese día, recorrió la distancia hasta él a la carrera.

-Hombre Lucas!…

-Necesito que me ayudes…

-Tú dirás…

-César, tu te acuerdas de aquella película de un autobús que iba a toda leche y no se podían pisar los frenos?

Cuando abrió la puerta y le vio, Mila supo que estaba todo perdido. Le dejó pasar sin decir una palabra.

-Tú te vienes ahora mismo conmigo, tú y la plantita, vamos al laboratorio, me dices la fórmula, yo llamo a los japoneses y todos contentos, sin necesidad de tener que darte golpes, ni amordazarte ni prometerte la muerte….no me gusta el teatro- Explicó él, acariciando con los dedos las flores de la planta, ahora ya en tres macetas- Te robo agua…qué cantidad de polvo levanta esa carretera…- Y se sirvió dos vasos grandes de agua de una jarra junto al fregadero, Mila se calló comentarle que se acababa de beber el agua de un ramo de „Percivalia“que había puesto allí a remojo y ahora colgaba bocabajo de las alacenas para secar. Él metió una de las macetas en una bolsa y la agarró a ella del brazo para salir de la casa.

Lucas les divisó desde el fondo de la calle, César había llevado la camioneta a todo lo que podía dar, sin pararse a preguntarle el por qué, y él había corrido entonces a su casa, y cogido las boleadoras. Sin perder un minuto, las hizo girar con fuerza en el aire, y cogiendo impuso las lanzó casi perdiendo el equilibrio al hacerlo. El tiro llegó a su objetivo, y el hombre que llevaba a Mila cayó al suelo junto a ella, quien soltó un grito de susto.

-Ay que lo has matao!- Gritó casi llorando ella cuando Lucas se acercó, él le tomó el pulso y negó con la cabeza.

-No, sólo está noqueado- Aclaró, Mila se abrazó a él y él la secundó.

-Buen regalo el de tu cuñado-

-Sin duda…

Ella le ayudó a transportar a su jefe hasta el interior de la casa, decidieron encerrarlo en la antigua despensa, ya que carecía de ventanas. Daban la llave, cuando César apareció en la puerta de entrada a la casa, casi sin aliento.

-Pero qué te pasaba?!Para qué tanta prisa?!….pero oye…qué subidón!menos mal que aún no han puesto los radares…sino…- Y les miraba a ambos con una radiante expresión de satisfacción en el rostro.

-El del catastro- Acertó a contestar Lucas, Mila asintió vehementemente con la cabeza al tiempo que se apoyaba contra la puerta que acababan de cerrar.

-Catastro..

-Sí…no sabes cómo se ponen si no hay nadie para recibirles cuando vienen..- Explicó Lucas acompañando sus palabras con un creíble gesto de agobio, César levantó las cejas y pareció hacerse cargo.

-Entonces el cochazo ese de ahí abajo es de él…

-Sí…supongo que ahora estará por arriba preguntando y tal…

-Pues sí que deben de ganar bien en el catastro…- Supuso César rascándose la nuca, Lucas logró sonreír apenas, Mila se tapó la mano con la boca y fingió toser.

Los tres abandonaron entonces la casa, César hizo su reparto diario, y ellos dos, para hacer tiempo subieron hasta el castillo en ruinas que velaba en lo alto del pueblo.

-Estoy tan nerviosa que me tiemblan las piernas- Confesó ella sentándose sobre una piedra, él se mesó el cabello con las manos y expulsó aire con un sonoro soplido, en aras de encontrar él de nuevo también la tranquilidad.

-Pues anda que yo…

-Cuando se despierte, le doy la fórmula, la planta y que se vaya en paz…esto me supera.

-Tienes razón, y que sea feliz…o lo intente…y después qué?

-Qué es un pueblo sin farmacia?…no sería mala idea- Lucas se sentó junto a ella.

-Ah, es que también eres farmacéutica?- Preguntó sorprendido, ella sonrió.

-Yo también doy a todo-Y le cogió del brazo.

Volvieron al pueblo despacio, recuperando la calma, mientras Lucas le iba explicando los planes que había para cada calle. Llegaron a casa de Mila dispuestos a hacer lo que habían pensado y abrieron la puerta de la despensa. Lucas dio la luz.

-Y dónde está?- Mila entró tras él, la estancia estaba vacía.

-Cómo que no está?….si no hay ventanas y la puerta estaba bien cerrada- Se extrañó. Fue entonces cuando escucharon el maullido. Ambos se miraron un instante sin entender lo que estaba pasando, y el maullido se hizo más alto, hasta convertirse en un claro llanto de bebé. Los dos a la vez dieron un salto hacia atrás acompañado de un grito. Fue Mila la que se atrevió a acercarse con pasos inseguros al fondo de la estancia, a un desordenado montículo de lo que había creído serían sacos. Resultó ser ropa. Al separar dos de las piezas para saber qué escondían, le descubrió. Se llevó la mano a la boca y se giró hacia Lucas con los ojos anegados en lágrimas. Era un bebé recién nacido, que lloraba dejando claro que tenía sanos los pulmones. Lucas se acercó con las manos en la cabeza.

-Dime que no es verdad

-No puedo, lo es..

-Pero..pero..qué..

-El agua, se bebió agua con Percivalia, dos vasos grandes…

-Osea…es él…pero…

-Ahora es un bebé- Mila envolvió a la criatura en la camisa, lo estrechó contra ella y lo acunó, pero sin conseguir que el llanto cesase.

-Y él por supuesto sabe que…

-Supongo que por eso llora tanto…

-Y qué hacemos?- Mila miró al bebé, que a su vez la miraba a ella con el ceño fruncido, brocado de llanto, y sonrió acariciándole la minúscula cabecita.

-Tengo una idea

Le entregó el bebé y abandonó corriendo la estancia. Volvió pocos minutos después, con las manos enguantadas y una manta todavía en su funda que había encontrado en la que había sido la habitación de su tía. Tras sacarla de la funda, la extendió sobre el suelo, y cogiendo al bebé con sumo cuidado lo depositó en el centro de ella, para luego envolverlo de forma que después sólo se le veía la carita, arrugada de lágrimas.

-Le dejaremos en el portal de la iglesia, los de arriba aún están en Cervejera en el Hogar del Jubilado y en Labores, lo sé por Guillerma, no habrá problema. No nos verá nadie. Después llamamos a la Guardia Civil..o la policía…no sé…y ya está.

-El coche…qué hacemos con el coche?..ya sé, lo escondo en uno de los cobertizos, tengo suficientes cadenas y candados, nadie sabrá que está ahí…-Explicó, ella asintió y abrigó un poco más al bebé, que parecía haberse quedado dormido.

Y llevaron a cabo su plan. Dejaron al niño en los escalones de la iglesia, de forma que era imposible no verlo u oirlo si alguien pasara por delante, y llamaron a la Guardia Civil. Cuarenta minutos más tarde, el habitual silencio se vio roto por sirenas y luces, pertenecientes a coches de la Guardia Civil, Policía Nacional, una ambulancia medicalizada, agentes de Protección de Menores y el cura de Cervejera al que también casi hubo que atender. Ellos contaron que volviendo del castillo habían escuchado un llanto y que se habían encontrado con el bebé, lo habían cogido en brazos para calmarle, y que del resto no habían tocado nada. Y les creyeron. Un médico se llevó entonces a la criatura, que gritaba y braceaba sin consuelo. Uno de los presentes comentó emocionado que el chico quería dejar claro que estaba vivo, Mila y Lucas se limitaron a asentir, seguir al médico con la mirada y verle desparecer en la ambulancia.

-Una cosa está clara, va a ser un niño difícil y un adolescente complicado…- Sentenció Lucas. Habían vuelto a subir al castillo, desde el que observaban el ir y venir de los coches patrulla y de los equipos de prensa que ya se hacían eco de la noticia, ellos, tras declarar, habían decidido desaparecer. Mila le miró y sonrió.

-Hasta que le crean va a pasar la tira de tiempo….si no lo toman por loco-Lucas rio también. Se quedaron en silencio un instante, sentados uno junto al otro observando los juegos de luces en la caida de la tarde.

-No pienso tener nada contigo-Casi susurró él.

-Ni yo contigo

-Eso sólo pasa en las novelitas o en las películas…ella llega y se ven,y veinte minutos después ya están juntos…eso no pasa…

-Raro que pase…

-Hombre…una alegría al cuerpo sí que podíamos darla…-Ella se ríe por fin, y cogiéndole del brazo, apoya la cabeza en su hombro- en serio…por aquí debió ser deporte nacional en otros tiempos…porque otra cosa..- Y él extiende los brazos como para mostrarle la anchura de la meseta castellana, ella continúa riendo su ocurrencia.

-Deporte Nacional?

-Muy sano…y recomendable…

-Como el yoga..

-No deja de ser una variante

-Lucas?

-Dime

-Quieres guardar conmigo este secreto para siempre?

-Por los siglos de los siglos?

-Hasta el fin de los tiempos..

-Y tú? Quieres ser mi adorada dama?

-Como gustéis…

Observaron el sol perderse poco a poco en el horizonte regalando una penumbra, que, en su avance hizo desaparecer la luz, y dio paso a la oscuridad que tendió un inmenso manto perlado de estrellas sobre ellos,y su secreto.

Estalactitas

11 martes Dic 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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-Dónde está el „Haiga“?

-Me ha llamado Morente, que no tienen..

-Cómo que no tienen „Haigas“?

-No, sólo les queda un Chevrolet, que si lo quieres…

-Pero qué Chevrolet iba a haber en España en el cuarenta…vamos a ver…!

-A mi no me digas nada…

-Llama a Morente y me dices…

-„Tú no tienes alma, lo que tienes es una estala..estalaag…“mira, no soy capaz, esta palabra hay que cambiarla…

-Cambiarla?

-Es que se me traba, y no soy capaz….queda mejor por ejemplo „Tú no tienes alma, tienes un enorme agujero negro“…

-No, eso no puede ser…

-Por?Los agujeros negros son insondables…

-Ya, pero entonces no lo sabían y no es congruente….

-Y puede tener doble sentido…

-Doble sentido de qué? Cómo sois!…

-Si Luís lo dice, será…el guión es suyo..

-Luís, tiene que haber algo tan frío como una cosa de esas…

-Y a tí qué te pasa?

-Yo me muero en el minuto sesenta y tres, en un tranvía no?, no podrías matarme ya?

-Cómo sabes que es en el sesenta y tres?

-Se me dan bien las matemáticas….pero no cambies de tema, a mí me están esperando en Chicago para empezar con la otra película….y no me puedo retrasar…

-Ya, pero es que todavía no tenemos ni el tranvía…cómo quieres que te mate sin tranvía?

-Y dónde está?

-Ni idea…todavía lo están pintando creo…

-Dónde?…es que ya es la segunda vez que Steven me llama y no sabes cómo se puede llegar a poner…..tienes que matarme ya…

-„Aaaalgo me mi, aaaalgo de mi, algo de mi se va muriendoooo“!!!

-No es coña Roberto…claro, como tú sólo sales en los „flash-backs“….

-„Quieeeero viviiir,quieeeero viviiiir“…

-Los campesinos llevaban chalecos o no?

-Cómo quieres que lo sepa? La de atrezzo eres tú…

-Ya, pero si no los llevaban , después tenemos doscientos chalecos de pana…

-De pana…

-Supongo que eran de pana….ay ya la lié…tengo que llamar a Marita…

-„Tu no tienes alma, tienes un cráter“

-Luís?

-No, suena fatal y no va…

-Qué hay más horrible que un cráter?

-Hay cráteres preciosos…

-Morente tiene una moto side-car…

-Pero vamos a ver, aquí está muy claro „Los cuatro se suben al coche y éste se aleja en la bruma“!….

-No te pongas así….qué tiquismiquis…

-Pues si no me matas…me cambias por Roberto y los „Flash-backs“ los rodamos todos juntos…hoy…

-Le sacas dos cabezas y eres rubio Germán…..además tienes mejor culo…

-Bueno di tú que la escena de desnudo es medio a oscuras…y hay tintes…

-Y alzas…

-Dónde dices que tienen el tranvía?

-„Tú no tienes alma, tienes una sala de espera“

-De espera de qué….practica estalagmita…y ya está

-Estalactita

-Ves?

-Por Dios!

-Pues no llevaban chaleco…camisola y gracias…y ahora qué hago con los chalecos de pana?

-Llama a Gunilla…ella siempre tiene tipos con chaleco….

-Ya la llamé….la de ahora es de romanos…

-Pues no sé…a mí qué me dices…habla con Marita…

-Y no encontramos los revólveres

-Qué revólveres?

-Morente tiene un Rolls

-….

-Hombre di tú que…

-Pues sea!….ya no eran ricos…eran riquísimos…

-Ya hablé con los del tranvía….lo traen esta noche…

-Esta noche?

-Y me matas a primera hora de la mañana, luego me tiro a …quién me tiro?…en fin…y huyo todo el rato…

-Pero tú….

-Qué ha sido eso?!

-Ya habrán encontrado los revólveres….

-Qué revólveres?

-„Tú no tienes alma, tienes….no sé…es que….“ (Rompe a llorar amargamente)

-Eso es…..quiero eso

-….

-Tú llora así…..

-„Y en su sitio habrá un vacíoooo grande y mudo cooomo el albaaa“!!

-Roberto!Te quieres callar?!

-„Te vas…pero te quedas…porque formas parte de miiii“!

-Sí, me quiero ir…pasa algo?…me tienen que matar…ya!

-SILENCIO!! SE RUEDA!!

La Encina

07 viernes Dic 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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-Total, como vives solo, no te importa- Y se lo decía como si fuera un decreto, algo de lo que no cabía duda, una decisión unilateral sin posibilidad de ser rebatida. Ignacio Figueroa les miró alternativamente al tiempo que se sacaba el dispositivo de auriculares de los oidos, con la débil esperanza de haber entendido mal lo que acababa de escuchar por entre las voces de su grabadora digital.

-Una grúa- Repitió encontrando su voz, se dio cuenta de repente de que llevaba toda la tarde sin hablar con nadie, ni en el despacho ni en casa. Carraspeó y pensó en beber algo, pero entonces tendría que ofrecerles a ellos, y no tenía ánimos para confraternizar con nadie a esas horas. Amelia asintió con la cabeza y le pareció que Aitor sonreía en su poblada barba. Por mucho que se esforzó no encontró palabra alguna en su cabeza, sólo sed, así que se limitó a carraspear.

-Si me das tu Whatsapp te mando las fotos de los modelos que hay y elegimos la que te venga mejor- Continuó entonces Amelia, apartándose el cabello tras las orejas y guiñando brevemente los ojos, Aitor sacó entonces su móvil del bolsillo de la camisa al mismo tiempo que se ponía unas gafas bifocales, e Ignacio Figueroa acertó a articular algo que a él le pareció una escueta respuesta afirmativa, y que provocó que sus vecinos le regalasen las más ámplias de sus sonrisas. Intercambiados números de teléfono y mensajes de confirmación, Amelia y Aitor le volvieron a dejar solo, deshaciéndose en frases de agradecimiento, y él sacándole importancia a lo que acababa de acceder, sin saber a ciencia cierta de qué se trataba. Sólo que se trataba de una grúa. Se sirvió un vaso grande agua y se lo bebió entero. Miró el reloj, todavía no eran las diez, pero de repente sintió un cansancio infinito. Camino de su cuarto se descalzó y se sacó la chaqueta del traje que después colgó junto con la camisa en el burro destinado a la ropa de lavandería. Camiseta blanca, pantalón largo de pijama, se le estaba acabando la pasta de dientes, la tendría que comprar en Frankfurt, preguntándose cómo se diría pasta de dientes en alemán se metió en la cama y apagó la luz.

Se encontró con Ignacio Sepúlveda en la puerta de embarque. Desde que habían comenzado a trabajar en el mismo equipo, en la oficina habían dado en llamarles “Los Nachos”, si bien ninguno de los dos se interesaba especialmente por la cultura mexicana o por ese plato de su gastronomía en particular. Formaban un buen binomio y se entendían sin apenas tener que hablar, lo que aligeraba mucho el ritmo de trabajo. Cuando casi llegando a destino, la voz enlatada de la sobrecargo desveló la temperatura reinante en la ciudad y la presencia de nieve, Sepúlveda soltó una sonora queja que conjuntó con un gesto de absoluta desgana.

-Otra vez no, joder, miré ayer y ponía que iba a estar despejado y cuatro grados…nada de nieve…

-Di tú que salimos y nos metemos en un taxi que nos deja en la puerta…

-Me acatarro fijo…fijo, y eso que Laura me dijo “Lleva el plumas que seguro que nieva”,…..qué mal…odio la nieve…

-Ya- Sepúlveda se rió a medias y recogió la mesita del asiento posterior.

-Tú no?

-Yo más la lluvia, fíjate, puestos a elegir

Sepúlveda se compró un chaleco acolchado para poner por debajo del abrigo y un chal de lana en una de las tiendas del aeropuerto, él un neceser con dos tipos de pasta de dientes, dos modelos de cepillo, enjuage bucal e hilo dental. Zahnpasta. En algún momento tendría que ponerse a aprender alemán. Antes de llegar a los taxis, ya había desechado la idea.

El vuelo de vuelta, esa misma tarde, salió con mucho retraso debido a la nevada que había acabado por colapsar la ciudad. Se sentaron a comer algo en un bistro de la terminal, a la espera de que les comunicaran si finalmente salía su vuelo o no. Fue entonces cuando comenzaron a llegarle los Whatsapps de Amelia.

-Y yo qué sé…- Acabó por decir después de abrir cinco fotos con cinco modelos distintos de grúas.

-Qué pasa?- Figueroa se lo preguntó mientras trataba de raspar la mayonesa del bocadillo que le habían servido- Esta gente no sabe hacer bocadillos normales? A qué viene poner tanta mayonesa…?

-Es que tengo que elegir una grúa…-Figueroa cesó en su labor, y le miró pensando que había oído mal, él trató de hacer un resumen- Es que mis vecinos quieren construir un porche acristalado y necesitan socavar enrededor de una encina centenaria y como según ellos “vivo solo”…pues….me han pedido si pueden hacerlo desde mi jardín…

-Bueno, eso es verdad…

-El qué?

-Que vives solo…tampoco es que pares mucho por casa, no?

-Ya, pero bueno…yo no tengo ni idea de grúas…

-A ver?…..esta es chula- Ignacio le miró sin saber qué argumentar, y silenció el móvil para poder comer su bocadillo de crema de atún tranquilo.

-Qué es eso?

-Tengo hambre, lo trago sin pensar.

-Ya me dirás cómo lo haces.

Amelia le envió un Whatsapp días más tarde para decirle el día y la hora en que el hombre de la grúa iría a su casa. Decidió entonces que ese lunes haría home-office, si bien él no tenía ni idea de obras ni de grúas, quería estar presente si algo con una de las dos cosas salía mal. Amelia llamó al portalón a las nueve de la mañana, venía acompañada de un hombre joven, que supuso de su misma edad, en uniforme de faena, tenía el pelo muy corto negro y un pendiente de aro en la oreja derecha.

-Pues la descargamos y todo es empezar- Sentenció el hombre después de recorrer dos veces el seto y comprobar un par de cosas, ante su atenta mirada y la de Amelia que parecía estar muy nerviosa, él sin embargo no encontró motivo para estarlo.

-Voy a hacer café…queréis?- Preguntó, Amelia negó con la cabeza y con un gesto muy rápido de la mano, él pensó que si él tuviera ese estado nervioso tampoco aceptaría un café, el hombre de la grúa sin embargo se lo aceptó- Con leche, solo…?

-Solo y sin azucar, gracias- Se lo dijo mientras medía algo entre el seto y unas piedras.

La grúa era lo más parecido a un tanque mediano pero en color naranja, con un brazo extensible acabado en pala, y una cabina que a él le pareció minúscula en la que sin embargo el hombre cupo sin mayores dificultades.

-Yo me llamo Eutemio- Se presentó cuando le trajo el café, él volvió a estrecharle la mano y le dijo el suyo-

-Cuánto tiempo crees que vas a necesitar?

-Dos semanas…por lo bajo, porque el seto se las trae, no contaron con las raices…-Ignacio se encogió de hombros y sonrió.

-Yo ni flores, tómate el que necesites…-Eutemio se lo agradeció levantando la taza haciendo como que brindaba, y él le correspondió.

Al rato llamaron al portón dos hombres con picos y palas que dijeron venir a encargarse del seto, Eutemio les recibió con familiaridad desde la otra parte, donde medía distancias entre éste y la encina. Nacho optó por empezar a hacer algo productivo con su día y entró a trabajar en su ordenador, si bien la voces y ruidos del exterior no le dejaron concentrarse.

-Yo me voy al trabajo normalmente a las ocho y media…qué horario tienes?…lo digo para dejarte entrar…o pasas por el seto por Amelia…como quieras- Eutemio se rascó la nuca y sopesó las posibilidades.

-Paso por Amelia, y así no estás pendiente, de todas formas voy a estar de acá pa llá todo el rato…- Nacho miró hacia donde sus colegas se afanaban a extraer el seto.

-Y qué hacen con él entonces?- Eutemio se encogió de hombros.

-Ni idea…tenemos orden de dejarlo en el fondo-Nacho le miró intrigado, preguntándose qué fondo.

-A mi no me mires… yo ni flores, como dices tú- Y se volvió a acariciar la nuca.

El viernes Ignacio fue a casa de su amigo Eusebio, que celebraba su cumpleaños, le compró un altavoz-multimedia que hablaba y al que se le podían pedir cosas. Eusebio lo programó y en seguida supieron qué tiempo iba a hacer en todas las regiones del país en las siguientes veinticuatro horas. Después de picar algo, todos los asistentes se habían sentado a ver una serie de ciencia-ficción en Netflix y él se quedó dormido en el segundo capítulo.

El sábado tocó comida familiar en casa de sus padres. Su hermana Victoria estaba planeando su pedida y no se decidía entre una pulsera o un anillo, para Ernesto, su futuro marido, ya habían elegido un reloj del que Ignacio se atrevió a apuntar que le serviría en su próximo viaje a Marte, Victoria había levantado la vista del catálogo de anillos que le habían dado en la joyería y no pareció encontrarle la gracia, él optó por no decir una palabra más. Su padre le pasó un catálogo de coches de alta gama y otro de autobuses, a ellos dos les tocaba calcular ,y dedicir, cuántos y cuáles iban a necesitar para el transporte de los invitados desde la iglesia al lugar de la celebración , y posteriormente de regreso al final de la fiesta, porque sobre todo primaba la seguridad, él le dio la razón, y abrió el catálogo de autobuses al azar. Se acordó de las grúas. Todos los autobuses le parecieron iguales.

Cuando llegó a casa, se encontró con una dotación de bomberos y varias unidades de policía, además de numerosos vecinos y curiosos que se arremolinaban ante su portalón, tratando de ver algo que debía haber ocurrido en su ausencia. El corazón le dio un vuelco.

-Un socavón como un mundo- Aitor extendió los brazos a lo ancho para tratar de que se hiciese una idea, los bomberos habían colocado focos en los bordes del socavón que ahora separaba ambas propiedades y que se había llevado consigo los muebles de jardín y parte del terrazo que rodeaba la casa, al fondo se podían distinguir aún los restos de algún seto.

-Pero…por qué? Quiero decir…la grúa ni ha empezado…- Intentó entender, Aitor se encogió de hombros.

-Porque sí. Estas cosas pasan porque sí, Nacho….- Nacho asintió y se atrevió a mirar al fondo del gigantesco socavón.

-Y qué pasa ahora?

-A Amelia le dio un ataque de nervios, la pobre, le dieron algo para dormir….el lunes vienen los del ayuntamiento y los ecologistas…

-Ecologistas…

-Por la encina, para ver si ha sufrido….

-Ya….

-Si tu también estuvieras te lo agradecería, por las cosas legales me refiero…

-Por supuesto, sin problema…

El lunes por la mañana su jardín y el contiguo se vieron invadidos por los técnicos del ayuntamiento, los representantes de la junta vecinal, los integrantes del grupo ecologista encargado de la protección de la encinas, los bomberos y dos reporteros de la gazeta municipal. Eutemio y él optaron por sentarse a tomar un café a observar la multitud.

-Pues menos mal que no me cogió a mí por banda…

-Ya te digo…

-A Moncha le da algo…

-Quién es Moncha?

-Mi novia, nos casamos dentro de un mes

-Hombre! Enhorabuena!- Y le dió una palmada en el hombro- Ya hicístéis la pedida?

-Qué pedida?

-La cena con los padres, el reloj y la pulsera…

-Llevamos juntos media vida y conviviendo la otra media….qué voy a pedir qué?…..ya me basta con la boda…

-Y luego están los autobuses…

-Qué autobuses?….si alguno quiere ir hasta allí en autobús..pues que vaya, supongo que alguno pasará, no sé- Ignacio se limitó a tomar un trago de su café- Mi problema es el traje…

-Por?

-A Moncha se lo regala su tía, que le hace ilusión y esas cosas, pero yo todavía no tengo traje….creo que acabaré alquilando uno…

-De eso ni hablar…cómo vas a ir a tu boda con un traje alquilado…..si me permites, te lo regalo yo…-Eutemio le miró con los ojos muy abiertos, Nacho asintió para dar credibilidad a sus palabras.

-No es broma…te lo regalo yo, si quieres, si no, pues no, y tan amigos, pero ahí te queda….

-Tú te vienes

-Perdona?

-Digo que mi madre se ha empeñado en que venga mi primo Hipólito el de Alicante, que no lo puedo ver ni en pintura al óleo, pues yo me empeño en que vengas tú…ahí te queda…- Nacho rio y le ofreció la mano, Eutemio se la estrechó sellando el trato con la más franca de sus sonrisas.

Dos días después le acompañó a Miguel, su sastre, a que le tomara las medidas y elegir el género. Aconsejado por Nacho y Miguel, Eutemio se decidió por un traje en lana fina gris, con chaleco,que pudiera usar después en otras ocasiones, allí le hicieron también la camisa, eligió corbata y zapatos. Después Eutemio le invitó a comer, al menos, dijo, y le llevó a una casa de comidas especializada en cordero, para rematarlo todo con café, copa y puro.

-Tu te tienes que venir con nosotros por ahí…en plan “Nacho Libre”

-“Nacho libre”?

-Tu te vienes…y lo descubres

Aitor le envió más tarde una foto por Whatsapp de lo que parecía una vasija rota medio enterrada, por un momento pensó que era un chiste, pero después reconoció el socavón. La habían encontrado los bomberos, y ahora estaban pendientes de la llegada de los técnicos de Patrimonio y de los arqueólogos. Le pedía si podía estar en casa al día siguiente para asistirle. Nacho pensó que ahora sólo faltaba que se cayese la encina. Pero no se lo dijo. Bastante tenían ya con el crater.

La ceremonia religiosa se celebraba en una iglesia de la que nunca había oído hablar, en una parte de la ciudad dónde nunca había puesto pie. Optó por ir en taxi. Cuando llegó, Eutemio ya estaba allí, flamante en su traje nuevo, le presentó a varios amigos suyos, también acicalados para la ocasión y tan nerviosos como el novio, unos fumaban, otros hacían bromas entre sí.

El ocupó un banco cercano al altar, ya que Eutemio le había pedido que fuese testigo, y en algún momento tendría que acercarse a firmar. Le gustó el vestido de la novia, sin colas ni velos, precioso en su sencillez, prefirió no pensar en el de su hermana, y observar el encuentro de los futuros esposos. Su momento favorito de las bodas. La ceremonia no fue larga, ni tediosa, ni hubo responsos interminables, ni coros, sólo alguien leyó la Carta a los Corintios y el cura repasó brevemente la vida de los contrayentes hasta ese momento. A la hora de firmar, Nacho se acercó a la zona del altar.

-Siempre lloro en las bodas- La descubrió junto a él, y no pudo entender por qué no la había visto antes, con aquel vestido lila ajustando sus buenas razones, la melena negra y lisa en catarata por la espalda y aquel parpadeo lento, que le hizo pensar en el Efecto Mariposa, ya que no le cupo la menor duda de que algún lugar del mundo se había visto sorprendido por un tifón.

-Yo soy Nacho- Ella le dio dos besos y lo cogió del brazo.

-Yo soy Beli, ahora nos toca a nosotros- Y le guió hasta la mesa donde estaba el libro de firmas. Después alguien decidió por él en qué coche tenía que ir al “Organza”, el local donde se celebraría el convite y la fiesta posterior, y no les tocó ir en el mismo. Cordero asado con patatas, capón de Villalba, sopa de verdura y garbanzos, vino que bajaba solo, tarta helada, tarta de los novios, infinidad de cafés y copas. Los novios repartieron los puros. Acto seguido todo el convite se levantó como un solo hombre y se abrió el baile.

La vio acercarse a él y se acordó del Libro de la Selva. Pero no del nombre de la pantera. Fue incapaz de moverse. Ella afianzó sus dos buenas razones contra él y deslizó su mano por dentro de su camisa ya desabrochada. Tú ven aquí Tarzán, y la melena dijo el resto. Ella se convirtió en un rompecabezas, y él supo que tenía la pieza. Después el whisky, los tiros de tequila, las coronitas heladas y ríos de espumoso de color rosa sirvieron de lanzadera a coreografías imposibles, congas garrafales, himnos a coro, al compás del chachachá como el sol por la mañana fueron libres, carcajadas, risas de altavoz, karaokes, que se besen, te lo juro compañero que me hagas la vida agradable si decides vivirla conmigo, jotas mañas, bailes kosakos, testigos convertidos en go-gos, madrinas bailando Reguetón, Chocolateros a tres bandas, olvida mi nombre mi cara mi casa porque como yo te amo nadie te amará, cigarrillos en cadena, sudor y lágrimas, no pasa nada la liga está cortada, seré tu amante bandido si te doy un beso ya estás a mis pies, y camareros reencarnados en Tony Manero. Tras lo cual ,y ya de día, aún enredado con el rompecabezas, se vio empujado al interior de un taxi junto con otras cinco personas entonando el “Que Viva España” sin saber a dónde se dirigía. Un frenazo le hizo saber que habían llegado a algún sitio.

-“Nacho Libre”!!-Gritó alguien a voz en cuello.

-Que se baje!!-Corearon los otros rompiendo en carcajadas después, ella le aferró el pelo por la nuca y le dejó muy claro que aquello no iba a acabar allí, y él se lo corroboró antes de salir del coche, del que alguien cerró la puerta y se alejó vociferando “Si me quieres escribir” entre carcajadas.

Él se volvió y se descubrió delante del portalón de su casa. Sin la chaqueta del traje, la camisa sin parte de los botones y manchada sin remedio, los pantalones torcidos, los zapatos mojados de algo que no supo identificar, el pelo en una maraña revuelta y ella todavía en todo su ser. Y supo que eso era lo que él quería hacer el resto de su vida. Quería tomarle la palabra a Eutemio y ser “Nacho Libre”, y salir por peteneras. Y a él le gustaban las buenas razones, y los vestidos apretaos, y las melenas, y los rompecabezas. Mucho.

Y aquel iba a ser el primer día de su vida. Porque sí.

Leaf

02 domingo Dic 2018

Posted by Alquimista de Historias in Relatos

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LEAF

La despertó una bocina, de lo que supuso un camión. Cuando abrió los ojos supo dónde estaba, la noche anterior había bebido, pero no tanto como para no acordarse, levantó levemente el edredón que la cubría y confirmó lo que suponía, estaba desnuda. Oía a alguien respirar a su lado, pero no se atrevía a volverse. Las cortinas de la ventana eran oscuras, y estaban echadas, lo que regalaba una agradable oscuridad, se volvió con cuidado, pero el hombre estaba bocabajo, casi totalmente tapado con el edredón y con la cabeza girada hacia el lado contrario al suyo. Con sumo sigilo salió de lo que le pareció una cama enorme y alta, ya que casi se cae al tratar de poner los pies en el suelo. De puntillas comenzó a recoger del suelo la ropa suya que fue encontrando, la interior, y los leggins que estaban empapados y apestaban a cerveza, se acordó entonces del incidente, y casi le da la risa. Sin saber qué hacer, decidió ir en busca del baño.No tuvo que buscar mucho, estaba anexo. Entró y cerró la puerta con cuidado. En ese baño cabría todo su apartamento, pensó cuando fue consciente de su amplitud, bañada de luz por un lucernario abovedado en el techo, justo sobre la ducha, que carecía de plato y se separaba de la zona del lavabo y vater con una mampara fija de cristal. Decidió aprovechar la ocasión. No iba a tener otra oportunidad de hacerlo en una de esas características. La cebolla tenía forma de plato y en lugar de dos mandos, como en la mayoría de las duchas, se encontró con seis botones. Pulsó el que tenía un punto rojo y fue calibrando la temperatura pulsando con suavidad el botón azul. En un metido de la pared encontró un gel de ducha unisex que olía a lavanda. Tocó con suavidad otro de los botones, y de uno de los laterales salió un chorro casi a presión, no pudo evitar soltar un chillido del susto, todavía riendo rozó el otro y sucedió lo mismo desde el otro lado. Optó por acariciarlos a la vez, y el efecto fue el de una ducha masaje. Pensó que podría quedarse horas allí dentro. Pero después de aclararse la espuma del pelo, volvió a acariciar los botones para cerrar el agua. Encontró toallas en una estantería, se envolvió con una azul y con otra verde se hizo un turbante en el pelo. Cuando salió del baño observó que la cama estaba vacía, por un momento se puso nerviosa. Sólo había hecho una cosa así una vez antes, y se había ido antes de volver a ver al tipo. Casi sin atreverse, salió de la habitación al pasillo. Escuchó ruidos al fondo, y casi de puntillas los siguió.

-Buenos Días…..estás bien? Te oí gritar..- Se lo preguntó aún de espaldas mientras parecía poner en funcionamiento una máquina de café electrónica, era un hombre alto de pelo castaño claro algo largo, se había puesto una camiseta azul y unos pantalones vaqueros, estaba descalzo, cuando se volvió se acordó de por qué había accedido a irse con él a cualquier sitio. Aún con claras muestras de sueño en el rostro, éste mantenía sus facciones donde debían estar, tenía unos ojos bonitos, aunque no supo averiguar el color, por más que lo intentó ella no encontró una palabra congruente que decir. Él pareció darse cuenta y sonrió, al tiempo que le mostraba una de las sillas ante la mesa de la cocina.- No te quedes ahí…siéntate, te gusta el café? O prefieres té?- Ella asintió como toda contestación y se sentó a la mesa, donde ya había dos platos y una cesta con bollos dulces, él ocupó la silla frente a ella. Por unos instantes se mantuvieron en silencio, hasta que a ambos les dio la risa- Esto es ridículo…..estoy seguro que me dijiste tu nombre…

-Leaf, me llamo Leaf…

-Leaf?…de Leaf

-Si, Leaf de Leaf…- Y asintió sonriendo, ya estaba acostumbrada a esa reacción a su nombre, él asintió también.

-Yo soy Jasper… de Jasper- Ella rio casi sin atreverse, se acordaba de haberse reido mucho la noche anterior, aunque no recordaba exáctamente de qué, él se incorporó al escuchar la máquina haciendo ruidos- Cómo lo quieres?

-Con leche y azucar, gracias…- El abrió una alacena y sacó dos tazas, volvió con dos cafés con leche.

-No te había visto por Beast antes…

-Es que no voy nunca…es decir… a mi amiga Florence le regalaron pases por su cumpleaños y ayer decidió ir…tú vas mucho?

-Pues si…la verdad- Y le ofreció un bollo dulce, que ella cogió, tenía un hambre de lobo, pero le resultaba incómodo comentárselo, él cogió otro y le dio un buen bocado-No sé tú…pero estoy muerto de hambre…..te gustan estos bollos?…..no soy buen cocinero- Admitió guiñándole un ojo, ella sonrió y se mordió la lengua para no comentarle que tenía otras cualidades, no quería resultar soez.

-Están muy buenos…de qué son?

-De canela…..- Ella asintió y se llevó a la boca la taza de café, podía no ser buen cocinero, pero hacía muy buen café, y así se lo dijo, él rio, tenía una risa franca.

-No es mérito mio…la máquina es buena..- Admitió, ella se quitó el turbante y se colocó bien la melena húmeda con los dedos de una mano, sin dejar de sujetar la toalla con la otra, él la observaba sin decidirse a llevarse la taza a la boca, al darse cuenta, ella sonrió nerviosa y se ajustó la toalla, él le dedicó una media sonrisa que recordaba haberle visto la noche anterior y que volvió a confirmarle su presencia en aquella casa, él ladeó levemente la cabeza, ella levantó las cejas.- Te va a coger el frio….- ella se concentró en buscar en su cabeza algo coherente para contestar, pero sólo le salió una especie de risa absurda, él se incorporó y rodeando la mesa le tendió la mano, ella se la cogió sin estar muy segura de ser eso lo que tenía que hacer.- Ven, creo que tengo algo que te servirá….porque creo que tu ropa está empapada de cerveza como la mía…- Le siguió hasta el cuarto, allí él abrió el armario y de una de las baldas sacó un contenedor trasparente y lo puso sobre la cama, – Veamos…- Y comenzó a colocar prendas de ropa femenina sobre el edredón.

-Y todo esto se lo dejaron olvidado otras tías?- Preguntó ella sin poder esconder su sorpresa, él negó con la cabeza.

-No, cuando no estoy le dejo las llaves a mi hermana, y mi amigo Pete también tiene copia…la gente se olvida de cosas y yo las almaceno- Y colocó sobre el edredón varias camisetas y varios pantalones, además de ropa interior.- voi-la…mejor que en las rebajas- Ella sonrió, y ambos se quedaron mirándose en un impass.

-Leaf de Leaf, creo que no hay punto de tu cuerpo que no haya visto ya….pero si quieres me voy…- Ella se apuró a negar con la cabeza, y luego le pareció precipitado y notó como su rostro cambiaba de color, acabó por sentarse en la cama, como rindiéndose al ridículo que le parecía estar haciendo, él rio , se sentó junto a ella y la rodeó con un brazo atrayéndola hacia sí- hey…- y la hizo mirarle levantandole la barbilla con la mano- Te va a coger el frío- y le rozó los labios, para incorporarse después.

Ella eligió un mono vaquero que le quedaba un poco grande, y una camiseta roja de manga larga, él mientras tanto entró en el baño a darse una ducha, una vez vestida ella le esperó mirando por la ventana, brillaba el sol, pero todavía no calentaba lo suficiente, entonces cayó en la cuenta de que no recordaba dónde había dejado su abrigo.

-Podemos ir a dar una vuelta si quieres, los sábados siempre hay mercadillos por ahí..- Su voz la sacó de sus pensamientos, que habían vagado desde su abrigo perdido, hasta qué le iba a contar a Florence, pasando por cómo iba acabar todo aquello, se volvió casi de un respingo, él volvió a reir mientras se ponía el pantalón, luego se acercó a ella despacio- hey, Leaf de Leaf, no te voy a comer….todavía- Y la buscó asegurándose de que ella estaba de acuerdo, ella se puso de puntillas y le secundó, olvidandose de su abrigo, de Florence y de todo lo que pudiese encontrarse a su alrededor.

-A mi antes me gustaba correr, pero desde hace un tiempo tengo problemas con los pies…

-Con los pies?

-Tengo unos dolores indescriptibles, como si me los estuvieron serrando, se suele decir que los hombres no lloran, pero doy fe que sí..

-Y por qué?

-No lo sé, empezaron de repente, ya lo he intentado todo, yoga, pilates, he ido al neurólogo, a un fisio que me dejó peor, al ortopeda….sólo me falta ir a Lourdes

-Has probado la osteopatía?

-Algo leí, pero no me atreví…

-Yo fui después de caerme de la bici..

-Autsch

-Un idiota abrió la puerta del coche y allá voló Leaf, no me rompí nada, pero tenía dolores en todo el cuerpo, la osteópata me dio la vida..

-Pues tendré que ir, dame el teléfono..

-Espera, a ver, es este…

-Qué bien, gracias, además está cerca….

-La verdad es que vives muy céntrico…

-Pero me quiero mudar…

-Por???

-El baño es demasiado grande, y la ducha? Tú misma te asustaste hoy…para qué quiero yo una cosa así?…

-Pues me la das a mi…se pueden trasplantar duchas?

-Te gusta mi ducha?

-Pues si, mucho

-Pues nada, ya no me mudo….

-Tonto

-Leaf de Leaf?

-Yo

-Si no como algo ahora mismo me caigo…

-Ay no! Que no puedo contigo

-Ahí hacen unas hamburguesas de muerte….no serás vegana?

-Ostento el título de campeona mundial en deglute de hamburguesas..

-Perdona, ese título me corresponde a mi…

-Retira eso ahora mismo…Jasper de Jasper

-Leaf de Leaf?

-Así me llamo

-Qué haces mañana?

-….

-Me refiero….te puedes plantear volver a usar mi ducha indefinidamente?

-Y tú? Es tu ducha…

-Ya te dije que es muy grande para mi solo

-….

-Me acompañas al osteópata?

-Si claro

-Cuándo puedes?

-Mejor los jueves, salgo antes…

-Dónde trabajas?

-En la biblioteca pública, soy bibliotecaria allí…

-Hace años que no voy a una….me puedes hacer la tarjeta? Hay aún tarjetas?

-También hay app…pero no funciona bien..

-Pues una tarjeta, necesitas foto?

-No…pero si me quieres dar una por mi encantada

-Te acepto en Instagram y listo…

-No tengo

-Eso se arregla ahora mismo, dame…

-Qué haces?

-Ponerte en mi mapa

-Qué mapa?

-El mío…yo me entiendo

-Ya

-Voi-la…leafdeleaf4

-4?

-Tienes cuatro lunares…

-Si?Dónde?

-Dónde sólo yo puedo verlos…

-….

-Me puedo comer tus patatas?

-….

-Leaf?

-Mm?

-Las patatas…

-Qué les pasa?

-Me las voy a comer..

-….

-Leaf?

-Claro, no hay problema…son demasiadas para mi..

-Y a qué hora sales normalmente?

-A las seis, seis y media… y tu?

-Eso también querría saberlo yo….

-Pero tendréis un horario…

-Tener lo tenemos….ahora seguirlo es otra cosa…

-Lo importante es tener trabajo

-Gran verdad

-Jasper…

-Dime Subcampeona de deglute de hamburguesas?

-Perdona?

-Es un hecho….

-Porque ya no puedo más…si no te retaba otra vez…

-Lo dicho…campeón absoluto…qué querías decirme?

-Ya no me acuerdo…

-Podemos volver dando una vuelta por el parque

-Volver a dónde?

-A casa, Leaf, a dónde va a ser?

 

JASPER

En cuanto la vio lo supo. Había oído que podía ser posible, y había leído alguna vez al respecto, pero nunca lo había creido. Hasta que la vio. No le cupo la menor duda. De repente todo a su alrededor dejó de existir, y su único y principal objetivo fue hacerse con ella. Se había alegrado al observar que ella y su amiga tenían pases VIP, sin ellos nunca hubieran podido acceder al Biest un viernes a esas horas. Ellas se quedaron abajo, Pete y los otros insistieron en ir al lounge de Karina al piso de arriba, según parece tenía algo que celebrar, él hubiera preferido quedarse por abajo, pero les siguió. Desde arriba, la buscó en la multitud, ella y su amiga se habían quedado en uno de los laterales tras pedir un cocktail, supuso que el de consumición. Después de un tiempo, convenció a Pete de bajar a bailar un rato, si bien Pete no era buen bailarín, y él hacía tiempo que no lo hacía, pero el otro accedió. Buscó un lugar cerca de ella, que bailaba con su amiga, sin ser siquiera consciente de la existencia de él, su amiga sin embargo les miró alguna vez un tanto curiosa, pero sin atreverse a entablar conversación, cosa de todo punto imposible de todas formas habida cuenta del volumen de la música y los gritos de la gente. Y entonces ocurrió. De la nada surgió un tipo con tres jarras de cerveza, tropezó con algo y al caer se las echó por encima a ellos dos y al resto de los allí presentes. Si alguna vez le volviera a ver, le daría las gracias. Sin su inestimable ayuda, nunca se hubiera dado la oportunidad. Todo se llenó de cerveza, gritos y caos. Cuando en el tumulto una avalancha de gente amenazó con arrojarlos al suelo, él la había agarrado y arrastrado hacia un lado, protegiéndola contra él, ya que dos habían comenzado a pelearse y vasos volaban por el aire. Sin soltarla un instante la había acompañado a uno de los lounge, donde un empleado les había dado toallas, deshaciéndose en disculpas. Ella estaba más confundida qúe asustada, y no sabía muy bien lo que tenía que hacer, él había conseguido hacela reir haciendo bromas sobre el aspecto de ambos. Cuando ella le dijo que quería irse a casa, decidió que era el momento de usar todas sus armas para no perderla. Y así hizo. A tres calles del Biest, tras tantear un poco el terreno, la buscó y ella accedió, llegados a un punto de no retorno le propuso ir a su apartamento y paró un taxi que casualmente pasaba por allí. Después le había dado la impresión de haber rozado el cielo con los dedos.

Le había despertado un chillido, proveniente de algún lugar, y se incorporó de vez al no verla junto a él en la cama, le tranquilizó un poco oir la ducha y su risa, supuso que había descubierto los chorros laterales, él personalmente hubiese preferido una ducha más normal, pero había comprado el apartamento con esa ya instalada. Se levantó, se vistió con lo primero que encontró en su armario y se apuró a la cocina a encender la máquina de café, se alegró de haber comprado unos bollos dulces de canela el día anterior en algún lugar de paso hacia casa. Los estaba poniendo en un plato hondo, cuando la oyó llegar. Y allí estaba, envuelta en una toalla azul y con la cabeza en un turbante verde, mirándole con sus enormes ojos miel, aferrada al borde de la toalla, sin decir una palabra. Él se confirmó a si mismo que ella era la persona con la que quería pasar el resto de su vida, y se lo hubiera dicho en ese mismo momento, pero optó por esperar un tiempo prudencial. Lo último que necesitaba era que le tomara por loco. Su nombre. Se lo había dicho, pero no se acordaba. Leaf. La persona que había decidido ponerselo había estado muy atinada. Leaf. En un momento se quitó el turbante y su melena rojiza cayó húmeda en cascada sobre sus hombros, mientras trataba de arreglársela con los dedos. Leaf. Podría pasarse horas mirándola y no cansarse, ella a su vez parecía nerviosa y la estaba comenzando a coger el frío. Le ofreció ponerse las cosas que su hermana y sus amigas se dejaban olvidadas siempre que venían a la ciudad, ella pensó que era la ropa de otras chicas que también hubieran pasado la noche en su casa. Optó por no decirle que ella era la primera y única que la había pisado. A las otras siempre las había llevado a un hotel. De cinco estrellas. Pero un hotel. Pero no a Leaf. Está tan nerviosa que se tiene que sentar en la cama. Se pone de todos los colores. El ya la sabe de memoria. Qué problema hay?. Leaf. Se van de paseo sin rumbo, la coge de la mano. Saltan de un tema a otro, le cuenta de sus pies, y ella le da la dirección de un osteópata. Es el único médico que le falta por visitar. Le propone ir juntos. Le hace una cuenta en Instagram. Ella intenta entender algo que se le escapa. Pero él no se lo explica. Aún no. Porque él ya no puede concebir sus días sin ella. Leaf. Su Leaf.

 

FLORENCE

Florence les observa bailar en una de las pasarelas, saltando y levantando los brazos, ya descamisados, alguien les pasa copas, le gusta como se mueve él, sabe que tiene buen cuerpo y lo mueve como quiere, rie y canta la canción a gritos levantando la copa, le ofrecen un pitillo, hasta para fumar tiene clase. En un momento le descubre mirando hacia ella, clavándola con una mirada que ella adivina a través de las luces y el humo, mientras toma un trago de su copa, pero no es ella quien le interesa, Leaf baila junto a ella, ajena a sus observaciones. Por un instante siente un chasquido en el corazón, pero se le pasa en seguida, Leaf se alegra por una canción y comienza a saltar al ritmo. Cuando le vuelve a ver, ya están junto a ellas, él no pierde a Leaf ni por un segundo de su radio de visión. Florence piensa que en el reino animal, él sería lo más parecido a un depredador. Leaf baila ajena y feliz. Cuando estalla el caos, la pierde en la marea de gente, sólo alcanzó verle a él protejerla contra si de los vasos que alguien lanzaba por el aire, y supo que ya tenía su presa.

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