Ni un alfiler. Ni uno cabía. La multitud que se agolpaba en el andén de la estación de metro, aterida en una gama de prendas de abrigo multicolor, en la que primaba el verde y el gris, se le representó a Olivia un bosque espeso e infranqueable, por el que ella avanzaba forzando un surco sin soltar de la mano al niño. La ventisca que arrasaba el exterior, silvaba en forma de lenguas de viento helado también bajo tierra, colándose por los túneles y escaleras. Olivia levantó la vista un instante para mirar a la pantalla que anunciaba la llegada de los trenes, y confirmó así que el ruido que ya avanzaba por el tunel era el del que ellos debían alcanzar. El convoy llegó a la parada, y Olivia se vio succionada por la fuerza de la voluntad común de acceder a los vagones, a uno de los cuales accedió sin que sus pies apenas rozasen el suelo. Como una cuña, a presión entre incontables muros de abrigos y plumíferos, entre los que sólo podía mirar hacia los parpadeantes neones del techo, apretó la mano del niño para confirmar su presencia, y éste, desde algun lugar le devolvió la señal. En cada una de las paradas que no eran la suya, se vio obligada a luchar contra la corriente de gente que deseaba abandonar el vagón, como aquel que lucha contra las olas en su intento de no ser arrastrado a la orilla. Cuando llegó la suya, aprovechó el empujón general para ganar velocidad y poder alcanzar el anden ya a la carrera, sin embargo se vio envuelta en un torbellino de bolsas, mochilas, maletas, barbas, sombreros, cables de earpods, biberones,guantes, bufandas, manos, codos, caras, pecheras, ramos de flores, palos de escoba, periódicos, vasos termo, manillares de patinete, gafas y corbatas, del que salió totalmente desorientada para zambullirse en otra marea humana. Apretó la mano del niño de nuevo, y éste se demoró un instante en devolverle la señal, desde algún lugar allá abajo, pero lo hizo, y eso la animó a apurar el paso y abrir un surco al bies para alcanzar las escaleras de salida.

La ventisca había arreciado, y les recibió ya a mitad de la escalera con ráfagas de aguanieve indiscriminadas a bocajarro, que ella combatió cuerpo-a-cuerpo hasta poder alcanzar la calle, donde la situación no era mejor.

Avanzó entonces tratando de no resbalar, esquivando a las momias empapadas medio cubiertas de nieve que encontraba a su paso, sin caer en la cuenta que ella tenía el mismo aspecto. El niño pareció decir algo entonces desde detrás de la bufanda, pero ella no le entendió.

  • Ya, mi vida…ya casi estamos- Respondió mecánicamente, el niño insistió.- Ya llegamos…sólo una calle más…- Animó tratando de caminar más rápido.

Tal como había dicho, llegó a la que era su calle, y pronto a su portal. El niño volvió a decir algo desde detrás de la bufanda, mientras ella buscaba las llaves en el bolsillo interior de su chaqueta.

-Ya…- Contestó, para después abrir la puerta. El edificio carecía de ascensor, así que, subieron cansinamente los cuatro pisos por la escalera, el niño aún dijo algo, pero ella no le contestó, concentrada en subir los bloques de peldaños de una vez. Cuando por fin abrió la puerta de su apartamento, y después la cerró tras si, dejó exhalar un sonoro suspiro de alivio apoyándose contra ella.

  • Por fin…pensé que no llegábamos nunca….ay..- Sentenció mientras se quitaba el gorro, el voluminoso chal, la chaqueta y las botas. El niño permanecía inmóvil junto a ella, sin hacer visos de quitarse nada. Ella sonrió- Ay Luís, tú tampoco das más…verdad mi vida?…ay pobre..pareces un enanito del bosque – Olivia rio y lo cogió en brazos, para dirigirse al baño- Ven, te voy a preparar un baño calentito-calentito, con la espuma de colores y los dinosaurios, vale?…y después el puré tan rico de verduras también calentito-calentito…a ver…ven..- Abrió el agua caliente de la bañera, se arrodilló en el suelo, y comenzó a liberar rutinariamente al niño de todas las prendas que llevaba encima mientras canturreaba una canción que había escuchado en la radio, fue poniendo todas las prendas en el bolsón de la ropa para lavar, las botas,empapadas, las colocó bajo la calefacción. Hasta que el niño estuvo completamente desnudo ante ella. Olivia le miró sonriente. Fue entonces cuando se dio cuenta. Aquel niño no era Luís. Se llevó la mano al pecho, y de pronto su capacidad para respirar desapareció, como si de pronto, sus torax no albergase dos pulmones. Sólo fue capaz de descansar su postura contra los pies y abrir la boca, sin apartar sus horrorizados ojos del rostro del niño-que-no-era-Luís, quien la miraba a su vez con una mezcla de sorpresa y sonrisa a partes iguales.
  • Entoces tú quién eres?….Ay es que si empiezo a gritar no paro….supongo que esto es hiperventilar…o algo…pero no..claro…si caigo redonda…tú qué haces?…a ver…calma Olivia, calma…- Respiró hondo y, con manos temblorosas, le acarició la carita al niño-que-no-era-Luís, quien le regaló una dulce sonrisa.- Cómo te llamas?- El niño-que-no-era-Luís continuó sonriendo, pero no contestó, Olivia carraspeó.
  • Quién eres tú?- Optó por preguntar rozándole con suavidad la punta de la nariz con un dedo, el niño-que-no-era-Luís le contestó con una risa de voltereta e imitó su gesto con su dedito.
  • Quén erez tú?- Rio divertido, Olivia no pudo, aunque lo intentó, sólo maquilló su angustia con una sonrisa.
  • Yo soy Olivia…Tú..eres..
  • Tú..erezz..
  • Cómo se llama tu mamá?- El niño-que-no-era-Luís dio dos palmadas.
  • Mamá..
  • Claro….dónde está tu casa?
  • Casa…mamá casa…- El niño-que-no-era-Luís volvió a aplaudir y de pronto un halo de puchero recorrió su rostro, y Olivia supo que tenía que actuar rápido.
  • Mira…mira! Cuánta agua…qué bien! Qué bien…mira…ven, vamos a jugar a una cosa…- Y aupándole en brazos le sentó en la bañera con agua, luego alcanzó un bote de la estantería y echó unos polvos en el agua, automáticamente se formó una ingente espuma multicolor. El niño-que-no-era-Luís comenzó a reír y a chapotear, ella introdujo dos dinosaurios en la montaña de espuma, y él los recibió con una exclamación de sorpresa. Olivia se sentó junto a la bañera. En qué momento había dejado de la mano a Luís? En qué momento no le había tenido pegado a ella? En qué momento había sido el momento?Y ahora qué se suponía que tenía que hacer. Llamar a la policía. Ya, y cómo lo explicas, vamos a ver, porque tú has secuestrado a un niño, o como dicen ellos „has sustraido un menor“. Y cómo no se dio cuenta, señora?. Y me quitan a Luís. Encima. Y la otra madre con los nervios en rompan filas, supongo, como estoy yo, me pondrá verde. Espera, vamos a ver. Se incorporó y sacó del bolsón de la ropa para lavar la chaqueta que había llevado encima el niño-que-no-era-Luís. Azul oscura, acolchada, sin marca aparente, buscó la etiqueta en el forro, dónde es posible escribir el nombre del propietario. Aquella chaqueta había pertenecido a Paul, Inka, Josephine, Damian y Amilcar. No había teléfono ni dirección. Quién de todos ellos eres tú?. Pues tendré que dar parte a la policía. Qué hora es?. Sea la hora que sea, ya es de noche y esta criatura está cansadísima- miró al niño-que-no-era-Luís, quien en ese momento se restregaba los ojos con las manos hechas puñitos en medio de una fantástica nube de espuma- y llegarán con tutútatá, y luces, y saldrán los vecinos, y a ver cómo me explico, y dirán que yo siempre he sido una chica muy normal, que siempre daba los buenos días, y que no, nunca habían visto al padre, y a ver como le explico si le localizan. Y dónde está Luís entonces? Yo voy a llorar mucho y salir horrible en la noticias. Estornudó. Y encima me voy a acatarrar. Mañana a primera hora. Voy yo en persona a la comisaría. Dónde está a todo esto?. Entro y digo: Hola Buenos Días, vengo por lo del niño sustraido. Olivia, parece mentira, con lo bien que te explicas normalmente. Bueno algo diré, ahora mismo sólo quiero abrir la ventana y gritar. Entonces si que vienen los tatútatá. Te voy a dar a ti tatútatá. Sacó al niño-que-no-era-Luís de la bañera y le envolvió en un toallón. Le vistió con un pijama y calcetines anti-resbalón. Iba a llevarle en brazos a la cocina, para darle la cena, cuando sonó el timbre de la puerta. Fue a abrir. Ante ella apareció una mujer enmomiada en azul-cielo, con los ojos muy abiertos, y llevando de la mano a un niño pequeño, también enmomiado y con gorro de pompón, que le daba todo el aspecto de un enanito del bosque, quien nada más verla, se avalanzó contra sus piernas abrazándose a ellas clamando „mamá“. El niño-que-no-era-Luís hizo lo propio con la mujer enmomiada en azul-cielo.

Su nombre era Ute, y su hijo se llamaba Malte. Había dado con ella, porque su nombre y dirección estaban cosidos al interior de la chaqueta de Luís bajo un letrero bordado en letras rojas que rezaba „Si me pierdo“. Tampoco ella sabía en qué momento había soltado a Malte de su mano. Lloraron las dos, por lo que había podido ser y no fue. Por cansancio y por querer llorar, que a veces viene bien si se hace acompañado.

Ute y Malte pasaron a formar parte de la vida de Olivia y el niño-que-sí-era-Luís, porque dos y dos son cuatro, y a veces, sólo a veces, la ventisca trae consigo cosas buenas.