Calor, lo que se dice calor, todavía no hacía. Por eso agradeció la chaqueta de lana fina tipo rebeca al salir de la droguería, lo que sí estaba deseando quitarse eran los zapatos, si había algo a lo que no podía resistirse era a unos buenos zapatos de tacón. Y aquellos lo eran. Negros, de buena piel y mejor tacón, que le proporcionaban la altura justa. Pero tantas horas sobre ellos habían acabado por pasar factura. En otros tiempos se los hubiera quitado, y hubiera vuelto a casa descalza, pero ese otros tiempos, era eso, otros tiempos, ahora no quería ni pensar lo que se acabaría clavando en el pie. Suspiró y se ajustó el bolso al hombro, al tiempo que se colocaba bien la melena, de pelo liso y de un suave pelirrojo, en perfecta sintonía con su tez algo pecosa, camuflada ahora bajo una casi imperceptible capa de maquillaje, y sus ojos verdes de largas pestañas aderezadas de mascara, ya que de otra forma, serían transparentes. Marta Riera Vall, con dos eles, avanzaba por la calle, ya no dispuesta a comerse el mundo, sino a llegar lo más pronto posible a casa, librarse de los zapatos, darse una ducha, quitarse el olor a Droguería, ponerse en chándal y tumbarse en el sofá a ver Netflix. Para ella el mejor plan para un viernes. De cena aún tenía puré de verduras. Con agua. Ahora al parecer era alérgica al vino. Ella. En fin. Un grupo de personas salieron entonces en tromba de un local y casi se la llevan por delante, ni se disculparon, tampoco lo esperó, aquella tarde toda la ciudad había decidido salir a la calle a la vez, y a penas se podía avanzar sin recibir algún empujón. Dos policías de proximidad pasaron corriendo a toda velocidad, y casi tuvo que apoyarse en una pared, al apartarse la gente de repente a sus gritos pidiendo paso. Les siguió un momento con la mirada, en otros tiempos, ella también había querido ser policía. Bueno, ella no. Su Juan Fernando interior. JuanFernando Riera Vall, con dos eles. Aquel que ya, legalmente, había dejado de existir. El que ahora era Marta a todos los efectos, y con carnet de identidad. No pudo evitar sonreír, mientras continuaba camino, a todos los efectos, todos los efectos no, porque nadie te llama Marta. Tú eres Michigan.
Decidió doblar por una perpendicular, para evitar nuevas aglomeraciones, y de paso acortar camino. Cuando por fin alcanzó su calle, se alegró de encontrarla desierta, si bien estaba muy cerca del centro apenas pasaba gente y era muy tranquila. Por eso, en su momento, había decidido comprarse el piso allí. No se sorprendió de encontrar su portal abierto, seguramente la empresa que se encargaba de la limpieza de las escaleras estaba todavía ocupada con la labor. Tuvo mucho cuidado al poner el primer pie en el portal, de estar mojado, lo único que le faltaba ahora era resbalar y partirse algo. Midiendo los pasos, aunque el suelo parecía estar seco, alcanzó los buzones, que estaban en una especie de metido oscuro en el que la comunidad se estaba planteando poner una luz o un espejo, para evitar sustos desagradables. Todavía estaba pidiendo presupuestos. Porque ella era la presidenta de la Comunidad. Por mayoría absoluta. Entonces se había sentido casi como Miss Mundo. O algo. Casi rio al recordarlo. En fin. Sacó las llaves del bolso, para mirar si había algo en el buzón, y al querer abrirlo fue cuando escuchó el gemido. Se quedó muy quieta, sin saber muy bien qué hacer, mirando hacia los lados casi sin atreverse. Un segundo gemido, que le recordó al que haría un perrito, la hizo mirar hacia abajo. No pudo evitar soltar una especie de grito, que tapó con la mano, al dar un paso atrás. Quien gemía no era un perrito. Era una criatura, acurrucada en el rincón más oscuro.
- AyDiosMío!…Ay!..pero..mi Vida qué haces tú ahí?- Alcanzó a preguntar, ya que, de repente, su corazón se había instalado en su garganta y latía tan rápido y tan fuerte que amenazaba con salirle en cualquier momento por la boca. Sin pensarlo más se agachó para coger a la criatura en brazos, y ésta se aferró contra ella, rodeándole el cuello con sus bracitos, temblando aún de miedo. Michigan la abrazó a su vez, asegurándola en sus brazos.- Ya está…miVida…ya está…Ay..ven.., vamos a subir …y me cuentas…AymiVida, ya está..- Y sin más, comenzó a subir las escaleras para alcanzar cuanto antes su apartamento, en el tercer piso. El siguiente punto a tratar en la próxina reunión de la Comunidad sería la instalación de un ascensor, pensó a la altura del segundo. Sin soltar a la criatura, y haciendo malabares para que no se le cayese el bolso al tratar de encontrar las llaves, las consiguió meter en la cerradura y acceder a su casa. Sin pararse siquiera a cerrar la puerta, la llevó hasta el salón, se sentó en un butacón y con sumo cuidado apartó a la criatura de si, para poder verla mejor. Era una niña, de pelo castaño claro en una ahora revuelta melena hasta los hombros, que enmarcaba una carita presidida por dos enormes ojos oscuros inmensamente tristes, tenía la boca recogida en un fruncido que la convertia en un minusculo punto rosa, que contenía a duras penas el llanto. Tenía un raspón en un pómulo, también en los codos y las rodillas. Michigan le apartó,con toda la delicadeza que pudo reunir, el pelito de la cara.
- Yo soy Michigan…cómo te llamas princesa?- Preguntó casi en susurro, la niña parpadeó lento y suspiró.
- Dalia..
- Qué nombre más bonito, tanto como tú, princesa linda….cuántos años tienes Dalia?- La niña levantó su mano derecha con cuatro deditos, Michigan sonrió y la escondió entre las suyas con cuidado.- ..me dices qué pasó, qué le pasó a mi princesa?- Dalia frunció la boca y los enormes ojos se nublaron de lágrimas, que, sin embargo, no pasaron del umbral de sus pestañas.
- Dalia iba con mamá…y entonses mi papá me agadró así y me llevó codiendo mucho mucho…pedo yo no quedía id con mi papá podque ez mu malo…y entonses Dalia moddió a papá así así mucho….y me cayí y mi hise pupa aquí ves?…y mamá le dise siempre a Dalia codde Dalia codde mucho y coddí mucho y me cayí ota ves?…y Dalia se ezcondió allí así así…- Michigan escuchó con atención lo que Dalia relataba, y a medida que avanzaba en la narración comenzó a sentir como una especie de fiera tan informe como poderosa iba abriéndose paso en su interior e iba tomando posesión de su cuerpo, luchando por salir. Entendió entonces lo que era ser Madre de Dragones, y todas las razones de Daenerys. Y tuvo la impresión de que si abría la boca, todo lo que saldría de ella sería una llamarada que aniquilaría el mundo. Calma, Michigan, calma. E iba a decirle algo a la niña, cuando escuchó unas voces, que provenían de la entrada.
- Tú dirás lo que quieras, pero eso que llevas es un pantalón hippy de toda la vida y una camisola de mercadillo….
- BO-HO…te estoy diciendo, voy estilo BO-HO..
- Como diría mi madre: que ni bo ni ba….vas de hippy..
- Es el último grito…
- El que va a empezar a gritar soy yo..hippy más que hippy!
- BOH-H…
Los que así discutían eran Marcos y Beltrán, dos chicos amigos de Michigan que habían quedado de pasarse esa tarde a buscar unas bolsas con muestras de maquillaje y cremas, y que habían entrado sin llamar al encontrar la puerta ya abierta. Marcos llevaba unos pantalones tipo mameluco de lino azul, con una camisola gris y el pelo recogido en un moño flojo sobre la cabeza, Beltrán, en vaqueros y camiseta blanca tenía la cabeza rapada y portaba unas gafas de sol de cristal amarillo. Ambos se quedaron clavados a mitad del pasillo, incapaces de decir una palabra, cuando descubrieron a Michigan en la puerta del salón, cargando a Dalia, que se había vuelto a acurrucar contra ella.
- No gritéis tanto…que aún me vais a asustar a la niña- Avisó Michigan.
- Cómo que “me vais a asustar a la niña”? “me”?- Quiso saber Beltrán.
- Uy yo si eso me voy eh?…que yo no quiero líos…qué niña?- Se atrevió Marcos.
Michigan no les contestó, y se dirigió al cuarto de baño a buscar el botiquín, con el que salió llevándolo en la mano libre e indicándoles que le siguiesen al salón.
- No entiendo nada
- Te la han dejado en plan babysister…o algo…
- Babysitter..
- Qué?
- Babysitter, Marcos…
- Pues mi hermana siempre dice Babysister…
- Pues es babysitter…
- Bueno ya está bien….calláos los dos, que me la vais a hacer llorar a mi princesa preciosa, que la voy a curar, verdad Dalia bonita?…ven a ver…
- Ay pobre…se ha caido o cómo?
- Uy yo si eso me voy eh?..que no…
- Sí…se ha hecho pupa…verdad mi corazón? Michigan te pone aquí una tirita y ahí otra…uy mira tiene leoncitos la tirita…la encontré escondidita abajo…
- Hay que llamar a la policia, Michi…- Opinó Beltrán, al escucharle Dalia se volvió a abrazar a Michigan.
- No princesa no, no te preocupes….- Dalia se apartó de ella entonces y les miró, luego con sus manitos se apartó la jareta del pantaloncito que llevaba.
- Mia Mizigam, teno esto..- Susurró, como quien comparte un secreto, Michigan apartó un poco más la jareta y pudo ver un cartelito cosido que rezaba “ SI ME PIERDO O ME ROBAN:…” sobre un número de móvil y una dirección. Michigan le dio un beso en la cabeza.
Desde que Michigan marcó el número de móvil para hablar con la madre de Dalia, hasta que ésta, desesperada por abrazar a su hija, cruzó la puerta del apartamento acompañada de dos policías nacionales, pasaron exactamente diez minutos. Tras las debidas explicaciones, de quién era quién y cómo se había llegado hasta aquella situación, uno de los policías le entregó a Michigan una tarjeta en la que había escrito su número de móvil de servicio y quedaron en que Michigan se pasaría al día siguiente por la comisaría para hacer la declaración formal y todo el papeleo, ya que lo que primaba ahora era que a Dalia la viese un médico y volviera a casa. Lina, la madre de Dalia, no sabía cómo agradecerle a Michigan, ni qué decir, ni cómo, ya que era lo más parecido a un manojo de nervios aferrado a una niña, Michigan la abrazó, y, una del brazo de la otra, seguidas de los dos policías, y Marcos y Beltrán, bajaron a la calle. Ya allí, tras prometerse que se verían a día siguiente, Dalia le dio un beso a Michigan y madre e hija subieron al coche patrulla, que, haciendo luces, pero sin sirena, se alejó calle abajo.
- Ay que llorera por favor….esto si lo filmas paras un país…tienes kleenex?- Preguntó Beltrán secándose los ojos con una mano.
- Pues no…justo hoy no..- Contestó Marcos, que hacía lo mismo. Michigan les miró y rio.
- Cómo decía aquel? “Me encanta que los planes salgan bien”….si queréis subimos y nos tomamos un copazo..al menos yo…- Propuso, en eso estaban cuando unos gritos desde el final de la calle, les hicieron volverse.
- Heeey!!! MUÑEQUITA LINDA!!!- El que gritaba era un hombre, alto y fuerte, que avanzaba a grandes zancadas hacia el grupo. Michigan guiñó ligeramente los ojos para verle mejor, pero aún así hubo de admitir que no le conocía de nada.- PERITA EN DULCE!!!
- Y a este qué le pasa?- Alcanzó a preguntar Marcos.
- Por la cara que trae…nada bueno- Aventuró Beltrán.
- Drakarys..- Susurró Michigan. El hombre, se acercó sin reducir la velocidad de su zancada y le dio un fuerte empujón a Michigan, quien lejos de perder el equilibrio se lo devolvió.
- Pero qué valiente!! A Porta Gayola..con un par! Si Señor!- Incitó Michigan abriendo los brazos imitando a un torero.
- Eres toda tú roja o solo esa cabecita!? Porque te la voy a estallar…por meterse en asuntos ajenos….mi hija es mía…
- Yo te como aquí y te cago allí!…- No le dio tiempo a decir más, porque el hombre le voló la cara de una bofetada, Marcos gritó, Beltrán quiso intervenir, pero antes de que pudiera hacer nada, Michigan, de un gancho de derecha había enviado al hombre contra el muro de la casa, después, se sacó los zapatos de tacón y se los entregó a Beltrán- Sujétame esto…- Anotó sin ni siquiera pararse a mirarle, para ir en busca de su contrincante quien también venía hacia ella, sin saber que, aquella muñeca ya había luchado en otras batallas, y se movía como una mariposa, pero clavaba el aguijón como la más ruda de las abejas. Cuando acabó con él, el hombre yacía bocabajo en el suelo sin saber muy bien cómo había llegado allí, y ella, que también había encajado varios golpes, colocó delicadamente su pie derecho sobre su cabeza.
- Muévela y harás un viaje astral..- Masculló, para luego girarse hacia sus dos amigos que habían asistido a la pelea sin dar crédito- Beltrán…dejame tu móvil- Beltrán así hizo, y ella sacó entonces la tarjeta que le había dado el policia nacional y marcó el número- Hola, Buenas Tardes…soy Mich…Marta Riera Vall…sí…me harían un gran favor si viniesen otra vez, ha habido un incidente…sí…y de paso traigan al 112…no me quedan uñas…- Y colgó. Y respiró hondo, satisfecha, y orgullosa de llegar a la conclusión de que, en ocasiones, era mejor dar que recibir.